El surrealismo no es, ni
ha sido nunca, una escuela literaria o una corriente artística "de
vanguardia" (como el cubismo o el fauvismo), sino una visión del mundo, un
modo de vida y un intento eminentemente subversivo de reencantar al mundo.
El surrealismo como movimiento revolucionario
El Viejo Topo
28 septiembre, 2024
También es una
aspiración utópica y revolucionaria a «transformar el mundo» (Marx) y «cambiar
la vida» (Rimbaud): dos consignas idénticas, según André Breton. Se trata de
una aventura poética y política al mismo tiempo. Comenzó en París hace cien
años, en 1924. Hoy continúa.
El surrealismo es, desde su nacimiento, un movimiento
internacional. No obstante, en las páginas siguientes nos ocuparemos sobre todo
del grupo surrealista de París, inicialmente en torno a André Breton, pero que
prosigue su actividad tras la muerte del autor de los Manifiestos del
surrealismo.
La aspiración revolucionaria está en el origen mismo
del surrealismo y adopta de entrada una forma libertaria en el Primer
Manifiesto del surrealismo (1924) de André Breton: «Únicamente la
palabra libertad tiene el poder de exaltarme.» En 1925, el deseo de romper con
la civilización burguesa occidental lleva a Breton a acercarse a las ideas de
la Revolución de Octubre, como atestigua su reseña del Lenin de
León Trotsky. En 1927 se adhiere al Partido Comunista Francés, pero se reserva,
como explica en el folleto Au grand jour, su «derecho de crítica».
Fue el Segundo Manifiesto del surrealismo (1930)
el que extrae todas las consecuencias de este acto, al afirmar «totalmente, sin
reservas, nuestra adhesión al principio del materialismo histórico». Al tiempo
que subraya la distinción, o incluso la oposición, entre el «materialismo
primario» y el «materialismo moderno» del que se reclama Friedrich Engels,
André Breton insiste en el hecho de que «el surrrealismo se considera ligado
indisolublemente, en virtud de las afinidades que he señalado, al enfoque del
pensamiento marxista y exclusivamente a este enfoque».
Un marxismo encantado
Ni que decir tiene que su marxismo no coincide con
la vulgata oficial del Kremlin. Quizá podríamos calificarlo
de marxismo gótico, es decir, un materialismo histórico sensible a
lo maravilloso, al momento negro de la revuelta, a la iluminación que desgarra,
como un relámpago, el cielo de la acción revolucionaria. Forma parte, en todo
caso, como el marxismo de José Carlos Mariátegui, de Walter Benjamin, de Ernst
Bloch y de Herbert Marcuse, a una corriente subterránea que atraviesa el siglo
XX: el marxismo romántico.
Se trata, pues,
de una modalidad de pensamiento que está fascinado por determinadas formas
culturales precapitalistas y que rechaza la racionalidad fría y abstracta de la
civilización industrial moderna, pero que convierte esta nostalgia del pasado
en una fuerza en el combate por la transformación revolucionaria del presente.
Si bien todos los marxistas románticos se rebelan contra el desencanto
capitalista del mundo –resultado lógico y necesario de la cuantificación,
mercantilización y cosificación de las relaciones sociales–, es en André Breton
y el surrealismo donde la tentativa romántica revolucionaria de reencantar al mundo
por la imaginación alcanza su expresión más impactante.
El marxismo de Breton también se distingue de la
tendencia racionalista/cientifista, cartesiana/positivista, fuertemente marcada
por el materialismo francés del siglo XVIII –que impregnaba la doctrina oficial
del comunismo francés– por su insistencia en el legado dialéctico hegeliano del
marxismo. En su conferencia de Praga (marzo de 1935) sobre «la situación
surrealista del objeto» insistió en el significado capital del filósofo alemán
para el surrealismo: «Hegel, en su Estética, abordó todos los
problemas que pueden considerarse, en la poesía y el arte, los más difíciles y
los resolvió en su mayoría con una lucidez sin par […]. Digo que todavía hoy es
a Hegel a quien hay que interrogar sobre la validez o no de la actividad
surrealista en las artes1/.»
Algunos meses más tarde, en su célebre discurso en el
Congreso de escritores en defensa de la cultura (junio de 1935), vuelve a la
carga y no duda en proclamar, a contracorriente de cierto chovinismo
antigermánico: «Es ante todo en la filosofía de lengua alemana donde hemos
descubierto el único antídoto eficaz contra el racionalismo positivista que
sigue causando aquí sus estragos. Este antídoto no es otro que el materialismo
dialéctico como teoría general del conocimiento2/.»
Breton y Trotsky
Lo que vino después es conocido: cada vez más cercanos
a las posiciones de Trotsky y de la Oposición de Izquierda, la mayoría de
surrealistas (¡sin Louis Aragon!) romperán definitivamente con el estalinismo
en 1935. No fue en absoluto una ruptura con el marxismo, que siguió inspirando
sus análisis, sino con el oportunismo de Stalin y sus acólitos, que
«desgraciadamente tiende a aniquilar los dos componentes esenciales del
espíritu revolucionario», que son: el rechazo espontáneo de las condiciones de
vida propuestas a los seres humanos y la necesidad imperiosa de cambiarlas3/.
En 1938, Breton visita à Trotsky en México. Juntos
redactarán uno de los documentos más importantes de la cultura revolucionaria
en el siglo XX: el «Manifiesto por un arte revolucionario independiente», que
contiene el siguiente párrafo célebre: «para la creación cultural, [la
revolución] debe establecer y asegurar desde el principio un régimen anarquista
de libertad individual. ¡Ninguna autoridad, ninguna restricción, ni el menor
atisbo de mando! […] Los marxistas pueden avanzar aquí codo a codo con los
anarquistas.» Como es sabido, este pasaje lo escribió el propio Trotsky, pero
cabe suponer también que fue el producto de sus largas conversaciones a orillas
del lago Patzcuaro4/.
Fuen en la posguerra cuando se puso de manifiesto más
claramente la simpatía de Breton por el anarquismo. En Arcane 17 (1947)
recuerda la emoción que sintió cuando siendo todavía niño descubrió en un
cementerio una tumba con este simple epitafio: «Ni dios ni amo». A este
respecto expresa una reflexión general: «Por encima del arte, de la poesía,
queramos o no, ondea también una bandera ora roja, ora negra», dos colores
entre los que se niega a elegir.
De octubre de 1951 a enero de 1953, los surrealistas
colaborarán regularmente, con artículos y notas, con el periódico Le
Libertaire, órgano de la Federación Anarquista Francesa. Su principal
corresponsal en la Federación era en aquel entonces el comunista libertario
Georges Fontenis. Fue en aquella ocasión cuando André Breton escribió el
brillante texto titulado La clara torre (1952), que recuerda
los orígenes libertarios del surrealismo: «Fue en el negro espejo del
anarquismo donde el surrealismo se reconoció por primera vez, mucho antes de
definirse a sí mismo y cuando todavía no era sino una asociación libre entre
individuos que rechazaban espontáneamente y en bloque las opresiones sociales y
morales de su tiempo.» A pesar de la ruptura que se produjo en 1953, Breton no
cortó los lazos con los libertarios y siguió colaborando con algunas de sus
inicitativas5/.
Revolucionarios impenitentes
Este interés y
esta simpatía activa por el socialismo libertario no llevan a los surrealistas
a renegar de su adhesión a la revolución de Octubre y las ideas de León
Trotsky. En una intervención que hizo el 19 de noviembre de 1957, André Breton
persiste y firma: «Contra viento y marea, soy de aquellos que todavía
encuentran, en el recuerdo de la revolución de Octubre, buena arte de ese
ímpetu incondicional que me acercó a ella cuando era joven y que implicó la
entrega total de uno mismo.»
Saludando la mirada de Trotsky, tal como aparece, en
uniforme del ejército rojo, en una antigua fotografía de 1917, proclama: «Esta
mirada y la luz que en ella se eleva, nadie logrará apagarla, como tampoco el
Termidor pudo alterar los rasgos de Saint-Just.» Finalmente, en 1962, en un
homenaje a Natalia Sedova, que acababa de morir, anhela el día en que por fin
«no solo se hará justicia plenamente a Trotsky, sino que también serán llamadas
a adquirir pleno vigor y amplitud las ideas por las que dio su vida»6/.
El surrealismo
es tal vez ese punto de fuga ideal, ese lugar supremo del espíritu en que
confluyen la trayectoria libertaria y la marxista revolucionaria. Pero no
debemos olvidar que el surrealismo contiene lo que Ernst Bloch llamaba «un
excedente utópico», un excedente de luz negra que va más allá de los límites de
todo movimiento social o político, por revolucionario que sea. Esta luz emana
del núcleo irrompible de la noche del espíritu surrealista, de su anhelo
obstinado por el oro del tiempo, de su inmersión apasionada en las simas del
sueño y de lo sobrenatural.
Después de Breton
En 1969, algunas figuras destacadas del surrealismo
parisino, como Jean Schuster, Gérard Legrand y José Pierre, deciden que, habida
cuenta de la muerte de André Breton en 1966, es preferible disolver el Grupo
Surrealista. Sin embargo, otros muchos surrealistas deciden proseguir la
aventura. Lamentablemente, la mayoría de escritos académicos o divulgados sobre
el surrealismo dan por hecho que el grupo se disolvió en 1969.
Para la mayoría de historiadores e historiadoras del arte, el surrealismo no
era nada más que una de las numerosas vanguardias artísticas, como
el cubismo o el futurismo, que tuvieron una vida muy corta.
Vincent
Bounoure (1928-1996) fue quien impulsó el nuevo periodo de actividad
surrealista y no dejó de ser una figura inspiradora hasta su último aliento.
Poeta dotado y ensayista brillante, estaba, al igual que su compañera
Micheline, fascinado por el arte oceánico de Nueva Guinea, sobre el que
escribió varios ensayos.
La otra figura del grupo que destacó después de 1969
fue Michel Zimbacca (1924-2021), poeta, pintor, cineasta y personaje
entrañable. Su documental sobre las «artes salvajes», L’invention du
monde (1952), se considera uno de los raros cuadros verdaderamente
surrealistas; Benjamin Péret escribió el texto mitopoético que comenta las
imágenes. El grupo surrealista también se reunía a menudo en el apartamento que
compartía con su compañera Anny Bonnin, cuyas paredes estaban decoradas con
maravillosas pinturas suyas y de otros surrealistas, así como de una notable
panoplia de plumas indígenas de la Amazonia. Bounoure y Zimbacca eran el lazo
viviente entre el movimiento del post-1969 y el grupo fundado por André Breton
en 1924.
El Bulletin de liaison surréaliste
En los años 1970 a 1976, los surrealistas parisinos
que se negaban a bajar la persiana se reagruparon –en estrecha relación con sus
amigos de Praga– alrededor de una revista modesta, el Bulletin de
liaison surréaliste (Boletín de enlace surrealista, BLS). El Bulletin publicó
un debate sobre «el surrealismo y la revolución», con la participación de
Herbert Marcuse. Entre otras numerosas joyas, un artículo del antropólogo
Renaud en apoyo a los indios de EE UU reunidos en Standing Rock en julio
de 1974.
En el último número del BLS, de abril de
1976, se publicó una declaración colectiva a favor de un joven cineasta
surrealista brasileño, Paulo Paranagua, y de su compañera, Maria Regina Pilla,
detenidas en Argentina y acusadas de «propaganda subversiva». Impulsado por las
y los surrealistas, el llamamiento apareció publicado por Maurice Nadeau
en la Quinzaine littéraire, firmado también por intelectuales
franceses de renombre, como Deleuze, Mandiargues, Foucault y Leiris.
El grupo surrealista parisino mantenía relaciones
estrechas con el grupo de Praga, que se movía en la semiclandestinidad bajo el
régimen estalinista impuesto en Checoslovaquia tras la invasión soviética de
1968. Podían reunirse de manera informal en viviendas particulares, pero su
periódico Analogon estaba prohibido y no podían exponer sus
obras ni sus películas. En 1976, por iniciativa de Vincent Bounoure, los grupos
surrealistas de París y de Praga publicaron conjuntamente, en Francia en
Éditions Payot, una recopilación de ensayos, la Civilisation
surréaliste.
Continuar a pesar del reflujo
El grupo
surrealista fue siempre muy político desde 1924. Después de 1969, esto siguió
siendo cierto, pero ello no significa que se adhiriera a algunas de las
organizaciones políticas existentes. Algunos miembros participaron en
organizaciones trotskistas (Ligue communiste révolutionnaire, sección francesa
de la Cuarta Internacional), otros a la Federación Anarquista o la CNT
anarcosindicalista. Sin embargo, la mayoría de surrealistas parisinos no
pertenecieron a ninguna organización; el espíritu común era antiautoritario y
revolucionario, con una tendencia libertaria dominante.
Fue este
espíritu el que inspiró sus actividades y las declaraciones comunes publicadas
en el transcurso de los años. En 1987 se publicó una declaración común en apoyo
a las comunidades indígenas Mohawk que luchaban por sus tierras contra el
Estado canadiense. En los años subsiguientes se publicaron otras declaraciones
más a favor de los movimientos indígenas. Esto, por supuesto, está relacionado
con la tradición antiautoritaria y anticolonialista del movimiento y con
su rechazo de la civilización occidental moderna.
Claro que esta empatía y el vivo interés por las
«artes salvajes» expresan asimismo un estado de espíritu
romántico/revolucionario anticapitalista: las y los surrealistas creían –al
igual que el primer romántico, Jean-Jacques Rousseau, quien alababa la libertad
de los pueblos caribeños– que se podían hallar, en las culturas salvajes –no
les agradaba la palabra primitivas–, valores humanos y modos de
visa que en muchos aspectos eran superiores a la civilización imperialista
occidental.
En 1991 se
publicó un Boletín Surrealista Internacional n.° 1, en Estocolmo, con las
respuestas de los grupos de París, Praga, Estocolmo, Chicago, Madrid y Buenos
Aires a un cuestionario sobre la tarea actual del surrealismo. El grupo
de París insiste en su texto en el hecho de que «el surrealismo no es un
conjunto de normas estéticas o lúdicas, sino un principio permanente de rechazo
y de negatividad, que se alimenta de las fuentes mágicas del deseo, de la
revuelta, de la poesía […]. Ni dios ni amo: más que nunca, esta antigua divisa
revolucionaria nos parece pertinente. Está inscrita en letras de fuego sobre
las puertas que llevan, por encima de la civilización industrial, a la acción
surrealista, cuya finalidad es el reencanto (y la reerotización) del mundo.»
Sus celebraciones y las nuestras
Para protestar
contra las pomposas celebraciones del quinto centenario del llamado
«descubrimiento de América» (1992), los surrealistas publicaron en 1992 el
Boletín Surrealista Internacional n.° 2, con una declaración común firmada por
los grupos surrealistas de Australia, Buenos Aires, Dinamarca, Gran Bretaña,
Madrid, París, Países Bajos, Praga, Sao Paulo, Estocolmo y EE UU.
Inspirado en un ensayo de la poeta surrealista argentina Silvia Grenier, este
documento celebra la afinidad del surrealismo con los pueblos indígenas, contra
la civilización occidental que oprimió a los pueblos indígenas y trató de
destruir sus culturas: «en la lucha contra este totalitarismo asfixiante, el
surrealismo es –siempre lo ha sido– compañero y cómplice de los indígenas».
El Boletín se
publicó en tres lenguas –inglés, francés y castellano– a cargo del grupo
surrealista de Chicago, que reprodujo en portada un collage de Franklin y
Penelope Rosemont que representa a Colón en guisa del Padre Ubú de Alfred
Jarry. El Museo de Arte Moderno de París (Centro Pompidou) inauguró una gran
exposición de arte surrealista en la primavera de 2002 con el título de
«Revolución surrealista».
De hecho, la
exposición no tenía ningún significado revolucionario y trataba de presentar el
surrealismo como una experiencia puramente artística que utilizaba «nuevas
técnicas». . A la entrada del museo se ofrecía un folleto gratuito de cuatro
páginas, que explicaba que «el movimiento surrealista quería tomar parte activa
en la organización de la sociedad» (?) y que había influido mucho en la
sociedad, especialmente en «la publicidad y los videoclips»…
Molesto por
este amasijo conformista, Guy Girard propuso al grupo surrealista preparar un
folleto alternativo, también de cuatro páginas, con letras similares pero un
contenido totalmente diferente: el surrealismo se califica allí de movimiento
revolucionario cuya aspiración a la libertad y la imaginación subversiva
pretendían «acabar con la dominación capitalista»; este folleto estaba
ilustrado con imágenes de mujeres artistas como Toyen o Leonora Carrington,
prácticamente ausentes de la exposición, así como con una foto histórica de
1927: «Nuestro colaborador Benjamin Péret insultando a un sacerdote»…
Acto seguido, los miembros del grupo depositaron con
cuidado una pila del folleto surrealista encima del folleto oficialpara
que la gente los cogiera. Lo más gracioso es que los comisarios de la
exposición, interpelados por el folleto surrealista, retiraron su propia pieza
frívola y la sustituyeron por otra que trataba de tener en cuenta el hecho de
que el surrealismo era un movimiento subversivo antiautoritario que denunciaba
«la Familia, la Iglesia, la Patria, el Ejército y el colonialismo»…
Los diferentes folletos y declaraciones del grupo se
incluyeron finalmente en el librp Insoumission Poétique. Tracts, Affiches et déclarations du groupe de
Paris du mouvement surréaliste 1970-2010 (Paris, Le Temps des Cerises, 2010). Guy Girard editó el libro, recopiló el material y las ilustraciones y
redactó una breve presentación de cada documento.
El tiempo de los sueños
Entre 2019 y 2024 se publicaron cinco números de una
nueva revista parisina: Alcheringa. Le surréalisme aujourd’hui.
Alcheringa es una palabra de una lengua aborigen de Australia y
significa «el tiempo de los sueños», evocada por André Breton en su
ensayo Main Première. Finalmente, en el verano de 2024 ha tenido
lugar, en la Maison André Breton de Saint-Cirq-la-Popie, la exposición
surrealista internacional «Merveilleuse Utopie», organizada por Joël Gayraud,
Guy Girard y Sylwia Chrostowska.
Al margen de
sus limitaciones y dificultades, el movimiento surrealista de París ha
mantenido vivas, a lo largo de los últimos 50 años, la llama roja y negra de la
rebelión, el sueño antiautoritario de una libertad radical, la insumisión
poética frente a los poderes establecidos y el deseo obstinado de reencantar al
mundo.
Notas
1/ A. Breton, Position
politique du surréalisme, París, Denoël, 1972, pp. 128-129.
2/ En Maurice Nadeau, Documents
surréalistes, París, Éditions du Seuil, p. 298.
3/ «Du temps que les surréalistes
avaient raison», en M. Nadeau, Documents Surréalistes, p. 309.
4/ La documentación sobre este
«encuentro entre el León y el Áquila» fue recopilada por Arturo Schwarz en su
pequeño libro Breton/Trotsky, París, 10/18, 1977. También resulta
útil leer los textos de Marguerite Bonnet y Gérard Roche en Cahiers
Léon Trotsky n.° 25, marzo de 1986 (número dedicado a Trotsky y los
escritores franceses).
5/ A. Breton, La claire tour,
La clé des champs, París, 10/18, 1967, p. 424. Sobre este episodio, véanse los
dos notables folletos publicados, con el título de «Surréalisme et Anarchisme»,
por el Atelier de Création Libertaire de Lyon, en 1992 y 1994.
6/ Estos dos textos se encuentran en
A. Schwarz, Breton/Trotsky, pp. 194, 200.
Fuente: Inprecor n.º 724 y Viento Sur