Lecturas de autogestión: «Las colectividades de
Aragón» de Félix Carrasquer
“Las
colectividades de Aragón” es un texto generoso y apasionante...
Por José Luis Carretero Miramar
KAOSENLARED
30 Dic, 2020
“Dedico la
memoria de estos hechos auténticos a los colectivistas que, al fusionarse con
espontánea generosidad, alumbraron una sociedad nueva”. Así comienza su obra
“Las colectividades de Aragón”, Félix Carrasquer, educador y organizador
libertario, enamorado de la cultura, que aunaba una tremenda capacidad de
análisis social con una voluntad pedagógica incansable que le llevó a fundar la
“Escuela de Militantes” de la CNT en Monzón, durante la Guerra Civil española.
Un libro que ha sido reeditado recientemente por la editorial Descontrol,
ubicada en el feraz ecosistema cooperativo de Can Batlló, en Barcelona.
“Las
colectividades de Aragón” es un texto generoso y apasionante, con el que
Carrasquer pretende trasladarnos el ambiente y las realizaciones de la obra
autogestionaria de las colectividades agrarias, durante la Guerra Civil.
En una narración
ordenada y muy rica en anécdotas y documentación histórica, Carrasquer nos
explica, con una claridad didáctica envidiable, cómo funcionaban, cómo se
habían organizado, y a qué se dedicaban las colectividades puestas en marcha
por el campesinado de Aragón en 1936.
Carrasquer
comienza su análisis con una afirmación que rompe con ciertos esquematismos
típicos a la hora de analizar los procesos revolucionarios en el campo: “hay
que justipreciar cuánto supone el que la mayoría de los cenetistas y
simpatizantes fueran pequeños propietarios”. Pequeños propietarios acosados,
muchas veces, por las marañas de deudas consustanciales a las dinámicas
caciquiles del campo español, pero no necesariamente “campesinos pobres en la
miseria”. La mayoría de ellos “subvenían a sus necesidades más perentorias”,
pero aún así se habían visto arrastrados por el proceso de politización general
que había inundado a la sociedad española, en un sentido progresista. La CNT se
había expandido entre una población que, por otra parte, había convertido en
héroes populares a los militares que, pocos años antes, habían encabezado la
“Sublevación de Jaca” en un intento prematuro de proclamar la República.
La dinámica de
las colectividades de Aragón, por tanto, desmiente la primaria contradicción
que muchas veces se ha presentado entre “jornaleros que reclaman la
colectivización”, por una parte, y “pequeños propietarios necesariamente
conservadores”, por otra. Carrasquer incide en la importancia de la cultura (lo
que ahora llamaríamos la “hegemonía en un sentido gramsciano”) en el seno del
campesinado aragonés y en lo decisivo, desde el punto de vista cualitativo, de
las personas en el proceso revolucionario. La presencia o no de militantes
formados y capaces representa, para Carrasquer, el elemento definitorio del
éxito o del fracaso de las experiencias colectivistas en el plano local:
“En las
industrias y poblaciones donde había hombres consciente y humanamente
preparados, capaces de dinamizar la vida cívica y económica desde el primer
instante, la colectividad se desenvolvió con una eficacia ejemplar, mientras
que allí donde esos hombres faltaron, su desarrollo fue vacilante y a veces
confuso (…)Esto debería servir de lección para las organizaciones de acción
directa que pretenden sustituir la sociedad represiva y explotadora por otra de
libertad y justicia, y que por eso mismo caerían en flagrante contradicción si
pretendieran hacer el cambio careciendo de hombres que pudieran
garantizar la buena marcha de la colectividad tanto por su competencia técnica
en el área productiva, distributiva y de los servicios como, en una perspectiva
ética, por su capacidad solidaria y su conducta intachable.”
Por todo ello,
afirma Carrasquer, “fácil es comprender que la primera tarea y la más
importante que a dichas organizaciones incumbe es, sin lugar a dudas, una tarea
de carácter pedagógico”.
En ese proceso
pedagógico teórico-práctico que implicó el proceso colectivizador, en el que
los militantes tuvieron que aprender muchas veces “haciendo”, sin una previa
formación técnica y sociopolítica formal, el campesinado aragonés se dotó de
sus propias instituciones y de sus propias reglas de funcionamiento. De una
institucionalidad firmemente asamblearia, un Derecho propio popular y flexible,
y procesos autogestionarios de organización de la producción que aunaban el
despliegue de las técnicas modernas más accesibles y la voluntad de
salvaguardar el bienestar y la equidad en un contexto tendencialmente
igualitario.
Carrasquer hace
hincapié en una de esas instituciones desplegadas por el proceso
colectivizador, la cooperativa local. Según el pedagogo aragonés:
“Fue esta
institución la que permitió coordinar, de la manera más igualitaria posible,
las relaciones económicas entre todos los habitantes de la población. Como el
comercio especulativo se había abolido en Aragón, todo el pueblo, tanto los
miembros de la colectividad como los que no pertenecían a ella, acudían a la
cooperativa para proveerse de cuanto necesitaran, ya fuesen artículos
alimenticios así como prendas de vestir, calzado, artículos caseros o semillas,
abonos, herbicidas u otros para el campo; al mismo tiempo que depositaban en
ella los frutos sobrantes de sus cosechas.”
La cooperativa
funcionaba como almacén comunal, pero también como red de distribución de los
bienes “importados” (comprados fuera del pueblo), como banca propia
(emitía incluso libretas individuales expresando las transacciones y saldos de
cada unidad familiar) y como unidad integradora de la producción de la
colectividad y los propietarios privados que se mantenían ajenos a la misma
(llamados “individualistas”), lo que permitía la “exportación” y
comercialización de lo producido por el pueblo en mejores condiciones (al
permitir economías de escala) que la venta directa por los propietarios
colectivos o privados.
La cooperativa
integraba la “economía privada” (que subsistía en magnitudes variables en los
pueblos) con la derivada de la “colectividad” (formada por los núcleos
familiares que habían decidido poner su trabajo y sus tierras en común). Según
afirma Carrasquer, la cooperativa local tuvo una importancia económica
esencial, pero, además:
“Con ser tan
útil la cooperativa para el desenvolvimiento económico, lo fue mucho más como
escuela de aprendizaje de la convivencia; ya que gracias al imperativo de los
intercambios económicos que reunía en su seno a colectivistas e
individualistas, ambos sectores confluyeron en sus asambleas, donde por conducto
del diálogo pudieron conocerse mejor y abrir cauces inéditos a su cooperación”.
Uno de los
elementos más interesantes del proceso revolucionario aragonés fue que las
cooperativas y colectividades locales no se quedaron aisladas, encerradas en sí
mismas. Ya desde el primer momento, desplegaron un creciente y cada vez más
amplio proceso de integración y planificación participativa, instituyendo
federaciones comarcales y, finalmente, una estructura de coordinación general
que cristalizará en la organización del llamado Consejo de Aragón, como órgano
de autogobierno político e integración económica de toda la región. Nos lo
cuenta Félix Carrasquer:
“Ya en los
primeros meses de la guerra se constituyeron 25 Federaciones Comarcales,
federaciones que hacia septiembre de 1936 reunían en conjunto 450
colectividades, acercándose a las seiscientas en 1937 (…) Así fue como de
colectividad en colectividad se pasó a la Federación Comarcal de
Colectividades, esquema básico a partir del cual el colectivismo aragonés
llegaría a fundirse en una estructura más compleja y susceptible de dar a la
solidaridad una dimensión más amplia y, por tanto, de mayor justicia.”
En los días 14 y
15 de febrero de 1937 tuvo lugar en Caspe el congreso constitutivo de la
Federación de Colectividades de Aragón, al que acudieron unos seiscientos
delegados que representaban a las 25 federaciones comarcales ya constituidas, a
la CNT, a la FAI y a los grupos anarquistas aragoneses. Se acordaron los
estatutos de la Federación (un ejemplo genuino de lo que Laval y Dardot, en su
obra “Común”, llaman el “derecho obrero”) y se adoptaron una serie de
resoluciones para garantizar el abastecimiento en una situación de guerra.
Paralelamente, y
como ya hemos apuntado, se constituía en la sede del Comité Regional de la CNT
en Alcañiz, el 15 de octubre de 1936, el llamado Consejo de Aragón, como órgano
de autogobierno regional. El 20 de noviembre, a regañadientes, el gobierno
central reconocía legalmente a dicho Consejo y en enero de 1937 se establecía
su composición definitiva, en la que figuraban, bajo la presidencia del
cenetista Joaquín Ascaso, representantes de la CNT, de Izquierda Republicana,
de la UGT, del PCE y del Partido Sindicalista.
El libro de
Félix Carrasquer continúa incidiendo en las realizaciones prácticas del proceso
colectivizador, como la extensión de la escolaridad hasta los 15 años, la
construcción de institutos de educación secundaria y de formación profesional
en la región, la apertura de la Escuela de Militantes de Monzón (que dirigió el
propio Carrasquer), o el decidido impulso a la vida cultural de los pueblos y a
las infraestructuras sanitarias básicas en zonas rurales que habían estado
prácticamente abandonadas por el poder central durante décadas.
Se trata de un
libro absolutamente imprescindible para conocer las dinámicas de organización
que estructuraron el proceso colectivista aragonés, y para entender que
pretendía y cómo funcionaba el campesinado colectivizador, no sólo desde el
plano del discurso, sino también de los procesos de implementación cotidiana en
el ámbito local. Como indica Félix Carrasquer en la parte final del capítulo
“Hacia la utopía”:
“Resta decir que
ya no se puede ignorar bajo pretexto alguno, que la obra constructiva llevada a
cabo durante la guerra española entre 1936 y 1939 por las colectividades del
campo y de la industria y de una forma más completa por los campesinos
aragoneses (…) echa por los suelos todos los argumentos sobre la supuesta
incapacidad de los trabajadores para gestionar sus empresas así como para desarrollar
y coordinar las innumerables actividades que conlleva la vida social para dar
satisfacción al ser humano.
Esa es la
lección que un pueblo desgarrado por una guerra que él nunca quiso brinda como
ejemplo a las nuevas generaciones de España y del mundo.”
Sólo nos queda hacer una pequeña y cariñosa admonición a todos nuestros lectores: ¡Leed este libro! El pasado tiene también llaves para un futuro por construir, pero habitado por la esperanza.
José Luis
Carretero Miramar.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario