(La foto, que es de Siria, puede ser tomada, no obstante, como referencia espiritual para los que promueven y apoyan la acción humanitaria del capital USA y comparsa en Venezuela que encabeza, hablando desde el punto de vista titiritero, Guaidó, al que los venezolanos llaman guevón, el presidente que sin ser presidente preside nada, excepto una potencial matanza entre trabajadores venezolanos)
lemonde.fr
Siria
Tras ocho
años de guerra, la imposible reconstrucción
Benjamin
Barthe
Viento sur
20.03.2019
Tras ocho años de un conflicto que ha amputado al país
la mitad de su población, Bachar Al-Assad permanece en el poder. En un contexto
de desencanto en su propio campo, ahora debe realizar una guerra económica.
Fue el momento álgido del desencanto de la oposición
siria. En diciembre de 2016, las y los anti-Assad perdían Alepo y comprendían
que su sueño de derrocar al régimen no se realizaría. Un poco más de dos años
han pasado desde entonces y la desilusión ha cambiado de campo. La metrópolis
plurimilenaria, antiguo pulmón industrial de Siria, es hoy la capital de la
amargura lealista.
Rodeada de ruinas, roída por las penurias, aislada del
resto del país, Alepo languidece. “Se nos ha dicho que hemos ganado la guerra
pero, ¿dónde están los frutos de la victoria? ¿Qué futuro se nos prepara?”
masculla un hombre de negocios alepino que viaja entre Líbano y Siria y que,
como la mayor parte de las fuentes interrogadas para este artículo, ha
insistido en permanecer en el anonimato, por miedo a las represalias de las
autoridades.
La reconstrucción de la prestigiosa ciudad levantina,
devastada por cuatro años de combates, ha comenzado con pasitos pequeños. La
limpieza de los escombros ha permitido restablecer la circulación en el
interior del casco viejo y de los barrios orientales en los que los rebeldes se
habían hecho fuertes. Con la ayuda de las Naciones Unidas o bien de
organizaciones de caridad, ciertos edificios que aguantaban aún en pie han sido
arreglados.
En un edificio se ha reemplazado una puerta, en otro
se ha estabilizado un balcón o una escalera, arreglado una brecha en la
fachada, restaurado el escaparate de una tienda y arreglado las canalizaciones.
Pero a falta de fondos para lanzar un amplio plan de reconstrucción, la mayor
parte del este de la ciudad, destruida por meses de bombardeos aéreos, sigue
siendo un campo de desolación.
“Hemos reencontrado nuestras vidas y en general la
situación es buena”, asevera una empleada municipal que se esfuerza por guardar
las apariencias. “Pero es cierto que la gente está decepcionada. Se carece de
trabajo y de estabilidad. La electricidad solo funciona doce horas al día. La
reapertura del aeropuerto [anunciada para 2017] se sigue haciendo esperar.
Reconciliar nuestros recuerdos con el estado actual de la ciudad es muy
difícil”.
Un salto hacia atrás de varias decenas de años
La falta de gas, un producto de primera necesidad
durante el invierno alepino, a menudo riguroso, cristaliza el descontento de la
población. Estas últimas semanas se han multiplicado fotos, acompañadas de un
montón de comentarios indignados, de habitantes haciendo colas de varios
centenares de metros para obtener una bombona.
“Los lealistas gruñen, no admiten que el gas, el
gasóleo o el agua puedan faltar cuando los terroristas se han ido”, confíesa un
hombre de negocios alauita (la confesión del clan Assad), que vive entre Beirut
y Damasco. “No llegan a comprender que, en este guerra, todo el mundo ha
perdido”.
El balance del conflicto, tanto humano como material,
da vértigo. Se cuentan entre 300.000 y 500.000 las muertes, 1,5 millones de
personas inválidas, 5,6 millones de refugiadas y 6,6 millones de desplazadas.
El país ha perdido las tres cuartas partes de su producto interior bruto (PIB),
que ha pasado de 60.000 millones de dólares (53.000 millones de euros) en 2010
a alrededor de 15.000 millones hoy.
Un tercio del parque inmobiliario ha quedado destruido
o dañado. La economía ha dado un salto de varias decenas de años hacia atrás,
en particular el sector agrícola, que ha conocido en 2018, su peor cosecha en
tres decenios.
La factura de la reconstrucción está estimada en entre
200.000 y 400.000 millones de dólares. “Hay que acabar por comprender que la
Siria de 2011 ya no existe”, dice la geógrafa francesa Leila Vignal. “Estamos
ante un país que ya nada tiene que ver con lo que se ha conocido”.
Responder a las expectativas de la población
Los combates no han terminado completamente en Siria
pero, desde un punto de vista político, la posguerra ha comenzado. La rebelión,
desalojada en 2018 de los extrarradios de la capital y de la región meridional
de Deraa, solo controla ya una pequeña región, alrededor de Idlib, en el
noroeste del país. Este territorio sin gran valor, controlado por yihadistas de
Tahrir Al-Cham, una emanación de Al Qaeda, está condenado a ser reconquistado,
tarde o temprano, por el régimen y sus soportes ruso e iraní. Desde la caída de
Alepo-Este, los padrinos árabes y occidentales de la oposición se han resignado
al mantenimiento en el poder de Bachar Al-Assad.
El noreste de Siria escapa también a las fuerzas
lealistas. La situación allí está en calma. Una parte de ese territorio, en la
margen derecha del Eúfrates, está bajo el protectorado de hecho de Ankara, que
lo gobierna a través de ex-rebeldes que han pasado a estar a sus órdenes.
Ligado a Moscú en el marco del proceso de Astana (un
mecanismo de desescalada militar), y comprometido en un acercamiento silencioso
con el poder sirio, el presidente turco, Recep Tayyip Erdogan no tiene ningún
interés en relanzar las hostilidades.
La margen izquierda del río es dominio de las Fuerzas
Democráticas Sirias (FDS), la alianza kurdo-árabe que acosa a los últimos
irreductibles de la organización Estado Islámico (EI). Dado que su protector
americano parece querer abandonar su implicación en Siria, es probable que una
vez aniquilados los residuos del califato, las FDS, dominadas por las y los
kurdos del PYD (Partido de la Unión Democrática), encontrarán un terreno de
entente con Damasco.
En este contexto, el asunto número uno para el poder
no es ya militar, sino económico. No se trata ya de resistir a los asaltos de
la insurrección, sino de responder a las expectativas de la población, ávida de
estabilidad, y, en primer lugar, de la gente pro-Assad que reclama recompensas
por sus sacrificios. Comienza una segunda batalla, que promete ser tan dantesca
como la primera.
El gobierno, evidentemente, no sale ganador. Salvo la
reparación de las carreteras, que progresa, el país está detenido. La mayor
parte de los concursos públicos son retrasados de mes en mes porque las cajas
del Estado están vacías. Y no por casualidad. El petróleo, el turismo y los
fosfatos, que compensaban antes de 2011 la debilidad estructural de los
ingresos fiscales, no ingresan ya casi nada.
Los pozos de hidrocarburos están situados en zonas
actualmente controladas por las y los kurdos y se necesitarán largos años antes
de que encuentren su nivel de producción de antes de la guerra. El mercado
turístico, floreciente en los años 2000, está en punto muerto. Y el 70% de los
ingresos generados por las minas de fosfatos han sido cedidos a la compañía
Stroytransgaz, gigante de la industria rusa. Un regalo para el jefe del
Kremlin, Vladimir Putin, en contrapartida al salvamento de Bachar Al-Assad.
“El gobierno está en situación de cuasi-quiebra”,
asegura un experto damasceno. “Solo le quedan uno o dos mil millones de dólares
de reservas”.
Damas denuncia la injerencia
La salvación no vendrá de los Estados Unidos, ni de la
Unión Europea (UE). Patrocinadores habituales de los planes de reconstrucción
por todo el mundo condicionan su ayuda a una transición política, que suponga
el apartamiento progresivo de Bachar Al-Assad. Aunque algunos miembros de los
28 parezcan dispuestos a prescindir de esta regla , como Italia, los países del
Viejo Continente que disponen de las capacidades financieras más importantes,
como Alemania, Francia y el Reino Unido, se niegan por el momento a transigir.
Damasco denuncia la injerencia en sus asuntos
internos. Tanto más cuanto que el país es ya objetivo de sanciones europeas y
americanas. Un arsenal de medidas punitivas, que apunta a 349 individuos y
entidades asociadas el régimen, pero también a sectores clave de la economía,
como los bancos y el petróleo, y que disuaden a las empresas extranjeras de
invertir en el país. La denuncia de una nueva guerra, destinada a obtener, en
el terreno económico, lo que no ha sido ganado en el terreno militar, gana
adeptos más allá de los círculos lealistas.
“Es escandaloso, la presencia en el poder de Bachar
Al-Assad no justifica tomar como rehén a la población”, se indigna un consultor
económico sirio que hace el puente entre Beirut y Damasco. “La infancia no
tiene que pagar por sus crímenes de guerra”. “Es inconcebible financiar un
régimen que no tiene ninguna intención de hacer volver a las personas
refugiadas o de liberar a las y los presos y que no ofrece ninguna garantía
sobre el uso de los fondos”, responde Leila Vignal.
En una entrevista con una cadena de televisión rusa,
en junio de 2018, el presidente sirio ha cerrado el debate. Respaldado por su
milagroso restablecimiento, ha excluido, por principio, todo papel de los
occidentales en la reconstrucción. “No les permitiremos participar en él,
vengan o no con dinero, con o sin préstamos, con donaciones, subvenciones, o
cualquier otra cosa. No tenemos necesidad de Occidente”, ha zanjado Bachar Al-Assad,
más bravucón que nunca.
Deseo piadoso
Las autoridades sirias aseguran que el dinero de la
reconstrucción vendrá de las asociaciones público-privadas (APP), de bancos
locales y de sus indefectibles amigos rusos e iranís.
Pero es un deseo piadoso, un “tranquilizante para la
población”, juzga un jefe de empresa de Damasco. Tres años después de la
promulgación de la ley sobre las APP, ninguna se ha creado. Y ni Moscú ni
Teherán tienen los medios para invertir de forma masiva en trabajos tan poco
remuneradores como la construcción de escuelas, de hospitales y de viviendas
sociales.
En el otoño de 2018, según The Syria Report,
una página de informaciones económicas muy detalladas, Rusia se ha desentendido
incluso de la reparación de la principal central eléctrica de Alepo. No habrá
ni Plan Marshall ni plan Putin para Rusia.
La presión económica sobre el país incluso se ha
reforzado en invierno. El Tesoro americano ha puesto bajo amenaza de sanción a
quienes participen en el transporte de petróleo por vía marítima entre Irán y
Siria. Era una línea vital que permitía al régimen ser abastecido en
carburantes sin tener que abrir su cartera, al consistir las entregas en un
préstamo a largo plazo.
La amenaza americana ha roto en seco este sector,
privando al poder de importantes rentas, y contribuyendo a las penurias de gas,
que han golpeado a Alepo de forma especial. La urgencia de encontrar un
circuito de aprovisionamiento alternativo es probablemente la razón por la que
Bachar Al-Assad ha acudido a finales de febrero a Teherán, su primer
desplazamiento a Irán desde 2011.
“Estamos en situación de asedio económico”
“Estamos en situación de asedio económico”, sostiene
un patrón de Damasco, que se define como “ni a favor ni en contra del régimen”.
“Los Estados Unidos y la UE”, plantea, “no han asumido todavía el hecho de que
Bachar ha ganado la guerra”. “La situación no tiene nada que ver con el embargo
contra Irak de los años 1990”, objeta Jihad Yazigi, redactor en jefe del Syria
Report. “Siria continúa comerciando con decenas de países de todo el
mundo”.
Este experto económico cercano a la oposición, demanda
a Washington un levantamiento del bloqueo petrolero y una flexibilización
gradual de las demás sanciones, a cambio de concesiones de Damasco sobre la
cuestión de las personas refugiadas y presas.
“El impacto de las sanciones es negativo”, reconoce,
”pero su papel en la catástrofe económica actual es relativamente débil. Los
principales responsables de la destrucción del país siguen siendo la aviación
siria y su homóloga rusa, que han aniquilado la mitad de Homs, Alepo, y Deir
ez-Zor, así como decenas de ciudades más pequeñas. Los Estados Unidos, con la
destrucción de Rakka, y Turquía, que ha facilitado el saqueo de la zona
industrial de Alepo, tienen también una parte de responsabilidad. Y luego otros
factores continúan jugando un papel, como la depreciación de la libra siria y
la omnipresencia de las redes de corrupción del régimen”.
La revisión en 2014 de la licencia de explotación de
las dos compañías de telefonía móvil sirias, Syriatiel y MTN, en un sentido que
les resultaba extremadamente favorable, es emblemática de los chanchullos.
Según The Syria Report, la medida, desprovista de justificación legal,
ha suprimido 200.000 millones de libras sirias (345 millones de euros) de las
cajas del Estado. A finales de febrero, consecuencia directa de este favor,
Syriatel, propiedad del riquísimo primo del presidente, Rami Makkhluf, ha
anunciado una subida de sus ganancias del 39%.
¿Dónde encontrar los brazos necesarios para realizar
un trabajo tan monumental?
La reconstrucción de Siria no solo encuentra
obstáculos contables y políticos. Suponiendo que el dinero llegue súbitamente,
¿dónde encontrar los brazos necesarios para realizar un trabajo tan monumental?
Entre las personas muertas (entre 300.000 y 500.000), las inválidas (1,5
millones), las exiliadas (5,5 millones), las presas (80.000) y las refractarias
al servicio militar que se esconden, una gran parte de la mano de obra siria ha
desaparecido.
[Un país privado de la mitad de la población. Si a los
21 millones de habitantes de antes del conflicto le quitamos entre 300.000 y
500.000 personas muertas, alrededor de 7.000.000 de refugiadas (5,6 millones
censadas por la UNHCR), unas 1,5 millones inválidas y 80.000 presas, el
resultado es que quedan 12,92 millones de personas, incluyendo mujeres y niños
y niñas, para la reconstrucción].
“Tenía dos puestos de obrero cualificado que cubrir”,
cuenta el propietario de una fábrica de aluminio de extrarradio de Damasco. “El
primer candidato que se presentó era demasiado joven. El segundo estaba en
silla de ruedas. El tercero tenía piernas artificiales. De todas formas, le
hemos contratado. Llegó un cuarto que parecía que podía cumplir con los
requisitos. Pero nos dimos cuenta de que ocho años en el ejército le habían
hecho perder todas sus facultades profesionales. Le hemos asignado a un puesto
subalterno. Encontrar mano de obra adaptada es un rompecabezas”.
El déficit de competencia de las autoridades y su
falta de capacidad institucional constituyen otra dificultad. “En lo más fuerte
del crecimiento de antes de la guerra, el gobierno tenía un presupuesto anual
de alrededor de 18.000 millones de dólares, que tenía dificultades para gastar
en su totalidad”, observa este empresario. ¿Cómo imaginar que gestione 200.000
millones de dólares?.
El primer ministro Imad Khamis lanzaba, en febrero de
2017, un grupo de trabajo bautizado “programa nacional de desarrollo para la
posguerra”, encargado de producir un plan para diez años. Dos años después de
su formación, ese comité de reflexión no ha dado a luz aún ningún documento.
“El régimen no tiene ningún plan para el futuro pues, sencillamente, no lo
quiere” estima un antiguo tecnócrata gubernamental. “Eso implicaría una
apertura, compromisos y concesiones que le repugnan”.
La única reconstrucción factible, al menos a corto
plazo, es un proceso informal por abajo, al ralentí, como lo que ocurre en
Alepo. En las ciudades mártires de Siria, hay habitantes que parchean como
pueden su domicilio, a menudo con la ayuda financiera de un hijo, una hija u
otro pariente, instalado en el extranjero.
“Mucha gente siria refugiada en Europa o en Turquía ha
encontrado un empleo”, explica un consultor de la ONU. “Tienen ya los medios
para enviar a su familia 50 o 60 dólares al mes, lo que no es poca cosa en
Siria”. Según el Banco Mundial, estas transferencias de fondos se cifrarían en
1.600 millones de dólares en 2016, una suma que representa cerca de 4 millones
al día, es decir, aproximadamente el equivalente al 10% del PIB sirio.
A medio plazo, los medios de negocios pro-Assad
esperan una inyección de capitales del Golfo. A finales de diciembre de 2018,
los Emiratos Árabes Unidos han reabierto su embajada en Damasco, cerrada desde
hace seis años, seguidos por Bahrein. Un primer paso hacia una nueva
estrategia, destinada a contrapesar la influencia en Siria de Irán y de
Turquía, dos países aborrecidos por Abu Dhabi. Este movimiento de acercamiento
con Damasco, cuyo principio es muy probablemente aprobado por Arabia Saudita y
cuya etapa siguiente podría ser la reintegración de Siria en la Liga Árabe, ha
sido frenado al comienzo de este año por la administración Trump.
“El dinero del Golfo”
Todo lleva a pensar sin embargo que acabará por
rehacerse. Después de todo, el modelo autocrático sirio no está tan alejado del
sistema despótico en vigor en la península.
“El dinero del Golfo llegará tarde o temprano”,
asegura Rabi Nasser, director de un gabinete de estudios de desarrollo. “Los
hombres de negocios de las petromonarquías tienen el ojo puesto en los
proyectos especulativos”. Como Marota, un barrio de muy alta gama situado en el
sur de Damasco, cuya construcción tiene dificultades para despegar.
“Lo que buscan”, explica M. Nasser, “son grandes
plusvalías inmobiliarias, que el régimen les puede garantizar, mediando algunas
corruptelas. Financiar el realojamiento de las clases populares desplazadas por
la guerra no forma parte de su plan”.
El calvario de la población, por tanto, va a
proseguir. Al abrigo de los bombardeos aéreos que han cesado, con la excepción
de la región de Idlib, pero en una indigencia absoluta. Y sin esperanza de
vuelta para las personas refugiadas. Para un Estado normal, la situación no
sería viable, pero el régimen de Assad no forma parte de esa categoría.
“Este sistema no conoce el dolor”, dice el antiguo
tecnócrata. “No quiere nuevo contrato social. No quiere siquiera una vuelta a
la situación de antes de 2011. Todo lo que le interesa, es controlar el terreno
y bloquear la aplicación de la resolución 2254 de la ONU [que llama a una
transición política y a la organización de elecciones bajo la supervisión de la
ONU]. Su objetivo único, es aguantar, ahora y siempre, hasta 2021, fecha de las
próximas elecciones presidenciales. Y ese día, Bachar Al-Assad, como por
milagro, será reelegido”.
“La nueva amenaza para el régimen es el propio
régimen”
Antes de esto, el régimen debe vigilar a los miembros
de su propio campo. Las familias de la costa, cuyos hijos han servido de carne
de cañón y que se han callado en nombre de “la lucha contra el terrorismo”, se
consideran a menudo mal pagadas por su lealtad.
Los milicianos, ascendidos durante la batalla, juzgan
a veces que la parte del pastel que se les ha prometido es demasiado pequeña.
“La nueva amenaza para el régimen”, plantea un patrón damasceno, “es el propio
régimen”.
Es, por ejemplo, el caso de Wissam Al-Teir. Este
periodista de la página Damascus Now, rostro muy conocido de los medios
pro-Assad, fue detenido en diciembre de 2018 por los servicios de seguridad.
Seguido en Facebook por 2,6 millones de personas, el joven, del que se dice que
es cercano a Asma Al-Assad, la esposa del presidente, había publicado fotos de
sirios encadenados y enrolados a la fuerza en el ejército. La prensa
pro-oposición afirma que Wissam Al-Teir estaba investigando también sobre la
corrupción en el seno del gobierno.
Hay fuentes que afirman que ha sido torturado hasta
morir; otras que ha sido inculpado por espionaje. Imposible de confirmar. El
periodista ha desaparecido en las mazmorras del régimen.
15/03/2019
Traducción: Faustino Eguberri para viento
sur
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