Sabían exactamente lo que hacían
El nuevo
desorden mundial
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Rebelión
counterpunch.org
21.04.2015
Y
luego está el auge de China. No hay duda de las enormes ganancias que ha
generado el capitalismo en China; las economías de China y Estados Unidos son
sorprendentemente independientes. Cuando hace poco un veterano sindicalista
estadounidense me preguntaba qué le había pasado a la clase obrera
estadounidense, mi respuesta fue inmediata: la clase obrera estadounidense está
ahora en China. Sucede además que China no está ni remotamente cerca de ocupar
el lugar de Estados Unidos. Las cifras que manejan los economistas muestran
que, en lo que verdaderamente cuenta, los chinos todavía están por detrás. Si
observamos los porcentajes por Estados de familias millonarias del mundo en
2012 tenemos: Estados Unidos, 42,5%; Japón, 10,6%; China, 9,4%; Gran Bretaña,
3,7%; Suiza, 2,9%; Alemania, 2,7%; Taiwán, 2,3%; Italia, 2%; Francia, 1,9%. Así
que, en términos de fuerza económica, Estados Unidos continúa teniendo buenos
resultados. En muchos mercados claves –industria farmacéutica, industria
aeroespacial, programas informáticos, equipo médico– domina Estados Unidos. Las
cifras de 2010 mostraron que tres cuartos de las doscientas mayores empresas
exportadoras de China –y son estadísticas chinas– son de propiedad extranjera.
Hay muchísima inversión extranjera en China, a menudo de países vecinos como
Taiwán. Foxconn, que fabrica ordenadores para Apple en China, es una empresa
taiwanesa.
La
idea de que los chinos van a hacerse de repente con el poder y ocupar el lugar
de Estados Unidos es una tontería. Es inverosímil militarmente; es inverosímil
económicamente; y política e ideológicamente es obvio que tampoco es el caso.
Cuando comenzó el declive del Imperio británico, décadas antes de que se
desmoronara, la gente sabía lo que estaba pasando. Tanto Lenin como Trotsky se
dieron cuenta de que los británicos se estaban hundiendo. Hay un discurso
maravilloso de Trotsky, pronunciado en 1924 en el marco de la IV Internacional
Comunista en el que, con un estilo inimitable, hizo las siguientes
declaraciones sobre la burguesía inglesa:
Su
carácter ha sido moldeado a lo largo de siglos. La autoestima de clase ya está
en su sangre y su médula, sus nervios y sus huesos. Será muy difícil quitarles
la confianza en sí mismos como dirigentes mundiales. Pero el americano se la
quitará lo mismo cuando se ponga manos a la obra en serio. En vano se consuela
el burgués británico pensando que servirá de guía al inexperto americano. Sí,
habrá un periodo de transición. Pero el quid de la cuestión no está en los
hábitos del liderazgo diplomático sino en el poder real, el capital y la
industria existentes. Y los Estados Unidos, si nos fijamos en su economía,
desde la avena hasta los grandes acorazados de última generación, ocupan el
primer lugar. Producen todas las necesidades básicas hasta alcanzar entre la
mitad y los dos tercios de lo que se produce en todo el mundo.
Si
cambiáramos el texto, y en vez del "carácter de la burguesía inglesa"
dijéramos el "carácter de la burguesía estadounidense ha sido moldeado
durante siglos [...] pero el chino se la quitará lo mismo", no tendría sentido.
* *
*
¿Dónde
vamos a terminar al final de este siglo? ¿Dónde estará China? ¿Prosperará la
democracia occidental? Una cosa que ha quedado clara en las últimas décadas es
que no ocurre nada a menos que la gente quiera que ocurra; y si la gente quiere
que ocurra, empieza a moverse. Uno hubiera pensado que los europeos aprenderían
algo del desplome provocado por la reciente recesión y actuarían, pero no lo
hicieron: se limitaron a poner tiritas y a esperar que la herida dejara de
sangrar. Entonces, ¿dónde deberíamos buscar la solución? Uno de los pensadores
más creativos hoy en día es el sociólogo alemán Wolfgang Streeck, que insiste
en que se necesita desesperadamente una estructura alternativa a la Unión
Europea y en que ésta exigirá más democracia en cada una de las etapas, tanto a
nivel provincial y de ciudades como a nivel nacional y europeo. Hace falta un
esfuerzo concertado para encontrar una alternativa al sistema neoliberal. Ya
tenemos un principio en Grecia y en España, y podría extenderse.
Mucha
gente en Europa del Este siente nostalgia de las sociedades anteriores a la
caída de la Unión Soviética. Los regímenes comunistas que gobernaron el bloque
soviético después de la llegada de Khrushchev al poder podrían describirse como
dictaduras sociales: regímenes esencialmente débiles con una estructura
política autoritaria, pero con una estructura económica que ofrecía a la gente
más o menos lo mismo que la socialdemocracia sueca o británica. En una encuesta
realizada en enero, el 82% de los encuestados en la antigua Alemania del Este
dijeron que se vivía mejor antes de la reunificación. Cuando se les preguntó
los motivos, dijeron que había más sentido de comunidad, más instalaciones, el
dinero no era lo principal, la vida cultural era mejor y no se los trataba como
ciudadanos de segunda clase, como ocurre ahora. La actitud de los alemanes
occidentales hacia los orientales no tardó en convertirse en un problema serio;
tan serio que el segundo año después de la reunificación, Helmut Schmidt, el ex
canciller alemán y no precisamente un radical, dijo en la conferencia del
Partido Social Demócrata que los alemanes del este estaban siendo tratados de
manera absolutamente equivocada. Dijo que no se podía seguir ignorando la
cultura de Alemania del Este; y que si tuviera que elegir los tres mejores
escritores alemanes escogería a Goethe, Heine y Brecht. A los asistentes se les
cortó la respiración cuando nombró a Brecht. Los prejuicios contra el Este
estaban profundamente arraigados. La razón por la que las revelaciones de
Snowden impactaron tanto a los alemanes es que de pronto resultó evidente que
estaban viviendo bajo vigilancia permanente, cuando una de las mayores campañas
ideológicas en Alemania Occidental tuvo que ver precisamente con el daño
causado por la Stasi, que se dijo espiaba a todos en todo momento. Bien, la
Stasi no tenía capacidad tecnológica para un sistema de espionaje omnipresente:
en la escala de vigilancia, Estados Unidos está muy por delante del viejo
enemigo de Alemania Occidental.
Los
antiguos alemanes del este no solo prefieren el viejo sistema político, también
ocupan el primer puesto en la lista de ateos: el 52,1% de la población no cree
en Dios; la República Checa se sitúa en segundo lugar con el 39,9%; la Francia
laica está por debajo con el 23,3% (laicismo en Francia significa cualquier
cosa que no sea islámico). Si observamos el otro extremo, el país con la mayor
proporción de creyentes es Filipinas con el 83,6%, seguido de Chile, 79.4%;
Israel, 65,5%; Polonia, 62%; Estados Unidos, 60,6%; comparada con los cuales
Irlanda es un bastión de moderación con solo un 43,2%. Si los encuestadores
hubieran visitado el mundo islámico para hacer esas mismas preguntas
seguramente se habrían sorprendido de las respuestas obtenidas en Turquía, por ejemplo,
o incluso en Indonesia. No se puede circunscribir la creencia religiosa a una
única parte del globo.
Este
es un mundo mestizo y confuso. Sus problemas no cambian, tan solo adquieren
nuevas formas. En Esparta, en el siglo III a.C., después de las Guerras del
Peloponeso, fue creciendo una grieta entre la elite dirigente y la gente común,
y quienes gobernaban exigieron cambios porque la brecha entre ricos y pobres se
había vuelto tan enorme que resultaba intolerable. La sucesión de los monarcas
radicales Agis IV, Cleómenes III y Nabis creó una estructura que permitió
revivir el Estado; se liberó a los esclavos; se permitió votar a todos los
ciudadanos; y la tierra confiscada a los ricos se distribuyó entre los pobres
(algo que actualmente no permitiría el BCE). Temerosa de que cundiera el
ejemplo, la temprana República Romana envió sus legiones bajo el mando de Tito
Quincio Flaminio contra Esparta. Según Tito Livio, esta fue la respuesta de
Nabis, el rey de Esparta, y al leerla se siente la frialdad y dignidad que
había en sus palabras:
No
midáis lo que se hace en Lacedemonia a través de vuestras propias instituciones
[...] Vosotros escogéis vuestra caballería, igual que vuestra infantería, de
acuerdo con su renta; queréis que pocos destaquen por sus riquezas y que la
masa de la población esté sometida a ellos. Nuestro legislador no quiso que el
Gobierno estuviera en manos de unos pocos, como los que vosotros denomináis
Senado, ni se permitió a ningún orden que tuviera preponderancia en el Estado;
creía que la igualdad de rango y fortuna era necesaria para que pudiera existir
un gran número de hombres que empuñasen las armas por su patria.
Tariq
Ali es un escritor y director de cine pakistaní. Su último libro es The Extreme
Centre: a Warning.
[Este
ensayo fue publicado originalmente en la London Review of
Books]
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