"Las clases dominantes duermen hoy tranquilas, por primera vez desde 1789”
(EL PLURAL.COM 11.07.2012)
DEMOCRACIA FALLIDA O RUPTURA DEMOCRATICA
El pasado 11 de junio, a sus ochenta años, impartió su última clase el insigne historiador catalán, Josep Fontana. Dejó muy claro a sus alumnos, así como a los colegas y antiguos alumnos que se confabularon para asistir, que no pensaba hacer nada que se pudiera interpretar como un testamento. Sin embargo, según lo publicado, pronunció una frase que me ha impulsado a escribir estas líneas: “Las clases dominantes duermen hoy tranquilas, por primera vez desde 1789”.
En efecto, es así. Al término de la Segunda Guerra Mundial, se fraguó un pacto social en la Europa occidental que dio lugar a la construcción de lo que conocemos como Estado del Bienestar. Este pacto fue resultado tanto de la catástrofe que se acababa de vivir, como de más de un siglo de luchas obreras y sociales. Pero no se puede obviar que supuso también un intento de exorcizar el riesgo del totalitarismo fascista, cuyo terror había abierto Europa en canal, y desde luego un intento de las clases dominantes para evitar la expansión del modelo soviético al oeste del continente. Un pacto, pues, fruto del miedo de las clases dominantes a perderlo todo por la acción de una súbita explosión social, de una revolución. Un miedo que las clases dominantes en Europa habían experimentado en 1789, en 1848, en 1871, en 1917, en 1936, y que experimentaron aún, probablemente con menos razón, en 1968.
Pero el gran pacto posterior a la Segunda Guerra Mundial se produjo en un contexto histórico, en presencia de unas determinadas fuerzas sociales y sus distintas expresiones políticas, y con una determinada correlación de fuerzas entre ellas.
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Se hace difícil describir mejor de lo que lo hace el propio Fontana, en su libro Por el bien del imperio. Una historia del mundo desde 1945, cómo se fue forjando ese momento histórico y cómo se han desarrollado los hechos hasta el momento en que no encontramos. Sin embargo, sí podemos afirmar que ese pacto ha sido dinamitado. No es que no hubiera recibido duros embates, por supuesto. Los ha venido soportando durante más de 35 años de rebelión de las élites. Ahora, bajo el mantra de la austeridad, lo que quedaba de él ha sido hecho añicos.
Esta ruptura supone una amenaza para la democracia, si entendemos este término como necesitado de un contenido sustantivo para ser reconocible, y no nos conformamos tan sólo con un revestimiento formal que le dé apariencia de democracia. Mediante la susodicha ruptura, se está convirtiendo a nuestras imperfectas democracias en auténticas democracias fallidas, meras carcasas que a duras penas ocultan las verdaderas relaciones de poder, y que están condenadas a vivir una crisis institucional permanente, siendo que los gobiernos se suceden, batiendo cada uno el récord del anterior –para su propio asombro– en lo que a dilapidar su credibilidad se refiere. La cuestión es que esta erosión permanente de las instituciones de nuestras democracias puede terminar derivando en una auténtica crisis de legitimidad, ya que toda la arquitectura de las mismas se basa en un consenso tan básico y precario como que sean consideradas por una inmensa mayoría de quienes las legitiman como auténticamente representativas.
Como se decía en el manifiesto estudiantil de Port Huron, “cada generación hereda del pasado una serie de problemas –personales y sociales– y un conjunto dominante de ideas y perspectivas desde las cuales los problemas son interpretados y, con suerte, solucionados“. Sin embargo, a menudo es necesario zafarse hasta donde es posible de tal herencia. Especialmente cuando la velocidad del devenir es la propia de un momento de crisis estructural, como éste del que somos contemporáneos. Por ello resulta urgente que la izquierda tome conciencia, dejando atrás toda ensoñación, de que ese pacto de 1945 no se puede recomponer.
Ni están dadas las circunstancias históricas en que sea posible, ni la correlación de fuerzas obliga a las élites a pactar nada, ni tampoco existen ya como tales los actores que lo posibilitaron.
Si en momentos como el actual cupiera el animus iocandi, se podría decir que el golpe definitivo asestado a tal consenso solventa de un plumazo uno de los más viejos debates en el seno de la izquierda: el que ha confrontado siempre a los partidarios de la reforma gradual con los partidarios de la ruptura, puesto que los adversarios tanto de unos como de otros han optado ya por lo segundo.
Lo que ocurre es que no es una broma. La ruptura está ahí, basta con dejar de mirar el árbol y ver el bosque. Se está forjando para el futuro un modelo de sociedad al que no puedo calificar como nuevo, puesto que lo que se adivina de él permite sólo tildarlo como neodecimonónico.
Si, como bien parece, lo que pretenden las élites es transformar nuestras sociedades en poco menos que el capitalismo del Manchester del siglo XIX, pero con internet, hay que decidir ya si estamos dispuestos, o no, a transigir.
Cada día son más las personas que se oponen a transitar hacia la catástrofe social que este no-futuro nos depararía, pero aún no se ha dado con la forma de articular la contestación en una fuerza capaz de desplegar un programa político de cambio, en buena medida porque nos lastra el creer que aún debemos tratar de recomponer un equilibrio que a todas luces no volverá a producirse.
Para evitar el retroceso democrático, no nos podemos limitar a defender los jirones de un pacto pasado, aunque hacerlo sea la mínima resistencia que hay que ofrecer y de ello depende también mucho. Debemos avanzar. Ya que se ha producido la ruptura, hagamos que se trate de una ruptura democrática, y desarrollemos la lógica democrática hasta sus últimas consecuencias en el orden político, desde luego, pero también en el orden económico y social. Lo que quiere decir, en una formulación que en aras de la síntesis debe ser forzosamente simplificada, que para la izquierda una democracia con sentido es sólo aquélla que no se limita a reconocer iguales, sino que los crea.
Reorganicémonos pues, y cuestionémoslo todo de raíz. Perdamos el miedo. Esto será lo que agitará los sueños de quienes hoy duermen tranquilos.
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Ferran Pedret i Santos es el Secretario de Movimientos Sociales del PSC
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