domingo, 5 de diciembre de 2021

Diciembre de 1868: la breve «Comuna de Cádiz». Un hecho histórico poco conocido

 

Diciembre de 1868: la breve «Comuna de Cádiz». Un hecho histórico poco conocido

Por Manuel Almisas Albéndiz

KAOSENLARED / Diciembre 2021

 


Cada vez que la lucha obrera en Cádiz recurre a las barricadas, como ha sucedido hace pocos días con el proletariado del Metal, los más viejos del lugar recuerdan inmediatamente las luchas de Astilleros de 1977 y cómo desde las azoteas de las casas de los barrios populares se lanzaban a los antidisturbios mesas, sillas, macetas,… y hasta electrodomésticos. Pero eso no fue una novedad. Ya en diciembre de 1868, durante la Comuna de Cádiz, el pueblo hostigó a la tropa gubernamental lanzando desde las azoteas todo tipo de objetos. Así se aprecia en el detalle del grabado de las luchas en las barricadas del barrio de San Juan (Cádiz), con la catedral y la iglesia de Santiago al fondo1. Cádiz tiene 3.000 años de historia, y casi tantos de lucha obrera y revolucionaria (exagerando, claro…).

Puede parecer casi un sacrilegio comparar lo sucedido en Cádiz los días 5, 6 y 7 de diciembre de 1868 con la mítica Comuna de París de marzo a mayo de 1871, pero solo la brevedad de aquellos acontecimientos y la enorme falta de información pueden ocultar sus características revolucionarias que marcaron toda una época. La historiografía se ha encargado de subrayar las enormes bajas del ejercito y del pueblo, las numerosas barricadas (¡hasta 185 sin contar con otras de menor entidad!) y la profusión de tiros y cañonazos que destrozaron numerosos edificios y arbolado de la ciudad. Por eso se refieren a esos días como «Los tiros de Cádiz» o «Las barricadas de Cádiz». Pero hubo mucho más; mucho más que no se contó, que apenas se esbozó y que constituye toda una novedad en la historia republicana y revolucionaria del estado español. El Comité republicano federal de Cádiz y la Comandancia de los Voluntarios de la Libertad gobernaron la ciudad de forma democrática y autónoma por espacio de una semana, y eso en medio de una crisis militar sin precedentes. Además, el pueblo no contaba con la ordenanza y su obediencia ciega al mando, pero sí dispuso de audacia e imaginación, convicción en la causa que defendían y sobre todo confianza en los oficiales de los batallones de Voluntarios, que ellos mismos habían elegido por sufragio, y que los llevaron a la victoria.

Fue la primera vez en nuestra historia que el pueblo venció al ejército. La primera vez que el ejército, a cuyo frente estaba el segundo cabo de la Capitanía General de Andalucía, el general La Serna -que había sustituido al brigadier Peralta, herido en un pie-, izaba la bandera blanca de parlamento a los tres días de combate, solicitando negociaciones al pueblo en armas. Hasta ese punto se sintieron derrotados aquellos que, a diferencia de los Voluntarios, habían ordenado días antes que ondeara la bandera negra de lucha sin cuartel en el edificio de la Aduana de Cádiz donde el ejército había establecido el cuartel general. Este hecho insólito hizo que de nuevo se admirara al pueblo de Cádiz, a los republicanos de Cádiz, como verdaderos héroes en su lucha por los derechos democráticos y la Libertad.

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No es motivo de este breve escrito explicar los hechos que subyacían en el origen de las «barricadas de Cádiz». Baste decir que desde que estalló la Revolución de Septiembre en la ciudad y en las aguas de su Bahía, los elementos más reaccionarios que la lideraron comenzaron a conspirar para que «nada esencial cambiara»: por eso se eligió un Gobierno Provisional con mayoría de la Unión Liberal del general Serrano y del Partido Progresista del general Prim y el brigadier Topete, sin la participación del Partido Demócrata, que había proporcionado el imprescindible elemento civil en la Revolución y en los Batallones de Voluntarios; por eso constituyeron Ayuntamientos y Diputaciones a partir de las Juntas Revolucionarias, sin sufragio de ningún tipo; por eso dejaron sin derecho al voto a los varones menores de 25 años, asegurándose ganar las elecciones municipales y a Cortes Constituyentes, convocadas para el mes de enero, facilitado por las castas caciquiles que aún perduraban; por eso pretendieron controlar y desarmar a su antojo a los Voluntarios de la Libertad; y por eso no tardaron en desenmascararse y manifestarse partidarios de una monarquía, eso sí, democrática, y que se materializó en la Coalición Monárquica de unionistas, progresistas moderados y algunos demócratas vergonzantes, a quienes llamaron cimbrios, encabezados por Nicolás María de Rivero. Todo ello provocó que el Partido Demócrata saltara hecho pedazos e irrumpiera con fuerza un nuevo Partido Democrático Republicano que a mediados de noviembre sacó a sus cientos de miles de simpatizantes a las calles de todos los pueblos y ciudades. La lucha entre Monarquía y República había comenzado. El fantasma de la República Federal recorrió la península, y especialmente Andalucía y la provincia de Cádiz, donde los republicanos tenían una mayor tradición de insurrecciones y levantamientos y eran mayoría entre las capas populares. Había que desarmar a los Voluntarios de la Libertad a toda costa, con cualquier pretexto, por todos los medios posibles. Solo con el pueblo desarmado, la monarquía democrática sería una realidad.

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El Bando del gobernador militar de Cádiz, brigadier Joaquín de Peralta el mediodía del 5 de diciembre de 1868 provocó un enorme grito de indignación del pueblo gaditano. Declarar el estado de guerra en la provincia, suspender las garantías individuales, prohibir las reuniones de más de cinco personas, prohibir la prensa, o requisar el armamento de los Voluntarios de la Libertad, era un ataque directo a las preciadas libertades recién conquistadas en la Revolución de Septiembre. No hacía ni dos meses que el general Juan Prim les había hablado desde la misma Tacita de Plata: «¡A las armas, ciudadanos, a las armas! ¡Basta ya de sufrimiento! La paciencia de los pueblos tiene su límite en la degradación (…) ha sonado la hora de la revolución…». ¿Y ahora se las quitaban, cuando la revolución estaba en peligro y se estaba gestando una vuelta a la monarquía?

Ese sentimiento de desprecio se complicó y se hizo virulento en la calle Alonso el Sabio (actual calle Pelota) cuando un encuentro entre dos mitades en línea de artilleros que iban publicando el bando por las calles y un grupo de voluntarios armados que iban al ayuntamiento convocados por su comandante Fermín Salvochea, derivó en el primer combate callejero con el resultado de numerosos muertos y heridos, contabilizando Altadill2 veinticuatro bajas entre los artilleros. Ya no hubo marcha atrás ni el gobierno mostró deseos de negociar y volver a la normalidad. Al contrario. Pocos minutos antes del estallido armado, cuando Juan José Junco y José Ramón López, los comandantes de los Voluntarios del Segundo Batallón pertenecientes en su mayoría al partido progresista, y otros oficiales del mismo como Faustino Díaz, acudieron a pedir explicaciones al gobernador militar por la publicación del bando, fueron apresados en el edificio de la Aduana.

Aunque las cifras de muertos y heridos nunca se sabrán con certeza, pues algunos cuerpos de soldados fueron calcinados o tirados al mar, ante la imposibilidad de su enterramiento en aquellos tres días de combates ininterrumpidos, el autor Mejías Escassy3, que aseguraba que visitó personalmente el cementerio y los hospitales, decía que no bajarían de 350 las bajas del ejército, de los que una tercera parte serían soldados y oficiales muertos; ni de 100 las bajas de los voluntarios de la Libertad, de los que la tercera parte habrían fallecido. Altadill, que escribió su obra meses más tarde, aumentaba la cifra de bajas, y aseguraba que el día 8, tras la tregua, «se dio sepultura a los muertos cuyo número no bajaba de 500 por parte del ejército, no habiendo llegado a la mitad de esta cifra los que tuvo el pueblo». El Partido Republicano de Cádiz, por su parte, pedía en un comunicado después de la lucha en las barricadas, «a los republicanos de España, los republicanos de Europa, y los republicanos del mundo entero», que derramaran «una lágrima sobre la tumba de un centenar de nuestros hermanos, de un centenar de mártires de la idea republicana», y también pedían esas lágrimas para «otro doble número de víctimas inocentes, soldados, mujeres y niños inmolados en aras de la tiranía de algunos miserables». Estas cifras, aun sin ser exactas, y aunque oficialmente apenas si se reconoció una cuarta parte para restar gravedad a lo sucedido, sí nos muestran la terrible batalla que se vivió en Cádiz, y el alcance de la derrota que sufrió el ejército frente a los voluntarios de la Libertad dirigidos por su comandante en jefe Fermín Salvochea, aclamado desde entonces como el «verdadero héroe entre los héroes de las barricadas».

El pueblo armado asaltó el Parque de Artillería, un carro del ejército con rifles y municiones, y hasta el castillo de San Sebastián. En las barricadas aparecieron 9 cañones de gran calibre, y especialmente se apoderaron de uno del calibre 36, llamado Pizarro, que causó verdadera conmoción entre la tropa. Todo eso fue cierto y se narró en las páginas de los diarios. Pero además de este histórico triunfo del pueblo gaditano, conviene recordar que ese episodio constituyó también el primer ejemplo de cómo se organizó una ciudad como Cádiz de forma republicana y democrática, una especie de Comuna de Cádiz, pero en pequeñito. Así lo expresaba de nuevo Mejías Escassy, que no era republicano, y eso es importante señalarlo:

«Los gaditanos hemos tenido ocasión de apreciar, aunque por poco tiempo, desgraciadamente, el benéfico influjo de la idea republicana llevado a la práctica en un momento decisivo de la más terrible crisis. (…)

«Cádiz, entregado a sí mismo, gobernado por sí mismo, sin otra autoridad más que su soberanía, sin otra barrera más que su sensatez, su cordura, su honradez y sus generosos sentimientos, ha realizado, con gran admiración del país entero, de Europa, del mundo, el sistema republicano».

Los datos explicativos que proporciona este autor sobre la «República de Cádiz» durante breves días son muy escasos, pero dejan traslucir una realidad edificante. La ciudad se organizó sin autoridades políticas municipales, que literalmente corrieron a esconderse en sus casas al escuchar los primeros tiros. Estos políticos, según Escassy, eran «impopulares hasta lo sumo», y los honrados gaditanos les mostraban «el sarcástico desdén que se tributa siempre a lo que para nada sirve; a lo que nada es, porque nada debe ser». También desaparecieron de las calles los guardias municipales y hasta los serenos; «faltaba en Cádiz esa plaga de polizontes, llamados malamente agentes de seguridad, porque lo único que aseguran es el haber que perciben mensualmente y que sale de las entrañas del desgraciado pueblo, que les paga para que les tiranice y a veces apalee sin justicia»; en la ciudad no hubo más autoridad y organización que los voluntarios de la Libertad, con sus mandos, sus responsables de cada barricada, sus centinelas nocturnos, etc. Sorprendió a los observadores, e incluso lo reconoció el diario conservador El Comercio (Cádiz), que en la ciudad no hubo robos ni venganzas de ningún tipo, respetando las propiedades y a los enemigos del pueblo que se sabían escondidos en sus casas señoriales («el domicilio fue respetado hasta lo fabuloso», decía Escassy), así como a las iglesias y demás mobiliario urbano eclesiástico. Y todo ello con la coordinación político-militar ubicada en la Casa-Ayuntamiento a cargo del Comité Republicano de Cádiz4, liderado por su vicepresidente Eduardo Benot, y del Primer Batallón de Voluntarios, comandado por Salvochea, y los capitanes milicianos Pacheco y Grimaldi.

Las barricadas se llenaron de cartelones con «Pena de muerte al ladrón», como había ocurrido desde los tiempos de la Milicia Nacional durante el bienio progresista (1854-1856) y con un lema totalmente novedoso en una ciudad en armas: «¡Viva la República!, ¡Viva la República Federal!». En algunas barricadas y en la Casa-Ayuntamiento ondearon banderas tricolores republicanas5, y en su fachada se desplegó una gran pancarta llamando a la fraternidad entre soldados y pueblo: «¡Licencia absoluta! ¡Viva el ejército! ¡Todos hermanos!».

Escassy también nos describe cómo muchos de los presos que salieron de la Cárcel al quedar desarmados los guardias que los custodiaban, fueron a solicitar poder participar en los combates, y quedaron custodiados en el Ayuntamiento encomendándoles el llenado de cartuchos de pólvora y tareas auxiliares similares como servir de munición a los cuatro cañones apostados en las barricadas de la puerta. Al contrario de lo que manifestó la prensa reaccionaria, los presos no provocaron ni un solo altercado, y su comportamiento ciudadano fue ejemplar.

De igual manera, de forma breve y concisa porque no era el motivo de su narración, Mejías Escassy relata la colaboración de los pequeños comerciantes de la ciudad, que, mientras hubo víveres en los almacenes, repartieron a los vecinos de forma ordenada los alimentos que les solicitaron, previa entrega de un vale firmado por cada jefe de barricada. No hubo robos ni asaltos; no se dieron excusas para las calumnias.

Por último, no es menos interesante y educativo valorar el papel descaradamente tergiversador de la prensa conservadora y reaccionaria, inundando de mentiras a la opinión pública, así como a los despachos de los gobiernos civiles, ayuntamientos y comandancias militares. Ese «extravío» de la opinión, como dice Escassy, contaminó incluso a la misma prensa democrática y republicana, que se «tragó», sin rubor alguno, que en Cádiz se estaban sublevando los isabelinos y carlistas -que habían engañado a los republicanos federales-, y que el «oro monárquico» corría por las calles de la ciudad. Pecaron de una ingenuidad casi criminal. Verdad es que el telégrafo estaba cortado y que las noticias directas tardaron en llegar, en primer lugar a Sevilla. Pero la regla de oro de todo revolucionario y demócrata es desconfiar de todo lo que provengan de las fuentes gubernamentales y de los reaccionarios. Seguro que aprendieron la lección para las siguientes batallas que se libraron en lo que quedaba de «Sexenio Democrático». No es motivo de este escrito narrar lo que aconteció desde la tregua solicitada por el ejército y la rendición de los Voluntarios ante la llegada a Cádiz del imponente contingente militar que llevó el general Caballero de Rodas el día 12 de diciembre.

El centro de la ciudad de Cádiz quedó acribillado y destrozado, se llenaron los hospitales y las fosas y nichos de los cementerios, y los prisioneros en baluartes y castillos se contaron por centenares. ¿Y el pueblo de Cádiz? ¿Culpó de esa tremenda tragedia a los republicanos, tan denigrados por la prensa, o al gobierno criminal? En las elecciones del mes siguiente tuvo oportunidad de pronunciarse, y de este modo lo resumía Mejías Escassy en su obra citada:

…entretanto, el pueblo de Cádiz es convocado para elegir un municipio; y el municipio nombrado es republicano.

Entretanto, Cádiz es convocado para elegir diputados para las Constituyentes; y Cádiz elije diputados republicanos.

Elije a Salvochea.

Nada hay mas elocuente que la voz del pueblo. Por más que la quieran ahogar, siempre sus ecos son soberanos, porque el pueblo es el único soberano de las naciones.

NOTAS:

1Grabado aparecido en la revista inglesa Illustrated London News.

2Monarquía son monarca: grandezas y miserias de la Revolución de Septiembre, de Antonio Altadill (Barcelona, 1869). Se narran los sucesos de Cádiz entre las páginas 136 (Capítulo XVII) y 186 (Capítulo XXI).

3En su obra Las Barricadas de Cádiz (1869).

4Faltaban el presidente y Primer Comandante del Primer Batallón de Voluntarios de la Libertad, Rafael Guillén Martínez, y Gumersindo de la Rosa, que habían salido el mismo día 5 de diciembre para acudir a un mitin regional republicano en Álora (Málaga). Este es uno de los argumentos de peso esgrimidos contra los que denunciaban una insurrección federal organizada (¿sin su máximo responsable político-militar?), cuando en realidad fue un grito de indignación y desengaño de todo un pueblo.

5Se ignoran los colores de esa tricolor, que fueron muy variables en aquellos meses, aunque predominaba la roja, blanca y morada. Lo que sí llama la atención es que los republicanos de Cádiz no quisieron enarbolar su bandera partidista de color rojo y con el lema «República Federal», utilizada en sus manifestaciones más recientes, y optaron por aquella tricolor más genérica. Como no se cansaron de decir, no fue una insurrección republicana federal.

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