domingo, 3 de enero de 2021

Mis mejores deseos entre los años de 2021 y hasta el 4025 a los de abajo que están ayudando a otros que estás más abajo. Y a los de arriba, culpables de la situación de los de abajo, que se empiecen a caer ya de las alturas que para luego es tarde, y que se vayan pegando el zoquetazo de cejas contra el bordillo de la acera, y cuando reboten que caigan de costado derecho, y nadie vea mala fe mía en este deseo, porque ya más amorosamente no lo puedo hacer, que si los hago rebotar como una pelota de goma para que caigan de costado derecho, es para que hallen el debido equilibrio compensativo amoratamiento cejas-costillar derecho, nada más. Y obsérvese que ni mus he dicho contra las malas bestias de la política al servicio de los de arriba por estar libre de polvo y paja, o sea, sin pecado, como la Virgen, tal cual, y además, exuberante, regocijante, recalcitrante, alucinante e imbuido que es una barbaridad de lo imbuido que estoy, del espíritu Navideño en la paz, amor y tal, de Nuestro Señor que todo lo ve, porque tiene vista de lince y es más agudo que el hambre. Vamos, que no se le escapa una, y no vayan a creer que esto es cosa mía o que digo yo las cosas por decir. Miren si lleva bien las cuentas Nuestro Señor aquí en la tierra y está al tanto del rebaño de ovejas que tiene, que hasta sabe los pelos que se le desmoñan en las sesiones del Congreso a Pablo. A Pablo el Apóstol no, al otro, a Pablo Iglesias. Siendo tal mi estado, no tengo yo porque dirigirme a ninguna mala bestia de las que gobiernan el mundo, gobiernos, bancos, municipios o diarios informativos de esos de postín. Yo solo hablo a los trabajadores, a los de abajo, medio bajos o bajos enteros. Lea quien sepa leer. Punto.

 

Los cuidados entre los de abajo

América LatinaMovimientos sociales  

Raúl Zibechi

El Viejo Topo

29.12.2020



En los momentos críticos afloran potencialidades que estaban encubiertas en los pliegues de la vida cotidiana y que resultaban invisibles para los observadores. Así como las grandes marejadas sacan a la luz lo que permanecía bajo la superficie, durante las tormentas sociales, económicas y políticas, reaparece la potencia de la acción colectiva y comunitaria.

La pandemia está siendo la oportunidad no sólo para los de arriba, que aumentan ganancias de forma exponencial y hacen avanzar sus proyectos neoliberales extractivos, sino también para los de abajo que van profundizando lazos solidarios y avanzan en nuevas formas de organización.

Las tramas comunitarias que parecían haberse evaporado en las grandes ciudades, cobran forma en miles de iniciativas de cuidados colectivos en las que la ayuda mutua y la solidaridad permiten sobrellevar los dolores de la pandemia ante la ausencia de los estados, secuestrados por las clases dominantes.

La solidaridad nace de los vínculos comunitarios y de cercanía que los pueblos han conservado. La Ciudad de México cuenta con 765 mercados y 3 mil 150 tianguis, según un trabajo del Centro de Estudios Casa de los Pueblos: El rostro oculto del ombligo de la luna (https://bit.ly/2LGCWrI).

Espacios de intercambio, pero también de convivencia y socialidad, los define un trabajo del Centro Educativo y Cultural Cama de Nubes y de Fernando González*.

Quisiera conocer cómo ha sido la vida cotidiana de los tianguis a lo largo de este año tremendo, cómo se han desplegado los tejidos comunitarios en barrios y colonias, en los territorios donde los sectores populares siguen haciendo sus vidas en común contra viento y marea.

En Uruguay se formaron en los primeros meses de la pandemia más de 700 ollas populares y comedores comunitarios, cuando arreciaba la desocupación y la población que sobrevive en la informalidad estaba impedida de trabajar. Además surgieron coordinadoras de ollas con la voluntad de seguir trabajando cuando finalice la emergencia.

El trabajo realizado por un grupo de docentes y estudiantes de la Universidad de la República y del sindicato bancario, entramados solidarios en tiempos de crisis, consiguió rastrear estos espacios y dialogar con la mayoría de ellos. El primer dato es la distribución espacial, ya que las ollas populares nacieron y continúan vivas en los territorios históricos de las organizaciones de trabajadores.

Los datos recogidos dicen: cada olla funciona, en promedio, tres días a la semana, sirve alrededor de 180 platos diarios y en ellas trabajan unas ocho personas, de forma solidaria, sin remuneración. El 43 por ciento de las ollas son organizadas por vecinos que se juntaron expresamente para esa tarea, aunque la mayoría tenía militancia social y barrial previa.

Trece por ciento de las ollas populares fueron creadas por sindicatos, colectivos militantes (no partidos), centros culturales y cooperativas de vivienda o trabajo. Unas cuantas funcionan en clubes deportivos y sociales en los barrios populares y apenas una minoría están vinculadas a partidos, iglesias y ONG (menos de 5 por ciento).

Más de un tercio de estos emprendimientos declararon la intención de seguir con algún tipo de actividad territorial, ya sea vinculada a la alimentación o a otras iniciativas, destacando el deseo de construir centros comunitarios. En total, trabajan 6 mil 100 personas en las ollas de Uruguay, a quienes podemos encuadrar como militantes sociales de sus territorios, una cifra importante en un país de poco más de 3 millones de habitantes.

La presencia de mujeres es ampliamente mayoritaria (57 por ciento), predominan las y los jóvenes (59 por ciento), y una parte considerable no tiene trabajo estable, lo cual se corresponde con el perfil del activismo social en el mundo.

¿Cómo consiguen los alimentos?: 80 por ciento son donaciones de personas que habitan en el barrio, 61 por ciento proviene de pequeños comercios (misceláneas o tiendas familiares). La instituciones y el Estado tienen una participación mucho más pequeña. La mayoría de las ollas participan en algún tipo de coordinación que en general no trasciende la propia ciudad y suele ser inestable.

El trabajo destaca la importancia de la memoria de los momentos de crisis y de las tramas comunitarias prexistentes, que son renovadas por las nuevas experiencias. En años recientes hemos constatado la importancia de estas iniciativas de base en todas las geografías del continente.

A partir de estas constataciones, me parece necesario preguntarnos. ¿Cómo se hace política desde las tramas comunitarias urbanas?, ¿cómo podemos colaborar en su permanencia y potenciar su embrionaria tensión emancipatoria y anticapitalista?

Siento que pueden ser una base para construir algo mayor, desde la reproducción colectiva de la vida. Si no lo hacemos, llegarán los funcionarios del Estado y de los partidos para reconvertirlas en eslabones del capital.

 

Artículo publicado originalmente en La Jornada.

 

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