sábado, 12 de septiembre de 2015

EUROPA, LA UNIÓN EUROPEA Y LA IZQUIERDA

La izquierda y la necesidad de abrir un serio debate sobre el euro y la Unión Europea

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Redacción de Mientras tanto
Rebelión
04.09.2015

Más vale decirlo claramente: la izquierda española tiene que asumir que el euro, tal y como lo conocemos, es una moneda insostenible. Y ello tanto por motivos macroeconómicos como políticos. Los motivos macroeconómicos son fáciles de describir y, en el fondo, ya fueron explicados en 1971 por el economista Nicholas Kaldor: que una zona monetaria no óptima —es decir, cuando un grupo de Estados que deciden compartir moneda no presentan unas perfectas flexibilidad de precios y salarios y movilidad de los factores de producción—, no era viable sin una unión político-fiscal europea que garantizara fuertes transferencias de dinero de los países más ricos hacia los más débiles y sin un Banco Central Europeo que, además de ocuparse de la estabilidad de los precios, actuara de prestamista de última instancia para cada uno de los Estados miembros [6].

 Es más, Kaldor fue profético cuando afirmó que pivotar un proceso de unificación europea en torno a la moneda causaría graves tensiones socioeconómicas entre los Estados del continente. A partir de entonces, decenas de economistas han venido denunciando la disfuncionalidad técnica de la unión monetaria europea (UME) y las características ordoliberales que ésta iba adquiriendo tras la aprobación del Tratado de Maastricht (1992) y del Pacto de Estabilidad y Crecimiento (1997): independencia del Banco Central Europeo de los poderes públicos; parámetros insostenibles y ultraliberales sobre inflación, déficit y deuda pública; imposibilidad para los Estados de intervenir seriamente en la economía, etc. En resumen, ya desde los años noventa resultó evidente que la única política económica posible dentro de la UME era la neoliberal. Con el añadido de que, en los últimos quince años, se ha reforzado en la UE un sistema de gobernanza en manos de políticos y banqueros centrales no elegidos por nadie, y con un Parlamento Europeo sin poderes sustanciales para representar dignamente a los pueblos europeos y ejercer las funciones de un parlamento auténtico.

Pero aún más graves son los problemas políticos: la creación de la moneda única, fuertemente deseada por François Mitterrand y la clase dirigente francesa en los años 1989-1991 para sustraer el marco (y, por ende, para redimensionar) a la nueva Alemania reunificada [7], ha servido, paradójicamente, para aposentar una nueva hegemonía teutónica en el continente. Y ello gracias a la fijación del tipo de cambio, que solucionó el crónico problema de la apreciación del marco a causa de la fuerza exportadora de la economía alemana, y de una política de dumping social llevada a cabo por el gobierno de Gerhard Schröder (la famosa “Agenda 2010”), que se basaba en una presión sobre los salarios a causa de la cual —y a diferencia de lo que ocurría en los países del sur— los costes unitarios laborales se movieron a un ritmo casi idéntico al de la productividad; lo cual, sumado a una inflación que se mantenía más baja que la del resto de la UME por una demanda agregada anémica, impulsó de forma extraordinaria la competitividad alemana. En suma, el gobierno de Schröder realizó una auténtica devaluación interna, al tiempo que la llegada de capitales del norte, la mayoría de los cuales procedían de Alemania, carcomía las economías del sur, endeudándolas (para comprar los productos alemanes ahora ya más convenientes) y mermando su competitividad.

La historia de la crisis económica actual, que comenzó con la fallida de Lehman Brothers pero que en Europa se ha manifestado con mayor brutalidad por las dinámicas consustanciales a la UME, no ha sido otra que la paulatina transformación de lo que era una crisis de deuda privada y exterior en una crisis de deuda pública mediante el saneamiento de los bancos privados europeos con dinero de los contribuyentes. El caso de los primeros dos rescates de Grecia es paradigmático: a través del Fondo Europeo de Rescate, antes, y del Mecanismo Europeo de Estabilidad, después, los ciudadanos europeos han pagado rescates que, lejos de mejorar las condiciones de vida de los griegos, sólo han servido —como hoy reconoce hasta el FMI— para que el Estado griego devolviera sus deudas a los bancos franceses y alemanes. Como ha afirmado un agudo analista, la Eurozona se ha convertido en un “paraíso para los acreedores” [8].

 Y, añadimos nosotros, en un infierno para los deudores, o sea para unos países periféricos que se han visto obligados a equilibrar sus cuentas públicas y exteriores mediante medidas draconianas de austeridad y devaluación salarial; una política que, además de fracasar a la hora de reactivar el mercado laboral, tiene el grave inconveniente de profundizar la especialización en actividades y productos de menor productividad y valor añadido que requieren bajos niveles de cualificación de la fuerza de trabajo [9]

Dicho con otras palabras: el sistema del euro profundiza la actual división europea del trabajo, desplazando, en el caso de los países del sur, recursos importantes que deberían destinarse a un cambio del modelo productivo hacia sectores como el turismo y la construcción.

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