La desglobalización caótica:
¿Sólo una consecuencia de la guerra?
KAOSENLARED
31 de mayo de 2022 /
La semana pasada, la
élite global se reunió en el Foro de Davos, en Suiza. Dentro de las lujosas
instalaciones en las que se produjo esta reunión entre los empresarios,
políticos y propietarios de medios de comunicación sistémicos, una palabra se
convirtió en el eje de todos los debates: “desglobalización”.
El comienzo de la
guerra en Ucrania, junto a los enormes daños provocados por la pandemia a las
cadenas globales de suministros y la creciente tensión militar y económica entre
los dos grandes bloques geopolíticos de nuestro tiempo (el agrupado entorno a
la potencia declinante, los Estados Unidos, y su alianza militar, la OTAN; y el
que empiezan a vislumbrar las potencias emergentes, como Rusia y China) ha
puesto en peligro el proceso de globalización de la economía vivido por el
sistema capitalista desde los años setenta.
La globalización fue
el marco fundamental en el que se desarrolló la economía planetaria de las
últimas décadas. Se articuló entorno a un puñado de organizaciones
supranacionales de índole económico (como el Fondo Monetario Internacional, la
Organización Mundial de Comercio y el Banco Mundial), pero también alrededor de
la función de gendarmería y seguridad atribuida al omnipresente Ejército
norteamericano y a sus fuerzas auxiliares (la OTAN). Ha sido un ensayo de
mercado global hegemonizado por las grandes transnacionales de los países de
Occidente y los fondos de inversión. La libertad irrestricta para los flujos de
capitales y de mercancías, corría paralela a un aumento sostenido del comercio
internacional y una creciente acumulación por desposesión, por la vía de la
mercantilización de los bienes comunes y la privatización de los servicios
públicos, junto a la deslocalización de las actividades productivas y la
generalización del discurso neoliberal en la totalidad de las instituciones
políticas y académicas.
Quizás sea aún pronto
para hablar del fin de la globalización. Pero lo cierto es que sus presupuestos
políticos y económicos parecen haber saltado por los aires desde el fin de la
brutal sacudida provocada por la pandemia de Covid-19. Un informe de Accenture,
publicado en el marco del Foro de Davos, y basado en una investigación en la
que también colabora Oxford Economics, avisa de que el colapso presente de las
cadenas de suministros globales puede llegar a provocar pérdidas de hasta
920.000 millones de euros en el PIB de la zona euro, con un impacto potencial
de hasta el 7,7 % del PIB potencial europeo para 2023. En 2021, las pérdidas
atribuibles a los cortes de las cadenas de suministros ya alcanzaron los
112.700 millones para Europa.
Ya antes de la guerra
la escasez de materiales clave para la economía global, como los
semiconductores, unida al bloqueo del sector logístico y al inicio del proceso
inflacionario, provocaron fuertes tensiones al comercio mundial. La guerra ha
venido a significar la puntilla para el paradigma globalizador: un horizonte de
grandes bloques políticos y económicos enfrentados durante varias décadas
impone la necesidad de la relocalización de la producción estratégica y de
nuevas exigencias para la sostenibilidad y seguridad de las cadenas de
suministro internacionales.
Las empresas ya se lo
están planteando. En el Foro de Davos se han sucedido las presentaciones de
proyectos empresariales que mencionan la repatriación de actividades económicas
para salvaguardar la seguridad de los suministros y la consonancia con los
proyectos geopolíticos de los gobiernos concernidos. Según declaraciones de
Christophe Weber, consejero delegado del grupo japonés Takeda, al diario
económico Expansión, “se trata de eliminar el riesgo en cadena de suministro
(…) decir que la globalización ha terminado sería simplificar mucho, pero la
globalización que la gente tiene en mente ya no existe (…) la globalización que
existía hace unos años, el comercio sin restricciones y la idea de que el mundo
es plano, se ha terminado.”
Sin embargo, cerca del
30 % del valor añadido total de la economía europea depende de las cadenas
internacionales de suministro, ya sea porque permiten el acceso a fuentes de
materias primas baratas o porque facilitan vender la producción en otros
mercados. La desglobalización es un problema. La crisis de oferta provocada por
la guerra y el colapso comercial impulsan la inflación muy por encima de lo
esperado y la previsible reacción “austeritaria” de los halcones neoliberales
amenaza con provocar una fuerte recesión global. El alza de los precios de la
energía estrangula el crecimiento europeo y las sanciones contra Rusia, unidas
a la situación bélica en Ucrania, bloquean el suministro de alimentos a los
países del Sur.
Las sanciones
desplegadas por la guerra de Ucrania han provocado un frenazo en seco de las
economías occidentales, agravado por los problemas con el Covid 19 en la
República Popular China. El PIB de los países de la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo económico (OCDE), que representan cerca del 60 % de
la economía mundial, se frenó al 0,1 % entre enero y marzo. El PIB
norteamericano cayó un -0,4 %, Italia cae otro -0,2% y la débil subida de
Alemania (0,2 %) es insuficiente para compensar el terreno perdido (un -0,3 %)
durante el avance de la variable Ómicron, en diciembre pasado.
Las noticias de
empresas que se plantean la relocalización de actividades o la búsqueda de
suministros alternativos en países ahora aliados y considerados seguros, aunque
sus costes sean mayores, empiezan a hacerse comunes en los medios. Lo mismo
ocurre con las preocupantes declaraciones políticas que parecen alimentar un
escenario global de gran pugna, caliente o fría, entre Occidente y los países
emergentes. Biden afirma que defenderá militarmente Taiwán y la Unión Europea
se plantea enviar barcos a Odessa para exportar el grano ucraniano, pese a la
creciente posibilidad de incidentes descontrolados que hagan escalar la
situación hasta un punto de confrontación bélica abierta. Es difícil imaginar
un escenario en el que la sucesión de guerras y tensiones, quebrando la
comunidad internacional en dos grandes bloques antagónicos, pueda ser compatible
con la economía global abierta y la expansión ilimitada del comercio mundial
que vimos desplegarse en las décadas pasadas.
Algunos nunca fuimos
adeptos al paradigma globalizador y neoliberal. Pero haremos mal en interpretar
lo que está sucediendo como una reafirmación de las tesis basadas en la
soberanía productiva o la recuperación de un keynesianismo a escala nacional.
La desglobalización presente corre paralela al momento más dulce para los
grandes fondos de inversión transnacionales. Los fondos de capital riesgo viven
un tremendo auge en todo el mundo. Ahora acumulan cerca de 10 billones de
dólares en activos (sumando infraestructuras, deuda, energía, inmuebles y
participaciones en empresas) y se espera que en 2026 lleguen a los cerca de 18
billones. Las grandes fortunas aprovechan la crisis para crecer y acumular, en
economías que viven una desglobalización limitada y caótica que no toma la
forma de una recuperación de las soberanías nacionales ni de la pujanza de las
fuerzas populares, sino de una reordenación de las fuerzas económicas en dos
grandes bloques en crisis y sometidos a una sucesión de tensiones tempestuosas.
Otra globalización es
posible, decíamos en los movimientos sociales de los años 90. No fue así, y
ahora nos toca parar la gran guerra que ya ha comenzado, respetando la
soberanía y la seguridad de los pueblos, y construyendo puentes de solidaridad
y cooperación que permitan enfrentar los grandes problemas compartidos, como la
pobreza, la desigualdad, la explotación o la crisis ecológica.
Por José Luis
Carretero Miramar para Kaosenlared
Imagen de portada: Oto
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