Tras la guerra, Santiago
Marcos permaneció escondido 22 años en una bodega para sobrevivir a las
represalias. Poeta, vivió como un topo. Claudio Rodríguez Fer, poeta y amigo,
recupera su figura y su obra en un libro.
Entrevista a Claudio Rodríguez Fer
EL VIEJO TOPO
19 enero, 2024
por Henrique Mariño
LA HISTORIA OCULTA DEL POETA TOPO Y SUS VERSOS CONTRA LOS MATONES
FRANQUISTAS
Santiago Marcos
escribió durante veintidós años «literalmente sin respiro», escondido en una
bodega de un pueblo vallisoletano, donde runruneaba el eco de la represión:
sucesos, rumores y necrológicas de vecinos que iban cayendo a manos de los
fascistas, un noticiero del martirio que tradujo en versos cada vez más
acerados contra los rebeldes y sus matones. Mientras caligrafiaba sus miles de
rimas, el poeta topo se imaginaba el rataplán de las botas
cercando su madriguera, un vivo menos, aunque él ya estaba muerto en vida.
Cuando vio la
luz, ni nombre tenía, hasta el punto de que empezó a firmar sus poemas con el
pseudónimo Un campesino del Norte de Castilla, todavía el temor a ser liquidado
por algún paisano rencoroso. Atrás quedaba su escondrijo, donde lo
sorprendieron tres parejas de la Guardia Civil alertadas por un médico que lo
atendió de urgencia cuando se rompió un brazo. Ese era el miedo de los topos
del franquismo: bastaba un catarro para que su propia tos los delatase. Y el de
sus familiares: ¿qué hacer con el cadáver si fallece en su escondrijo?
Porque Santiago
Marcos estaba muerto para la Guardia Civil, cansado ya de buscarlo una
vez finalizada la guerra civil, de ahí que lo dejasen marcharse del cuartelillo
cuando fue arrestado en 1958, pues no pesaba ninguna acusación en su contra.
Huido tras el golpe del 36, había permanecido en su topera más de dos décadas
después de refugiarse en el monte, en un pajar y en un silo. Sus hermanos
Marcos y Nilo renunciaron a sus vidas personales durante su encierro en la
bodega de una alquería de Coto de Solaviña, en el Ayuntamiento de Roales de
Campos, para no ponerlo en peligro.
«Durante la
guerra, sintoniza todo el tiempo con Radio Infierno, porque le
llegan el boca a boca de sus hermanos, que escuchan las barbaridades
cometidas por los falangistas, y algunos periódicos, con noticias luctuosas del
mismo signo. Mantener viva la esperanza, e incluso la propia existencia, es muy
difícil cuando todo a tu alrededor, todo en lo que crees y en lo que tienes
puesta tu ilusión, se desmorona. La situación no podía ser más angustiosa, a la
que habría que sumar el temor permanente a ser descubierto», explica Claudio
Rodríguez Fer.
El escritor
lucense ha defendido su memoria mientras vivía y recuperado su figura una vez
fallecido. Su padre había sido amigo de la infancia de los hermanos Marcos,
aunque la guerra los separó y no retomaron el contacto hasta que Santiago, tras
intentar exiliarse en Francia, regresó a su tierra y decidió pasar el resto de
sus días alejado del ruido, del bullicio, de la gente. Decepcionado con su
destemplada acogida en París, donde no logró que le publicaran su primer libro
de poemas, Desde mi escondrijo, optó por un encierro
interior en los campos de Castilla.
En 1980, decide que Rodríguez Fer sea su albacea. Poeta como él, ha tomado el testigo de la amistad que había labrado su padre y recibe el encargo de publicar y «salvar del exterminio» su obra, de la que apenas se habían difundido contados poemas en pliegos y hojas volanderas. Sin embargo, Santiago tardaría diecisiete años en morir, a los 93, y antes pudo autoeditar Mi lira canta. ¡Escucha! y La tragedia de las libertades sofocadas. «Nunca tuve amigos mejores que estos heredados ni leí con más cariño poeta alguno que a este topo vate», escribe el ensayista lucense en Santiago Marcos. Poeta topo contra el fascismo.
En la biografía, editada por El Viejo Topo, Claudio Rodríguez Fer describe la vida de Santiago, quien había ejercido como maestro hasta el golpe, y analiza sus poemas, cuya temática varía a lo largo del tiempo. Aunque ya había perfilado su figura en varios artículos y en O muiñeiro misterioso (Tórculo), un libro de recuerdos sobre su padre, ahora no solo profundiza en sus años a la sombra y rescata la relación epistolar que mantuvieron, sino que también homenajea a un símbolo de la resistencia contra el fascismo y, de paso, difunde al fin su «poesía subterránea», perdida en el pozo de la desmemoria.
Sus primeros poemas están protagonizados por las víctimas y los camaradas.
Santiago Marcos
quedó absolutamente impactado por la muerte de personalidades que admiraba y
quería. Algunos de ellos, muy amigos suyos, como el alcalde de Roales de
Campos, el socialista Secundino Chamorro Rodríguez, y el secretario de la Casa
del Pueblo, Gaspar Fernández. Cuando supo que los habían asesinado de una
manera bestial, sintió un inmenso dolor por la injusticia radical que suponía
liquidar a personas bondadosas y solidarias, solo por razones ideológicas. Para
él fue arrasador.
Ya en libertad, ensalza la vida del labriego. Sin embargo, al mismo tiempo
critica a los campesinos «violentos, cerriles y clericales» y a los «verdugos
liquidacionistas».
Hay un gran
contraste entre la visión idílica que él tiene de la vida rural y el mal
absoluto que penetra en el campo. Una violencia tremenda protagonizada por
agentes exteriores, cuyas razones eran ideológicas y militares, pero también
por sus propios vecinos, con comportamientos bestiales suscitados por
rivalidades e intereses. De hecho, Santiago insiste en que la persecución que
sufrió tiene que ver con la envidia. Porque él era maestro, es decir, el
estudiado, el intelectual y el transmisor de las ideas.
Sin embargo,
sus hermanos, que trabajan la tierra, no son represaliados, simplemente son
acosados por la Guardia Civil para que revelen su paradero. Hasta el punto de
que, para darle mayor credibilidad a su desaparición, llegaron a decir que se
había ahorcado en el monte por desesperación. Digamos que, en este caso, no
había una animadversión contra una familia, sino contra el maestro del pueblo,
lo cual es muy significativo…
Sorprende la riqueza léxica de sus poemas.
Tiene su propio
acervo lingüístico derivado de su formación como maestro, que pasa por los
clásicos españoles, desde Cervantes hasta los autores del Siglo de Oro. En sus
poemas también se observa una gran riqueza lingüística de carácter terruñero,
con palabras apegadas a la tierra, que vienen del campo profundo. Si consultas
el diccionario de la RAE, algunas figuran como desaparecidas hace uno o dos
siglos. Es un castellano muy rico y preciso, no contaminado. Por eso el léxico
de su poesía es prolijo, como el que podemos encontrar en la novela El
disputado voto del señor Cayo, de Miguel Delibes, protagonizada por un
campesino con un castellano deslumbrante, arcaico, casi ancestral.
Más allá del testimonio y el documento, ¿cuál es el valor de su poesía?
Su poesía tiene
valores diversos. Primero, el memorialista, o sea, el testimonio personal sobre
un momento histórico absolutamente aterrador que padeció en carne propia.
Segundo, el de la riqueza lingüística, con una expresión rural y terruñera,
pero muy expresiva y que revela un auténtico dominio de los resortes que
utiliza. Tercero, su extraordinario valor humano.
Su historia y
su poesía pueden ser leídas con interés en la España donde sucedieron los
hechos, aunque también comprendidas en cualquier lugar del mundo gracias a su
profundidad de pensamiento y de sentimiento. O sea, posee una dimensión humana
universal, que va más allá del momento histórico memorialista que relata y de
la expresión genuina castellana que utiliza.
Son poemas sonoros porque se los tenía que aprender de memoria. La rima como
regla mnemotécnica.
Por eso siempre
hace poesía rimada tradicional, porque es musical y más fácil de retener. Usa
sobre todo estrofas clásicas (sonetos, quintetos, romances, quintillas,
etcétera) para poder memorizarlas con menor dificultad. Santiago Marcos era un
hombre-libro, como los de Ray Bradbury en Fahrenheit 451. De hecho,
cuando cruzó la frontera y llegó a Francia, volvió a escribir de memoria los
poemas compuestos en la bodega donde había estado oculto.
Usted comenta que en su «poesía subterránea» no puede haber ornamentos
porque «escribe literalmente sin respiro».
Lo hace en una
situación límite y de emergencia, con el agua al cuello, por lo que no tiene ni
tiempo ni humor para florituras. Uno escribe directamente sobre lo que le está
quemando, por eso es una poesía hirviente. Luego, en democracia, practica una
poesía más amable, porque está destinada a personas concretas, como parientes y
vecinos, por lo que busca un estado de calma y sosiego. Pese a la amargura que
siente, pretende dulcificar la vida de sus destinatarios.
Digamos que es
una poesía de conveniencia afectiva, que no tiene la altura de la anterior. Sin
embargo, alcanza una gran calidad cuando habla de la naturaleza, porque conoce
todos sus sonidos, sus espectáculos y los animales que la habitan.
Esa fase contrasta con los poemas de ‘Desde mi escondrijo’, considerados
«muy fuertes» por el exilio. De hecho, a la decepción que le produjo su
recibimiento en París habría que añadir el disgusto que le provocó que no le
publicasen el citado poemario.
Fue una
decepción muy grande, pero Europa ya se había acomodado y, en plena Guerra
Fría, no interesaba hurgar en las heridas. El exilio español era extremadamente
débil: si casi no podían ayudarse a sí mismos, tampoco a quienes iban llegando.
Consiguió
entrevistarse con Félix Gordón Ordás, presidente del Consejo de Ministros de la
República española en el exilio, y con Javier Alvajar, secretario del
Ministerio de Información. Sin embargo, recurrió a uno de los eslabones más
débiles, el de los líderes del Gobierno, que contaban con menos apoyos. Quizás
habría recibido más solidaridad si hubiese llamado a la puerta del PCE.
Pasados los años, en sus poemas no deja de criticar el pecado original nazi
del franquismo.
Él era
consciente de que Franco no había ganado la guerra, sino que se la habían
ganado los nazis y los fascistas italianos. Para él fue una antesala de la
Segunda Guerra Mundial, que sirvió para imponer en España una dictadura
nazi-fascista. Consideraba que, para cualquier demócrata, el régimen franquista
era absolutamente inaceptable, empezando por su pecado original.
Aunque en la Segunda República no militó en ningún partido, era afín al
socialismo. De hecho, en 1982 se afilió al PSOE.
Con la
democracia, quiere volver a los orígenes, es decir, al partido al que era más
afín en 1936. Antes de la guerra, probablemente pudo estar afiliado a la
Federación de Trabajadores de la Enseñanza (FETE), de la UGT.
La hoz y el martillo en su tumba podrían despistar.
Sus ideas
marxistas derivan de lo que entonces representaba el Partido Socialista, pero
él no había leído a Marx. Sin embargo, asimiló la simbología de la izquierda
antifascista. Por eso, encargó para su tumba una lápida con la hoz y el
martillo, un emblema que lo asociaba con la resistencia contra Franco.
Eso no quería
decir que estuviese en sintonía partidaria con el PCE, sino que representaba
una posición de clase y una solidaridad con la tradición antifascista española.
Por eso aplaudió el regreso de Pasionaria, porque para él también era un
símbolo.
Fuente: Público.
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