«MOTAMID, último rey de
Sevilla», de Blas Infante
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5 julio, 2023
En el año en que se celebra el milenario de la fundación del Reino de
Sevilla, merece la pena hablar de la obra “Motamid, último rey de Sevilla”,
definida por su autor como “exposición dramática del reinado del Príncipe Abul
Kasim Mohamed Ibn Abbad el Billah”.
La acción se sitúa en Sevilla y Agmat y muestra algunos de los
acontecimientos más significativos que tuvieron lugar en el reinado del último
rey de Sevilla, vividos a través de los ojos y el corazón de Abul Kasim,
renombrado por sí mismo Motamid, tras hacer que la esclava Romaiquía, reinara
en su corazón y su reino, nombrada como Itimad, una vez liberada de su
esclavitud.
Se trata de una obra estructurada en tres jornadas, con un número desigual
de “pasajes” o escenas, que transcurren en la segunda mitad del siglo XI, y un
epílogo, cuya acción se desarrolla en Agmat, en la tumba de Motamid, en la
primera mitad del siglo XIV.
Las tres jornadas están organizadas, en cuanto a su contenido, de forma
similar, esto es, en todas ellas hay una narración en boca de un personaje, que
ilustra, anticipa o recoge la acción propiamente dicha de la jornada, con un
ritmo pausado, que se acelera a medida que se acerca al final de la misma. Este
recurso de narraciones encajadas una dentro de otra recuerda las colecciones de
relatos orientales, al estilo de la de Calila e Dimna, cuya
traducción del árabe al castellano lleva a cabo Alfonso X (antes de ser
nombrado rey de Castilla en 1252), relatos que recogen enseñanzas morales y
sentencias y que se usan a modo de parábolas para desentrañar el sentido de la
vida.
En mi opinión, la obra no es un drama histórico, en el sentido y con la
intención que escribían estas obras los autores románticos, sino la evocación
de una coyuntura – un hito- a partir de fuentes históricas, tal y como indica
el autor en su Advertencia final, donde señala la fuente
histórica de la que ha bebido, avisa de las licencias que se ha tomado y
subraya la fidelidad de los versos que pone en boca del rey poeta.
Motamid fue un personaje histórico, pero también un rey de leyenda, acaso
el lugar donde habitan aquellos a quienes se les niega su lugar en la historia.
Sin embargo, la intención de Infante no es, creo, rescatar al personaje de la
leyenda, ni siquiera ponerlo en la historia, sino hacer pedagogía a través de
él.
Desde el principio, el texto está atravesado por un sentimiento de
nostalgia, de lo que pudo haber sido y no fue. Una nostalgia que se adivina en
el uso del adjetivo “último” en el propio título, de modo que quien lee, si no
conociera nada de Motamid, ya intuye que la obra es una historia del ocaso, no
solo de un reino, sino de al-Ándalus y de las ideas que el príncipe Abul Kasim
encarna. Hay nostalgias que paralizan, porque nos atan al pasado como un
engrudo pegajoso, pero hay nostalgias que vivifican, que vienen a decir que lo
que pasó no fue ni lo único ni lo mejor que pudo pasar, lo que pone el acento
en las condiciones de posibilidad, que se crean en cada coyuntura y que impiden
que la historia, la personal y la de los pueblos, esté guiada por un destino
ciego e inamovible.
Decía antes que esta obra tiene, en mi opinión, una clara intención
didáctica, algo que, por otra parte, es una constante en los escritos
infantianos. Es, por decirlo de otra manera, un modo diferente de expresar
algunas de las ideas clave de Infante, para que su reformulación posibilite una
mejor comprensión y mayor alcance.
Para evidenciar algunas de estas ideas clave, Infante establece un
paralelismo entre la figura de Motamid, representante de una “realeza libre”,
que quiere liberar a su pueblo de la tiranía de los cadíes y los faquíes, que
es tanto como decir de las leyes injustas y de la religión, y la propia
Andalucía, representada en ese campesino esclavizado del epílogo que, ante su
mísera realidad presente, exclama incrédulo “¿Y yo soy un rey?”. Incredulidad y
asombro que le vienen justamente porque desconoce su pasado.
Infante viste además a su personaje, Motamid, con los mismos ropajes y lo
dota del mismo carácter que para él tiene el pueblo andaluz y que forma parte
de su idiosincrasia: heterodoxia, prodigalidad, ansias de libertad y deseos de
regirse por sí mismo.
El dramatismo de la obra, por tanto, radica no solo en mostrar el ocaso del
príncipe Abul Kasim y su reinado, sino en la evidencia de que ese destino cruel
afecta a todo un pueblo, a una forma de sentir y a una forma de pensar. Por eso
Infante pone en boca de Itimad la terrible frase: “No es la muerte de un
pueblo, es el ocaso de una creencia”.
Junto al sentido de la obra y el desarrollo de la acción, es interesante
reseñar la función de las acotaciones o indicaciones para la representación.
Además de las funciones propias de estas en cualquier obra teatral ( tales como
indicar entradas y salidas de personajes, gestos, posición de los mismos en
escena o descripción del atrezzo), en cada una de las jornadas hay una
acotación larga que contribuye a acentuar tanto al carácter nostálgico de la
obra como la tarea pedagógica. Así, en la acotación que inicia la Jornada
Primera, se utiliza un lenguaje lírico, difícilmente trasladable a la
representación, con el que se sitúa a quien lee en al-Ándalus, el reino de la
Belleza, habitado por un pueblo feliz y laborioso, todavía ajeno a las amenazas
que se ciernen sobre él, y cuyo príncipe representa la “realeza del pensar, del
obrar y del sentir”. El pueblo de Sevilla aparece en esta primera jornada
escuchando con burla e incredulidad al Santón cuyo discurso amenazante no es
sino la justificación de la destrucción que se avecina. El plan de salvación de
los invasores almorávides se concretará en la tercera jornada, por boca del
poeta El Djaili, en unas cuantas frases, que bien podrían ser eslóganes de
cualquier campaña electoral: “Menos baños y más usura”, dicen los comerciantes;
“menos bibliotecas, menos ciencia y más juzgados” exigen los cadíes; “menos
escuelas y más aljamas”, proclaman los faquíes. El pueblo grita al Santón que
es un pueblo libre, lo que da pie a la reflexión del príncipe Abul Kasim sobre
la diferencia entre pueblo y muchedumbre, otra de las ideas clave del
pensamiento infantiano.
La visión de la realidad que muestra el Santón en las primeras páginas no
puede ser más significativa: pueblo impío, descreído, que no sigue los decretos
coránicos – la narrativa construida por los imanes y los faquíes- , cuyas
mujeres van con el rostro descubierto, estudian y discuten con los hombres en
las tertulias… El príncipe Abul Kasim reflexiona al respecto: “Mi pueblo sabe
que (…) yo percibo estas realidades, religión y ley, a través de cristales más
transparentes que el cristal alcoránico, cristales limpios de sombras ancestrales,
depurados por el genio de nuestra raza y por la reflexión de nuestra
Filosofía…”.
El sentimiento de nostalgia, la sensación de que todo está a punto de
perderse se intensificará a partir de la segunda mitad de la obra, en una serie
de escenas con un gran sentido simbólico, en las que mientras Itimad espera que
se obre el milagro de que el rey, su rey, haga que la sierra se cubra con un
manto de nieve, siente en su corazón “lúgubres augurios”, que le hacen
presagiar que el fin se acerca. El contraste dota a esta parte de la obra de
una belleza especial, al hacer el autor que convivan la alegría y la felicidad
de Motamid e Itimad, que es la alegría de la vida que se perpetúa, con la
conciencia de la negrura de la muerte y la destrucción.
Esta perpetuación de la vida se evidencia en las múltiples alusiones a la
luz, que culminan en esta frase que dice Itimad al Cadí que la acusa de impía:
“Al- Ándalus es un arrebato efusivo de la generosidad luminosa del Sol…” , que
no es sino la plasmación de la descripción evocadora del ambiente a orillas del
río Grande, en la acotación inicial de la primera jornada: “La polifonía de las
voces que asciende de la tierra rima un himno con la policromía de la luz que
desciende del cielo.”, mientras las aguas del Gran Río discurren lentas, como
si temieran alejarse para siempre del reino de la Belleza.
La lectura de este texto, cuyas dificultades para su representación son
evidentes, aunque no insalvables, provoca un efecto seductor en el lector o la
lectora actuales: el lirismo de sus acotaciones, la filosofía que traslucen sus
diálogos, la pedagogía de los paralelismos, el destino dramático del rey poeta
y de su reina Itimad, y la nostalgia de un tiempo de luz, habitado por hombres
y mujeres de luz. Tal vez todo esto también lo percibió con claridad M.ª
Angustias Parias, quien pidió insistentemente a su marido que esta obra viera
la luz. Así lo reconoce el autor y por ello le escribe la siguiente
dedicatoria: “A María de las Angustias, quien tuvo un vehemente deseo por ver
publicado este libro”.
Gracias a ese vehemente deseo de doña Angustias y al empeño de la Fundación
Blas Infante, hoy podemos imaginar, a través de las palabras de su autor, la
luz y el sonido, el sentir y el pensar de un pueblo, la pervivencia de una
creencia y de un ideal.
Granadina. Escritora y feminista radical. Miembro de Asamblea de Andalucía.
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