miércoles, 11 de marzo de 2015

PARA UN ANÁLISIS DEL CAPITALISMO


50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas

3/5

09.03,2015

Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza

Reflexiones teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina

La construcción del imperio estadounidense en América Latina es un proceso cíclico que refleja los cambios estructurales registrados en el poder político y la reestructuración de la economía mundial: fuerzas y factores que "ignoran" el estado imperial y la tendencia del capital a acumularse. La acumulación y expansión del capital no dependen simplemente de las fuerzas impersonales "del mercado", pues las relaciones sociales bajo las cuales funciona el "mercado" operan dentro de los límites de la lucha de clase.

La pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las largas guerras territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América Latina. Lo que mueve la política del estado imperial estadounidense es la búsqueda de recursos (agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por cuenta propia con bajos ingresos) y mercados (tamaño y poder adquisitivo de 600 millones de consumidores). Detrás de la expansión imperial se hallan los intereses económicos de las multinacionales.

Aun cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur están situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos económicos, no los militares.

Sin embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora estos motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar teniendo en cuenta otras prioridades: el control de las zonas productoras de petróleo, la destrucción de las naciones o los movimientos islámicos, o simplemente acabar con los adversarios antiimperialistas. La facción militarista-sionista consideró que los "beneficios" para Israel, su supremacía militar en Oriente Medio, eran más importantes que asegurar la supremacía económica de Estados Unidos en América Latina. Este hecho se observa claramente si analizamos las prioridades imperiales en función de los recursos estatales utilizados para fines políticos.

Incluso si tenemos en cuenta el objetivo de la "seguridad nacional" y lo interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de los territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense a países islámicos impulsado por la ideología islamofóbica concomitante, los asesinatos masivos y el desarraigo de millones de musulmanes resultantes han producido el efecto contrario: terrorismo recíproco. Las "guerras totales" de Estados Unidos contra civiles han provocado ataques islamistas contra ciudadanos occidentales.

Los países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico son menos beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la mira de los militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio demostraría el carácter absolutamente "irracional" de la estrategia militarista. Sin embargo, si tenemos en cuenta la composición y los intereses concretos que mueven individualmente a los responsables de las políticas del estado imperial, vemos que existe algo así como una perversa "racionalidad". Los militaristas defienden la "racionalidad" de costosas e interminables guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse de "las puertas al petróleo" mientras que los sionistas esgrimen el mayor poder regional alcanzado por Israel.

Si bien durante más de un siglo América Latina fue un objetivo prioritario de la conquista económica imperial, en el siglo XXI ha perdido su primacía a favor de Oriente Medio.

La desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo

El mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos no se lo dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más bien, el imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista con la ayuda de líderes políticos clientelistas, organizaciones y estados vasallos en la URSS, Europa del Este, los estados bálticos, los Balcanes y el Cáucaso. La estrategia de penetración política y financiación a gran escala y a largo plazo que llevaron a cabo Estados Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa al derrumbe de los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de estados vasallos. Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y serían incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexionó Alemania Oriental y dominó los mercados de Polonia, la República Checa y otros estados de Europa Central. Los banqueros de Estados Unidos y Londres colaboraron con los mafiosos oligarcas ruso-israelíes en actividades conjuntas para llevar a cabo el expolio de recursos, industrias, bienes inmuebles y fondos de pensiones. La Unión Europea explotó a decenas de millones de científicos, ingenieros y trabajadores altamente cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de ellos como mano de obra barata en sus propios países.

El "imperialismo por invitación" avalado por el régimen vasallo de Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas militares del Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión extranjera en las guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán, Iraq y Siria. Sus instalaciones militares fueron convertidas en bases militares y emplazamientos de misiles para cercar a Rusia.

La conquista imperial estadounidense del Este creó un "mundo unipolar", en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de Washington creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían intervenir impunemente.

El alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se ampliaron con la incorporación de China al capitalismo y la invitación de su gobierno a las multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea a entrar y explotar la mano de obra barata del país. La expansión global del imperio estadounidense reforzó la sensación de poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer dicho poder contra cualquier adversario o competidor.

Entre 1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la frontera de Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su posición en China e Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados Unidos en América Latina desmantelaron sus economías nacionales, privatizando y desnacionalizando más de cinco mil empresas públicas de sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se vieron afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y finanzas.

A lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose mediante la estrategia de la penetración política y la fuerza militar. El presidente George H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq. Clinton bombardeó Yugoslavia, y Alemania y la Unión Europea se unieron a Estados Unidos para dividir Yugoslavia en "mini-estados".

El crucial año 2000: la cima y el declive del imperio

El rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones para el declive del imperio de Estados Unidos.

El saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo liderazgo bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el estado y la economía y poner fin al vasallaje.

El liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología de Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado. Los centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una regulación excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del imperio se estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que competir con el sector financiero por las partidas presupuestarias y los subsidios federales.

El crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las zonas de conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del resentimiento y la hostilidad ante la destrucción provocada por los bombardeos y las invasiones. Los gobernantes clientelistas, estrechos colaboradores del imperio, vieron debilitado su poder. El imperio mundial superó la capacidad de Estados Unidos para controlar satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos avanzados coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las tensiones internas exigía el recorte y el repliegue.

Todas las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La sensación de invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del imperio a sobrestimar su capacidad de expandirse, de mantener el control y de contener la inevitable resistencia antiimperialista.

Las crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América Latina se aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron desde Venezuela (1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y Bolivia (2003-2005). Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil, Uruguay y Honduras. Los movimientos de masas conformados por comunidades indígenas y mineras tomaron un nuevo impulso en las zonas rurales. Los planes imperiales que se habían elaborado para garantizar la integración centrada en Estados Unidos fueron rechazados. En su lugar proliferaron múltiples acuerdos regionales que excluían a Estados Unidos: ALBA, UNASUR, CELAC. La rebelión interna de América Latina coincidió con el ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias primas debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.

Washington perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a los golpes de Estado en Honduras y Paraguay, su intervención en Venezuela (2001) y el embargo en contra de Cuba fueron repudiados por todos los gobiernos, incluso por los aliados conservadores.

Washington se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender un imperio global que establecerlo. Los estrategas imperiales en Washington vieron las guerras de Oriente Medio a través del prisma de las prioridades militares israelíes, ignorando los intereses económicos globales de las multinacionales.

Los estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar de vasallos y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para gobernar en países con movimientos armados de resistencia nacional. Aumentaron las guerras, las invasiones y las ocupaciones militares. A Iraq y Afganistán se sumaron Yemen, Somalia, Libia, Siria y Paquistán. Los gastos del estado imperial estadounidense excedieron con mucho cualquier transferencia de riqueza desde los países ocupados.

Cientos de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron saqueados por una enorme burocracia mercenaria civil y militar.

El papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura institucional y las bases económicas necesarias para que las multinacionales pudieran instalarse y ganar dinero.
Aferrado a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo militar-político del estado imperial diseñó una ideología global para justificar y fundamentar una política de guerra permanente y múltiple. La doctrina de la "guerra al terror" justificó la guerra en todas partes y en ninguna. La doctrina era "elástica", se podía adaptar a cada zona de conflicto e invitaba a nuevos compromisos militares: Afganistán, Libia, Irán y el Líbano fueron designados como zonas de guerra. La "doctrina del terror", de alcance global, ofreció una justificación para múltiples guerras y para la destrucción (no explotación) masiva de sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la "guerra contra el terrorismo" justificó la tortura (Abu Ghraib), los campos de concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a Afganistán e Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de efectivos de las fuerzas especiales estuvieron en activo en montones de países, sembrando el caos y la muerte.

Además, el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de pueblos islámicos enteros propagó la violencia en los centros imperiales de París, Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización del terror del estado imperial se tradujo en terror individual.
 El terror imperial dio lugar al terror al interior de los estados: el primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras, conducido y justificado por representantes políticos electos y autoridades militares. El segundo mediante un grupo transversal de "internacionalistas" que inmediatamente se identificaron con las víctimas del terror del estado imperial.


*++

No hay comentarios: