Los cuidados entre los de
abajo
América Latina, Movimientos
sociales
El Viejo Topo
29.12.2020
En los momentos
críticos afloran potencialidades que estaban encubiertas en los pliegues
de la vida cotidiana y que resultaban invisibles para los observadores. Así
como las grandes marejadas sacan a la luz lo que permanecía bajo la superficie,
durante las tormentas sociales, económicas y políticas, reaparece la potencia
de la acción colectiva y comunitaria.
La pandemia
está siendo la oportunidad no sólo para los de arriba, que aumentan ganancias
de forma exponencial y hacen avanzar sus proyectos neoliberales extractivos,
sino también para los de abajo que van profundizando lazos solidarios y avanzan
en nuevas formas de organización.
Las tramas
comunitarias que parecían haberse evaporado en las grandes ciudades, cobran
forma en miles de iniciativas de cuidados colectivos en las que la ayuda mutua
y la solidaridad permiten sobrellevar los dolores de la pandemia ante la
ausencia de los estados, secuestrados por las clases dominantes.
La solidaridad
nace de los vínculos comunitarios y de cercanía que los pueblos han conservado.
La Ciudad de México cuenta con 765 mercados y 3 mil 150 tianguis, según un
trabajo del Centro de Estudios Casa de los Pueblos: El rostro oculto
del ombligo de la luna (https://bit.ly/2LGCWrI).
Espacios de
intercambio, pero también de convivencia y socialidad, los define un trabajo
del Centro Educativo y Cultural Cama de Nubes y de Fernando González*.
Quisiera
conocer cómo ha sido la vida cotidiana de los tianguis a lo largo de este año
tremendo, cómo se han desplegado los tejidos comunitarios en barrios y
colonias, en los territorios donde los sectores populares siguen haciendo sus
vidas en común contra viento y marea.
En Uruguay se
formaron en los primeros meses de la pandemia más de 700 ollas populares y
comedores comunitarios, cuando arreciaba la desocupación y la población que
sobrevive en la informalidad estaba impedida de trabajar. Además surgieron
coordinadoras de ollas con la voluntad de seguir trabajando cuando finalice la
emergencia.
El trabajo
realizado por un grupo de docentes y estudiantes de la Universidad de la
República y del sindicato bancario, entramados solidarios en tiempos de
crisis, consiguió rastrear estos espacios y dialogar con la mayoría de ellos.
El primer dato es la distribución espacial, ya que las ollas populares nacieron
y continúan vivas en los territorios históricos de las organizaciones de
trabajadores.
Los datos
recogidos dicen: cada olla funciona, en promedio, tres días a la semana, sirve
alrededor de 180 platos diarios y en ellas trabajan unas ocho personas, de
forma solidaria, sin remuneración. El 43 por ciento de las ollas son
organizadas por vecinos que se juntaron expresamente para esa tarea, aunque la
mayoría tenía militancia social y barrial previa.
Trece por ciento
de las ollas populares fueron creadas por sindicatos, colectivos militantes (no
partidos), centros culturales y cooperativas de vivienda o trabajo. Unas
cuantas funcionan en clubes deportivos y sociales en los barrios populares y
apenas una minoría están vinculadas a partidos, iglesias y ONG (menos de 5 por
ciento).
Más de un
tercio de estos emprendimientos declararon la intención de seguir con algún
tipo de actividad territorial, ya sea vinculada a la alimentación o a otras
iniciativas, destacando el deseo de construir centros comunitarios. En
total, trabajan 6 mil 100 personas en las ollas de Uruguay, a quienes podemos
encuadrar como militantes sociales de sus territorios, una cifra importante en
un país de poco más de 3 millones de habitantes.
La presencia de
mujeres es ampliamente mayoritaria (57 por ciento), predominan las y los
jóvenes (59 por ciento), y una parte considerable no tiene trabajo estable, lo
cual se corresponde con el perfil del activismo social en el mundo.
¿Cómo consiguen
los alimentos?: 80 por ciento son donaciones de personas que habitan en el
barrio, 61 por ciento proviene de pequeños comercios (misceláneas o tiendas
familiares). La instituciones y el Estado tienen una participación mucho más
pequeña. La mayoría de las ollas participan en algún tipo de coordinación que
en general no trasciende la propia ciudad y suele ser inestable.
El trabajo
destaca la importancia de la memoria de los momentos de crisis y de
las tramas comunitarias prexistentes, que son renovadas por las
nuevas experiencias. En años recientes hemos constatado la importancia de estas
iniciativas de base en todas las geografías del continente.
A partir de
estas constataciones, me parece necesario preguntarnos. ¿Cómo se hace política
desde las tramas comunitarias urbanas?, ¿cómo podemos colaborar en su
permanencia y potenciar su embrionaria tensión emancipatoria y anticapitalista?
Siento que
pueden ser una base para construir algo mayor, desde la reproducción colectiva
de la vida. Si no lo hacemos, llegarán los funcionarios del Estado y de los
partidos para reconvertirlas en eslabones del capital.
Artículo
publicado originalmente en La Jornada.
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