El momento de la audacia política
Asamblea del 15-M en la puerta del sol. FERNANDO SÁNCHEZ
Pienso que son muchos los enfoques desde los que
pueden abordarse estos resultados, pero aquí daré especial importancia a
dos: un primer enfoque que podríamos llamar de clase, y que interpela a
la forma en la que nos situamos en el sistema económico, y un segundo
enfoque que se corresponde con los imaginarios ideológicos, esto es, con
las lentes a través de las cuales vemos la sociedad política.
Enfoque de clase
El capitalismo es un sistema económico con una lógica
inherente que opera, básicamente, con el principio de maximización de
ganancias empresariales. Los capitales compiten entre sí incesantemente y
en ese devenir se van produciendo innovaciones tecnológicas que
incrementan la productividad y abren la posibilidad de mejores
condiciones de vida para la sociedad. Pero dicho devenir también
conlleva costes en la forma de menores salarios relativos, desempleo,
despilfarro energético, explotación de recursos naturales y un sinfín de
efectos perjudiciales para el planeta, algunos grupos sociales o la
sociedad en su conjunto. La falta o ineficacia de mecanismos que
compensen estos efectos -como podría ser la intervención del Estado-
agrava las consecuencias negativas para las víctimas. Y las crisis,
singularmente, son momentos históricos de radicalización de esas
dinámicas negativas.
Pero no a todos los grupos sociales les afecta por
igual la dinámica del capitalismo. Los trabajadores protegidos por
convenios colectivos no reciben el impacto de una crisis de la misma
forma que los trabajadores desprovistos de cualquier salvaguarda o los
pensionistas o personas laboralmente inactivas. Consecuentemente tampoco
sus conciencias políticas se moldean en el tiempo de la misma forma.
Podríamos situar, a mi juicio, tres tipos de
contradicciones o conflictos del capitalismo. En primer lugar, el
conflicto capital-trabajo, que hace referencia a la disputa por el
excedente productivo y que tiene que ver con el lugar que cada individuo
ocupa en la actividad productiva. En segundo lugar, el conflicto
capital-población, y que tiene que ver con los efectos perjudiciales que
el capitalismo genera en sectores distintos a los de la actividad
productiva, tales como estudiantes, jubilados o cuidados del hogar. Y en
tercer lugar, al conflicto capital-planeta, que hace referencia al
carácter destructivo del capitalismo sobre el medio natural en el que
nos insertamos.
Por raíces históricas, Izquierda Unida es un partido
que se sitúa muy cómodo en el conflicto capital-trabajo y en la defensa
de la clase trabajadora. Así, cuando los efectos del capitalismo son más
severos, más tensionadas están las relaciones en el ámbito productivo y
mayor capacidad de penetración tienen las ideas de IU. Electoralmente
puede encontrarse cierta relación histórica entre la tasa de desempleo y
el voto a IU, lo que refleja que IU es una especie de esperanza para
aquellos que sufren la dinámica laboral.
En estas últimas elecciones esta tónica se ha
mantenido, e incluso en una desagregación provincial parece que hay
cierta relación positiva entre tasa de desempleo y voto a IU. Aunque no
debemos obviar otras muchas variables, naturalmente.
Sin embargo, la otra fuerza de la izquierda transformadora, Podemos, no muestra ese perfil tan nítidamente sindical. Como se puede comprobar en el siguiente gráfico, no hay forma de encontrar relación entre tasa de desempleo y voto a Podemos.
Probablemente
ello puede explicarse porque Podemos no dirige su discurso a las
víctimas directas del conflicto capital-trabajo sino a las víctimas del
conflicto capital-población, es decir, a una serie de sujetos políticos
excluidos del mercado de trabajo. Tal podría ser el caso de estudiantes,
jubilados, y trabajadores del hogar. Probablemente se corresponde en
cierta medida con la cultura del 15-M, que interpelaba no sólo sobre
cuestiones económicas sino también de radicalidad democrática. Y se
trata precisamente de sectores clave de la población, por su peso
cuantitativo, y al que IU le cuesta llegar. Eso es, al menos, lo que se
deduce de las encuestas del CIS.
A
nadie se le escapará que, de hecho, se trata también de algunos de los
sectores que más ven la televisión. Y ello enlazaría directamente con
las novedosas formas discursivas y las estrategias de comunicación de la
nueva formación.
Finalmente, las personas particularmente conscientes
del tercer conflicto, capital-planeta, quedarían integradas tanto en
IU-ICV como en Podemos, pero también en las fuerzas que iban en la
candidatura Primavera Europea.
Este análisis nos permite obtener una conclusión: la
cultura clásica de la clase obrera podría ser compatible con la cultura
del 15-M y la cultura de la ecología política, lo cual crearía un
apasionante escenario de futuro. Construir una base social que una en la
diversidad a todas las víctimas del capitalismo es uno de los
propósitos políticos más urgentes y necesarios. Hacerlo requerirá
inteligencia y audacia, y desde luego superar las lecturas conservadoras
de los resultados electorales.
Enfoque ideológico
Desde luego la situación socioeconómica y el lugar
que cada uno ocupa en la actividad productiva condiciona la forma en la
que se ve y valora la política. Pero no sólo esas variables importan,
como bien sabía el pensador italiano y líder comunista Antonio Gramsci.
La ideología y sus símbolos son las lentes y los conceptos con los que
cada uno de nosotros analiza la política y toma decisiones al respecto.
Y en este sentido me aventuraría a señalar varios
ejes que delimitan el imaginario español y frente al cual hay
diferencias entre Izquierda Unida y otras fuerzas políticas.
El primer eje es el clásico izquierda-derecha, que ha
dominado desde la Revolución Francesa. Se trata de etiquetas
conceptuales que delimitaban la posición política y que hoy mucha gente
está abandonando como forma de identidad política. Asociadas en España a
la dicotomía PSOE-PP, y comprobada la crisis del bipartidismo, ese eje
pierde vigencia para millones de personas. Como respuesta proliferan
quienes tratan de vadear esos conceptos y utilizar los propios marcos
conceptuales que dominan socialmente (como clase política o casta).
El segundo eje es el dentro-fuera,
políticos-ciudadanos, antiguo régimen-nuevo régimen, o vieja
política-nueva política. Se trata de un eje que impugna al sistema
político mismo y que achaca los males también a las instituciones
políticas. Aquí es donde la Cultura de la Transición, entendida como un paradigma para analizar los fenómenos políticos, pierde espacio y peso frente a la Cultura del 15-M.
En realidad esta Cultura del 15-M denuncia el concepto de democracia
elitista heredado de la Transición Española y pone encima de la mesa un
más rico concepto de democracia caracterizado por la participación. Se
trata, en términos clásicos, de una visión republicana de la política y
de una impugnación de la visión oligárquica o elitista propia del
pensamiento liberal.
El tercer eje es el generacional, íntimamente
vinculado al anterior. La ruptura generacional en España es un hecho
constatado, tanto por las condiciones materiales de vida (los jóvenes
tenemos mayor endeudamiento, menos propiedades y mayor inestabilidad
laboral) como por las expectativas vitales (los jóvenes no vemos sino un
negro horizonte en términos laborales y de prestaciones sociales
futuras). Además, la historia política y las etiquetas que apuntalaban
las formas políticas de la transición (el mito del consenso entre
élites, el miedo al pronunciamiento militar, la propaganda
anticomunista…) no tienen validez entre los jóvenes. Todo ello, unido al
deseo de construir una esperanza, otorga un extraordinario poder
simbólico y político a lo nuevo y joven frente a lo viejo o anterior.
El cuarto eje es el territorial, que oscila entre
centralismo-independentismo. Por razones históricas en España este eje
es particularmente complejo, debido también a la poca penetración que
han tenido las ideas federalistas.
En términos de referencia política, Izquierda Unida
se ha situado nítidamente en el eje izquierda-derecha, llevando la
etiqueta incluso en el nombre. Pero también se ha situado de forma
insuficiente en el eje vieja política-nueva política y en el eje
generacional, dejando huérfanos ciertos espacios políticos que
naturalmente han sido ocupados por otras fuerzas políticas. Ciertas
declaraciones peyorativas sobre el 15-M por algunos dirigentes y casos
de corrupción no resueltos con la suficiente rapidez, unido a formas de
democracia interna insuficientemente desarrolladas, han puesto a IU
junto a PP y PSOE a ojos de una parte de la sociedad. Eso sí, IU se ha
situado con suficiente maestría en el eje territorial.
Por el contrario, Podemos ha elaborado su estrategia
huyendo del primer eje y situando toda su energía en el segundo y
tercero. La conclusión me parece clara: Podemos no supone, en ningún
caso, una competencia para Izquierda Unida sino una oportunidad única
para la izquierda que cree en la transformación social.
La oportunidad política
Una oportunidad que pasa necesariamente por la
confluencia, y que debe acometerse con audacia e inteligencia. Desde
luego nada está escrito, pues los obstáculos proliferarán por todas
partes. Pero la potencialidad está ahí, encima de la mesa y de una forma
que hasta ahora nunca había estado. La posibilidad de armar fuerzas a
favor de otro sistema económico y de otra nueva política es hoy mayor
que nunca.
El proceso constituyente, que es precisamente el
concepto político que engloba la posibilidad de construir nuevas reglas
para el juego político, es más fácil conseguir cubriendo los espacios de
la indignación y transformándolos en compromiso político. Y son muchos
los espacios que hay que cubrir, y no todos pueden hacerse desde el
dogmatismo de evaluar la política desde un único eje.
A mi juicio Izquierda Unida tiene la responsabilidad
política de estar a la altura de la historia, como hizo en el momento de
su fundación. Y ello pasa por saber leer bien el tiempo político que
nos ha tocado vivir. La Cultura de la Transición llega a su fin y es
importante desprenderse de los elementos del antiguo régimen que aún
perviven en la sociedad, combatiéndolos política e ideológicamente. Ello
supone apostar por la radicalidad democrática, por una democracia de la
mayoría, y ello implica a su vez hablar también de democracia interna y
de regeneración generacional. Llevar la democracia a todos los espacios
públicos y de la organización fue siempre el propósito de los autores
socialistas y es hoy un imperativo político frente a quienes consideran
que la política es un cortijo reservado para las elites.
Por eso tenemos que ser cautos y hacer análisis
serenos y rigurosos. En ese sentido es muy precipitado hablar de pactos
de la misma forma que es muy absurdo hablar de competiciones entre
organizaciones con el mismo ADN. Tiene más sentido poner los pies en el
suelo y recomponer las piezas del tablero para beneficio de la clase
trabajadora y de los ciudadanos.
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