Para una contribución a la crítica de Podemos
(III)
El capitalismo
La forma como los individuos producen los objetos materiales e inmateriales de una sociedad concreta, la forma en como se distribuyen esos mismo objetos y la forma en como esa sociedad acepta las reglas de distribución de los mismos, es lo que constituye el modo de producción de esa sociedad concreta.
La historia de una sociedad determinada, pasada o presente, no puede ser conocida si no se conoce su modo de producción.
A lo largo de la historia de la humanidad se han sucedido diferentes modos de producción. En la sociedad actual el modo de producción dominante es el modo de producción capitalista, que deviene del anterior, el feudalismo, y éste de la esclavitud, y éste del salvajismo y éste de la barbarie.
La historia de España ni la hace don Pelayo, por muy valiente que pudiera haber sido, ni se explica estudiando su valentía y la gran fe que pudiera haber tenido. Tampoco la hacen los Reyes Católicos, ni Felipe II, ni Franco ni el rey hijo ni el rey padre, ni se puede entender estudiando todo lo que estos pudieran haber hecho.
Hacen más historia que todos ellos juntos un peón de albañil; la cuadrilla de trabajadores portugueses que el primer tercio del siglo XX llegan a las marismas de Guadalquivir, y concretamente, a lo que hoy es Isla Mayor, para abrir canales a golpe de palín y pala y hacer posible el cultivo del arroz hasta convertir aquellas marismas improductivas en la mayor productora de arroz de España, y junto a ellos, los colonos valencianos y los braceros de Usagre, Badajoz, Dudar, Granada, La Puebla de Cazalla, Sevilla, Cabra, Córdoba…, y los mecánicos de Las Cabezas San Juan,… y los presos políticos, y los anónimos que murieron asfixiados mientras dormían en las cascarillas del arroz, o construyendo las tapias de la fábrica de papel, o los que por haber sido inundados sus pueblos por los pantanos en Huesca en la segunda mitad del siglo XX, tuvieron que emigrar a Zaragoza, Cataluña u otras partes de España, para trabajar de peones en la industria o de taxistas. Esta historia no está escrita por quienes la hicieron ni por quienes se hayan podido poner o se pongan de su parte, sino por los que se aprovecharon de ella, que fueron o son muy pocos, que son los que escriben o mandan escribir la historia oficial y que, paradójicamente, no hablan de historia, sino de una ideologización de la historia, es decir, de cómo a esa minoría le interesa que se interprete la historia.
La transición de un modo de producción a otro no se produce porque a un iluminado se le ocurra que hay que cambiar de un modo de producción a otro, sino porque en cada uno de ellos lo que le es específico (las técnicas productivas, los medios de trabajo que el individuo utiliza en el proceso de trabajo) y lo que le diferencia del resto de los modos de producción, han llegado al máximo desarrollo que podían llegar, y en este proceso en que la naturaleza hace al individuo y a la vez el individuo a la naturaleza, mediante su trabajo, va surgiendo un nuevo individuo porque con él va surgiendo una nueva naturaleza (sociedad) y viceversa, de modo que al individuo se le presentan (tenga o no tenga conciencia de ello, es decir, conocimiento profundo) nuevas necesidades, que el modo de producción concreto en las que surgen ya no es capaz de satisfacer, y esto es lo que motiva y fundamenta el abandono de ese modo de producción que se transforma en inviable históricamente (que no puede continuar materialmente en el tiempo) dada su incapacidad de satisfacer las necesidades del individuo, y justifica al mismo tiempo la necesidad objetiva (lo piense o no el individuo) de cambiar ese modo de producción por otro.
Una visión alicorta en extremo y muy estrechita y frágil intelectualmente, es la que lleva a ver en el modo de producción algo estrictamente económico. Y esto no sólo ocurre con los economistas actuales en general, que se dedican no a estudiar la economía, como es creencia general, sino un tipo de economía, la capitalista, a la mejor forma y procedimiento de acrecentar los capitales basándose exclusivamente en incrementar los ingresos disminuyendo los costes.
Ha ocurrido también, y con gravísimas consecuencias para gran parte de la Humanidad si acaso no fuera toda, en algunos que se erigían como la encarnación del marxismo, concretamente, Stalin (1).
El modo de producción capitalista sin discusión posible es un modo de producción, y por tanto, trata de economía, la forma de producir. Pero en absoluto es estrictamente un hecho económico, porque es un hecho concreto que no se da en el aire ni en abstracto, sino en concreto, y por tanto para ser posible necesita de una estructura política (un conjunto de leyes más o menos complejas que regula esa forma de producción, su distribución, etc.), y también de una estructura ideológica que imponga la aceptación social, tanto de la forma de cómo se produce y la forma de cómo se distribuye lo que se produce, además de la ética, la filosofía, la religión, el arte, la educación, etc.
Por ello al hablar de economía no se puede tratar como algo independiente de la política o la ideología, y lo mismo al tratar de política o de cuestiones ideológicas. La estructura económica, la política y la ideológica forman un todo en el sistema capitalista, al igual que la formaron con el feudalismo o cualquier otro modo de producción anterior o la formarán con el modo de producción socialista, que es al que le corresponde sustituir históricamente al capitalismo.
Para no inducir a error hay que señalar necesariamente que el modo de producción socialista al que acabamos de referirnos no tiene absolutamente nada que ver con el tipo de políticas, ni económicas, ni ideológicas aplicadas por el PSOE de Felipe González, ni por Zapatero, ni por Rubalcaba, ni por su flamante nuevo secretario general, Pedro Sánchez.
Para entender y poder analizar el proceso de producción basado en relaciones de producción capitalista, si lo que se pretende es transformar la sociedad, hay que sacarlo del campo de la moral, que radicalmente significa sacarlo del campo ideológico (la ética es la expresión práctica de la moral, y alguien puede tener un comportamiento ético perfecto atendiendo escrupulosa y exquisitamente a los requerimientos de una moral absolutamente corrupta, como por ejemplo, la moral de la monarquía), porque no tiene naturaleza moral.
El espíritu que anima al capitalista y que inspira toda su actividad, es la sed ilimitada beneficios con los que poder aumentar su capital cuanto pueda, sin ningún límite establecido previamente. Para ello, y sin ningún otro propósito, invierte el capitalista su capital, si bien este propósito aparece envuelto en un velo de palabras tales como bienestar social, crecimiento económico, libertad, democracia, etc., pero lo que él busca por encima de todo, es el acrecentamiento del capital, y que si las utiliza no es más que para endulzar sus propósitos de cara a la opinión pública.
El capitalista no invierte ni porque sea inmoral ni porque sea moral. No lo hace con el propósito deliberado de pagar lo menos posible ni de maltratar cuanto pueda al asalariado. Esto para el capitalista no cuenta en absoluto. Así como tampoco pasa por su cabeza la bondadosa y altruista idea de proporcionarle un puesto de trabajo para que dignifique su existencia y viva tan contento y feliz como unas pascuas. Invierte si con la información que tiene y los cálculos que hace, llega a la conclusión de que puede acrecentar su capital. En otro caso, no invierte.
El capitalista que invierte en una fábrica de proyectiles no lo hace calculando matar a cuantos mas niños e inocentes mejor. Lo hace pensando en acrecentar su capital, y para ello mientras más proyectiles fabrique y venda, mejor. Si en la práctica estos proyectiles matan niños e inocentes, a buen seguro que el capitalista nos responderá que eso no es asunto suyo, porque él no invirtió para matar a nadie, sino para ganar dinero honradamente vendiendo proyectiles.
El capitalista que invierta en una empresa de seguridad privada para proteger a los cargos públicos amenazados por ETA, seguramente no querrá que ETA mate a nadie, pero sí querrá que no desaparezca, porque con su desaparición desaparecerá el negocio montado con la protección a cargos públicos amenazados, y con su desaparición la extinción de la fuente de ingresos para acrecentar su capital. Nadie que tenga una fuente de ingresos quiere que desaparezca. Y nadie que tenga una fuente de gastos pretende aumentarla.
Que una vez realizada la inversión por el capitalista, éste pueda o tenga que bajar los salarios cuanto pueda según las circunstancias y el momento, es algo que no debería serle atribuido al capitalista como algo negativo o inmoral. En todo caso, si estuviéramos tratando una cuestión moral, más cabría atribuírselo como una virtud, puesto que para él, el salario representa un gasto, y es virtud innegable del buen administrador, reducir cuanto pueda cualquier gasto que sea susceptible de ser reducido con el fin de aumentar los ingresos, y por consiguiente, acrecentar su capital. Al igual que por la misma razón, aunque en sentido contrario, no cabe calificar al asalariado de egoísta porque quiera aumentar su salario cuanto pueda, puesto que para él, representa un ingreso para mejorar sus condiciones de vida y es lógico que pretenda mejorarla.
Sacado del campo de la moral el funcionamiento interno del modo de producción capitalista para tratarlo objetivamente, como un hecho social más, como haremos a continuación, es fundamental sacudirlo de elementos ideológicos y evitar caer en ellos, porque estos pertenecen y se refieren a la noción que cada cual tiene de la realidad, según su experiencia y punto de vista personal, intereses, gustos, miedos, frustraciones, esperanzas, y por ello, lo que hacen es enturbiar la realidad en lugar de clarificarla para poderla entender.
El capitalismo, a pesar de tener la misma naturaleza (explotación de la inmensa mayoría a manos de una exigua minoría) y el mismo objeto (acrecentamiento, acumulación y concentración de capitales) no funciona de un modo homogéneo, uniforme, único y con la misma intensidad en todas partes.
Por ejemplo, un asalariado tiene la misma naturaleza y las mismas característica allí donde se den relaciones de explotación capitalistas: que para subsistir tienen la imperiosa necesidad de vender su fuerza de trabajo como único recurso, al capitalista que es quien dispone de los medios de producción, ya sea China, EEUU, Taiwán, Japón, Guinea Ecuatorial, Alemania, España o Francia, pero la forma y la consideración que tienen los asalariados en esos países es distinta, y tanto más distintas, cuanto más se diferencian en el desarrollo técnico que tengan entre sí cada uno ellos con respecto de los demás.
Este funcionamiento desigual del capitalismo que se da en cada lugar en concreto, se debe al distinto grado de desarrollo de las fuerzas productivas alcanzado en cada uno de ellos; al grado de organización de las clases trabajadoras; a los propios aspectos culturales y antecedentes históricos, etc., y a su vez es lo que determina y explica que una crisis capitalista, aun teniendo la misma naturaleza (descenso de la tasa de beneficios por debajo de un determinado nivel), se pueda a llegar a manifestar de diferente forma y grado en cada país.
Lo que de común tienen todos esos estados mencionados, es que las consecuencias de las crisis siempre y sin excepción las pagan las clases menos favorecidas que cada vez van siendo más amplias, que la brecha que se abre entre los que más tienen y los que menos, es cada vez más grande, con lo que las diferencias de clases se hacen cada vez más patentes, que las esperanzas y expectativas de vida una vida mejor y a la altura de los tiempos que corren es cada vez menor y peor para cada vez más gente, cuando objetivamente hoy se dispone de todos los medios materiales e inmateriales suficientes para hacer posible una vida digna para todos sin excepción, lo que además de injusto constituye el máximo exponente de la irracionalidad. Por ejemplo, junto a millones de personas que pasan hambre, pereciendo miles de ellos por inanición, existen excedentes de alimentos que a veces son tirados o destruidos para mantener artificialmente los precios. Habiendo cientos de miles de viviendas construidas y vacías hay muchas personas que duermen en la calle.
Lo que de común tienen todos estos Estados mencionados es que el hilo conductor, el nervio de la sociedad, la economía, la tienen basada en las relaciones de producción capitalistas, y cuando estas han alcanzado un determinado nivel de desarrollo crean tales contradicciones dentro del mismo sistema, que dentro de las mismas el propio sistema se convierte materialmente en algo inviable, como manifiestamente lo está demostrando la práctica. En España y fuera de ella.
Para incrementar su capital el capitalista invierte una determinada cantidad de dinero que llamaremos dinero inicial (D). Con este capital compra una determinada cantidad de mercancía (M)2 que transformará mediante en un proceso productivo (P) en una nueva mercancía (M´), que constituirá el producto terminado que llevará al mercado, y que a través de su venta transformará en una nueva cantidad de dinero (D´), con cuya cantidad se resarcirá de todos los gastos ocasionados por la inversión inicial para iniciar un nuevo ciclo productivo (P), y además, le quedará un remanente de dinero que constituirá sus beneficios con los que poder acrecentar su capital.
La mejora del proceso de producción (P) para el capitalista consiste en incrementar la productividad cuanto le sea posible, es decir, que el trabajador produzca más por menos dinero, lo que le lleva a un proceso sinfín de realizaciones de nuevas inversiones en máquinas o tecnología (capital fijo C) a fin de poder obtener la productividad esperada, que es el único instrumento del que disponen los capitalistas para competir entre sí.
Un claro ejemplo muy gráfico de la sustitución de mano de obra por maquinaria, es decir, de capital fijo (C) por capital variable (V), para conseguir una mayor productividad agrícola, lo constituye el pueblo de Isla Mayor en la provincia de Sevilla.
Este pueblo tiene como actividad económica principal el monocultivo del arroz (que hoy junto a su comarca es el mayor productor de arroz de España y uno de los primeros a nivel europeo). En la primera mitad del siglo pasado, miles de trabajadores procedentes de diferentes puntos de la península, Canarias y Portugal, nueve o diez meses al año, acudían al pueblo para realizar las labores de los arrozales: preparar tierras, sembrar, plantar, escardar, segar, trillar, secar y envasar el arroz, etc. Hoy, con el doble de superficie de tierras en cultivo, y una productividad muchísimo más elevada que entonces, la mano de obra que entonces estaba constituían por miles de trabajadores, ha sido sustituida por media docena de avionetas, unos tractores de mayor potencia, técnicas electrónicas para nivelar parcelas, unas pocas cosechadoras mecánicas y varios secaderos mecánicos, a la vez que se ha reducido el tiempo de trabajo a unas pocas semanas.
Las continuas y mayores masas de capital invertidas en capital fijo (C) para incrementar la productividad, y a través de ella incrementar la extracción de cuanta plusvalía (PV) puedan, para resolver el problema de la competencia continua y permanente que entre sí mantienen los capitalistas, constituyen una carga cada vez más pesada y onerosa para todos ellos, especialmente para el pequeño y mediano capitalista no ligado a los grandes capitales, porque son los primeros que están abocados a desaparecer en cada periodo de crisis, dado que tienen que detraer de la tasa de ganancia (g´) que tiende a 1, cada vez mayores cantidades para poder recuperar los capitales invertidos y acrecentarlos.
De forma elemental lo dicho puede se puede representar y sintetizar con la fórmula D – M… P… M´- D´ que desarrollaremos y explicaremos más adelante para ver donde y cómo se origina la crisis capitalista, al tiempo que se demostrará igualmente, como el desarrollo de esa crisis, inevitable, termina por crear las condiciones objetivas dentro de las cuales el modo de producción capitalista se hace material e históricamente imposible.
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1 # Los más simples o simples del todo dan en calificar a la URSS como un Estado comunista. Y del comunismo lo más que sabemos, y por intuición, porque todavía no se ha podido demostrar en ninguna parte, que se sepa, implica necesaria y obligatoriamente la extinción del Estado como aparato político represor de unas clases sociales sobre otras, tal y como hoy lo conocemos, circunstancia que en absoluto se dieron nunca en la URSS, sino la contraria: un aparato represor de la clase dirigente del Partido Comunista ruso, erigido como organización omnipotente y suprema, indiscutida e indiscutible, encargada de establecer todas las directrices económicas, políticas e ideológicas (lo cual se parece más a un dogma de fe católico que a otra cosa) de obligado cumplimiento sin excepción, y la extinción de las clases sociales, que tampoco se dio absolutamente nunca en la URSS, sino que al contrario, es donde mejor y más definidas estaban.
Por consiguiente, si los dos elementos básicos que según podemos conocer hoy para la existencia del comunismo, tal y como hoy puede ser imaginado, no se dieron nunca en la extinguida URSS, ¿en base a qué se podría calificar de comunista?
Estaríamos mucho más cerca de la verdad si lo definiéramos como de un modelo capitalista monopolista y burocratizado de Estado, el cual como es lógico, tiene que sucumbir ante un capitalismo monopolista de Estado mucho más dinámico (pero mucho mas cruel y despiadado desde el punto de vista moral) representado por el imperante en EEUU.
Los crímenes materiales cometidos por el estalinismo no es cuestión baladí que haya de ser olvidada ni mucho menos justificada, puesto que los crímenes, crímenes son, pero utilizar los crímenes cometidos por el estalinismo, para comparar a Stalin, con Lenin, Engels o Mao y, de paso acusar al marxismo y a los marxistas de criminales, media un abismo, que es lo que vienen haciendo los más ignorantes a este respecto y los de más mala fe, que lejos de intentar aclarar nada no hacen sino emborronar la historia premeditadamente.
Moralmente los crímenes del estalinismo no pueden ser sino rechazados y condenados sin ningún matiz que le reste importancia. Otra cosa es ya su análisis histórico.
Hay dos libros de Marx que resultan imprescindibles para la correcta y completa interpretación de la ciencia marxista, el materialismo histórico, la filosofía marxista, y el materialismo dialéctico. El primero esManuscritos de economía y filosofía, publicado en la URSS después de la muerte de Stalin, y el segundo, El Método en la economía política, publicado mucho después. Hecho este que constituye una razón de peso (puesto que ni siquiera a nivel teórico fue comprendido el marxismo en toda su profundidad) para explicar el simplismo, mecanicismo y economicismo con que el estalinismo interpretó y aplicó el marxismo, pues la lucha de clases, la economía y la organización de masas, pilares únicos donde el estalinismo encerraba al marxismo, siendo elementos básicos y elementales del mismo, no eran más que el cuerpo del marxismo, pero sin su espíritu. Sin la filosofía marxista, que a diferencia de la burguesa, con la que la confundía el estalinismo y por esta razón la proscribió prohibiéndola, lejos de quedarse en la explicación de lo existente, en la interpretación del mundo, alumbra el camino de lo que vendrá, la plena transformación del individuo para dejar de ser objeto, que es la consideración que tiene en el mundo actual y transformarse en sujeto, esto es, el desarrollo consciente y pleno de todas sus facultades y potencialidades contenidas como ser humano.
Dicho lo cual, y a pesar de ello, sería absolutamente absurdo no reconocerle a la URSS el progreso en el desarrollo de las fuerzas productivas que se tradujo en un avance técnico, material y parcialmente social, jamás visto antes en la historia de la Humanidad, teniendo en cuenta la situación prácticamente medieval de la Rusia de 1917 en la que se inicia la Revolución y de los más de quince millones de muertos y enormes destrucciones materiales causadas durante la II Guerra Mundial. En este periodo de tiempo, medio siglo prácticamente, no sólo alcanzo el mismo nivel de desarrollo técnico que los EEUU, sino que en algunos aspectos científicos y técnicos se puso por delante de ellos.
Igualmente de absurdo sería no reconocerle a la URSS, a pesar de haber realizado la misma política exterior imperialista que los EEUU, y sin paliativo alguno, con mayor gravedad e injusticia, por cuanto que la URSS decía actuar en nombre del pueblo, que gracias a la Revolución de Octubre de 1917, las clases trabajadoras en general de casi todo el mundo empezaron a experimentar mejorías materiales y en sus derechos sociales, y que estas mejorías materiales y derechos sociales de las clases trabajadoras, empezaron a empeorar con la desaparición de la URSS, que dejó de constituir el contra poder y freno a la expansión y dominio del capitalismo.
2 # El sentido que aquí se le da al concepto mercancía M, no es el mismo que pueda tener en el lenguaje económico normal ni el que se utiliza en la contabilidad normalizada. Aquí se entiende por mercancía M a la suma de la materia prima que el capitalista utiliza en el proceso productivo, instalaciones donde las lleve a cabo, sean alquiladas o de su propiedad, y demás servicios necesarios para poder realizar el proceso productivo, a lo que llamaremos capital fijo (C), y a lo que se gasta en salarios que llamaremos capital variable (V). Es decir, que M es la suma de C + V. Esta separación entre C y V no es caprichosa. Nos servirá para explicar por qué la tasa de ganancia g´ tiende a bajar cuando desarrollemos más adelante la formula D – M … P … M´ – D´.
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