50
años de guerras imperiales: resultados y perspectivas
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09.03,2015
Traducido
del inglés para Rebelión por Sara Plaza
Reflexiones
teóricas sobre la construcción del imperio en América Latina
La
construcción del imperio estadounidense en América Latina es un proceso cíclico
que refleja los cambios estructurales registrados en el poder político y la
reestructuración de la economía mundial: fuerzas y factores que
"ignoran" el estado imperial y la tendencia del capital a acumularse.
La acumulación y expansión del capital no dependen simplemente de las fuerzas
impersonales "del mercado", pues las relaciones sociales bajo las
cuales funciona el "mercado" operan dentro de los límites de la lucha
de clase.
La
pieza central de las acciones del estado imperial, a saber, las largas guerras
territoriales en Oriente Medio, están ausentes en América Latina. Lo que mueve
la política del estado imperial estadounidense es la búsqueda de recursos
(agro-mineros), fuerza de trabajo (empleados por cuenta propia con bajos
ingresos) y mercados (tamaño y poder adquisitivo de 600 millones de
consumidores). Detrás de la expansión imperial se hallan los intereses
económicos de las multinacionales.
Aun
cuando en este caso se hubiera podido sacar partido de una posición
geoestratégica ventajosa –el Caribe, América Central y América del Sur están
situados más cerca de Estados Unidos– predominan los objetivos económicos, no
los militares.
Sin
embargo, la facción militarista-sionista del estado imperial ignora estos
motivos económicos tradicionales y deliberadamente opta por actuar teniendo en
cuenta otras prioridades: el control de las zonas productoras de petróleo, la
destrucción de las naciones o los movimientos islámicos, o simplemente acabar
con los adversarios antiimperialistas. La facción militarista-sionista
consideró que los "beneficios" para Israel, su supremacía militar en
Oriente Medio, eran más importantes que asegurar la supremacía económica de
Estados Unidos en América Latina. Este hecho se observa claramente si
analizamos las prioridades imperiales en función de los recursos estatales
utilizados para fines políticos.
Incluso
si tenemos en cuenta el objetivo de la "seguridad nacional" y lo
interpretamos en su sentido más amplio de garantizar la seguridad de los
territorios nacionales del imperio, el ataque militar estadounidense a países
islámicos impulsado por la ideología islamofóbica concomitante, los asesinatos
masivos y el desarraigo de millones de musulmanes resultantes han producido el
efecto contrario: terrorismo recíproco. Las "guerras totales" de
Estados Unidos contra civiles han provocado ataques islamistas contra
ciudadanos occidentales.
Los
países latinoamericanos a los que apunta el imperialismo económico son menos
beligerantes que los países de Oriente Medio que están en la mira de los
militaristas estadounidenses. Un análisis coste/beneficio demostraría el
carácter absolutamente "irracional" de la estrategia militarista. Sin
embargo, si tenemos en cuenta la composición y los intereses concretos que
mueven individualmente a los responsables de las políticas del estado imperial,
vemos que existe algo así como una perversa "racionalidad". Los
militaristas defienden la "racionalidad" de costosas e interminables
guerras esgrimiendo las ventajas de adueñarse de "las puertas al
petróleo" mientras que los sionistas esgrimen el mayor poder regional
alcanzado por Israel.
Si
bien durante más de un siglo América Latina fue un objetivo prioritario de la
conquista económica imperial, en el siglo XXI ha perdido su primacía a favor de
Oriente Medio.
La
desaparición de la URSS y la conversión de China al capitalismo
El
mayor impulso hacia la exitosa expansión imperial de Estados Unidos no se lo
dieron las guerras por poderes ni las invasiones militares. Más bien, el
imperio estadounidense logró su mayor crecimiento y conquista con la ayuda de
líderes políticos clientelistas, organizaciones y estados vasallos en la URSS,
Europa del Este, los estados bálticos, los Balcanes y el Cáucaso. La estrategia
de penetración política y financiación a gran escala y a largo plazo que
llevaron a cabo Estados Unidos y la Unión Europea contribuyó de manera exitosa
al derrumbe de los regímenes colectivistas de Rusia y la URSS y a la aparición de
estados vasallos. Estos pronto estarían a disposición de la OTAN y serían
incorporados a la Unión Europea. Bonn se anexionó Alemania Oriental y dominó
los mercados de Polonia, la República Checa y otros estados de Europa Central.
Los banqueros de Estados Unidos y Londres colaboraron con los mafiosos
oligarcas ruso-israelíes en actividades conjuntas para llevar a cabo el expolio
de recursos, industrias, bienes inmuebles y fondos de pensiones. La Unión
Europea explotó a decenas de millones de científicos, ingenieros y trabajadores
altamente cualificados importándolos, o bien despojándolos de los derechos
laborales y las prestaciones del estado de bienestar y sirviéndose de ellos
como mano de obra barata en sus propios países.
El
"imperialismo por invitación" avalado por el régimen vasallo de
Yeltsin se apropió muy fácilmente de la riqueza rusa. Las fuerzas militares del
Pacto de Varsovia entraron a formar parte de una legión extranjera en las
guerras imperiales de Estados Unidos en Afganistán, Iraq y Siria. Sus
instalaciones militares fueron convertidas en bases militares y emplazamientos
de misiles para cercar a Rusia.
La
conquista imperial estadounidense del Este creó un "mundo unipolar",
en el cual los responsables de la toma de decisiones y estrategas de Washington
creyeron que, como potencia mundial suprema, podrían intervenir impunemente.
El
alcance y la profundidad del imperio mundial estadounidense se ampliaron con la
incorporación de China al capitalismo y la invitación de su gobierno a las
multinacionales de Estados Unidos y la Unión Europea a entrar y explotar la
mano de obra barata del país. La expansión global del imperio estadounidense
reforzó la sensación de poder ilimitado, alentando a sus gobernantes a ejercer
dicho poder contra cualquier adversario o competidor.
Entre
1990 y 2000, Estados Unidos llevó sus bases militares hasta la frontera de
Rusia. Las multinacionales estadounidenses fortalecieron su posición en China e
Indochina. Los regímenes clientelistas de Estados Unidos en América Latina desmantelaron
sus economías nacionales, privatizando y desnacionalizando más de cinco mil
empresas públicas de sectores estratégicos lucrativas. Todos los sectores se
vieron afectados: recursos naturales, transportes, telecomunicaciones y
finanzas.
A
lo largo de los años noventa, Estados Unidos siguió expandiéndose mediante la
estrategia de la penetración política y la fuerza militar. El presidente George
H. W. Bush emprendió una guerra contra Iraq. Clinton bombardeó Yugoslavia, y
Alemania y la Unión Europea se unieron a Estados Unidos para dividir Yugoslavia
en "mini-estados".
El
crucial año 2000: la cima y el declive del imperio
El
rápido y amplio proceso de expansión imperial, entre 1989 y 1999, las
conquistas fáciles y el expolio concomitante crearon las condiciones para el
declive del imperio de Estados Unidos.
El
saqueo y empobrecimiento de Rusia condujo a la aparición de un nuevo liderazgo
bajo el presidente Putin, que estaba decidido a reconstruir el estado y la
economía y poner fin al vasallaje.
El
liderazgo chino aprovechó su dependencia del capital y la tecnología de
Occidente para crear una poderosa economía exportadora e impulsar el
crecimiento de un dinámico complejo industrial nacional público-privado. Los
centros financieros imperiales que habían florecido al calor de una regulación
excesivamente laxa quebraron. Los cimientos domésticos del imperio se
estremecieron. La máquina de guerra imperial tuvo que competir con el sector
financiero por las partidas presupuestarias y los subsidios federales.
El
crecimiento fácil condujo a la expansión excesiva del imperio. Las zonas de
conflicto se multiplicaron en todo el mundo, reflejo del resentimiento y la
hostilidad ante la destrucción provocada por los bombardeos y las invasiones.
Los gobernantes clientelistas, estrechos colaboradores del imperio, vieron
debilitado su poder. El imperio mundial superó la capacidad de Estados Unidos
para controlar satisfactoriamente a sus nuevos estados vasallos. Los puestos
avanzados coloniales reclamaron nuevos envíos de tropas y armas y nuevas
inyecciones de dinero, en un momento en el que contrarrestar las tensiones
internas exigía el recorte y el repliegue.
Todas
las conquistas recientes –fuera de Europa– fueron muy costosas. La sensación de
invencibilidad e impunidad llevó a los diseñadores del imperio a sobrestimar su
capacidad de expandirse, de mantener el control y de contener la inevitable
resistencia antiimperialista.
Las
crisis y el colapso de los estados vasallos neoliberales en América Latina se
aceleraron. Las revueltas antiimperialistas se extendieron desde Venezuela
(1999) hasta Argentina (2001), Ecuador (2000-2005) y Bolivia (2003-2005).
Surgieron regímenes de centro-izquierda en Brasil, Uruguay y Honduras. Los
movimientos de masas conformados por comunidades indígenas y mineras tomaron un
nuevo impulso en las zonas rurales. Los planes imperiales que se habían
elaborado para garantizar la integración centrada en Estados Unidos fueron
rechazados. En su lugar proliferaron múltiples acuerdos regionales que excluían
a Estados Unidos: ALBA, UNASUR, CELAC. La rebelión interna de América Latina
coincidió con el ascenso económico de China. Un prolongado auge de las materias
primas debilitó seriamente la supremacía imperial estadounidense. Estados
Unidos tenía pocos aliados locales en América Latina y compromisos
excesivamente ambiciosos para controlar Oriente Medio, el sur de Asia y el
norte de África.
Washington
perdió su mayoría automática en América Latina: su apoyo a los golpes de Estado
en Honduras y Paraguay, su intervención en Venezuela (2001) y el embargo en
contra de Cuba fueron repudiados por todos los gobiernos, incluso por los
aliados conservadores.
Washington
se dio cuenta de que resultaba mucho menos sencillo defender un imperio global
que establecerlo. Los estrategas imperiales en Washington vieron las guerras de
Oriente Medio a través del prisma de las prioridades militares israelíes,
ignorando los intereses económicos globales de las multinacionales.
Los
estrategas militares imperiales sobrestimaron la capacidad militar de vasallos
y clientes, a los que Estados Unidos preparó muy mal para gobernar en países
con movimientos armados de resistencia nacional. Aumentaron las guerras, las
invasiones y las ocupaciones militares. A Iraq y Afganistán se sumaron Yemen,
Somalia, Libia, Siria y Paquistán. Los gastos del estado imperial
estadounidense excedieron con mucho cualquier transferencia de riqueza desde
los países ocupados.
Cientos
de miles de millones de dólares del Tesoro estadounidense fueron saqueados por
una enorme burocracia mercenaria civil y militar.
El
papel central de las guerras de conquista destrozó la infraestructura
institucional y las bases económicas necesarias para que las multinacionales
pudieran instalarse y ganar dinero.
Aferrado
a las ideas estratégicas militares de imperio, el liderazgo militar-político
del estado imperial diseñó una ideología global para justificar y fundamentar
una política de guerra permanente y múltiple. La doctrina de la "guerra al
terror" justificó la guerra en todas partes y en ninguna. La doctrina era
"elástica", se podía adaptar a cada zona de conflicto e invitaba a
nuevos compromisos militares: Afganistán, Libia, Irán y el Líbano fueron
designados como zonas de guerra. La "doctrina del terror", de alcance
global, ofreció una justificación para múltiples guerras y para la destrucción
(no explotación) masiva de sociedades y recursos económicos. Sobre todo, la
"guerra contra el terrorismo" justificó la tortura (Abu Ghraib), los
campos de concentración (Guantánamo) y los objetivos civiles (vía drones) en
cualquier parte. Las tropas fueron retiradas y enviadas de nuevo a Afganistán e
Iraq a medida que aumentaba la resistencia. Miles de efectivos de las fuerzas
especiales estuvieron en activo en montones de países, sembrando el caos y la
muerte.
Además,
el violento desarraigo, la degradación y la estigmatización de pueblos
islámicos enteros propagó la violencia en los centros imperiales de París,
Nueva York, Londres, Madrid y Copenhague. La globalización del terror del estado
imperial se tradujo en terror individual.
El terror imperial dio lugar al terror al interior de
los estados: el primero de forma sostenida, abarcando civilizaciones enteras,
conducido y justificado por representantes políticos electos y autoridades
militares. El segundo mediante un grupo transversal de
"internacionalistas" que inmediatamente se identificaron con las
víctimas del terror del estado imperial.
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