El libro
de Diego Fusaro El nuevo orden erótico rompe moldes en relación con el amor y
la familia, defendidos ante el rumbo que toma una sociedad desorientada y cada
vez más confundida que avanza inexorablemente hacia la precarización universal.
Una encíclica profana contra los amos de este mundo
El Viejo Topo
24 enero, 2023
“Sólo la
burguesía tiene una familia”. Con esta frase del Manifiesto Comunista Marx
y Engels denuncian hoy a los críticos furibundos del “amor romántico” y de la
“familia tradicional”. Parece mentira que sean los Quique Peinado, Henar
Álvarez, Irene Montero, de turno (todos ellos padres y madres), los abanderados
de la cruzada contra la institución familiar. Quizá leyeron mal a Marx y no
supieron interpretar la sorna enfática: “¡Abolición de la familia!” y son más
papistas que el Papa. O quizá es que ellos, que se llenan la boca de la palabra
“privilegio”, no hayan caído en la cuenta del privilegio que es disponer de una
familia; que solo la burguesía, La Gauche Divine, puede formar un
proyecto, como privando a los oyentes de sus podcasts de un bien que es escaso.
La semana
pasada aterrizó en Madrid el joven filósofo italiano Diego Fusaro (presentó su
último libro El nuevo orden erótico. Elogio del amor y de la familia (2023),
El Viejo Topo., en el Teatro Pavón Kamikaze). El turinés causó muchísimo
revuelo cuando en 2019 osó sugerir que la izquierda mainstream anda
persiguiendo el fantasma del fascismo en lugar de oponerse a la apisonadora del
mercado global (https://www.elconfidencial.com/alma-corazon-vida/2019-06-29/diego-fusaro-estado-soberania-derechas-izquierdas_2093646/).
Esta maravillosa entrevista que hizo Esteban Hernández para El Confidencial le
granjeó grandes enemistades. No contento con ello, Fusaro concedió una segunda
entrevista a Víctor Lenore para VozPopuli (https://www.vozpopuli.com/altavoz/cultura/diego-fusaro-historia-conciencia-precariado.html)
en la que habla de una “traición de las izquierdas” a la clase trabajadora por convertirse
en los guardianes arco iris del gran capital. Por supuesto, desde
aquel momento Fusaro en España se convirtió no ya una figura incómoda,
controvertida y polémica, sino en un proscrito parafascista.
Un par de años
después vuelve a levantar ampollas. Esta vez se atreve con uno de los temas
tabú de la izquierda posmoderna. La familia. De hecho, recuerdo la primera vez
que me escrachearon en Twitter cuando puse unos carteles de los partidos
comunistas europeos (PCE, PCI, PCF, PCUS) de los años 60s y 70s en los que
defendían abiertamente y a ultranza la familia tradicional. El Nega, Casandra
Vera y cía decidieron meterse con un chaval que tan sólo constataba un hecho:
la izquierda obrera, antes de los perniciosos efectos de Mayo del 68’, estaba
del lado de las familias y no de sus verdugos.
Pero ¿por qué
me refiero a sus “verdugos”? Marx en su texto más conocido y panfletario se
lamentaba: “¡Abolición de la familia! Al hablar de estas intenciones satánicas
de los comunistas, hasta los más radicales gritan escandalizados (…) Sólo la
burguesía tiene una familia, en el pleno sentido de la palabra (…) Esos tópicos
burgueses de la familia y la educación, de la intimidad de las relaciones entre
padres e hijos, son tanto más grotescos y descarados cuanto más la gran
industria va desgarrando los lazos familiares de los proletarios y convirtiendo
a los hijos en simples mercancías y meros instrumentos de trabajo”. Y es que
esta verdad incómoda a ojos de cualquiera podría resultar tendenciosa si
Gilbert Keith Chesterton -una de las mentes más preclaras del conservadurismo-
no sostuviera exactamente lo mismo en una extraña complicidad transideológica.
En su opinión: “Lo que ha roto familias y animado al divorcio y despreciado
cada vez más abiertamente las viejas virtudes domésticas, es la época y el
poder del capitalismo (…) No es el bolchevique [dice], sino que son el jefe, el
publicista y el vendedor los que, como una estampida de bárbaros, han derribado
y pisoteado esta antigua figura romana”. También Simone Weil, ya en 1935
hablaba del nihilismo intrínseco a la aceleración capitalista incompatible con
la vida familiar: “La vida familiar, en fin, no es sino ansiedad desde el
momento en que la sociedad se ha cerrado para los jóvenes. La generación, cuya
vida es únicamente espera febril del futuro, vegeta, en todo el mundo, con la
conciencia de no tener ningún futuro, de que no hay lugar para ella en nuestro
universo. Por lo demás, aunque este mal es más agudo para los jóvenes, es hoy
común a toda la humanidad. Vivimos una época privada de futuro. La espera de lo
que vendrá ya no es esperanza, sino angustia”.
Porque señores,
algo tan elemental como el hecho de que la institución familiar es por su
naturaleza precapitalista, antieconómica (y, por tanto, antiutilitarista); es
decir, que entre sus miembros no operan los mecanismos de obtención de
beneficios ni el frío cálculo, sino la gratuidad y el amor, ¡es hoy
en día motivo de escándalo! La razón instrumental se resquebraja por completo
cuando observamos la relación de la madre con el hijo, el marido con la mujer,
la admiración del hijo por el padre, etc.
Lo que, a luces
de todos, unas décadas atrás, se presentaba como autoevidente ha empujado a
Diego Fusaro a dedicarle algo más de 400 páginas. A saber, que la defensa de la
familia es una de las pocas herramientas que nos quedan contra la estampida
de bárbaros globalista.
El nuevo orden
erótico. Elogio del amor y de la familia (2023) es un libro en la estela de la obra pasoliniana. Un recorrido por la
historia de la filosofía que rescata a los clásicos y los pone a dialogar
elocuentemente con el idealismo alemán (Kant, Fichte, Hegel y un cierto Marx) y
con la Escuela de Frankfurt (especialmente interesante es esta última conexión
al hacerse eco de autores como Eric Fromm, Max Horkheimer, Herbert Marcuse).
Más aristotélico que hobbesiano en lo político, pero más platónico
que aristotélico en lo erótico, Fusaro despliega en esta obra
erudición y precisión (y por qué no decirlo, también un estilo redundante y
reiterativo).
La tesis
central del italiano es que, tras la Caída en 1989 del Muro de Berlín, el
capitalismo se absolutizó, aniquilando a su rival directo. Esto devino en una
mutación interna del modo de producción capitalista para el cual la estabilidad
fordista era ya innecesaria y fue sustituida por la flexibilidad e
incertidumbre absolutas del capitalismo tardío. Este “turbocapitalismo”
(posburgués y posproletario) sería una superación de la moral burguesa y la
solidaridad obrera, depurando uno a uno todos los elementos de estabilidad. Sin
alteridad, este modelo económico, político, social y cultural supuso -en su
opinión- una auténtica “mutación antropológica”. Y es que como advierte Daniel
Bell en su obra Economía del deseo (2012): “el capitalismo no
es simplemente un orden económico, sino también una disciplina del deseo”.
Quien sigue empeñado en creer que el capitalismo es un mero sistema económico y
no un sistema de valores en sí mismo va dando palos de ciego…
Es precisamente
en esta dimensión libidinal del capitalismo en que conviene detenerse. El amor,
lo erótico se ha convertido en una mercancía más disponible en la sociedad del
consumo desaforado. Por ello, Fusaro se propone “estudiar el nuevo orden
amoroso explorando y sondeando el eclipse del amor en el marco del capitalismo
de género globalizado”.
Por bromear un
poco, en ocasiones el libro adquiere el tono, pero también la profundidad
luminosa, de una encíclica profana, que nos advierte de los
peligros de trocar el amor donativo (agapé), gratuito y eterno por un falso
amor hedonista, mezquino, efímero e hipernarcisista. En opinión de Fusaro: “La
gendercracia tiene como objetivo crear un nuevo modelo humano unisex,
infinitamente manipulable, porque carece de una identidad diferente (…) El
capitalismo absoluto y flexible disuelve el perfil antropológico del ser
humano, fundado en la dualidad de varones y hembras en el campo sexual (…)
impone la figura del individuo unisex, consumidor amorfo y posidentitario”.
Creo humildemente que esta es la gran aportación del italiano. Constatar que
paradójicamente en la era de la reivindicación identitaria hay una absoluta
falta de identidad y que ese proceso de indiferenciación nos precariza y
liquida. Los lazos comunitarios, familiares, nacionales, culturales se
volatilizan si no encuentran la raíz de lo que somos. Porque para que el Eros (como
experiencia veritativa universal) actúe es indispensable la concreción de la
persona amada.
Lacan, poco
sospechoso de ser un reaccionario, sostenía que “el amor es siempre amor por un
nombre propio”. Jean-François Lyotard, por su parte, en su obra El
posmodernismo (explicado a los niños) (1986) era diáfano: “Ya sea como
niño o como inmigrante, uno entra en una cultura por medio del aprendizaje de
nombres propios (…) Los nombres no se aprenden solos sino localizados en
pequeñas historias”. Fíjense que el francés emplea el verbo “localizar”. Así
es, los nombres propios solo pueden estar localizados en una cultura, en una
patria, en una familia y no en el vacío absoluto. En la era del desorden erótico
e identitario la gran carencia es la identidad que antaño nos conferían
esos locus (lugares localizados).
La
globalización capitalista ha hecho saltar esto por los aires al deslocalizar,
virtualizar y homogeneizar nuestra identidad. Como sostiene Fusaro: “la
locución ‘te amo’ no puede explicarse, ya que rehúye de toda posible definición
(…) y representa el carácter resistente a toda homologación propia de la
experiencia veritativa del amor (…) El capitalismo global se plantea como
ideología de lo mismo y, en consecuencia, como nivelación homologadora de los
seres bajo el signo de la forma mercancía: no conoce nombres propios”. Por
ende, una defensa de la familia pasa por re-conocer nuestros nombres propios
localizados en una civilización, una cultura, una patria y una familia
concretas. Pasa por plantar cara a los amos del mundo diciendo: este es mi
nombre y me lo regalaron mis padres.
Fuente: La Gaceta.
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