De seis guantazos Pedro Sánchez le rompe las narices a Pablo Iglesias. Este se entorbellina y de nueve dentelladas le afosfatina al primero las espinillas y medio codo del brazo derecho, a expensas todo ello de lo que diga el parte medico oficial que daré yo un día de estos.
Conclusión, estamos hoy como ayer, con la casa sin barrer. Y ello es lógico. Sin escobas no hay Cristo bendito que pueda barrer, y la cosa es de barridos, no de acuerdos formales por las alturas.
La muerte de Franco coincide con la crisis capitalista de los años 70. Otra cosa es que los padres de la Patria; hijos y abuelos, empezaran a comer como nunca lo habían hecho y todavía sigan comiendo algunos por medio de lo que se dio en llamar entonces la transición política, que efectivamente se hizo.
Pero aquella transición no se hizo por la visión estratosférica y virtudes políticas a mogollón de Adolfo Suarez; Santago Carrilo o Manuel Fraga, actuando como artista invitado Felipe González, sino por la dicha crisis capitalista del los años 70 que para su "salida" requería de una nueva forma de explotación del trabajo, lo que a su vez necesitaba de nuevas estructuras económica y políticas que es donde hay que buscar todos los "cambios" del franquismo a la monarquía de Juan Carlos I (decidido por el propio Franco).
Esto podía y fue negociable entre unos y otros porque permitia envolver en el papel de colorines el caramelo de la democracia, a la que se podía confundir, y se confundió, con la democracia representativa actual (oye, tú me votas, que ya veré yo lo que decido según lo que me digan que tengo que decidir, y si no te gusta, te aguantas cuatro años, y depues me vuelves a votar).
Aquel papel acaramelado de la democracia, que no era tal, sino democracia representativa (que me votes, que ya veré yo lo que hago no hago o tengo que obedecer o que tanto por cien tengo que cobrar) concedió tantas libertades como las necesarias para darle un lavado de cara al Régimern sin que cambiara en la sustancial, y al tiempo se establecieron las bases para el empeoramiento de las condiciones de vida que han llegado hasta hoy (el contrato basura y el inicio de las perdidas de derechos sociales y laborales datan que aquellas fechas).
Esto podía y fue negociable entre unos y otros porque permitia envolver en el papel de colorines el caramelo de la democracia, a la que se podía confundir, y se confundió, con la democracia representativa actual (oye, tú me votas, que ya veré yo lo que decido según lo que me digan que tengo que decidir, y si no te gusta, te aguantas cuatro años, y depues me vuelves a votar).
Aquel papel acaramelado de la democracia, que no era tal, sino democracia representativa (que me votes, que ya veré yo lo que hago no hago o tengo que obedecer o que tanto por cien tengo que cobrar) concedió tantas libertades como las necesarias para darle un lavado de cara al Régimern sin que cambiara en la sustancial, y al tiempo se establecieron las bases para el empeoramiento de las condiciones de vida que han llegado hasta hoy (el contrato basura y el inicio de las perdidas de derechos sociales y laborales datan que aquellas fechas).
Hoy el capital no puede conceder ni siquiera papelillos coloreados. Después de la crisis de 2008 el capital no puede conceder nada por la sencilla razón de que para mantenerse en pie lo necesita todo: el dinero de la seguridad social, la precariedad laboral, el robo del patrimonio público, etc., mediante eso que llaman privatizaciones, el saqueo por la fuerza de los recursos naturales de pueblos, la anulación del poder sindical de los trabajadores, la prohibición legal de cualquier critica al sistema establecido, el dominio de la enseñanaza, el control de los medios de información, etc. Todo esto es innegociable para el capital y por tanto para Pedro Sánchez, por lo que sería ingenuo esperar que después del 10- N (Sea el resultado que sea) se produjera un acuerdo de gobierno entre PSOE y UP, salvo que, Pablo Iglesias en nombre de no se sabría qué y por razones de politicia de Estado, se pasara al bando de Pedro Sánchez, tal que Errejón, por ejemplo.
La negociación que necesitamos la inmensa mayoría de la población es incidir en la información y formación para lograr organizaciones sociales efectivas, sin renunciar a estar en las instituciones y en la politica oficial, pero lo que mola para nuestros intereses, son menos representaciones, menos tuli tuli y menos declaración detelgráfica y, más poder efectivo através de las organizaciones sociales.
La negociación que necesitamos la inmensa mayoría de la población es incidir en la información y formación para lograr organizaciones sociales efectivas, sin renunciar a estar en las instituciones y en la politica oficial, pero lo que mola para nuestros intereses, son menos representaciones, menos tuli tuli y menos declaración detelgráfica y, más poder efectivo através de las organizaciones sociales.
***
Enseñanzas para el 11-N
24.10.2019
El gobierno de coalición no ha sido posible, fundamentalmente, por el proyecto socialista de continuismo programático, neutralización de la dinámica del cambio de progreso y subordinación de la representación política que lo expresaba. El interrogante para el 11-N, por tanto, es pertinente: ¿Es posible un auténtico gobierno de coalición, plural, pactando el Partido Socialista un programa común para articular un proyecto compartido de país, sin el sometimiento o la marginación de Unidas Podemos? No valoro la contribución de Más País que se ha pronunciado por garantizarle la gobernabilidad, ya que todas las encuestas consideran que no va a ser determinante para garantizarlo, si no hay un acuerdo a tres.
Pues bien, Sánchez insiste en que no.
Su opinión es difícil que cambie a través de una estrategia unitaria y
de cooperación de las fuerzas del cambio, necesaria pero insuficiente.
La experiencia de la investidura nos dice que, aunque concilió durante
dos días con el nombre de coalición, su concepción de un gobierno
homogéneo, no dos, implicaba la ausencia de autonomía para Unidas Podemos, el
factor principal de desconfianza. Ya lo manifestó en la propia
investidura y lo podía haber impuesto como pretexto definitivo para
romper la breve negociación y convocar elecciones en el caso de haber
admitido UP su propuesta ministerial. La exigencia socialista era la
renuncia a una gestión reformadora significativa y, sobre todo, a la
correspondiente legitimidad social para fortalecer el espacio y la
dinámica de cambio de progreso. Para vencer esa reticencia socialista a
la pluralidad es necesario la generación de un importante problema de
legitimidad social, sin que sea posible su apoyo en las derechas.
Desde esa perspectiva, se puede remarcar como un error menor la
oposición de la dirección de UP de la propuesta socialista de una
vicepresidencia y tres miniministerios. Su argumento era su
insuficiencia y falta de clarificación sobre sus competencias; y
aspiraba a algo más (las políticas activas de empleo), confiando en la
prolongación de la negociación, cosa que se desveló ilusa, sin prever el
portazo socialista. Se estaba infravalorando la firme determinación de
Sánchez y su equipo, si no tras el 28 de abril sí después del 26 de
mayo, de imponer su proyecto programático y de gestión gubernamental
prácticamente sin negociar o bien convocar nuevas elecciones con la
expectativa de incrementar su representatividad y su poder. Su plan fue
ratificado durante la investidura fallida de julio. Los meses de agosto y
septiembre ya han sido un mero postureo para justificarlo.
El plan hegemonista de Sánchez
Ese plan también conllevaba su interés hegemonista de seguir debilitando a Unidas Podemos,
neutralizando su proyecto autónomo. Sus condiciones pretendían
asegurar, al menos, la continuidad de la tendencia electoral, expresada
el 28 de abril, en que a pesar del acuerdo político y presupuestario,
sin gobierno compartido, se incumplió la mayor parte y no impidió el
trasvase de más un millón de votantes y una treintena de escaños hacia
el PSOE desde UP; aunque en ello hubiera también otras causas, como el
favoritismo mediático en el primer caso y su división interna y la
acción de las cloacas en el segundo.
La dirección socialista ha
vuelto a plantear el auténtico escollo: la falta de garantías del
sometimiento de la representación de Unidas Podemos, la llamada
falta de confianza o fiabilidad. Es el pretexto definitivo para romper
la negociación y convocar elecciones para volver con similares objetivos
al mismo sitio… pero con mayor ventaja. Además, la restricción a la
libertad de crítica a determinadas actuaciones problemáticas de la
mayoría gubernamental o su presidente la extiende al resto de líderes no
presentes en el Ejecutivo, como el propio Pablo Iglesias o Ada Colau.
O sea, exige una defensa colegiada y disciplinada del conjunto de ambas
formaciones a todo el proyecto gubernamental, incluido las llamadas
políticas de Estado, que además de la política económica, exterior, de
seguridad y las medidas punitivas ante el conflicto catalán, podrían
llegar a temas sensibles como la reforma del sistema de pensiones, el
pacto educativo, la inmigración, la sostenibilidad medioambiental, la
igualdad de género o las libertades civiles (ley Mordaza). Todo ello sin
negociar su sentido, con su letra pequeña, su concreción y su
financiación, en un programa común detallado, y con probables pactos con
las derechas y sin garantías de un cumplimiento beneficioso para la
mayoría social, con perspectiva igualitaria y democrática.
Por
tanto, la decisión socialista contra un gobierno plural está basada en
su prepotencia y su percepción de la imposibilidad de doblegar a Unidas Podemos
para que acepte su total liderazgo en un proyecto unilateral, centrista
de apariencia progresista. No dejaba un hueco razonable para
implementar algunas políticas sociales transformadoras beneficiosas para
las personas y el correspondiente refuerzo del espacio del cambio.
En los tres ámbitos se producía el choque: dimensión transformadora
frente a continuismo gestor; ampliación del campo progresista frente a
las derechas, considerando mutuamente la legitimidad de ambas fuerzas
sin ventajismo para el Partido Socialista, como en el periodo
anterior, y cohesión y disciplina respecto del conjunto de las políticas
de estado y las decisiones presidenciales frente al reconocimiento
pactado de cierto pluralismo político y autonomía, particularmente ante
los desacuerdos.
La dirección de Unidas Podemos, desde
el realismo y su afán de llegar al acuerdo de gobierno de coalición, ya
había hecho importantes concesiones. Dejaba en mano socialista las
grandes políticas de Estado, económicas, institucionales y
territoriales. Es decir, acataba la implementación gubernamental de su
continuismo en esos campos con probables pactos con las derechas.
Igualmente, retiraba el ‘escollo’ de la presencia del propio Iglesias en
el Consejo de ministros, imposición que era un indicio de la
prepotencia y ambición de poder de Sánchez y tener el pretexto de la
ruptura. Además, aceptaba una gestión no proporcional a los votos y unos
miniministerios.
La última barrera explícita era la aspiración
a competencias claras en varias políticas sociales, con alta
importancia práctica para la gente, particularmente la precaria y
desfavorecida: regulación del precio de la luz y los alquileres,
derogación de la reforma laboral, nueva subida del SMI, actualización de
las pensiones por ley según el IPC… Tenían también un gran valor
político-simbólico. Expresaban, parcialmente, el proyecto propio y el
conflicto de fondo. No obstante, a pesar de tantas concesiones, para la
dirección socialista no eran suficientes y esa última reclamación
intolerable; fue el punto de ruptura.
Así, relacionado con esto
último, el problema principal estaba en el choque de intereses y
proyectos que significaba. No estaba cercano el acuerdo, ni era fácil.
La propuesta socialista de ministerios estaba supeditada a su modelo de
‘un’ gobierno cohesionado. No había salido a la luz la divergencia de
ambos proyectos, solo la fórmula de gobierno en solitario o en
coalición. Por un lado, el carácter continuista y normalizador del
proyecto socialista y su concepción prepotente del poder. Por otro lado,
los objetivos mínimos de Unidas Podemos que no puede renunciar:
implementar un avance social significativo, con un refuerzo de una
mínima dinámica de cambio real para la mayoría social y su
representación institucional. Su prioridad, tal como se ha demostrado,
no son los sillones, sino su utilización para esos dos objetivos:
mejoras para la gente y refuerzo del cambio, con los reequilibrios
simbólicos y de poder correspondientes. Parece que en gran parte de la
ciudadanía va quedando claro a pesar de la campaña gubernamental. El Partido Socialista tiene un problema de credibilidad ciudadana al haber bloqueado un gobierno de progreso plural.
La pugna estratégica
En definitiva, el trasfondo de la pugna estratégica ha estado
subsumido, lo que ha impedido un debate público, mediatizado por la
propaganda de parte. No hay un bloque progresista (de izquierda o
centroizquierda). Entre la ciudadanía sí hay una mayoría progresista,
más o menos firme, diferenciada de las corrientes conservadoras. Pero en
la representación política no; aparte de las derechas (y los
nacionalismos periféricos) hay dos tendencias: una, centrista o
continuista, aun con componentes y retórica progresista junto con
elementos prepotentes; otra, transformadora y de cambio de progreso, de
talante democrático e igualitario, aun con sus errores analíticos y
políticos. Las dos posiciones ya estaban presentes el 29 de abril,
cuando se planteó la dicotomía entre gobierno socialista en solitario o
en coalición con UP. Pero el debate entre esas fórmulas lo ha acaparado
prácticamente todo y solo a partir de la investidura fallida ha ido
aflorando la distancia de ambos proyectos.
O sea, como ha
expresado posteriormente el propio Sánchez, el motivo principal para su
rechazo al Gobierno de coalición propuesto por Unidas Podemos no
era una dirección general más o menos (dentro de las menores), sino la
no garantía de la subordinación a su estrategia: una línea política
centrista con algunos componentes progresistas y un control del poder
definido e impuesto unilateralmente. Es lo que apenas se discutió y que
explotó con el asunto de las competencias ministeriales y el veto a
Iglesias.
El plan de Sánchez tiene dos características. Por una
parte, un sentido continuista vinculado al modelo socioeconómico e
institucional dominante, en el marco del eje europeo liberal
conservador. Por otra parte, su concepción monopólica del poder y su
ejercicio antipluralista, como freno a las dinámicas y expresiones
transformadoras y democráticas. Este aspecto es el que el propio
Iglesias reconoce ahora que tenía Sánchez y no advirtió. Y es el tema de
fondo que debía de haber sido objeto de negociación y acuerdo. El no
hacerlo ha dado ventaja al Partido Socialista en su relato de
justificación de su prepotencia y su responsabilidad en el bloqueo
institucional y la nueva convocatoria electoral, antes que girar a la
izquierda y acordar con Unidas Podemos.
Y es el asunto
para tratar tras el 10-N, con la hipótesis de unos equilibrios
representativos similares, aunque con algunas variaciones respecto de
los posibles acuerdos y estrategias. La triple opción básica es entre
avance social y democrático, continuismo socioeconómico e institucional e
involución política y regresiva. El ciclo de pugna por el cambio
sustantivo de progreso no ha terminado. Hay tendencias cívicas que lo
siguen defendiendo más allá del propio electorado del espacio del
cambio. El gobierno de coalición es difícil pero no imposible. Su
utilidad como emplazamiento creíble es dudosa. Lo principal es la
ampliación del contrato sociopolítico de un proyecto de progreso entre
el espacio del cambio y una amplia corriente progresiva que condicione
al Partido Socialista. Veremos lo que dictamina el conjunto de la ciudadanía.
Antonio Antón. Profesor de Sociología de la Universidad Autónoma de Madrid.
@antonioantonUAM
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