Pandemia: balance de un experimento de obediencia masiva
DIARIO OCTUBRE / 05.07.2024
El título es una declaración en sí misma, que deriva
de una entrevista al historiador y sociólogo Nicolas Mariot, autor de un libro
sobre el asunto publicado el año pasado: “El atestado”.
Muchas veces nos encontramos con crédulos que
preguntan que si no había motivos médicos para imponer medidas, como el
confinamiento, por qué lo hicieron, y la respuesta es múltiple. Una de ellas es
la vigilancia masiva, algo que ya existía pero que jamás se había realizado con
la dimensión que alcanzó durante la pandemia… salvo en los campos de
concentración.
Como diría Foucault, se trataba de “vigilar y
castigar”. Si en las cárceles hay delincuentes, en la pandemia aparecieron los
negacionistas, a los que había que vigilar y castigar. Siempre hay alguien que
no obedece las órdenes que le imponen. En la Edad Media eran los herejes, que
exponían doctrinas opuestas a los dogmas del Vaticano. Ahora han aparecido
personas que se oponen a vacunarse o a encerrarse en sus casas, blandiendo
teorías extrañas e incluso conspiraciones.
Con el tiempo la herejía se convierte en dogma y las
publicaciones científicas empiezan a hacerse eco de esas mismas teorías, que ya
no son tan extrañas ni conspiranoicas.
Frente a los negacionistas, los gobiernos reaccionaron
de manera muy diversa porque los virus y las enfermedades quizá sean los
mismos, pero los hábitos coercitivos cambian de un país a otro. España impuso
un largo confinamiento y Bielorrusia no impuso ninguno. Sin embargo, las
conclusiones son paradójicas: murieron más personas en los lugares en los que
el Estado confinó a la población que en los que no se produjo ningún tipo de
confinamiento.
Las restricciones sanitarias -y especialmente el
confinamiento- midieron la fuerza de los aparatos del Estado. No todos los
Estados tienen la misma capacidad represiva para imponer sus normas. Hubo
países del Tercer Mundo que impusieron las mismas restricciones sanitarias que
los europeos, pero fue un brindis al sol. Ni siquiera intentaron imponerlas por
la fuerza porque no tenían recursos para lograrlo.
Uno de los factores que más influye en los aparatos
represivos del Estado es la resistencia de la población que, a su vez, dice
Mariot, depende de la credibilidad de un determinado Estado, e incluso de un
determinado gobierno, que se transmite a su burocracia sanitaria, a sus médicos
y a sus instituciones de salud pública. En la medida en que la población cree
que ese tipo de restricciones sanitarias, como las mascarillas, tienen algún
carácter técnico o científico, son mucho más fáciles de digerir.
En Francia la pandemia llegó detrás de las luchas de
los chalecos amarillos y contra los recortes de pensiones, con la credibilidad
del gobierno por los suelos, de manera que las restricciones se impusieron con
un grado importante de ejercicio de la fuerza y el castigo. Lo explicó el
propio Macron en el primer mensaje que lanzó tras declarar oficialmente la
pandemia: “Estamos en guerra”. Lo repitió cuatro veces para que quedara bien
claro.
Naturalmente, no se refería a Ucrania porque esa
guerra comenzó dos años después. Lo que Macron quería decir es que su gobierno
se aprestaba a imponer “medidas de guerra”, con la diferencia de que entonces
el enemigo no era Rusia sino su propia población.
(*)
https://lejournal.cnrs.fr/articles/covid-19-bilan-dune-surveillance-massive
FUENTEmpr21.info
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