El neoliberalismo y la muerte de la democracia (posdemocracia) / Cándido Marquesán Millán
Sociología Crítica
Cándido Marquesán Millán
Fuente: Nueva Tribuna
05.05.2019
Un libro de gran calado ideológico es Poder y sacrificio. Los nuevos discursos de la empresa de Luis Enrique Alonso y Carlos J. Fernández Rodríguez. De ellos también pude disfrutar del libro Discurso del presente. Análisis sobre los imaginarios sociales contemporáneos. Del primero quiero detenerme en algunas ideas expuestas en el Epílogo. Economía contra sociedad o los peligros antidemocráticos del discurso gerencial contemporáneo.
Las relaciones entre el sistema económico y el sistema político,
relaciones claramente de subordinación de la política a la
economía, se han transformado profundamente en los últimos decenios
desde la implantación indiscutida del neoliberalismo a nivel mundial.
Esta dinámica ha supuesto una degradación de las democracias
occidentales, por lo que el concepto de democracia en la
actualidad-presionado por el apabullante realismo del rendimiento,
competitividad y rentabilidad en todos los ámbitos de la sociedad- es
complicado reconocerlo con los parámetros normales de evaluación de las
democracias maduras implantadas a partir de mitad del siglo XX en el
mundo occidental. El concepto de democracia y su modelo de ciudadanía,
tras la implantación del neoliberalismo y la crisis financiera de la
primera década del siglo XXI ha sido forzado y retorcido al límite, por
lo que resulta muy difícil aplicarlo a nuestras formas actuales de
gobierno, a pesar de que se mantienen el sufragio universal, una
competición interpartidista, elecciones de representantes políticos
indirectos, y la garantía relativa de las libertades negativas-según la
denominación de Isaiah Berlin, y las que garantizan
cierta autonomía del individuo. Pero la realidad es la que es, la
desafección de gran parte de la ciudadanía hacia sus representantes
políticos es incuestionable y, de momento parece irreversible, porque
percibe la subordinación de la clase política a los grandes poderes
económicos. La estamos observando en estos momentos en esta España
nuestra, en el proceso de formación de un nuevo gobierno.
Este
fenómeno se ha reconocido como una pérdida de calidad democrática, o
incluso de parálisis democrática, al anular o troquelar en gran medida
la esfera económica todos los demás aspectos de la convivencia
democrática, lo que supone banalizar o eliminar las razones públicas que
no sean estrictamente mercantiles. En lo que se refiere a los derechos
sociales vinculados a al Estado social y democrático de derecho,
implantado tras la Segunda Guerra Mundial el golpe ha sido de tal
calibre que se ha llegado a hablar no sin razón de crisis de los
derechos-incluidos los derechos humanos básicos- y de regresión grave de
las libertades positivas-concepto también de Berlin- o de los derechos
ciudadanos a obtener bienes o servicios colectivos para consolidar o
aumentar el bienestar, la dignidad y calidad de vida.
Lo
descrito más que una crisis coyuntural supone la implantación de un
nuevo régimen de gobernanza vinculado al neoliberalismo, que denominó ya
en 2004 el sociólogo británico, Colin Crouch posdemocracia. ¿Qué significa? Es
un nuevo sistema político donde nominalmente se apelan a los
mecanismos formales de elecciones, turno partidista, y además el
incremento del protagonismo de la política espectáculo y los medios de
comunicación- lo acabamos de contemplar en las recientes elecciones en
los debates en televisión-, de la imposición de los mandatos de las
grandes corporaciones económico-financieras globales, del declive de la
soberanía de los Estados y de la imposibilidad de llevar a cabo
políticas públicas eficaces para los problemas de la ciudadanía y del
ataque mercantil a las bases de la ciudadanía social y los derechos
laborales fordistas, a través de brutales reformas laborales continuas y
cada vez más dañinas para los trabajadores, así como la destrucción de
la negociación colectiva. Todos estos fenómenos ensamblados unos con
otros los puede constatar en la España actual cualquier ciudadano
medianamente informado. Lo grave es que muchos sectores de la ciudadanía
asumen esta realidad como algo incuestionable, a lo que contribuyen los
grandes medios de comunicación. Resulta sorprendente que las víctimas voten a sus propios verdugos.
Esta posdemocracia ha tendido a eliminar, lo que señalaba ya el informe de la Comisión Trilateral en 1973, el exceso de democracia participativa y distributiva en los diferentes espacios de convivencia de los Estados occidentales, desde el mundo de la política y de la empresa; el exceso de actores en la toma de decisiones (sindicatos, movimientos sociales, organizaciones no gubernamentales, etc.) que generaba según este planteamiento desorden en el sistema político y el sistema económico, lo que significaba finalmente el pánico de las élites económicas al funcionamiento de la misma democracia. Por ello, se ha implantado una nueva gubernamentalidad, que supone una limitación de los derechos estrictamente parlamentarios, bloqueando los poderes de representación, la decisión de los movimientos sociales y cívicos (iniciados por los sindicatos).
El pacto keynesiano a nivel macro del Estado y el reconocimiento
empresarial de tal pacto, a nivel micro, han quedado liquidados y
demuestra que el discurso de la financiariarización los ha convertido en
algo políticamente utópico. Lo mismo ocurre con las prácticas
tradicionales socialdemócratas sin espacio real ya de intervención al
estar subordinadas , incluso a nivel constitucional (reforma del
artículo 135 de nuestra Carta Magna), a una estricta ortodoxia
presupuestaria, que supone subordinar cualquier práctica, pública o
privada, de lo social a lo financiero.
Pero si esta posdemocracia es una característica fundamental
del capitalismo posfordista y financiero, el impacto de la crisis ha
sido especialmente brutal y disciplinador de lo social en las
instituciones reguladoras. Las grandes instituciones de la posguerra, la
OCDE, Banco Mundial, FMI, la UE han dejado de ser instrumentos
modernizadores y financiadores de actividades empresariales para
convertirse en implacables e inmisericordes guardianes de la ortodoxia
financiera y la austeridad presupuestaria. Desde ese sacrosanto marco
institucional desvinculado de cualquier preocupación por lo social, se
ha impuesto un ideario del dominio del mercado, la competencia a todos
los niveles, la culpabilización de los no competitivos, como si el
cumplir esas órdenes del mercado total trajeran per se
crecimiento y desarrollo a las naciones, así como talento y creatividad a
las personas. Las razones auténticas de la desigualdad creciente e
insultante quedan totalmente ocultas en este discurso neohobbesiano de
todos contra todos.
La idea de cargar sobre las espaldas de los más débiles y más
vulnerables los costes de un modelo de gestión financiarizada, apoyada e
implementada por todos los partidos tradicionales, populares, liberales
o socialdemócratas, ha provocado un gravísimo daño, no sé si
irreparable, a la legitimidad de las instituciones políticas y
económicas, además de producir un gravísimo malestar entre la población.
El discurso dominante de los últimos años no ha podido ser más
paradójico, ya que mientras se defendían y ponían en práctica los duros
discursos para todo lo público, de la austeridad, los recortes sociales,
los despidos colectivos o la socialización de los costes de la deuda
financiera privada-con unos costes sociales brutales- se preconizaban
desde el gerencialismo empresarial vistosos y virtuosos discursos sobre
los valores de la empresa, coaching, el talento, la creatividad, la
innovación, la confianza mutua, el surfear sobre la ola del riesgo, todo
planteado como arrojo personal e imaginativo producto de un
emprendimiento desinhibido, opuesto a la parálisis del burócrata y nos
transmitía e imponía la idea de que todos en potencia éramos Amancios
Ortegas y desde la aldea más recóndita, gracias a las nuevas tecnologías
podíamos levantar auténticos imperios empresariales.
Todo lo expuesto por Luis Enrique Alonso y Carlos J. Fernández Rodríguez es
más que suficiente para explicar la crisis de legitimidad, desafección y
pérdida de confianza en la misión social de las instituciones públicas y
privadas en la mayoría de la ciudadanía occidental, como la española,
al haberse roto números consensos a nivel macro, del Estado, o micro, de
la empresa, que se habían ido construyendo durante el largo plazo de la
era keynesiana. Y también explica la irrupción de determinadas opciones
políticas, representadas por los Trump, Duterte, Modi, Orban, Salvini,
Erdogan, Abascal, que hace unos años nos hubieran resultado totalmente
inimaginables.
Lo más grave es que somos incapaces de imaginar alternativas. Esto
también es algo nuevo, pero la historia nos enseña y advierte- para eso
sirve- que en ella no hay nada definitivo ni predeterminado por el
destino. Ni por supuesto el neoliberalismo, a pesar de su expansión y
domino rápido y apabullante en la actualidad. Lo primero e
imprescindible para atisbar alguna alternativa es abandonar la
convicción asumida por gran parte de la sociedad de que el
neoliberalismo es y representa el sentido común, y de que la historia
corre a su favor, como creía el marxismo. No podemos aceptar, como
señala Tony Judt, que el estilo materialista y egoísta
de la vida contemporánea sea consustancial a la condición humana.
Mientras no nos despojemos de esa autodestructiva convicción todo camino
de liberación permanecerá cegado. Insisto la salida no es fácil de ver.
Pero es posible. En realidad es indispensable. Y la oportunidad está
ahí para ser aprovechada. En pocas ocasiones se presentará una situación
tan propicia para cambiar radicalmente la situación presente. Nada más
hay que observar la profunda indignación, generalizada y expresada
masivamente. Y sobre todo es cuestión de imaginación. La cuestión ahora
no es el predomino del mercado, sino su enorme capacidad de esterilizar
todo tipo de pensamiento. Recurriendo de nuevo a Polanyi:
“La creatividad institucional del hombre sólo ha quedado en suspenso
cuando se le ha permitido al mercado triturar el tejido humano hasta
conferirle la monótona uniformidad de la superficie lunar”.
Mas, a pesar de todo, las generaciones que nos han precedido, además de
imaginativas fueron valientes para luchar contra la injusticia. Así
nos dejaron una prodigiosa herencia, la más rica de toda la historia con
una legislación laboral, un régimen democrático y un Estado de
bienestar, que de no mediar un cambio radical, nosotros los más
preparados de la historia, no sé si por cobardía o por egoísmo, no vamos
a transmitir a las generaciones futuras. Nuestra conducta recuerda la
ocurrencia de Groucho Marx: ¿Por qué debería preocuparme yo por las generaciones futuras? ¿Acaso han hecho ellas alguna vez algo por mí?
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario