El mercado mundial del trigo y
el pan nuestro de cada día
Por Gabriel Flores
Rebelion
07/01/2023
Fuentes: Nueva
tribuna
El trigo es una
mercancía global que se comercializa en un mercado mundial fuertemente integrado que determina su
precio, especialmente en situaciones de escasez de oferta, y ofrece un indicador
esencial para la toma de decisiones de inversores y el muy reducido
grupo de grandes empresas agroalimentarias que dominan el comercio
internacional de cereales. Además, como cualquier otra mercancía, es objeto de
deseo de especuladores financieros que, en su entendible afán
de obtener beneficios, influyen en los precios y las cuantías de futuras cosechas
y contribuyen a distribuir y compartir los riesgos asociados a todas las fases
de su producción, almacenamiento, comercialización y transformación en otros
bienes que lo contienen.
El trigo es
también y sobre todo un componente esencial en la alimentación de la
humanidad desde tiempos inmemoriales: los recursos dedicados a su
cultivo, la cosecha de cada temporada y su precio trazan cada año la frontera
del hambre para cientos de millones de personas y la línea que separa la vida
de la muerte para cientos de miles, en los países más pobres y dependientes y
entre los sectores sociales más vulnerables.
La cosecha de trigo de cada temporada y su precio trazan cada año la
frontera del hambre para cientos de millones de personas
Por último, el
trigo puede convertirse en un eficaz instrumento de influencia política y,
llegado el caso, en una poderosa arma de guerra en manos de regímenes
militaristas y poco escrupulosos con los derechos humanos que no dudan en
utilizarlo a conveniencia. El régimen de Putin proporciona el más reciente
ejemplo: cuando lo consideró oportuno para su estrategia de ocupación militar
de Ucrania bloqueó la exportación del trigo desde los puertos del Mar Negro y,
llegado el momento, negoció cuándo y cuánto se podía exportar. Y lo volverá a
hacer mientras dure la guerra, cuando lo considere necesario, jugando con la
vida y el hambre de millones de personas en todo el mundo.
Las neblinas
impuestas por una ideología económica interesada en fabular sobre la supuesta
eficiencia de los mercados globales de alimentos se han disipado. Sabemos todo
lo que hay que saber de la eficacia de los mercados para
multiplicar la capacidad productiva, su ineficacia para valorar los costes y
externalidades destructivas para el medio ambiente que provocan y su
incapacidad de proveer suficientes cereales y alimentos a un 10% de la
población mundial que pasa hambre de forma sistémica, porque no dispone de
capacidad de pago.
¿Se puede
seguir confiando en la supuesta eficiencia del mercado global del trigo y de la
especulación en los mercados de futuros y dejar en sus manos la tarea de suministrar
trigo a los países más pobres y a los sectores sociales que se juegan
la vida en cada contingencia que afecta al buen o mal funcionamiento de ese
mercado? ¿Se puede atribuir a la caridad o a voluntariosas organizaciones de
ayuda humanitaria la responsabilidad de suplir en cada situación crítica las
deficiencias e imperfecciones de ese mercado? ¿Puede la humanidad construir
unas instituciones globales que aseguren el abastecimiento de los alimentos
básicos a las personas hambrientas, sin que la búsqueda de la máxima rentabilidad
empresarial o las disputas comerciales, ideológicas, geoestratégicas y
militares lo impidan?
Los datos básicos del hambre en el mundo
Las
estimaciones de Naciones Unidas indican que, en tan solo dos años, desde la crisis económica desatada por la Covid-19 en marzo de
2020, el número de personas que sufren subalimentación aumentó en 150 millones,
hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021 (alrededor
de un 10% de la población mundial). Y los datos disponibles permiten asegurar
que en 2022 el aumento de las personas afectadas ha sido más intenso, por lo
que el cumplimiento del objetivo internacional de erradicar el hambre en 2030
es más improbable que hace tres años. Se hace necesario cambiar y mejorar la
ruta y los planes de actuación existentes para hacer viable ese objetivo y
blindarlo frente a las nuevas circunstancias y vulnerabilidades puestas en
evidencia por la pandemia y la invasión militar de Ucrania.
El número de personas que sufren subalimentación aumentó en 150 millones,
hasta alcanzar los 828 millones de personas en 2021
La prevalencia
de la subalimentación es el indicador 2.1.1 de los Objetivos de
Desarrollo del Milenio (ODS) que proporciona una estimación de la
proporción de la población mundial que sufre hambre o realiza un consumo
habitual de alimentos insuficiente para proporcionar los niveles de energía
alimentaria necesarios para llevar una vida normal, activa y sana.
En el
continente africano, el perímetro del hambre duplica el de la media mundial:
afectaba en 2019-2021 al 19,1% de su población total y la sufrían especialmente
los niños menores de 5 años (un 30,7% del total mostraba en 2020 retrasos en su
crecimiento) y las mujeres (un 37,5% de la población femenina de entre 15 y 49
años padecía anemia en 2019). Y lo peor afectaba a los países de África
central, donde esos porcentajes alcanzaban una media del 30,5%, que ascendía
hasta el 36,8% en el caso de los niños más pequeños y al 43,2%, entre las
mujeres. Situación que se ha agravado en 2022 por la guerra en Ucrania, ya que
los principales proveedores de trigo a los países africanos son Rusia y
Ucrania, por lo que los impactos de la guerra pueden empeorar aún más en 2023.
Compárese la extensión del hambre en África con los mínimos
porcentajes de prevalencia que sufren España y el resto de países de altos
ingresos (inferiores al 2,5%) o la inmensa mayoría de los países europeos, con
porcentajes también inferiores al 2,5%.
Un mundo
civilizado no puede convivir pacíficamente con el aumento del hambre en el
mundo, por mucho que la guerra en Ucrania complique la tarea, ni renunciar a
tener un programa eficaz de lucha contra el hambre y por su
erradicación en 2030.
Contraponer el
asaltar los cielos con tener los pies en la tierra es un mal principio. El
mundo desarrollado sigue disponiendo de los recursos necesarios para acabar con
la lacra del hambre, la comunidad internacional tiene margen
de negociación para alcanzar en esta situación extrema de confrontación militar
un acuerdo (como ya lo se demostró con el desbloqueo de los puertos del mar
Negro del pasado mes de julio) y cuenta con el apoyo social necesario para que
pueda lograrse.
Un mundo civilizado no puede convivir pacíficamente con el aumento del
hambre en el mundo
El mercado mundial del trigo
El trigo se
cultiva en todo el mundo, ya que se adapta a una amplia variedad de condiciones
climáticas, aunque su rendimiento varía mucho por continentes y regiones en
función de la calidad de la tierra, la climatología y las tecnologías e insumos
disponibles. Del total de una cosecha mundial anual que en los
últimos años varía en torno a los 800 millones de toneladas (Mt), alrededor de
tres cuartas partes se comercializan y consumen en los países que lo cosechan
(a través de mercados nacionales y comarcales) y tan solo entre una cuarta o
quinta parte se vende en el mercado mundial o se almacena en función de la
cuantía cosechada.
La producción
mundial se caracteriza por su escasa homogeneidad en la productividad por
países y una gran concentración en 20 grandes economías que generan el 86% de
la cosecha mundial. En 2022, los 5 grandes países productores de trigo fueron
China, con una producción estimada de 138 Mt; Unión Europea, 134 Mt; India, 103
Mt; Rusia, 91 Mt; y EEUU, 45 Mt. El caso de Ucrania, con 20,5 Mt cosechadas,
merece un comentario especial, ya que se situaba como noveno productor mundial
pese a haber perdido en 2022, como consecuencia de la guerra de agresión que
sufre, una quinta parte de su producción; estimación que las autoridades
ucranianas aumentaban para el conjunto de las cosechas de cereales hasta el
40%. Retroceso con graves impactos mundiales si se tiene en cuenta que la
participación de Ucrania en las exportaciones internacionales de trigo era del
10%, aumentando al 13% en el caso de la cebada y al 15% en el del maíz.
El grado de
concentración por países de unas exportaciones mundiales de trigo que en 2021
se aproximaron a los 200 Mt es mayor que el de la producción, ya que casi el
95% se originó en 10 economías, entre las que los primeros lugares eran
ocupados en 2021 por Rusia, UE, Australia, EEUU y Ucrania. En general, los
grandes países productores son también los que más trigo exportan,
con la excepción de China, ya que su consumo interno en los últimos años es
similar a la producción y mantiene una estrategia de seguridad alimentaria que
prioriza incrementar los niveles de almacenamiento.
El consumo interno de China, en los últimos años, es similar a la
producción y mantiene una estrategia de seguridad alimentaria
La
concentración empresarial de las exportaciones es aún mayor que por países, ya
que 6 grandes conglomerados comercializadores internacionales, Archer
Daniels Midland, Bunge, Cargill y Louis Dreyfus (los ABCD), a los que se ha
incorporado en los últimos años Viterra y la china COFCO, controlan el 90% del
comercio internacional del trigo, resto de cereales y buena parte de la
actividad de la industria agroalimentaria, influyendo en la determinación
de sus precios internacionales y extendiendo sus negocios al
almacenamiento, transporte, financiación, fabricación de alimentos para
animales, mercados de biocombustibles, explotación directa de tierras de su
propiedad o arrendadas, suministros de insumos o mercados de futuros.
En los precios
de las exportaciones de trigo, el gran salto se produjo, como consecuencia
de la invasión de Ucrania, en el segundo trimestre de
2022, cuando los precios internacionales aumentaron casi un 90%, según
variedades y diferentes mercados. Entre las causas, además de la incertidumbre
en el suministro del trigo ucraniano, destacan el fuerte aumento del precio de
los fertilizantes (el cultivo del trigo es muy intensivo en su uso), el aumento
de las restricciones a las exportaciones, tanto de tipo cuantitativo como
fiscales, que fueron impuestas por muchos países para asegurar el
abastecimiento interno y la especulación que desatan las crisis por las
oportunidades de enriquecimiento rápido que llevan asociadas. La firma de la
Iniciativa de Cereales del Mar Negro en julio de 2022 por parte de Rusia y
Ucrania, auspiciada por la ONU y Turquía, desbloqueó la exportación del grano
por los puertos del mar Negro y tuvo un rápido efecto a la baja sobre
los precios internacionales, a lo que se sumó el descenso de los precios de
ls materias primas energéticas. Varios incidentes militares que afectaron a la
flota rusa del Mar Negro y amenazas de retirada de la Iniciativa de Cereales
por parte de Rusia provocaron en octubre nuevas tendencias alcistas. Nada
invita a pensar que la continuidad de la Iniciativa o su sustitución por otro
acuerdo vayan a ser tareas sencillas mientras continúe la guerra.
La respuesta no está sólo en el viento
Desde hace
décadas se vienen aprobando planes, metas y acuerdos internacionales que han
intentado reducir el hambre en el mundo. En los últimos años, con la pandemia y
la guerra, los progresos han desaparecido y se han hecho palpables las limitaciones
de las instituciones y los planes existentes para erradicar el hambre
en 2030: lejos de avanzar, se ha retrocedido y el hambre y las enfermedades y
muertes por falta de alimentos se han extendido.
Con la pandemia y la guerra, los progresos han desaparecido y se han hecho
palpables las limitaciones de las instituciones
Por eso es tan
importante recuperar la sensibilidad social y la conciencia
ciudadana sobre la importancia de poner en pie una lucha eficaz contra el
hambre en todo el mundo. Y, en esa tarea, saber que lo que hay no funciona y
conocer los datos básicos del hambre y de los mercados globales de alimentos
puede ayudar a que se reencuentren los deseos de la mayoría y las prioridades
de la acción política progresista.
Mientras se
acumulan fuerzas y apoyos sociales que permitan construir un nuevo orden
mundial decente, es posible revitalizar la lucha contra el hambre. La comunidad
internacional puede y debe redoblar los esfuerzos para promover en todos los
países el aumento de la producción regional y nacional de trigo y la
autosuficiencia a medio plazo. Puede y debe también emprender a corto plazo, en
este mismo año crucial de 2023, la constitución de almacenes
compartidos de trigo y cereales de emergencia gestionados por
instituciones multilaterales y la provisión de un fondo mundial de ayuda
financiera que permitan responder de forma inmediata a las potenciales crisis
alimentarias.
La comunidad internacional puede y debe redoblar los esfuerzos para
promover en todos los países el aumento de la producción regional y nacional de
trigo
No hay nada que
inventar, sólo faltan voluntad política y compromiso social: no
suponen desembolsos públicos inasumibles, son factibles a corto plazo,
evitarían muchos sufrimientos y muertes y supondrían retornos inmediatos, en
forma de estabilidad social y política, mejores condiciones para el desarrollo
económico de los países más pobres y mayor arraigo de la población en sus
territorios de origen, que superarían con creces las inversiones y ayudas que
realizarían los países ricos. Hay que exigirlos y hacer un sitio a esas
propuestas en la agenda y los programas de nuestras instituciones y de las
fuerzas progresistas.
No hay ningún
tipo de incompatibilidad entre los objetivos de aumentar los niveles de
protección social de los sectores vulnerables y recuperar el poder adquisitivo
perdido por la mayoría social en España y en el resto de las economías
desarrolladas con el de incrementar los esfuerzos para erradicar el
hambre en las economías subdesarrolladas, dependientes y empobrecidas. Son
tareas complementarias que forman parte del mismo impulso civilizatorio y
humanitario en el que la UE está en condiciones de tener un papel clave.
Estas líneas
quieren ser una modesta invitación a las personas de buena voluntad para
que el ruido y lo inmediato no les haga olvidar la lucha mundial contra el
hambre al comenzar un nuevo año cargado de incertidumbres y amenazas en el que
nos jugamos muchas cosas; entre otras, nuestra capacidad de asombro y vergüenza
por el sufrimiento evitable.
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