Diciembre de 1868: la breve «Comuna de Cádiz». Un hecho histórico poco
conocido
KAOSENLARED / Diciembre 2021
Cada vez que la lucha obrera en Cádiz recurre a las
barricadas, como ha sucedido hace pocos días con el proletariado del
Metal, los más viejos del lugar recuerdan inmediatamente las luchas de
Astilleros de 1977 y cómo desde las azoteas de las casas de los barrios
populares se lanzaban a los
antidisturbios mesas, sillas, macetas,… y hasta
electrodomésticos. Pero eso no fue una novedad. Ya en diciembre de 1868,
durante la Comuna de Cádiz, el pueblo hostigó a la tropa gubernamental lanzando desde las
azoteas todo tipo de objetos. Así se aprecia en el detalle del grabado de las
luchas en las barricadas del barrio de San Juan (Cádiz), con la catedral y la
iglesia de Santiago al fondo1.
Cádiz tiene 3.000 años de historia, y casi tantos de lucha obrera y
revolucionaria (exagerando, claro…).
Puede
parecer casi un sacrilegio comparar lo sucedido en Cádiz los días 5, 6 y 7 de
diciembre de 1868 con la mítica Comuna de París de marzo a mayo de 1871, pero
solo la brevedad de aquellos acontecimientos y la enorme falta de
información pueden ocultar sus características revolucionarias que marcaron
toda una época. La historiografía se ha encargado de subrayar las enormes bajas
del ejercito y del pueblo, las numerosas barricadas (¡hasta 185 sin
contar con otras de menor entidad!) y la profusión de tiros y cañonazos
que destrozaron numerosos edificios y arbolado de la ciudad. Por eso
se refieren a esos días como «Los tiros de Cádiz» o «Las barricadas de Cádiz».
Pero hubo mucho más; mucho más que no se contó, que apenas se esbozó y que
constituye toda una novedad en la historia republicana y revolucionaria del
estado español. El Comité republicano federal de Cádiz y la Comandancia de
los Voluntarios de la Libertad gobernaron
la ciudad de forma democrática y autónoma por espacio de una semana, y eso en
medio de una crisis militar sin precedentes. Además, el pueblo no contaba con
la ordenanza y su obediencia ciega al mando, pero sí dispuso de audacia e
imaginación, convicción en la causa que defendían y sobre todo confianza en los
oficiales de los batallones de Voluntarios, que
ellos mismos habían elegido por sufragio, y que los llevaron a la victoria.
Fue la
primera vez en nuestra historia que el pueblo venció al ejército. La primera
vez que el ejército, a cuyo frente estaba el segundo cabo de la Capitanía
General de Andalucía, el general La Serna -que había sustituido al brigadier
Peralta, herido en un pie-, izaba la bandera blanca de parlamento a los tres
días de combate, solicitando negociaciones al pueblo en armas. Hasta ese punto
se sintieron derrotados aquellos que, a diferencia de los Voluntarios, habían ordenado días
antes que ondeara la bandera negra de lucha sin cuartel en el edificio de la
Aduana de Cádiz donde el ejército había establecido el cuartel general. Este
hecho insólito hizo que de nuevo se admirara al pueblo de Cádiz, a los
republicanos de Cádiz, como verdaderos héroes en su lucha por los derechos
democráticos y la Libertad.
***
No es
motivo de este breve escrito explicar los hechos que subyacían en el
origen de las «barricadas de Cádiz». Baste decir que desde que estalló la
Revolución de Septiembre en la ciudad y en las aguas de su Bahía, los elementos
más reaccionarios que la lideraron comenzaron a conspirar para que «nada
esencial cambiara»: por eso se eligió un Gobierno Provisional con mayoría de
la Unión Liberal del
general Serrano y del Partido
Progresista del general Prim y el brigadier Topete, sin la
participación del Partido
Demócrata, que había proporcionado el imprescindible
elemento civil en la Revolución y en los Batallones de Voluntarios; por eso constituyeron
Ayuntamientos y Diputaciones a partir de las Juntas Revolucionarias, sin
sufragio de ningún tipo; por eso dejaron sin derecho al voto a los varones
menores de 25 años, asegurándose ganar las elecciones municipales y a Cortes
Constituyentes, convocadas para el mes de enero, facilitado por las castas
caciquiles que aún perduraban; por eso pretendieron controlar y desarmar a su
antojo a los Voluntarios de la
Libertad; y por eso no tardaron en desenmascararse y manifestarse
partidarios de una monarquía, eso sí, democrática, y que se materializó en la Coalición Monárquica de
unionistas, progresistas moderados y algunos demócratas vergonzantes, a quienes
llamaron cimbrios,
encabezados por Nicolás María de Rivero. Todo ello provocó que
el Partido Demócrata saltara hecho pedazos e irrumpiera con fuerza un
nuevo Partido Democrático
Republicano que a mediados de noviembre sacó a sus cientos de
miles de simpatizantes a las calles de todos los pueblos y ciudades. La lucha
entre Monarquía y República había comenzado. El fantasma de la República Federal recorrió la península, y
especialmente Andalucía y la provincia de Cádiz, donde los republicanos tenían
una mayor tradición de insurrecciones y levantamientos y eran mayoría entre las
capas populares. Había que desarmar a los Voluntarios de la Libertad a toda costa, con cualquier
pretexto, por todos los medios posibles. Solo con el pueblo desarmado, la
monarquía democrática sería una realidad.
***
El Bando
del gobernador militar de Cádiz, brigadier Joaquín de Peralta el mediodía del 5
de diciembre de 1868 provocó un enorme grito de indignación del pueblo
gaditano. Declarar el estado de guerra en la provincia, suspender las garantías
individuales, prohibir las reuniones de más de cinco personas, prohibir la
prensa, o requisar el armamento de los Voluntarios de la Libertad, era un ataque directo a las
preciadas libertades recién conquistadas en la Revolución de Septiembre. No
hacía ni dos meses que el general Juan Prim les había hablado desde la
misma Tacita de Plata: «¡A
las armas, ciudadanos, a las armas! ¡Basta ya de sufrimiento! La
paciencia de los pueblos tiene su límite en la degradación (…) ha
sonado la hora de la revolución…». ¿Y ahora se las quitaban, cuando la
revolución estaba en peligro y se estaba gestando una vuelta a la monarquía?
Ese
sentimiento de desprecio se complicó y se hizo virulento en la calle Alonso el
Sabio (actual calle Pelota) cuando un encuentro entre dos mitades en línea de
artilleros que iban publicando el bando por las calles y un grupo de
voluntarios armados que iban al ayuntamiento convocados por su comandante
Fermín Salvochea, derivó en el primer combate callejero con el resultado de
numerosos muertos y heridos, contabilizando Altadill2 veinticuatro
bajas entre los artilleros. Ya no hubo marcha atrás ni el gobierno mostró
deseos de negociar y volver a la normalidad. Al contrario. Pocos minutos antes
del estallido armado, cuando Juan José Junco y José Ramón López, los
comandantes de los Voluntarios del
Segundo Batallón pertenecientes en su mayoría al partido progresista, y otros
oficiales del mismo como Faustino Díaz, acudieron a pedir
explicaciones al gobernador militar por la publicación del bando, fueron
apresados en el edificio de la Aduana.
Aunque
las cifras de muertos y heridos nunca se sabrán con certeza, pues algunos cuerpos
de soldados fueron calcinados o tirados al mar, ante la imposibilidad de
su enterramiento en aquellos tres días de combates ininterrumpidos, el autor
Mejías Escassy3,
que aseguraba que visitó personalmente el cementerio y los hospitales, decía
que no bajarían de 350 las bajas del ejército, de los que una tercera parte
serían soldados y oficiales muertos; ni de 100 las bajas de los voluntarios de la Libertad, de los
que la tercera parte habrían fallecido. Altadill, que escribió su obra
meses más tarde, aumentaba la cifra de bajas, y aseguraba que el día 8, tras la
tregua, «se dio sepultura a los muertos cuyo número no bajaba de 500 por parte
del ejército, no habiendo llegado a la mitad de esta cifra los que tuvo el
pueblo». El Partido Republicano de Cádiz, por su parte, pedía en un comunicado
después de la lucha en las barricadas, «a los republicanos de España, los republicanos de Europa, y los republicanos del
mundo entero», que derramaran «una lágrima sobre la tumba de un centenar de
nuestros hermanos, de un centenar de mártires de la idea republicana», y
también pedían esas lágrimas para «otro doble número de víctimas inocentes,
soldados, mujeres y niños inmolados en aras de la tiranía de algunos
miserables». Estas cifras, aun sin ser exactas, y aunque oficialmente apenas si
se reconoció una cuarta parte para restar gravedad a lo sucedido, sí
nos muestran la terrible batalla que se vivió en Cádiz, y el alcance de la
derrota que sufrió el ejército frente a los voluntarios de la Libertad dirigidos por su comandante en
jefe Fermín Salvochea, aclamado desde entonces como el «verdadero héroe entre
los héroes de las barricadas».
El
pueblo armado asaltó el Parque de Artillería, un carro del ejército con rifles
y municiones, y hasta el castillo de San Sebastián. En las barricadas
aparecieron 9 cañones de gran calibre, y especialmente se apoderaron de uno del
calibre 36, llamado Pizarro,
que causó verdadera conmoción entre la tropa. Todo eso fue cierto y
se narró en las páginas de los diarios. Pero además de este histórico triunfo
del pueblo gaditano, conviene recordar que ese episodio constituyó también el
primer ejemplo de cómo se organizó una ciudad como Cádiz de forma republicana y
democrática, una especie de Comuna
de Cádiz, pero en pequeñito. Así lo expresaba de nuevo Mejías Escassy,
que no era republicano, y eso es importante señalarlo:
«Los
gaditanos hemos tenido ocasión de apreciar, aunque por poco tiempo,
desgraciadamente, el benéfico influjo de la idea republicana llevado a la
práctica en un momento decisivo de la más terrible crisis. (…)
«Cádiz,
entregado a sí mismo, gobernado por sí mismo, sin otra autoridad más que su
soberanía, sin otra barrera más que su sensatez, su cordura, su honradez y sus
generosos sentimientos, ha realizado, con gran admiración del país entero, de
Europa, del mundo, el sistema republicano».
Los
datos explicativos que proporciona este autor sobre la «República de Cádiz»
durante breves días son muy escasos, pero dejan traslucir una
realidad edificante. La ciudad se organizó sin autoridades políticas
municipales, que literalmente corrieron a esconderse en sus casas al escuchar
los primeros tiros. Estos políticos, según Escassy, eran «impopulares hasta lo
sumo», y los honrados gaditanos les mostraban «el sarcástico desdén que se
tributa siempre a lo que para
nada sirve; a lo que nada es, porque nada debe ser». También
desaparecieron de las calles los guardias municipales y hasta los serenos;
«faltaba en Cádiz esa plaga de polizontes,
llamados malamente agentes de
seguridad, porque lo único que aseguran es el haber que
perciben mensualmente y que sale de las entrañas del desgraciado pueblo, que
les paga para que les tiranice y a veces apalee sin justicia»; en la ciudad no
hubo más autoridad y organización que los voluntarios de la Libertad, con sus mandos, sus responsables de
cada barricada, sus centinelas nocturnos, etc. Sorprendió a los observadores, e
incluso lo reconoció el diario conservador El Comercio (Cádiz), que en la
ciudad no hubo robos ni venganzas de ningún tipo, respetando las propiedades y
a los enemigos del pueblo que se sabían escondidos en sus casas señoriales («el
domicilio fue respetado hasta lo fabuloso», decía Escassy), así como a las
iglesias y demás mobiliario urbano eclesiástico. Y todo ello con la
coordinación político-militar ubicada en la Casa-Ayuntamiento a cargo del
Comité Republicano de Cádiz4,
liderado por su vicepresidente Eduardo Benot, y del Primer Batallón
de Voluntarios, comandado por Salvochea, y los capitanes milicianos Pacheco y
Grimaldi.
Las
barricadas se llenaron de cartelones con «Pena de muerte al ladrón», como había
ocurrido desde los tiempos de la Milicia Nacional durante el bienio progresista
(1854-1856) y con un lema totalmente novedoso en una ciudad en armas: «¡Viva la
República!, ¡Viva la República Federal!». En algunas barricadas y en la
Casa-Ayuntamiento ondearon banderas tricolores republicanas5,
y en su fachada se desplegó una gran pancarta llamando a la fraternidad entre
soldados y pueblo: «¡Licencia absoluta! ¡Viva el ejército! ¡Todos hermanos!».
Escassy
también nos describe cómo muchos de los presos que salieron de la Cárcel al
quedar desarmados los guardias que los custodiaban, fueron a solicitar poder
participar en los combates, y quedaron custodiados en el Ayuntamiento
encomendándoles el llenado de cartuchos de pólvora y tareas auxiliares
similares como servir de munición a los cuatro cañones apostados en las
barricadas de la puerta. Al contrario de lo que manifestó la prensa
reaccionaria, los presos no provocaron ni un solo altercado, y su comportamiento
ciudadano fue ejemplar.
De igual
manera, de forma breve y concisa porque no era el motivo de su narración,
Mejías Escassy relata la colaboración de los pequeños comerciantes de la
ciudad, que, mientras hubo víveres en los almacenes, repartieron a los vecinos
de forma ordenada los alimentos que les solicitaron, previa entrega de un vale
firmado por cada jefe de barricada. No hubo robos ni asaltos; no se dieron
excusas para las calumnias.
Por
último, no es menos interesante y educativo valorar el papel descaradamente
tergiversador de la prensa conservadora y reaccionaria, inundando de mentiras a
la opinión pública, así como a los despachos de los gobiernos civiles,
ayuntamientos y comandancias militares. Ese «extravío» de la opinión, como dice
Escassy, contaminó incluso a la misma prensa democrática y republicana, que se
«tragó», sin rubor alguno, que en Cádiz se estaban sublevando los isabelinos y
carlistas -que habían engañado a los republicanos federales-, y que el «oro
monárquico» corría por las calles de la ciudad. Pecaron de una ingenuidad
casi criminal. Verdad es que el telégrafo estaba cortado y que las noticias
directas tardaron en llegar, en primer lugar a Sevilla. Pero la regla de oro de
todo revolucionario y demócrata es desconfiar de todo lo que
provengan de las fuentes gubernamentales y de los reaccionarios. Seguro que
aprendieron la lección para las siguientes batallas que se libraron en lo que
quedaba de «Sexenio Democrático». No es motivo de este escrito narrar lo que
aconteció desde la tregua solicitada por el ejército y la rendición de
los Voluntarios ante
la llegada a Cádiz del imponente contingente militar que llevó el
general Caballero de Rodas el día 12 de diciembre.
El
centro de la ciudad de Cádiz quedó acribillado y destrozado, se llenaron los
hospitales y las fosas y nichos de los cementerios, y los prisioneros en
baluartes y castillos se contaron por centenares. ¿Y el pueblo de Cádiz? ¿Culpó
de esa tremenda tragedia a los republicanos, tan denigrados por la prensa, o al
gobierno criminal? En las elecciones del mes siguiente tuvo oportunidad de
pronunciarse, y de este modo lo resumía Mejías Escassy en su obra citada:
…entretanto, el pueblo de Cádiz es convocado para
elegir un municipio; y el municipio nombrado es republicano.
Entretanto, Cádiz es convocado para elegir
diputados para las Constituyentes; y Cádiz elije diputados republicanos.
Elije a Salvochea.
Nada hay mas elocuente que la voz del pueblo. Por
más que la quieran ahogar, siempre sus ecos son soberanos, porque el pueblo es
el único soberano de las naciones.
NOTAS:
1Grabado aparecido en la revista inglesa Illustrated London News.
2Monarquía son monarca: grandezas y miserias de
la Revolución de Septiembre, de Antonio Altadill
(Barcelona, 1869). Se narran los sucesos de Cádiz entre las páginas 136
(Capítulo XVII) y 186 (Capítulo XXI).
3En su obra Las Barricadas de
Cádiz (1869).
4Faltaban el presidente y Primer Comandante del Primer Batallón de
Voluntarios de la Libertad, Rafael Guillén Martínez, y Gumersindo de la Rosa,
que habían salido el mismo día 5 de diciembre para acudir a un mitin regional
republicano en Álora (Málaga). Este es uno de los argumentos de peso esgrimidos
contra los que denunciaban una insurrección federal organizada (¿sin su máximo
responsable político-militar?), cuando en realidad fue un grito de indignación
y desengaño de todo un pueblo.
5Se ignoran los colores de esa tricolor, que fueron muy variables en
aquellos meses, aunque predominaba la roja, blanca y morada. Lo que sí llama la
atención es que los republicanos de Cádiz no quisieron enarbolar su bandera
partidista de color rojo y con el lema «República Federal», utilizada en sus
manifestaciones más recientes, y optaron por aquella tricolor más genérica. Como
no se cansaron de decir, no fue
una insurrección republicana federal.
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