Sobre lo
estructural y la nada
Por Guillem Martínez
Rebelion /
Espapa
| 14/07/2022 |
Fuentes: Ctxt
El discurso de Sánchez estuvo repleto de torpezas
evitables. La mayor fue no decir la verdad. No dibujar la crisis que viene. El
presidente no aludió a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida
estructural. No dio indicios de que vendrían
1- La semana pasada Rusia presentó una serie de planes
para adaptar su economía a la guerra. Eso es importante. Contrariamente a lo
que se supondría, los países autoritarios son reacios a ese tipo de medidas.
Más bien tienden a disimular las guerras en su interior. Hasta que ya no pueden
más. Momento en el que practican la economía de guerra. Radical, rigurosa,
retrasada y, comúnmente, un tiempo antes de perder la guerra. Rusia, en todo
caso, ha avanzado en esta ocasión. A través de decretos ha explicitado la guerra
en su economía. Y, si bien las fuentes no son fiables ni directas –desconozco
el ruso; las he leído en prensa inglesa–, parece ser que son medidas que
tienden a garantizar los suministros, antes que el reparto de la penuria.
Establecen turnos intensos en la industria armamentista, amplían horarios
laborales, fijan la imposibilidad de huelgas, así como la imposibilidad de que
una empresa se niegue a aceptar encargos del Estado.
2- Rusia se adelanta, en todo caso, a Europa. En Europa
no se ha accedido a la economía de guerra, esa cosa que hacían con premura las
democracias para evitar una mayor injusticia de la guerra. Lo que explica que
las democracias europeas tienen el mismo miedo que antaño tenían los sistemas
autoritarios para proclamar la economía de guerra. Lo que, a su vez, dibuja a
las democracias europeas como un sistema en crisis, con la presencia en su
interior ya de signos autoritarios, como el de alejar la guerra de la opinión
pública y, más aún, de la economía.
3- Es más, el grueso de las medidas europeas no inciden
en el reparto de la injusticia, sino que, à la russe, inciden en garantizar suministros, a través de la
subida del presupuesto armamentístico en un 2%. Esto es, a través de la rebaja
del Bienestar, la forma de la democracia en Europa –se dice rápido–, ya
seriamente herida en la pasada década. El resto de medidas son lentas y
extraordinarias/puntuales, y no inciden en el reparto del sufrimiento, sino que
crean deuda –esto es, sufrimiento– a devolver, en el futuro, a las empresas
energéticas. La excepción ibérica sería el modelo, y la ausencia de plan al
respecto en el resto de Europa, su complemento. Una metáfora de la ausencia de
planificación sería el cambio de importador del gas en España. Se ha pasado del
gas de Argelia, barato, al de EE.UU., caro. Y no ha existido ninguna
explicación al respecto que haga al fenómeno comprensible. Una metáfora, a su
vez, sobre el reparto del sufrimiento realizado: las fabulosas sanciones a los
oligarcas rusos. Tenían que ser la pera. Bastarían para canalizar el conflicto.
En todo caso, no se habla de ellas desde hace meses. La razón: se han
paralizado. No existen. Han llegado a su tope. Su tope, como advertía Piketty,
era el de no molestar a las economías irregulares de los Estados. A su
tratamiento de las fortunas. A los oligarcas rusos, en fin, les ha pasado lo
que a Juan Carlos I y por la misma razón. Nada. La metáfora dentro de la
metáfora: Italia parece ser, con la escasez de datos de la que disponemos, el
Estado que más ha recaudado por sanciones a millonetis rusos. El monto que
comunica –es un depósito, a devolver en el futuro– no supera la recaudación
histórica por la Ley Mordaza, sin devolución posible. Lo que por sí solo habla
de crisis democrática en Europa –y más, en España– y de ausencia de reparto, de
capacidad y de cultura para el reparto, incluso.
4- Hace escasas horas Rusia ha reducido un tercio el
suministro de gas a Italia, y Alemania ha comunicado la inquietud de que las
restricciones estivales de gas ruso, por el mantenimiento del gaseoducto,
pueden ser definitivas. Son indicios de que la drôle de guerre finaliza. Y de que empieza otra gradación de la
guerra. Si eso es así sería en otoño, con una Europa sin las reservas previstas
al 80%, y con gas licuado procedente de proveedores más caros. Un festival. Más
aún sin economía de guerra.
5- Algo pasa en Berlín, por cierto. Se han asignado zonas
de refugio y evacuación en caso de bombardeo –sic–, y
se están comunicando a la ciudadanía serias restricciones en otoño. La
construcción de un depósito gigante de agua caliente, que facilitaría agua a
los domicilios –cuando en los domicilios no se pueda calentar; ese es el
mensaje–, no solo es una estructura de guerra, sino propaganda de guerra. Y un
aviso. Alemania es la gran ausente en esta crisis. El motor de Europa, que
provoca cambios cuando arquea las cejas, no arquea las cejas ni con la
inflación al nivel del azafrán. Está ensimismada. Esto es, en sí y para sí. A
ver qué nos dice cuando así lo decida.
6- España es la inflación más alta de Europa. No mucho
más. Lo que es determinante es que esa diferencia viene, mayormente, del precio
de la energía y de los combustibles. Lo que habla de un abuso longevo, que
viene de lejos. De un mal estructural y estructurado. Y, por ello, solucionable
desde la política local. Y nunca corregido desde ella. La inflación es, a su
vez, una injusticia, una ausencia de reparto. Provoca que un asalariado gane un
10% menos, por ejemplo. Y, por lo mismo, provoca que un rentista pueda comprar
una casa por un 10% menos, por ejemplo. Indicios como estos eran la razón del
interés hacia el discurso de Pedro Sánchez, con el que se iniciaría el Debate
del Estado de la etc., y del que desde hacía días se puso férrea voluntad en
filtrar que sería histórico.
7- No lo ha sido. Un periodista debe medir sus palabras.
Lo que sigue es la medición de mis palabras.
8- Sánchez ha arrancado con novedades léxicas,
prometedoras. La explicación de la inflación a partir de la pandemia y de la
guerra. Bien. Una alusión al precio de la energía como la corona de espinas de
la inflación local. Bravo. Valiente, incluso. Alusiones al poder del Gobierno
para modular la inflación –algo muy relativo; el BCE es el bicho que custodia
las medidas más importantes–. El anuncio solemne del reparto del sufrimiento de
esta crisis y, con ello, una descripción crítica de la anterior crisis –en la
que, recordemos, el PSOE participó en el otro bando, promoviendo incluso el fin
del Bienestar en la CE78, a través de su reforma–. Posteriormente, la cosa ha
empezado a torcerse. O a explicitarse. En política, en fin, no existen los
cambios radicales, sino los paulatinos. No puede haber movimiento donde no ha
habido, previamente, su indicio.
9- Presentó a España como vinculada a la defensa de
Europa –no acaba de ser exacto; la UE también es una organización de
autodefensa, pero en esto de la guerra estamos en modo OTAN, bajo mando
americano, hasta que Francia y Alemania decidan, llegado a un punto, si la
recesión consecuente merece la pena–, en un mundo post-guerra fría, en el que,
señaló Sánchez, la división ya no es comunismo-capitalismo, sino legalidad
internacional-ilegalidad internacional. Lo que deja aún más sin explicación el
giro africano del Gobierno, y la deslocalización en Marruecos de la defensa de
la frontera, con criterios alejados, definitivamente, de los DD.HH. Es difícil,
por cierto, para una sociedad y para un sistema político, saber que el
asesinato es, explícitamente, un recurso vigente. Eso tiene su peso y su lastre
y culpa. Lo cambia todo. Matar tiene una repercusión ética, cotidiana, y que
aún, por ello mismo, no podemos calcular. Posteriormente a todo esto, Sánchez
enumeró las medidas económicas propuestas, en un tono épico y animoso, muy
superior en épica y ánimo a lo anunciado, me temo.
10- El grueso de las medidas anunciadas ya existen en
Europa. Las emiten –como el impuesto a las energéticas– gobiernos sumamente
alejados de la socialdemocracia. O –impuesto a la banca– las defiende el BCE.
La medida más importante y original –y dentro de las escasas medidas de
contención de la inflación de las que dispone un Gobierno de la UE, con escasa
soberanía en ese pack– son los bonos gratuitos de Renfe para trenes de
cercanías y media distancia. Algo sexi. Le siguen los aludidos y nebulosos
impuestos especiales a la banca y a las industrias energéticas. Son nebulosos
porque especifican que los impuestos convencionales son una broma, y porque lo
extraordinario suele ser lo contrario a lo estructural. Son más nebulosos aún
porque el Gobierno/Moncloa/PSOE/Hacienda renunció, hace una semana, a una
reforma fiscal, lo que es un serio aviso de su ambición ante el reparto del
sufrimiento.
11- En el resto de medidas la crisis climática y de
combustibles fue una nota de color. Esto es, algo muy alejado, incluso, de lo
no estructural. Se plantean becas para los ya becados –no se prevé, parece, una
aumento de la desigualdad y, con él, del abanico de destinatarios de las becas;
no prever aumento de desigualdad es un indicio del no prever, me temo–. Se
alude a un pacto de rentas, algo preocupante cuando lo propone un Gobierno que,
lo dicho, ha abandonado la reforma fiscal, ese pacto de rentas desde otro lado,
más democrático. Seguimos, en fin, con un IRPF atrapa-asalariados, y con
excepciones fiscales para los grandes velocistas estipuladas en el 30% –en el
resto de la UE la media es del 5%–. Lo que es un decálogo.
12- A pesar del dominio del directo de Sánchez, animoso, el discurso estuvo repleto de torpezas evitables. Y descomunales, lo que evita la comprensión del conjunto. Como la emisión de la frase “construcción de 12.000 viviendas en Madrid”, única propuesta para el apartado vivienda, y que sonó, y suena, fatal. La mayor torpeza, no obstante, fue no decir la verdad. No aludir, no dibujar la crisis que viene. Sí, se aludió a posibles cortes y carencia de servicios energéticos. Pero no se aludió a lo que pueda venir a través de las medidas propuestas –las propuestas deben de ser por sí mismas, una gramática de la situación; no lo son–. Sánchez no aludió, en fin, a la economía de guerra. No enumeró ninguna medida estructural. No dio indicios de que vendrían. Esto es, las aplazó. No se puede emplear el tono del discurso presidencial de Independence Day, para no hacer ese discurso.
13- No tengo la menor duda de que habrá medidas
estructurales, que modulen el reparto del sufrimiento, y cierta democracia
económica en guerra. O la perderán. Empiezo a dudar que el PSOE las emita.
Empiezo a dudar que el PSOE sea necesario. En otros Estados, estas medidas, que
alivian sin solucionar, que no superan ni rozan a la Comisión, las hacen otros
partidos. Si la izquierda no ofrece algo más, desaparecerá, pues puede
planificar –la economía de guerra es planificación–, si no mejor, sí antes que
la derecha. Está sucediendo en la UE.
14- En la anterior crisis supimos que la instancia es
Europa. Que Europa no es un organismo propiamente democrático, que su
parlamento importa una higa, y que se debe ser Gobierno para hablar con ella.
Ser Gobierno, el actual estado del PSOE, es importante, por tanto. Debería
aprovecharlo, para no repetir la anterior crisis, en la que el PSOE, tras la
reforma de la CE78, tampoco fue necesario. El PSOE no sería necesario en
absoluto si el PP no fuera un partido tóxico, corrupto e incapaz –sí, suena
dramático; lo es–. Pero eso no lo hace imprescindible. Sin el PSOE no es el
caos. Sin él habría un abandono mayor, absoluto, pero seguiría sin haber
medidas estructurales, previsión, corrección. Hablar con la Comisión,
presionarla, plantear el conflicto, promover medidas estructurales es el gran
rol progresista del PSOE, si así lo desea. Me temo que no tiene otra. Si no
puede acceder a eso, tan básico y tan alejado del radicalismo, el PSOE volverá
a desaparecer, como en la anterior crisis.
15- La baza del PSOE, y de Podemos/Súmate, es abogar y
decir, por otra parte, la verdad. Decir lo que se puede hacer, lo que no se
puede, lo que se podría. Evitar el triunfalismo, la victoria continua y, sin
ser cenizo, la alegría non-stop. La verdad, visto lo visto, es una suerte de alegría.
La verdad es importante. Mucho más en guerra. Que la izquierda diga lo que
puede o no puede hacer, lo que pasa, no solo es honesto. Es estructural. No ha
sucedido eso, tampoco, en el discurso de Sánchez. El hecho de que el PSOE no
asuma soberanías que le respeta la Comisión –como la regulación de alquileres–,
es un indicio de lo lejos que le queda lo estructural. Otra vez. Ya son dos en
dos crisis.
16- Apostar por el tono antes que por las medidas es
apostar por la guerra cultural. Por ser barrido por los profesionales del tono
y de la guerra cultural.
Guillem Martínez es autor de ‘CT o la cultura de la Transición. Crítica a 35 años de
cultura española (Debolsillo), de 57 días en Piolín de la colección Contextos (CTXT/Lengua de Trapo)
y de Caja
de brujas, de la misma colección. Su último libro
es Los
Domingos, una selección de sus artículos
dominicales (Anagrama).
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