La velocidad de la
vida moderna despoja de sentido a la existencia, amenaza peligrosamente el
equilibrio del planeta y, sobre todo, atenta contra el buen vivir. Son los
tiempos peligrosos del capital.
La gran aceleración y el tiempo del capital
El Viejo Topo
11 julio, 2022
Los peligros
que enfrenta la humanidad, y en general la vida en la Tierra, son tan
vastos, complejos e impredecibles que son difíciles de comprender, y uno de
los más importantes tiene que ver con el tiempo. Varios pensadores han
contribuido brillantemente a develar los peligros del tiempo en la sociedad
contemporánea. Gracias a sus aportes hoy podemos conectar el fenómeno global de
aceleración súbita de todo lo existente con las consecuencias conductuales de
ese fenómeno, es decir, con los impactos sobre el comportamiento de los
individuos y sobre las instituciones. Se trata de una conexión virtuosa en
torno al tiempo en el mundo moderno.
Debemos a J.R.
Mc Neill, historiador estadunidense, la historia ambiental del siglo XX. En su
magnífica obra Algo nuevo bajo el Sol, 2011, reveló con sumo
detalle lo ocurrido entre los años 1900 y 2000 y sus mayores efectos sobre el
equilibrio del planeta. Un segundo libro, escrito con P. Engelke ( The
Great Acceleration, 2016) develó con gran fineza un proceso inédito de
aceleración general. “La Tierra ha entrado a una nueva era –el Antropoceno– en
la cual los seres humanos se han convertido en la más poderosa fuerza sobre el
ecosistema global.
Desde la mitad
del siglo XX, el ritmo acelerado del uso de la energía, las emisiones de gases
tipo invernadero y el crecimiento de la población han llevado al planeta a un
experimento sin control”. Y agregan: “… el periodo de 1945 al presente
representa el lapso más anómalo de toda la historia. Tres cuartas partes del
bióxido de carbono que se ha inyectado a la atmósfera se ha acumulado desde el
fin de la Segunda Guerra Mundial, y el número de humanos en el planeta se ha
triplicado (de 2.3 mil millones a 7.2 mil millones entre 1945 y 2015)”.
En estas siete décadas
ocurrió una explosión en el uso del petróleo y los otros combustibles fósiles,
además de otros factores, consecuencia de innovaciones tecnológicas, como la
producción de fertilizantes artificiales, la aparición de los contenedores para
el transporte de mercancías y la proliferación de los plásticos. Todo lo
anterior quedó demostrado por las curvas de 24 factores. Todo se aceleró de
manera súbita a partir de 1950 en una sincronicidad sorpresiva: la población
humana, los habitantes de las ciudades, el número de au-tomóviles, los
teléfonos celulares, el producto interno bruto mun-dial, el uso de la energía,
los gases de efecto invernadero, el uso del agua, las presas, la deforestación,
el consumo de papel, el turismo, los McDonalds, etc. (https://www.scinapse.io/papers/2139274755).
Pero esta
aceleración global que ha tenido lugar en el mundo de las
cosas también se expresa en la dimensión concreta del mundo de los
seres y tiene además un origen. Obedece al principio del deseo insaciable
de la ganancia, es decir, es consecuencia directa de las necesidades del
capitalismo, como lo ha demostrado de manera brillante el filósofo e
historiador mexicano Luciano Concheiro (LC) en su libro Contra el
tiempo”, 2016. El mecanismo rector que impone el capital lo encierra la
fórmula por la cual el dinero se convierte en mercancía y luego de nuevo en
dinero (D-M-D). Sin embargo, el dinero obtenido al final es siempre mayor que
el dinero inicial, y este excedente es lo que se conoce como plusvalía.
“La historia
del capitalismo–afirma LC– puede ser leída como una sucesión permanente de
innovaciones técnicas y tecnológicas, todas ellas encaminadas hacia la
aceleración de los tiempos de producción o de circulación”. En otras palabras,
entre más se acorte el tiempo de rotación del capital, mayor será la ganancia.
La velocidad aparece entonces como un aliada de la acumulación infinita de
riqueza. En la era industrial el tiempo se fue acelerando conforme se pasó de
la máquina de vapor al motor de combustión interna, a los motores de reacción y
a los propulsores iónicos. O del telégrafo al teléfono y a Internet. La vida se
fue haciendo más veloz conforme se pasó del capitalismo mercantil, al industrial
y al financiero (o turbocapitalismo). En este último las ganancias se logran en
fracciones de segundo gracias a las supercomputadoras y a los algoritmos
desarrrollados (véase la serie Billions, en Netflix).
LC examina
magistralmente los efectos de este proceso sobre la política (el
cortoplacismo), lo efímero de las mercancías (la obsolescencia programada), el
consumo frenético, las relaciones de pareja, los cuerpos, y la salud síquica.
Bajo la dictadura de la velocidad los individuos se tornan seres estresados
y ansiosos y por ende viven permanentemente cansados (consúltese La
sociedad del cansancio, de Byung-Chul Han, 2012). En suma, la velocidad de
la vida moderna despoja de sentido a la existencia (LC), amenaza
peligrosamente el equilibrio del planeta y, sobre todo, atenta contra
el buen vivir. Son los tiempos peligrosos del capital.
Artículo publicado originalmente en La Jornada.
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