Tal día como hoy en
1870 nacía Vladímir Ilich Uliánov, Lenin. En diciembre de 1914 publicaba este
artículo en defensa del derecho de autodeterminación de todas las naciones
oprimidas por los gran rusos, con mención explícita a Polonia y Ucrania.
El orgullo nacional de los gran rusos
El Viejo Topo
22 abril, 2022
¡Cuánto se
habla, se discute y se grita ahora acerca de la nación y de la patria! Los
minitros liberales y radicales de Inglaterra, un sinfín de publicistas
“avanzados” de Francia (que están de completo acuerdo con los publicistas de la
reacción), un enjambre de escritorzuelos oficiales, demócratas
constitucionalistas y progresistas (incluso algunos populistas y “marxistas”)
de Rusia, todos exaltan de mil maneras la libertad y la independencia de la
“patria”, la grandeza del principio de independencia nacional.
Es imposible
distinguir dónde termina el venal adulador del verdugo Nicolás Románov y de los
torturadores de negros y de los habitantes de la India, y dónde empieza el
pequeño burgués adocenado que sigue “la corriente” por estupidez o falta de
carácter. Pero ni siquiera importa distinguirlo. Nos encontramos ante una
corriente ideológica muy amplia y muy profunda cuyas raíces están sólidamente
enlazadas con los intereses de los señores terratenientes y capitalistas de las
naciones dominantes. Decenas y centenares de millones se gastan al año en la
propaganda de las ideas que convienen a esas clases: el molino es grande y
recibe agua de todas partes, empezando por el convencido chovinista Ménshikov y
terminando por los chovinistas que lo son por oportunismo o por falta de
carácter (Plejánov y Máslov, Rubanóvich y Smirnov, Kropotkin y Búrtsev).
Probemos
también nosotros, los socialdemócratas rusos, a definir nuestra posición ante
esta corriente ideológica. Estaría mal que nosotros, representantes de una
nación dominante del extremo Este de Europa y de una buena parte de Asia,
olvidásemos la colosal importancia del problema nacional -sobre todo en un país
al que con razón se denomina “cárcel de pueblos”- en un período en que,
precisamente en el extremo Este de Europa y en Asia, el capitalismo está
despertando a la vida y a la conciencia toda una serie de naciones “nuevas”,
grandes y pequeñas; en un momento en que la monarquía zarista ha puesto en pie
de guerra a millones de rusos y “alógenos” para “resolver” una serie de
problemas nacionales conforme a los intereses del Consejo de la Nobleza
Unificada[1] y
de los Guchkov, los Krestóvnikov, los Dolgorúkov, los Kútler y los Ródichev.
¿Nos es ajeno a
nosotros, proletarios conscientes rusos, el sentimiento de orgullo nacional?
¡Pues claro que no! Amamos nuestra lengua y nuestra patria, ponemos todo
muestro empeño en que sus masas trabajadoras (es decir, las nueve décimas
partes de su población) se eleven a una vida consciente de demócratas y
socialistas. Nada nos duele tanto como ver y sentir las violencias, la opresión
y el escarnio a que los verdugos zaristas, los aristócratas y los capitalistas
someten a nuestra hermosa patria. Nos sentirnos orgullosos de que esas
violencias hayan promovido resistencia en nuestro medio, entre los rusos, de
que de ese medio saliera un Radíschev, salieran los decembristas y los
revolucionarios del estado llano de los años 70, de que la clase obrera rusa formara
en 1905 un poderoso partido revolucionario de masas, de que el mujik ruso
empezara a convertirse, al mismo tiempo, en un demócrata y a barrer al pope y
al terrateniente.
Recordamos que
el demócrata ruso Chernyshevski, al consagrar su vida a la causa de la
revolución, dijo hace medio siglo: “Mísera nación de esclavos, todos esclavos
de arriba abajo”[2].
A los rusos, esclavos manifiestos o encubiertos (esclavos respecto a la
monarquía zarista), no les gusta recordar estas palabras. A nuestro juicio, en
cambio, son palabras de verdadero amor a la patria, de nostalgia por la falta
de espíritu revolucionario en la masa de la población rusa. Entonces no lo
había. Ahora, aunque no mucho, lo hay ya. Nos invade el sentimiento de orgullo
nacional porque la nación rusa ha creado también una clase revolucionaria, ha
demostrado también que es capaz de dar a la humanidad ejemplos formidables de
lucha por la libertad y por el socialismo, y no sólo formidables pogromos,
hileras de patíbulos, mazmorras, hambres formidables y un formidable servilismo
ante los popes, los zares, los terratenientes y los capitalistas.
Nos invade el
sentimiento de orgullo nacional, y precisamente por eso odiamos, en forma
particular, nuestro pasado de esclavos (citando los terratenientes aristócratas
llevaban a la guerra a los mujiks para estrangular la libertad de Hungría,
Polonia, Persia y China) y nuestro presente de esclavos, cuando los mismos
terratenientes, auxiliados por los capitalistas, nos llevan a la guerra para
estrangular a Polonia y Ucrania, para ahogar el movimiento democrático en
Persia y China, para afianzar a la banda de los Románov, Bóbrinski y
Purishkévich, que constituyen un oprobio para nuestra dignidad nacional de
rusos. Nadie tiene la culpa de haber nacido esclavo; pero el esclavo que rehúye
aspirar a su propia libertad y, encima, justifica y embellece su esclavitud (llamando,
por ejemplo, a la estrangulación de Polonia, Ucrania, etc., “defensa de la
patria” de los rusos), semejante esclavo es un miserable lacayo que despierta
un sentimiento legítimo de indignación, de desprecio y repugnancia.
“El pueblo que
oprime a otros pueblos no puede ser libre”,[3] decían
los más grandes representantes de la democracia consecuente del siglo XIX, Marx
y Engels, que llegaron a ser los maestros del proletariado revolucionario. Y
nosotros, obreros rusos, impregnados del sentimiento de orgullo nacional,
queremos a toda costa una Rusia libre e independiente, autónoma, democrática,
republicana, orgullosa, que base sus relaciones con los vecinos en el principio
humano de la igualdad, y no en el principio feudal de los privilegios,
humillante para una gran nación. Precisamente porque la queremos así, decimos:
en la Europa del siglo XX (aunque sea en el extremo Este de Europa) no se puede
“defender la patria” de otro modo que luchando por todos los medios
revolucionarios contra la monarquía, los terratenientes y los capitalistas de
la propia patria, es decir, contra los peores enemigos de nuestra patria; los
rusos no pueden “defender la patria” de otro modo que deseando, en cualquier
guerra, la derrota del zarismo, como mal menor para las nueve décimas partes de
la población de Rusia, pues el zarismo no sólo oprime en el terreno económico y
político a estas nueve décimas partes de la población, sino que las
desmoraliza, humilla, deshonra y prostituye, acostumbrándolas a oprimir a otros
pueblos, acostumbrándolas a encubrir su oprobio con frases hipócritas de
seudopatriotismo.
Se nos
objetará, quizá, que, aparte del zarismo y bajo su amparo, ha surgido y se ha
fortalecido ya otra fuerza histórica, el capitalismo ruso, que realiza una
labor progresiva, centralizando en lo económico y uniendo en un todo vastísimas
regiones. Pero esta objeción no justifica, sino que acusa con mayor energía aún
a nuestros socialistas chovinistas, a los que debería llamarse socialistas del
zar y de Purishkóvich (como Marx llamó a los lassalleanos socialistas del rey
de Prusia). Supongamos, incluso, que la historia decide la cuestión a favor del
capitalismo ruso de nación grande y opresora en contra de ciento y una pequeñas
naciones. Esto no es imposible, pues toda la historia del capital es una
historia de violencia y saqueo, de sangre y lodo. Nosotros en modo alguno somos
partidarios incondicionales de naciones indefectiblemente pequeñas; en igualdad
de otras condiciones, estamos absolutamente en pro de la centralización y en
contra del ideal pequeñoburgués de las relaciones federativas. Pero incluso en
semejante caso, primero, no es cosa nuestra, no es cosa de demócratas (sin
hablar ya de socialistas) ayudar a los Románov-Bóbrinski-Purishkévich a
estrangular a Ucrania, etc. Bismarck realizó a su manera, a lo junker, una
labor histórica progresista, pero ¡menudo “marxista” sería el que, por esta
razón, pensase justificar el apoyo socialista a Bismarck! Además, Bismarck
ayudaba al desarrollo económico unificando a los alemanes dispersos, que eran
oprimidos por otros pueblos. En cambio, la prosperidad económica y el rápido
desarrollo de Rusia exigen que se libre al país de la violencia que ejercen los
rusos sobre otros pueblos. Y esta diferencia la olvidan nuestros admiradores de
los casi Bismarck rusos genuinos.
Segundo, si la
historia decide la cuestión a favor del capitalismo ruso de gran nación
dominante, de ello se deduce que será tanto mayor el papel socialista del
proletariado ruso como impulsor principal de la revolución comunista,
engendrada por el capitalismo. Pero la revolución del proletariado requiere una
larga educación de los obreros en el espíritu de la más completa igualdad y
fraternidad nacionales. Por tanto, desde el punto de vista de los intereses
precisamente del proletariado ruso es imprescindible una prolongada educación
de las masas en el sentido de defender del modo más enérgico, consecuente,
audaz y revolucionario la completa igualdad de derechos y el derecho a la
autodeterminación de todas las naciones oprimidas por los rusos. El interés del
orgullo nacional (no entendido servilmente) de los rusos coincide con el
interés socialista de los proletarios rusos (y de todos los demás proletarios).
Nuestro modelo seguirá siendo Marx, quien, después de vivir varios decenios en
Inglaterra, se hizo medio inglés y exigía la libertad y la independencia
nacionales de Irlanda en beneficio del movimiento socialista de los obreros
ingleses.
En cambio,
nuestros chovinistas socialistas patrios, como Plejánov, etc., etc., en el
último e hipotético caso que hemos considerado, resultarán traidores no sólo a
su patria, a la Rusia libre y democrática, sino también a la fraternidad
proletaria de todos los pueblos de Rusia, es decir, a la causa del socialismo.
Lenin, 12 de diciembre de 1914.
Notas.
[1] Véase V. I. Lenin, op. cit., t. XII,
nota 7. (Ed.)
[2] Cita un pasaje, Prólogo, la novela
de N. G. Chemishevski. (Ed.)
[3] C. Marx, Literatura de emigrados. (Ed.)
Fuente: Tomo 26 de la edición castellana de las Obras
Completas de Lenin de la editorial Progreso.
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