martes, 24 de marzo de 2015

ANDALUCÍA. ¿YA HEMOS VOTADO, Y AHORA QUÉ?


Después de las elecciones andaluzas

¿Cómo (Podemos) tejer una mayoría social?

24.03.2014


Este artículo no es ni el enésimo ataque contra Podemos ni un incontable panegírico a su favor. Entre las elecciones andaluzas, recién celebradas y antes de las generales, que tendrán lugar en España en el último trimestre del año se abre un lapso crítico en el que parece razonable abordar un debate político insoslayable: el de la convergencia como prerrequisito (o no) para la transformación.
En el periodo de tiempo transcurrido desde las elecciones europeas, celebradas en mayo de 2014, la izquierda española ha sido bastante benevolente con Podemos probablemente porque, como recalcó Anguita en su discurso de Málaga, siempre les ha considerado de los suyos. Ahora sin embargo, una vez celebrada la primera contienda electoral nacional en la que ha participado dicho partido (las elecciones andaluzas) una barrera simbólica ha sido franqueada.
Precisamente porque a partir de ahora se abre un periodo de crítica y de diálogo parece aconsejable abordar un debate insoslayable por cuanto que muy importante para el amplio número de españoles que, en un contexto efervescente como el actual, considera imperativa una transformación -política, social, económica e incluso, cultural- de la realidad circundante que con sutileza (y sin ella) nos oprime a todos.
Comiéncese entonces por aquello más inquietante: la cuidada ambigüedad de Podemos cuando se le plantea su (eventual) convergencia con otros actores políticos y sociales. De hecho, aunque hay excepciones a la regla, en términos generales, el partido de los círculos suele caracterizarse por su recurrente renuencia a hablar de ese tema ¿Se debe eso, tan solo, a lo que piden sus bases? Pues quizás, aunque también hay que decir que no por eso dejan de tener sentido ciertas preguntas. Por ejemplo ¿las dudas políticas de Podemos en esta cuestión se deben tan solo a cuestiones estratégicas o a convicciones de fondo? 
Porque, en el caso de que las dudas se deban a cuestiones estratégicas ¿no estaría, Podemos, anteponiendo sus necesidades de implantación a las aspiraciones/necesidades de aquellos y aquellas que no solo creen en la necesidad de una transformación profunda para su país sino que están convencidos de que el actor que lo debe llevar a cabo puede ser otro?
Posibilidad cuasi inversa: si las dudas tuvieran que ver con convicciones de fondo, ¿no estaríamos hablando entonces de una actitud autocomplaciente que, no solo sería una pésima noticia para el tejido de la ‘mayoría social’ que reivindica Pascual, sino que daría pábulo a una sospecha de mayor (y peor) calado? Expresado en otros términos y a través de otra pregunta ¿cunde acaso en Podemos la idea, nunca abiertamente expresada, de que las organizaciones y plataformas producto de luchas anteriores al surgimiento del partido se caracterizarían, en el fondo, por una especie de defecto de fábrica que dificultaría el encaje político de la ya famosa ‘mayoría social’?
Lamentablemente, esa música suena.
Esa melodía mueve.
Esa letra es conocida.
La segunda dimensión de todo este debate, por el momento aterciopelado, es la polémica que cabe delinear alrededor del oxímoron de ‘mayoría social’, enunciado por Pascual. He aquí otra cuestión preocupante porque al parecer, en la acepción del Secretario de Organización de Podemos, ‘mayoría social’ parece haberse convertido en un arma arrojadiza contra la idea de un frente político y en última instancia, contra la retórica tradicional izquierda/derecha.
Este último punto llama especialmente la atención porque, en principio, no aceptar la retórica izquierda/derecha no tiene por qué conducir a la lógica de “mayoría social”, al menos, tal y como ha sido enunciada por Pascual. Y no tiene por qué hacerlo porque, aquí, se corre otro riesgo evidente: que la retórica de ‘mayoría social’ termine opacado a aquellos y aquellas que llevan tiempo luchando por la transformación. De hecho si, como decía Foucault, las categorías analíticas dificultan la comprensión de los fenómenos sociales, cabe suponer que dificultarán la comprensión de todos los fenómenos y no solo la de aquellos que le interesen, más o menos, al interlocutor de turno: las de izquierda/derecha son categorías que, probablemente deben ser contorneadas pero también, por qué no, las de ‘mayoría social’/¿minoría social? porque, al fin y al cabo ¿qué es una ‘mayoría social’? ¿cómo definirla? ¿quién la compone? (esas son preguntas que, en el relato de Pascual quedan, no solo sin responder sino sin plantear).
De hecho ¿no fue, acaso, la oleada que ‘llevó al poder’ a Felipe González, en octubre de 1982, una ‘mayoría social’ tejida alrededor de la idea, entonces consensual, de que una de las prioridades del país pasaba por el relevo generacional de la vieja guardia franquista? ¿Y qué cambió en España? Pues bastantes cosas, sin duda, pero como demuestra la situación actual, no todas en la dirección correcta. Es más, se podría seguir abundando en eso de las ‘mayorías sociales’ y nos toparíamos con más de una situación embarazosa ¿Qué hay, por ejemplo, de aquella otra ‘mayoría social’ que, en marzo de 1996, condujo a José María Aznar a La Moncloa? ¿Qué cambió? Pues muchas cosas, de eso no cabe duda, aunque la mayoría de ellas, eso sí, sirvieron para desactivar los escasos avances logrados durante el periodo González…
Otra vuelta de tuerca: hablar de ‘mayoría social’, así por la buenas, puede conducir a no establecer la distinción, muy gramsciana, entre clase dirigente y clase dominante… Los cuestionamientos, en este caso, aparecen en cascada: ¿aspira acaso Podemos a convertirse, tan solo en grupo dirigente, renunciando a dar la batalla cultural contra la clase dominante?
Es probable que, ésta, sea una percepción equivocada y que, como pensará más de un lector afín a Podemos, el que suscribe no haya entendido nada (lo cual reconozco desde ahora que es una posibilidad)…
Pero entonces, si los objetivos están claros y son compartidos, permítaseme preguntar ¿a qué corresponde tanta tibieza en el debate de la convergencia? ¿Es que acaso, las cosas, van por el lado de asumirse como ‘vanguardia’ (dirigente) de la ‘mayoría social’ que reivindica Podemos?
Para intentar responder a esa pregunta, detengámonos aquí y preguntémonos en qué funda, dicho partido, su presunto sentimiento de avanzadilla sobre el resto de actores que, como ellos, reniegan de la casta y de la Cultura de la Transición. ¿Se basa, acaso, en encuestas encargadas de retratar -con un margen de error elevado- la errática intención de voto que tienen las personas normales y corrientes en un día de kurro cualquiera? Húndase el dedo en la llaga ¿ese sentimiento individualista de Podemos se basa, quizás, en ciertas afinidades compartidas? Pero y ¿qué garantía de cohesión proporciona eso? ¿Cuál es el adhesivo que articula y proporciona sentido? pero sobre todo ¿de qué actor colectivo estamos hablando? ¿Acaso de un Príncipe Moderno -como Gramsci llamaba, más o menos, a los partidos- desprovisto de siglas y de rigideces pero no de los tics representativos a los que nobleza obliga?
Para ir concluyendo, otra pregunta más: ¿confunde acaso Podemos -o parte de sus bases o quizás alguno de sus dirigentes- iniciativa con hegemonía? Ojo porque eso ya ocurrió hace muchos años -de hecho, en plena Transición- y los resultados fueron nefastos. Curioso porque toda izquierda que se siente tocada por una varita mágica tiende a diluirse como un azucarillo. Eso parece ser una constante.
Una constante de la que, eso sí, debemos aprender. Por eso, el que suscribe, como ni es partidarios de principios mesiánicos ni cree en dioses, dogmas o caudillos, defiende los frentes. Porque los frentes son cultura, política y cultura política. Parte integrante, en definitiva, de la mejor parte de nuestra tradición política que implica pluralidad. Mucha pluralidad.
Y diálogo. Mucho diálogo.
Y reconocimiento del otro.
Y trabajo a pié de pista.
Porque los frentes, en realidad, no separan sino que aúnan esfuerzos (y no solo las voluntades) de aquellos y aquellas que no quieren cambio sino transformación.
Porque los frentes, que no tienen por qué serlo (al menos exclusivamente) de partidos, siempre han funcionado mejor que los actores esclerotizados o que los productos de marketing (muy probablemente porque, en los frentes, hay poco espacio para los divismos y los dogmatismos que tanto, tantísimo daño, le han causado siempre a la izquierda).
Piénsese, de hecho, más que en sucedáneos o en ideas abstractas, en casos concretos.
Los más antiguos son los viejos frentes populares español (1936-1939) y chileno (1936-1941).
Los más cercanos, los centroamericanos: al Martí (FMLN) y al Sandinista (FSLN) no se los llevó el viento ni tan fácil ni tan rápido. ¿Criticables? Sin duda. ¿Desechables? En absoluto.
Después, para terminar, hay otro frente, el Amplio, que a partir de la pluralidad y con mucha mano izquierda, logró derribar un régimen bipartidista de más de cien años en Uruguay. Con sus más y con sus menos. Con sus pros y con sus contras, sin duda, pero lo hizo.
Ahora, con las elecciones andaluzas ya finiquitadas, se empieza a cerrar el juego.
Es abrirse o morir. Escuchar o fenecer. 
¿Hablamos?
* Juan Agulló es, sociólogo ( geotlati@gmail.com )

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