Ucrania, el sistema-mundo y la geopolítica de la post guerra fría
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Ivan
León Zhukovskii
Sociologia
Crítica
02.11.2015
Las
limitaciones sistémicas analizadas (involución periférica y
tendencia al debilitamiento del centro político) se han visto
potenciadas por el marco geopolítico en que Ucrania ha tenido que
operar durante el período postsoviético. Este escenario ha estado
condicionado, a su vez, por las transformaciones, ya analizadas, en
la lógica y dinámica del sistema-mundo capitalista y por los
efectos del derrumbe del Comunismo Histórico sobre la correlación
de fuerzas en Europa y el Espacio Postsoviético.
En
términos geopolíticos, el saldo principal del colapso de la URSS
fue una sustancial modificación de la correlación de fuerza a nivel
global y particularmente en Eurasia, a favor de las fuerzas políticas
y económicas del capitalismo global, del “gendarmismo
estadounidense” y en detrimento de Rusia. En este contexto y sobre
todo durante el putinismo, el Espacio Postsoviético ha constituido
uno de los principales centros de confrontación geopolítica,
protagonizada por estos actores (en su dimensión tanto nacional como
trasnacional-corporativa) y en menor medida por otros como China,
Turquía e Irán.
Por
su parte, los impactos de la financiarización del ciclo “americano”
de acumulación y el globalismo neoliberal sobre las formaciones
estatales han sido diversos. En el plano de las potencialidades y
proyecciones externas de los Estados (dependiendo de los niveles de
periferización) la tendencia más determinante ha sido la limitación
del rango de soberanía y su absorción funcional por parte de los
centros integracionistas y de gravitación geopolítica, liderados
por los países-centros de la acumulación global. Estos definen la
forma en que los países más dependientes quedan integrados en su
órbita.
En
relación con las antiguas formaciones del Comunismo Histórico y
tras los efectos del derrumbe, Rusia solo logró recuperar algunas
posiciones con la emergencia del putinismo, abriéndose así una
considerable brecha para la influencia en el área de las potencias
del centro capitalista. Como resultado, estás formaciones quedaron
sujetas a la fuerza de tracción de UE (en la mayoría de los países
del Este mediante la formalización de su membresía en la Unión)
Estados Unidos o de Rusia. A mayor cercanía e imbricación y mayor
fortaleza del centro en cuestión (sobre todo la UE), mayor también
ha sido el poder de absorción sobre los países gravitantes.
En
el caso de las repúblicas ex soviéticas, en virtud de la debilidad
relativa de Rusia como centro de gravitación geopolítica y sobre
todo integracionista y de la distancia, también relativa, con UE,
Estados Unidos y China, muchas han pretendido aplicar una estrategia
exterior de geometría variable y equidistante, intentando obtener
beneficios de los vínculos con todas las potencias y explotar las
diferencias entre estas.
La
situación de Ucrania, sin embargo, desbordo estos marcos, complejos
per se. Es cierto que su estrategia externa, al margen del discurso
abiertamente “pro europeo”, ha reproducido el clásico formato de
“colaboración” sin compromisos excluyentes con UE-Estados Unidos
y con Rusia. Sin embargo, como reconocen desde hace décadas muchos
expertos, entre ellos importante ideólogos tanto del “gendarmismo
estadounidense” como del capitalismo trasnacional (Brzezinski,
1998: 229; Friedman, 2010: 336), este país ocupa un lugar
privilegiado, como ningún otro, en diferentes frentes estratégicos
rusos, fungiendo como gran perímetro deseguridad.
Tomando
en consideración las tendencias del sistema-mundo contemporáneo y
las transformaciones que tendrán lugar a raíz de la consolidación
del nuevo modelo de acumulación (post “americano”, ¿asiático?,
¿multipolar?) y de las limitaciones rusas para competir en el ámbito
productivo, tecnológico y financiero, sin un control activo sobre
Ucrania, en el mediano-largo plazo Rusia quedaría en extremo
vulnerable y con pocas posibilidades de reproducir su estatalidad y
sus actuales marcos territoriales.
La
inclusión de Ucrania (en cualquiera de los formas de división
territorial-administrativa, unitaria o federalizada) es condición
para el éxito del proyecto de integración euroasiático, que es
asumido por las autoridadesrusas como la única posibilidad de no
sucumbir ante los efectos destructivos de la financiarización
neoliberal. En el contexto de las serias limitaciones de la
estructura económica rusa, este es un mecanismo de reproducción de
su modelo económico extensivo. Por otra parte y, siendo esta quizás
su trascendencia mayor para Rusia, constituye un espacio vital de
contención contra las imperecederas pretensiones expansivas de la
OTAN, que tienen como fin último la anulación de Rusia como sujeto
de la política internacional.De aquí se desprende la importancia de
Ucrania para el bloque euro-americano: contener, influir, debilitar a
Rusia. Un actor totalmente marginal en la división global del
trabajo, un paria del capitalismo global se torna protagonista
(instrumental) principal de la puja geopolítica entre Estados
Unidos, UE y Rusia.
Las
condicionantes de esta centralidad ucraniana se han visto potenciadas
durante los últimos años por importantes tendencias negativas tanto
para Estados Unidos-UE como para Rusia. En el primer caso, las
limitaciones del modelo de acumulación vigente han devenido en un
debilitamiento del centro capitalista y del potencial hegemónico
estadounidense, sobre todo en materia económica. Esto se ha
acompañado, dialécticamente, del fortalecimiento de las posiciones
de los llamados actores emergentes, que si bien han sido producto de
la evolución de la economía-mundo hacia el paradigma transnacional
y un nuevo ciclo de acumulación, no es un resultado deseado por la
estatalidad de los centros de la acumulación global.
Rusia,
por su parte, atraviesa una crisis interna en todos los ámbitos. A
las limitaciones sistémicas vinculadas a su involución periférica,
se le yuxtaponen los efectos coyunturales de la inconclusa crisis
global. Las serias limitaciones, cada vez mayores, para reproducir el
modelo económico extensivo, extractivo y depredador, constituyen el
telón de fondo sobre el cual se explayan serias dificultades para
lograr, al menos, un mínimo crecimiento económico y de la
producción industrial y, particularmente desde las elecciones
parlamentarias de 2011, contener los efectos de la ruptura del
consenso putiniano a nivel social y del carácter monolítico del
sistema político10. El saldo general es un estrechamiento de los
márgenes de maniobra de Vladimir Putin y su entorno a lo interno de
Rusia, dificultades cada vez mayores para reproducir la
gobernabilidad, niveles aceptables de consenso y los mecanismos para
la descongestión de la tensión social. Pero, sobre todo, el
entendimiento, estéril, del papel que en este sentido desempeñan
las grandes limitaciones sistémicas, inherentes a la involución
periférica, que pesan sobre el país y cuya reversión no constituye
un objetivo de la élite rusa.
Ante
esta suma de dificultades, que dejan al descubierto serias brechas
para la reproducción del sistema, la élite política rusa ha puesto
en marcha una estrategia general de” defensa y contención”. Este
se ha expresado, a nivel interno, en una agresiva política de
control social, mediante actos normativos y/o administrativos
“reguladores” de la conducta social (flujo de la información, la
libertad de expresión y las manifestaciones de las minorías
sexuales, entre otros), así como una política penal que ha
expandido el ámbito de la tipificación y el alcance de la
interpretación del derecho. A nivel externo y en el mismo sentido,
durante el segundo mandato de Putin ha sido marcada la tendencia al
aumento de la confrontación con las potencias centrales, en especial
con Estados Unidos.
La
crisis ucraniana y la anexión de Crimea fue el colofón de un
proceso precedido desde 2012 por la negativa de Putin de acudir a la
Cumbre del G-8 en Camp David, la promulgación de la Ley de “Dima
Yakovlev”11, el otorgamiento de asilo político a Edward Snowden y
la activa postura en contra de la agresión militar contra Siria.
Esto se ha visto acompañado, a lo interno, de un fuerte discurso
nacional-patriotero y antiestadounidense y un considerable aumento
del gasto militar, como mecanismos de control y “cohesión”
interna y mensaje de contención a los actores externos. Procesos
similares han sido relativamente comunes en determinadas fases de
desarrollo de las formaciones semiperiféricas (subimperiales), sobre
todo durante sus crisis sistémicas. El factor político-militar es
determinante en estas formaciones, como resultado de las limitaciones
estructurales de sus economías. Es justamente la existencia de un
centro político fuerte y su capacidad para reproducir la
gobernabilidad a nivel interno y controlar los espacios geopolíticos
bajo su “mando”, lo que más las distingue de las formaciones
periféricas.
Esta
es una de las razones por las cuales la oligarquía ucraniana ha
evitado por todos los medios formalizar la inclusión del país en el
Espacio Económico Unificado12, proyecto integrador liderado por
Rusia que, según la mayoría de los expertos, es la opción más
beneficiosa para la economía ucraniana, si se toma en cuenta,
además, que hubiera venido acompañado de medidas “políticas”
vitales para este país, como la disminución del precio del gas. En
esta vocación anti rusa han sido determinantes el temor del gran
capital ucraniano de ser absorbido por sus pares rusos, (incluyendo
el capital estatal) inconmensurablemente más fuertes, así como la
agresividad en las proyecciones expansivas de estos últimos, que le
han permitido dominar ramas íntegras de la industria ucraniana y
hacerse de un nicho importante en el sector financiero de este país.
En 2013, el valor acumulado de los capitales de los diez primeros
oligarcas ucranianos fue de 32 mil millones de dólares, mientras que
el de sus pares rusos fue cinco veces mayor, superando los 150 mil
millones de dólares. La diferencia es aún mayor, si se toma en
consideración el capital estatal ruso, sobre todo el bancario, cuya
capitalización es decenas de veces superior a las de las principales
entidades bancarias ucranianas.
Además
y no menos importante, en sus lazos con las estructuras financieras
occidentales se deja ver una vez más la matriz compradora de la
oligarquía ucraniana. Es en el “centro” del sistema-mundo donde
la élite económica de este país se legitima, resguarda sus
capitales y ubica la sede legal de muchas de sus compañías, además
de constituir el mercado europeo uno de los destinos principales de
sus exportaciones.
Tanto
Rusia como el bloque euro americano atraviesan fases críticas en su
desarrollo. Como resultado, cada uno, desde sus potencialidades y
necesidades y por métodos distintos, ha aumentado su activismo
externo buscando reposicionarse en los marcos de un sistema-mundo en
metamorfosis. De esta manera, la escalada de la tensión entre estos
dos polos de la geopolítica es un resultado lógico, emergiendo
Ucrania como el centro de operaciones y el eslabón más débil.
La
fuerza de la financiarización globalizada y sus contradicciones
internas, han obligado a Rusia a acelerar la integración regional,
ejerciendo, durante los últimos años y hasta el momento previo al
inicio de la crisis política en Ucrania, fuertes presiones sobre la
dirección de este país. Esto se acompañó, por su parte, de una no
siempre consistente, pero activa política europea para la firma con
Ucrania de un acuerdo de libre comercio, buscando la clarificación
de la apuesta geopolítica de este país y el debilitamiento
estratégico de Rusia.
Aquí,
sin embargo, cabe distinguir el alcance para Ucrania de los intereses
y proyectos de ambos polos. La estrategia de la UE no incluye la
integración económica, sino, quizás la más depredadora de las
formas de “inclusión” en la órbita de un centro de
acumulación-integración-gravitación geopolítica: la
liberalización del comercio. Para la UE y en especial para Estados
Unidos, en última instancia priman los objetivos geopolíticos. En
el caso de Rusia, se ha perfilado con claridad un concepto integral
de absorción estratégica, inclusivo de la integración
socio-económica y el control geopolítico.
De
esta manera, la política ucraniana de compromisos no excluyentes con
UE-Estados Unidos y Rusia ha llegado a su fin. El alineamiento es
inevitable, aunque se expresará de formas distintas y complejas en
dependencia del escenario que se imponga como resultado de la crisis:
fragmentación del país, federalización o mantenimiento del formato
estatal unitario. El detonante formal de la actual crisis fue,
justamente, la inminencia de la firma del acuerdo de libre comercio
entre Ucrania y la fuerte presión que ejerció Rusia para impedirlo.
El
alineamiento geopolítico de Ucrania era y es inevitable, al menos en
el marco de una estatalidad unitaria. Sin embargo, en contradicción
solo aparente, esto es cada vez más un objetivo imposible. La
ruptura ideo-política entre diferentes regiones del país,
exacerbada al extremo con la actual y genocida guerra civil, el
rechazo radical de la influencia rusa o euro americana (en
dependencia de la regiones) y el carácter irreversible de la presión
de los centros de gravitación geopolítica (en especial de Rusia),
prácticamente anulan toda posibilidad de una asociación geopolítica
a favor de uno de los bloques, que sea a su vez efectiva y vinculante
para los diferentes centros de poder en Ucrania.
Aunque
no se excluye la fragmentación, el escenario federalizado – que
formó parte de la agenda rusa desde el inicio de la confrontación
-, pudiera constituir la opción de compromiso ante la crítica
situación actual, quedando excluida ya la reproducción del estatus
quo unitario. La fragmentación, el más “noble” de los
escenarios, es al mismo tiempo el que mayores complejidades augura,
en la medida en que obligaría a conciliar el mayor número de
variables.
En
cualquier caso, a pesar de los impactos negativos que ha tenido sobre
la economía europea y de Rusia, el período de confrontación
militar en Ucrania se extenderá aún más, propulsado por la
estrategia belicista de EE.UU. y de la dirigencia ucraniana, que
prolongan el estado de guerra en Donetsk y Lugansk. A pesar de los
dos acuerdos de alto al fuego firmados en Minsk, la política “real”
ha ido contracorriente con el cumplimiento de estos objetivos, en
especial por parte de la dirigencia ucraniana.
La
táctica estadounidense es constitutiva de la estrategia de
caotización global que emana de su matriz gendármica, además de
constituir un efectivo mecanismo de desestabilización contra Rusia.
Este viene a complementar la guerra económica que ha afectado la
economía rusa durante el 2014.
Las
autoridades ucranianas, por su parte, reproducen el marco de la
confrontación y exacerban el uso de la figuración enemiga, buscando
extender la endeble legitimidad interna y evadir la responsabilidad
por la paupérrima situación socio-económica. Sin embargo, la
explosión interna – tanto económica como política – es
cuestión de tiempo, y solo el recurso al nacional-chovinismo más
primitivo ha podido aparcar sus manifestaciones más destructivas.
El
marco geopolítico cada vez más constreñido y hostil ha asestado un
golpe terminal a la estatalidad ucraniana, en la medida en que ha
multiplicado exponencialmente el impacto de sus grandes
contradicciones sistémicas. La disfuncionalidad socio-económica, la
debilidad de la instancia política central, la ruptura aún mayor de
los lazos nacional-identitarios y la incapacidad de Kiev de
restablecer el control sobre las regiones del oriente del país,
contradicen los más elementales rasgos de la estatalidad: la
soberanía del poder político y laterritorialidad. Los contextos
interno y externo no auguran posibilidades a la reversión de estas
grandes tendencias, que según las premisas de este estudio, definen
las características y vitalidad de Ucrania como Estado-nación y
sujeto (objeto) de las relaciones internacionales y del capitalismo global.
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Notas
1 Categoría introducida por el historiador ruso Andrei Fursov, para denominar a la experiencia de las formaciones estatistas y autoproclamadas socialistas del Este Europeo y la URSS.
Notas
1 Categoría introducida por el historiador ruso Andrei Fursov, para denominar a la experiencia de las formaciones estatistas y autoproclamadas socialistas del Este Europeo y la URSS.
2
Forma de denominar al desarrollo de tipo capitalista en las
formaciones periféricas, atrofiado y dependiente, lo que los
distingue del capitalismo de los países del centro capitalista o
llamados desarrollados.
3
El 70% de la exportación ucraniana de 1990 estaba compuesta por
productos primarios o derivados de poco valor agregado.
4
Ucrania es uno de los líderes globales en esta materia. Entre 5 y
6.5 millones de ucranianos, según distintas fuentes, trabajan fuera
de las fronteras de su país, 2 millones de los cuales lo hacen en
Rusia.
5
La exportación de gas y petróleo han “aportado” durante los
últimos años más del 70% del las exportaciones y el 50% de los
ingresos del presupuesto.
6
En 2011, la media de los aranceles a la importación en Rusia fue del
9.4%, mientras que en Ucrania, tan solo del 4.5%.
7
Esto ha quedado plasmado explícitamente en distintos documentos
programáticos del Club de Roma y en declaraciones de importantes
portavoces de la derecha trasnacional.
8
Había fungido con anterioridad como Presidente de la Administración
Regional de Donetsk, Primer Ministro y Diputado de la Rada.
9
Por supuesto, sin vulnerar el carácter determinante de la estructura
económico sobre el resto de las instancias sociales.
10
Se refiere, entre otros procesos, a las protestas sociales que
tuvieron lugar entre fines de 2011 y los primeros meses de 2012 y el
activismo político de actores de la oposición “no sistémica”,
que conllevó a la pérdida de posiciones del Partido Rusia Unida y
obligó a la dirección del país a realizar cambios liberalizadores
en el sistema político.
11
Ley mediante la cual se prohíbe la adopción de menores de edad de
nacionalidad rusa en territorio estadounidense.
12
Esta es la segunda fase del proceso de integración euroasiático,
que en un primer momento se denominó Unión Aduanera. En 2015 deberá
quedar constituida la Unión Euroasiática como su tercera y última
fase.
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