Pino Arlacchi, ex
Secretario General Adjunto de la ONU, pronunció el 3 de noviembre este
optimista discurso en el Foro de Verona celebrado este año en Samarcanda y
organizado por la Asociación Conoscere Eurasia.
Las guerras actuales y el futuro de la paz mundial
El Viejo Topo
16 noviembre, 2023
Dos guerras en
el espacio de tres años pueden parecer la negación de la narrativa de un mundo
multipolar más estable y pacífico que el que le precedió bajo la tutela
estadounidense. Para algunos comentaristas, estos dos conflictos –el de Ucrania
y el que enfrenta a Israel y Palestina– supondrían una marcha atrás para ir
hacia un sistema internacional sumido en el caos, en el que cualquiera puede
atacar, bombardear y destruir a un adversario sin temer la reacción de un
organismo de control de la seguridad mundial.
Mi opinión es
que el significado profundo de las guerras actuales es lo contrario de lo que
predican estos días los agoreros, que hablan de un Armagedón postamericano que
nos hará añorar los días de la Guerra Fría y el dominio unipolar posterior a
1989.
Estos conflictos
no marcan el inicio de un proceso que nos conducirá –de crisis en crisis, de
genocidio en genocidio, de violencia masiva en violencia masiva– hacia una
tercera guerra mundial y una nueva barbarización de las relaciones entre
Estados. Son más bien un contragolpe, una reacción a dinámicas de progreso del
sistema internacional que avanzan desde hace décadas, y que continuarán a pesar
de las masacres y el duelo perpetrados por las potencias y los intereses
amenazados.
Tomaré como
ejemplo Oriente Medio y los BRICS.
En los últimos
años, los BRICS han llamado la atención mundial como núcleo de un nuevo orden
planetario más justo e inclusivo. Un orden multicultural, multicultural, sin
enemigos mortales, donde no existan bloques hostiles, abierto a la cooperación
entre los pueblos y fundado en el respeto a las identidades y soberanías. Un
orden no militarista, no colonialista, cuya economía se aleja del «capitalismo
clásico» en el sentido de que en los países BRICS el poder público, el Estado,
no está supeditado al poder económico. El sistema dominante aquí es el «Estado
desarrollista», en el que el Estado es el director de los mercados y del
desarrollo socioeconómico. El PIB de los BRICS supera ya al del G7. La
población de este sólo representa el 6% de la mundial, frente al 41% de los
BRICS. La mayoría de los Estados se encuentran en una carrera por el desarrollo
y la prosperidad y ya no saben qué hacer con las 800 bases militares
estadounidenses situadas en los cuatro puntos cardinales. Lo último en lo que
piensa el 90% de los ciudadanos del planeta es enredarse en una alianza militar
que les obliga a luchar contra un enemigo ajeno, situado quizás a miles de
kilómetros de sus vidas.
En estos días
de guerra y desesperación, la declaración de Jake Sullivan, el Asesor de
Seguridad Nacional de Estados Unidos que dijo unas semanas antes del bárbaro
ataque de Hamás contra civiles israelíes, que Oriente Próximo estaba más
tranquilo entonces de lo que había estado en las dos décadas anteriores, es a
menudo objeto de burla. En realidad, el tono burlón está fuera de lugar.
Sullivan tenía razón. De hecho, Oriente Medio antes del 7 de octubre aparecía
como el ejemplo más convincente de la beneficiosa influencia de la
multipolaridad: saudíes e israelíes hablándose por primera vez con mediación
estadounidense, turcos y sirios reuniéndose gracias a Moscú. Y, sobre todo, dos
archienemigos históricos como saudíes e iraníes deponiendo sus espadas,
firmando acuerdos y reabriendo sus embajadas gracias a China. Y hay que añadir
una horrenda guerra en Yemen que entra en stand by, con el telón de fondo de un
colapso vertical del terrorismo y de los conflictos en todo Oriente Próximo
–desde Afganistán a Libia pasando por Irak– tras la retirada estadounidense de
la región.
Gracias a Hamás
y Netanyahu, este escenario se ha venido abajo. Los odios y las divisiones
resurgen en una región que para algunos no avanza hacia una era de relajación
de las tensiones, sino que corre serio peligro de una nueva guerra. Sin
embargo, no creo que se llegue a un enfrentamiento generalizado entre los
países árabes e Irán, por un lado, e Israel, por otro. No se repetirá el Yom
Kippur de 1973, cuando Egipto y Siria lanzaron un ataque por sorpresa contra
las fuerzas armadas israelíes. Egipto mantiene desde hace tiempo buenas
relaciones con Israel, que tiene un tratado de paz con Jordania desde 1994. La
Siria actual no tiene ni el ánimo ni el armamento para lanzarse al campo de
batalla.
Los dos únicos
candidatos a una escalada de la guerra son Irán y Hezbolá. Pero ambos han
señalado que no buscan una confrontación militar total con Israel. Si lo
hubieran querido, además, habrían participado directamente en el ataque inicial
de Hamás. Y no lo hicieron.
Las únicas
entidades propensas a un enfrentamiento existencial a muerte son los fanáticos
de Hamás, por un lado, y los miembros del gobierno de extrema derecha de Tel
Aviv, por otro. Ambos tienen todas las de perder en el proceso de distensión
que estaba en marcha en Oriente Próximo antes del sangriento atentado del 7 de
octubre. Ambos no creen en la solución de los dos Estados. Ambos no están
interesados en dar espacio a una representación fuerte y limpia de los
palestinos. Y sobre esta base no han hecho más que favorecerse descaradamente
en los últimos años, aplazando la confrontación hasta un enfrentamiento final.
Que ahora ha llegado por iniciativa de Hamás, que se ha adelantado a Netanyahu.
Hamás es
consciente de que a partir de la mejora de las relaciones en la región, y
también de la reducción de las tensiones entre Estados Unidos e Irán, es fácil
que resurja el proyecto de los dos Estados junto con un debilitamiento del
apoyo extranjero a sus militantes. Netanyahu, por su parte, quiere la guerra
porque para él es la única manera de evitar la cárcel por corrupción y de
continuar el apartheid contra los palestinos.
Una
contraofensiva israelí excesivamente sangrienta –como la que se está
produciendo actualmente– puede favorecer sin duda una intervención armada de
Irán y sus aliados libaneses de Hezbolá. Pero, al menos hasta ahora, el riesgo
de escalada hasta una guerra abierta entre Israel e Irán sigue siendo limitado.
Hezbolá, Irán y el propio Israel están unidos en su reticencia a correr un
riesgo tan grande.
Ya veremos.
En cualquier
caso, sea cual sea el resultado de las guerras actuales, el camino de las
megatendencias al servicio de la paz no se detendrá. Es un camino agitado,
lleno de momentos difíciles. El avance de la multipolaridad disminuirá los
conflictos a medio y largo plazo, pero en lo inmediato creará otros nuevos, al
hilo de viejas fricciones y al hilo de situaciones creadas por nuevos
equilibrios. Fue Kant quien nos enseñó que el progreso humano no es lineal,
sino incierto y discontinuo. La paz puede estancarse o retroceder incluso
durante largos periodos. Puede verse interrumpida por regresiones
desalentadoras, durante las cuales los hombres parecen retroceder sin haber
aprendido nada. Pero Kant recupera la contradicción constituida por las
explosiones de violencia mediante el concepto de proceso de aprendizaje.
Una dinámica según la cual son precisamente las caídas hacia atrás de la
humanidad las que acaban estimulando el progreso ético y la paz. Esta
progresión a través de regresiones temporales es propia de ese animal de
racionalidad imperfecta que es el hombre y que aprende, aunque con dificultad
de sus errores.
Por eso creo
que el mundo multipolar, los BRICS y el crecimiento de la seguridad mundial
tienen aún –a pesar de los contratiempos– un largo camino por recorrer.
Fuente: l’AntiDiplomatico.
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