lunes, 12 de agosto de 2013

PARA ENTENDER QUÉ PASA Y QUÉ PUEDE PASAR EN CATALUÑA Y ESPAÑA: UNA LECCIÓN DE HISTORIA


SALVADOR LÓPEZ ARNAL (EDITOR) 

CONVERSACIONES SOBRE CATALUÑA

 (2 -BIS-) 

 ALEJANDRO ANDREASSI, MIGUEL CANDEL, ÀNGEL DUARTE MONTSERRAT Y JOSÉ LUIS MARTÍN RAMOS

Copyleft 2013 

Este libro de conversaciones con Alejandro Andreassi, Miguel Candel, Àngel Duarte Montserrat y José Luis Martín Ramos, editado por Salvador López Arnal, es de propiedad pública. 

De acuerdo, retiro la palabra “dictado”. Cuando se habla de la política del frente popular en aquellos años, ¿de qué política se está hablando exactamente? 

Hay una importante confusión en torno a la política del frente popular. Señalaré dos falacias frecuentes, de signo ideológico muy distinto: la de Bollotten o más recientemente Beevor o Ranzatto, que consideran el frente popular como una operación de engaño, de caballo de Troya, del movimiento comunista para hacerse con el poder y que además de partir de una caricatura anticomunista absoluto supone considerar idiotas a los republicanos y a los socialistas. 

¿Y cuál es la segunda falacia? 

 La otra es la crítica, de matriz trotskista, de que el Frente Popular era una propuesta de alianza de clases en la que se le otorgaba la hegemonía a la pequeña burguesía, a las clases medias. No es cierto, ni en las intenciones ni en los resultados. En las intenciones porque la propuesta del FP se basaba, al mismo tiempo, en la defensa de la hegemonía de las clases trabajadoras; en la defensa de la unidad obrera para garantizar la orientación del Frente Popular. En los resultados, por que no hay que ver más que la historia de los conflictos internos del Frente Popular y la obsesión de una parte de los republicanos, o en Francia gran parte de los radicales, por contrarrestar el avance social y político de las clases trabajadoras en el contexto del Frente Popular. El problema para esas clases se producirá cuando se rompa el Frente Popular y en Francia Daladier inicie la reacción con la derogación de la jornada de 40 horas y otras conquistas sociales, o en España se desencadenen las maniobras para desplazar a Negrín del gobierno y sustituirlo por otro, integrado solo por republicanos y una parte de los socialistas, para pretender una ilusoria negociación con Franco y sus padrinos internacionales. 

De las experiencias económicas de aquellos años de carácter socialista o cooperativista, ¿cree usted que hay alguna de especial relevancia?

Tanto las colectivizaciones, que en realidad son ocupaciones sindicales, como el movimiento cooperativista son materia relevante. Me costaría señalar algún caso concreto. Lo que ha merecido, hasta ahora, más estudios ha sido el sector de las Industrias de Guerra; pero, en realidad, conocemos poco de su funcionamiento concreto, de sus flujos de producción y distribución, de sus formas de financiación y aprovisionamiento de materias primas, del régimen de trabajo y de salario en sus fábricas y talleres, etc. Tu pregunta es una invitación a más estudios. Como que es todavía menos conocido sugiero prestar más atención a la expansión del cooperativismo como sistema de distribución en una economía de guerra. 

Leyéndole uno puede pensar que, en su opinión, la política del POUM fue en general, y si me permite la simplificación, un desastre, que no se enteraban, que no tocaban realidad ni incluso en las fiestas (laicas) de guardar. Y que, además, no eran muchos. ¿No tocaban suelo? ¿Eran unos pocos soñadores irresponsables?

No eran unos iluminados. No era un problema de “soñar”. Tampoco eran pocos, aunque no eran tantos como frecuentemente se dice o escribe. Empiezo por esto último. El POUM heredó inicialmente la fuerza del Bloc Obrer i Camperol, que no era grupuscular pero si minoritaria, y su implantación sindical, que era apreciable. Eso fue antes de la guerra. A partir del verano de 1936 su crecimiento se detuvo y su fuerza sindical se diluyó al integrarse sus sindicatos en la UGT. Una evidencia del estancamiento militante del POUM fue el porcentaje que se le atribuyó en el seno de las patrullas de control de Barcelona, el 6%, en las que además no se le concedió ninguna jefatura de distrito. No eran iluminados pero, en mi opinión, entraron en declive político en parte por su dogmatismo, que les llevó a defender un proyecto revolucionario fundamentalmente proletario, y en parte por su oportunismo “de izquierdas” que los presentó frecuentemente como activistas del doble juego: participando en el Gobierno de unidad, pero combatiendo su política en “La Batalla”. Es ese declive político el que los mantuvo siempre aislados y siempre a contrapié: militando en UGT pero llamando constantemente a la puerta de la CNT, para que esta se convirtiera en la base de masas, que ellos no tenían, de su revolución proletaria. Creo, simplificando, que no tuvieron suficiente capacidad política; y, pero esto es una argumentación contrafáctica, no le hizo ningún bien perder a Maurín, la capacidad política de Nin y ya no digamos de Andrade y Gorkín estuvieron siempre bastante por debajo. Precisamente por eso su declive; no hay que buscar tres pies al gato. En los meses de mayor efervescencia de los discursos revolucionarios fue el grupo que menos creció, en todos los sentidos. Precisamente por eso se convirtió, injustamente, en chivo expiatorio en diciembre de 1936 y en mayo de 1937. Era más fácil, menos costoso, darle a él que a ningún sector anarquista.

¿Qué motivó, como señala usted en el capítulo duodécimo que un bien tan preciado y necesario como la unidad antifascista se rompiera? ¿Estaban todos locos de atar?

La unidad de la izquierda ha sido siempre una empresa muy difícil; más que la de la derecha. La izquierda, en general, ha de superar las divisiones de proyectos, mientras que en la derecha – y soy conciente de que simplifico– la división se sitúa sobre todo en el terreno de los intereses materiales, mucho más conciliables que las confrontaciones de ideas. La unidad antifascista en la España de la guerra civil era una unidad de izquierda popular, con algunos intereses materiales contradictorios; había confrontación de proyectos y había conflictos entre los intereses materiales de los trabajadores urbanos y los campesinos, entre los jornaleros campesinos y los pequeños propietarios campesinos; entre los trabajadores urbanos industriales y la menestralia, los pequeños comerciantes... Por eso pienso que la propuesta de frente popular y de revolución popular era la más justa y la más eficiente en aquella situación. Sin embargo, no todos la compartieron; ni siquiera muchos de los que invocaban al frente popular. Se dio la peor combinación de conflicto ideológico y conflicto político. Por otra parte, el curso de la guerra, que nunca llegó a ser positivo – lo máximo que alcanzó el bando republicarse fue a aprender a defenderse – incidió de manera muy negativa sobre la unidad. Con más armas y con más pan la unidad habría sido más fácil; pero de eso no estuvo nunca sobrado el bando antifascista. Y en las relaciones del bando antifascista también intervinieron, por acción y por omisión, las potencias; no sólo la URSS, la única que se cita, sino y sobre todo Francia y Gran Bretaña. Este último es un tema clave del segundo volumen. Con ser importantes las divisiones de los primeros diez meses, las más graves fueron las que se produjeron a partir del verano de 1937, cuando lo que se empezó a poner en cuestión era si tenía sentido o no seguir haciendo la guerra. Y por último, no quiero olvidar el factor humano, el factor del liderazgo; más allá de que todos fueran, por principio, unitario, no todos dieron la talla a la hora de concebir las complejidades del momento y saber ser, de manera práctica, unitarios.

¿Los hechos de mayo de 1937 fueron para usted un ejemplo de contrarrevolución estalinista? ¿Qué fueron si no? 

No fueron de ninguna manera una contrarrevolución estalinista. En primer lugar, no fueron una contrarrevolución. En segundo lugar, no se produjeron por ninguna instrucción de Stalin y, ni siquiera, por la iniciativa comunista. Fueron, en el plazo medio, el desenlace final del conflicto abierto en el seno del campo antifascista, de la incapacidad de los protagonistas por resolverlo por medios políticos; y en el plazo corto una rebelión anarquista, no exactamente una rebelión de la CNT, si una rebelión de sectores anarquistas diversos, que nunca llegaron a tener un mando compartido, lo que también explica su desarrollo y su desenlace. Y la precipitación final de ese plazo corto no empezó en el intento gubernamental de intervención en la Telefónica, sino en los sucesos de Puigcerdá-Bellver y el asesinato de Roldán Cortada. Esta interpretación que no es la que, lamentablemente, domina hay que desarrollarla y argumentarla con detalle; es lo que hago en el libro y, de una manera más resumida, en textos como el de mi aportación al libro editado recientemente por Ángel Viñas, “El combate por la historia”, que es, en parte, una réplica a algunas de las falsedades del Diccionario de la Academia de la Historia, en lo que se refiere a la historia de la República y la Dictadura franquista. 

Un contrafáctico: ¿pudieron no haber sucedido? ¿El choque de trenes fue inevitable? Si no se hubiera producido, ¿las cosas hubieran ido de forma muy diferente?

Podían y debían no haber sucedido. No eran inevitables. Un compromiso político más sincero y efectivo en abril lo habría evitado. Ese compromiso era factible. Y podían haberse evitado, incluso con el débil compromiso de abril, si en el momento en que se iniciaron los máximos responsables institucionales hubieran decidido, como les correspondía, intervenir con autoridad. Para mí el acuerdo del Consell de la Generalitat de primeros de mayo, de “levantar su sesión” a la espera de que las tensiones políticas bajaran fueron sencillamente esperpénticas; creo que una decisión diferente, de intervención permanente y en todos los sentidos – negociación y ejercicio de la autoridad, que tenían – podría, haber evitado el enfrentamiento armado, desactivado, antes de que se echaran a la calle, a los grupos que habían tomado la opción de una rebelión, fuera esta para “ir a por todas” o solo para “ir a por algunas”

Acaba su libro señalando que después del 7 de mayo de 1937 Catalunya entró en una nueva etapa política. ¿Qué caracteriza y singulariza esa nueva etapa?

Déjame que eso lo explique con detalle en el segundo libro.

La ciudadanía no organizada, la menos politizada si la expresión vale, ¿apoyó en general la resistencia republicana o lo que deseaban es que la guerra finalizase fuera como fuese?

Esa ciudadanía, aceptando los términos en lo que lo planteas – pero no haciendo comparaciones con la actualidad, la cultura y la movilización política de la época era superior a la actual – evolucionó con el tiempo. Por un lado, no hay que perder de vista que en la Cataluña de tres millones de la época, un tercio –no exactamente aritmético – se identificaba con los rebeldes o no se identificaba con la república. Muchos de ellos eran creadores de opinión, por su profesión o por su posición social. En los primeros meses, hubo un apoyo mayoritario a la guerra, pero condicionado; para mi es relevante el agotamiento de la movilización de voluntarios para el frente y la resistencia a las levas. Cuando la guerra alcanzó directamente a Cataluña, con las movilizaciones forzadas de levas, bombardeos, “retorno de ataúdes” del frente, carestía de productos básicos en las ciudades,....fue creciendo lo que ahora diríamos “desafección” a la guerra. Luego muchos, dirigentes republicanos incluso, llegaron a la conclusión de que no tenía sentido resistir. Si así lo pensaron, y lo dijeron, esos dirigentes,¿qué había de pensar la ciudadanía? La derrota final se produce en un clima de desmoralización y desmovilización, muy profundas. 

Le digo seis nombres de aquellos años. Le pido un comentario breve, diez líneas como máximo: Joan Comorera.

Espero que no sean diez líneas por personaje. Comorera fue, para mí, excelente en el análisis político, pero no tanto en las formas del ejercicio del liderazgo que pretendía. Representó la respuesta política más acertada, desde los intereses de las clases populares, a la guerra; no obstante su aspiración, legítima, a liderar no sólo el PSUC sino Cataluña, en ocasiones se vio empañada por las formas de sus comportamientos e intervenciones públicas. A lo largo de su actuación política estuvo algo sobrado de soberbia. Para haber sido un mejor líder habría necesitado una mayor capacidad de atracción, de empatía, personal. No bastaba con atrincherarse en la justeza de su política. Y ya en la posguerra dejó caer, de manera excesivamente fácil, a sus colaboradores más directos –Victor Colomer, Serra Pàmies y otros– en aras de los compromisos que le mantuvieron al frente de la secretaria general del partido. 

Sigo por Josep Terradellas, que adquiere un gran papel en su libro. 

Un personaje extraordinariamente poliédrico. Él mismo lo reconoció, con sorna, cuando dijo de sí mismo que era, ante todo, “tarradellista”. Creo que, por razones más ideológicas que políticas, se equivocó al querer basar la política de la Generalitat en un juego de equilibrios en el que la pieza básica era la alianza con la CNT, para contrarrestar al PSUC. Tuvo un cierto síndrome de converso en esa relación con los anarquistas, a los que descubrió “de cerca” en el Comité de Milicias. Como Conseller Primer no se puede obviar su responsabilidad política en la crisis de la unidad antifascista en 1937. Después de mayo de 1937 siguió empeñado, todavía más en apoyarse en CNT para impedir el avance del PSUC; un juego instrumental que no tenía base en coincidencias programáticas con la CNT. Quiero reconocerle, no obstante, al igual que Lluís Companys, que nunca desertó ni abandonó antes de hora que se mantuvo en sus responsabilidades hasta que pasó la frontera tras la caída de Cataluña; no se puede decir lo mismo de todos los republicanos.

Cambio de tercio: Federica Montseny. ¿Fue la anarcosindicalista o anarquista más relevante?

En absoluto. Ha sido la más publicitada a posteriori. Pero en la época “la nena”, como la conocían por ser la hija de Federico Urales, no era el personaje más popular dentro del mundo anarquista; en una conferencia en Barcelona, a comienzos de 1937, se llevó una buena pitada de sus correligionarios. Tenía un gran empuje personal, no siempre bien recibido, pero era de ideas bastante confusas; a veces por su manera de exponerlas, con muchos supuestos y muchas restricciones mentales. Sus memorias son absolutamente decepcionantes, en todos los sentidos. No tenía ni el sentido político de García Oliver, ni la capacidad de reflexión intelectual de Abad de Santillán.

Le hablo de un maestro revolucionario que hablaba ruso: Andreu Nin. ¿Quién le asesinó? ¿Estuvo implicado en ello el PSUC?

Y como hablaba ruso fue un buen traductor. Creo que su aportación intelectual está magnificada y la política fue claramente negativa cuando tuvo que asumir la dirección del POUM. Está claro quién lo asesinó y sobre todo por orden de quién. Sin embargo no hay ninguna documentación que implique al PSUC como tal en el secuestro y asesinato. Fue obra de la NKVD. Lo que si pudiera ser, pero también se ha podido acceder a la documentación que lo pudiera descartar o confirmar, es que algún miembro del PSUC reclutado como agente de la NKVD tuviera alguna participación. No obstante esa colaboración no habría sido necesaria; por la trayectoria del secuestro si hay que pensar en agentes españoles de la NKVD pienso que habría que buscarlos más bien en el ámbito del PCE e incluso del PSOE.

Sigo con su compañero de partido: Joaquín Maurín. ¿Ha sido, en su opinión, uno de los grandes marxistas españoles?

Desde luego mucho mejor analizador y dirigente político que Nin. Es una de las figuras capitales del movimiento obrero catalán en los años veinte y treinta. Habría merecido ser el secretario general del Partido Comunista de España en 1930, como estoy convencido de que él quería; pero ese fue uno de los errores del Comité Ejecutivo de la Internacional, preferir al mediocre Bullejos, con todos los respetos a la persona pero no a su actuación política. De todas maneras yo eso de “grandes” lo reservaría a los militantes y a algunos intelectuales que sí aportaron reflexiones personales al marxismo. No puedo evitar, en fin, tener en cuenta su evolución final después de acabada la guerra. Su distanciamiento ecléctico del POUM y su renuncia a intervenir, con la responsabilidad dirigente que tenía, en el conflicto interno. La decisión de su alejamiento de la política.

 Finalizo con un presidente asesinado por el fascismo español: Lluís Companys. 

El presidente olvidado. Laminado entre la veneración a Prat de la Riba y a Macià. Tuvo la gran habilidad política de atraer a las organizaciones obreras a un pacto y representó, popularmente, la resistencia al fascismo. Por eso nadie, ni sus rivales políticos internos, se atrevieron nunca, durante la guerra, a ponerlo públicamente en cuestión. Y fue ratificado, de manera absolutamente excepcional, como Presidente de la Generalitat, cuando finalizaba su mandato a finales de 1937, con el apoyo de todas, absolutamente todas, las organizaciones antifascistas. Algún mérito debió tener. Eso para mi es lo principal. Luego habría de considerar una línea crítica hacia su concepción excesivamente maniobrera de la política. Y no tengo muy claro -o no puedo demostrar mis intuiciones– su papel en los tejemanejes “mediacionistas de búsquedas, inútiles por otra parte, de salidas negociadas a la guerra. A pesar de todo, creo que es una pequeña malicia decir que su muerte lo honró finalmente; tiene muchos más motivos para ser honrado.

Le he engañado, eran siete. El último: Palmiro Togliatti

Su mayor problema es haber tenido que compartir el podio con Gramsci. Está claro que no alcanzó la profundidad de análisis y elaboración teórica que Gramsci. Dicho esto, para mí es la segunda figura después de su compañero de partido del comunismo europeo, rusos y soviéticos aparte. Le tocó lidiar con la más fea, mantener una cierta coherencia personal a pesar del triunfo del estalinismo, al que se adaptó más que se sometió. Y con ello asumió todas las contradicciones y se quedó en una posición en que luces y sombras son difíciles de separar. Tiene una buena biografía, la de Aldo Agosti, que lleva un subtítulo significativo “Un uomo da frontiera”. Lamentablemente no está traducida al castellano, y así nos va el pelo tirando de bibliografía secundaria sobre uno de los personajes más importantes de la historia italiana y europea de los veinte a los sesenta. Las sombras, lo que calló sobre la represión estalinista. De las luces quiero destacar tres, que no son estrictamente italianas: sus “lecciones sobre el fascismo” que innovaron la interpretación al respecto de la Internacional Comunista en 1934-1935; su relectura del Frente Popular que inicialmente fue una propuesta defensiva como una opción estratégica, ofensiva y que maduró en respuesta a la guerra de España; su postulación del policentrismo y de un debate abierto en el movimiento, sin dominaciones de estado – de los que fueran – a raíz del enfrentamiento chino-soviético. Perdón, creo que son más de diez líneas.

Una pregunta más relacionada con lo anterior ¿qué político de aquellos años tiene más interés para usted por el motivo que sea? 

No puedo quedarme con uno. Pero si se quiere, por su propia figura, por lo que representa, por lo que se movió a su alrededor y por cómo respondió, Lluís Companys, su biografía no podría ser otra cosa que la biografía de la Cataluña popular.

Por lo que he podido intuir a usted no le habrá entusiasmado “Tierra y libertad” de Loach. ¿Me equivoco? ¿Dígame alguna película sobre la guerra civil española, mirada desde Catalunya, que le haya llamado la atención o haya superado su punto de vista crítico? 

¿Entusiasmado? Me parece deleznable y lamento que la haya hecho. He leído recientemente a Carlos Boyero que Loach es un director de cine excelente cuando hace películas “costumbristas”, como la última, pero pierde mucho cuando se mete en hacer cine explícitamente político. Lo suscribo. El guión es una ensalada de tópicos, los personaje no son creíbles. En fin, propaganda de la mala. En cuanto a la petición sobre una política sobre la guerra civil mirada desde Cataluña que me haya llamado la atención, lo siento todavía tengo esperanzas de verla. 

Permítame una pregunta metodológica para ir finalizando: alguien podría señalar que usted, como todo buen hijo de buen vecino, tiene un esquema ideológico y esa cosmovisión sobre la guerra civil tiene en el PSUC un lugar armonioso y en otras fuerzas políticas nudos de desorden y caos. Mira el período, y como parte de esa preconcepción, encuentra lo que ya pensaba: racionalidad en unos, caos y barbaridades en los otros. Pero no porque la investigación le lleva a ello sino porque su teoría previa le conduce a ese lugar asentado previamente. En síntesis: ve lo que su teoría previa le permite ver. Ni más ni menos. ¿Se quiere defender de esta crítica de apriorismo y mal empirismo? 

No creo haber dado una visión “armoniosa” del PSUC; me parece que he señalado algunos errores tácticos importantes – la crisis de diciembre; algunas formas de su confrontación con los anarquistas -. Quizás pueda parecer armoniosa en comparación con la imagen satanizada que prevalece. Por otra parte, no escondo ni mis orientaciones ideológicas – incluso las confusiones que en ellas mantengo – ni pretendo hacer historia neutra. Ni creo en la historia neutra. No es cierto que parta de una preconcepción y que luego encuentre lo que busco. Si se me lee toda mi obra se encontrarán no pocas rectificaciones; las he hecho a golpe de archivo y de madurar análisis. Un ejemplo, lo que escribí sobre Tarradellas en el número 300 de L’Avenç y lo que, por el momento, he acabado escribiendo sobre él en el libro; hay un cambio en términos de valoración más matizada, incluso más positiva – intentando entenderlo – del personaje. Dicho eso, si que pienso que quien ve no son los ojos, sino la mente y la mente son ideas; son las ideas las que ven y no simplemente un aparato mecánico de percepción visual. La crítica hay que hacerla a quienes pretenden que ven la verdad y ésta no está contaminada por ideas. No querría exagerar la reflexión hasta convertirme en un seguidor de Berkeley. Y en cuanto a la empiria, creo que hay un buen trabajo empírico en mi libro.

¿Cuándo estará en librerías la segunda parte que creo que ya está contratada por la editorial L’Avenç, la editora de su libro? 

Todavía no está contratada por nadie; aunque haya un compromiso personal por mi parte y una consideración verbal por la otra. Si todo va como yo ahora deseo puede ser que el libro, editado por L’Avenç, esté disponible en 2013, a finales de ese año.

 Le pido un poco de inmodestia para acabar: ¿su libro será un clásico sobre nuestra guerra civil? 

Los clásicos acostumbran a estar muertos. Querría tener todavía el tiempo suficiente para seguir añadiendo cosas y rectificándome si es preciso. Lo que si me gustaría es que fuera considerado como una aportación que ha valido la pena.

¿Quiere añadir algo más? 

La “entrevista” ha sido tan extensa que por ahora ya no se me ocurre nada más. Podemos quedar emplazados para finales de 2013 y comentar el conjunto del trabajo. 

De acuerdo. Acepto el reto y tomo nota de la fecha. Gracias.
Barcelona, Mayo de 2012

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