Nos robaron
las palabras y pretenden robarnos la memoria. Reconstruyen la historia y
pretenden ocultarla a los que no la vivieron. Y tienen éxito. Por eso pueden
decir sin sentir vergüenza que eran lo mismo unos que otros.
La guerra de los abuelos y otras engañifas
El Viejo Topo
21 noviembre,
2022
Aquí había una
República hace muchos años. Así me imagino el comienzo de una clase en un
Instituto de Enseñanza Secundaria. Y me imagino también las caras de una buena
parte del alumnado. Y la pregunta de ese alumnado: disculpe, profe, ¿una qué?
Parece un chiste malo. Seguro que lo es. Pero es que en este país se nos comió hace muchos años la lengua el gato. Las tiranías, después de reprimir la disidencia, nos roban las palabras.
Luego nos las cambian por otras. Por las suyas. Y poco a poco, con el paso de
los años, las vamos asumiendo como nuestras. Decimos que la dictadura
franquista fusiló en vez de decir asesinó. Decimos que a nuestro abuelo lo
metieron en la cárcel o lo fusilaron y no había hecho nada. Es la respuesta
inocente a la afirmación
facha: algo habría hecho. Y claro que hizo: defender la
República desde un ayuntamiento, o en la escuela, o en la calle, o como miembro
de un sindicato o un partido de izquierdas… Pero diciendo que no había hecho
nada negamos sin darnos cuenta la dignidad que mantuvo con firmeza ese abuelo
en la cárcel o antes de recibir un tiro por la espalda junto a una cuneta. O
delante de un pelotón que lo asesinaría después de un juicio que en vez de juicio era una impostura. Y qué decir de las mujeres: las más castigadas, las más humilladas, las
que sufrían por ellas mismas y por los hombres de su familia presos, asesinados
o huidos, por ser mujeres y ser republicanas. Me lo decía un viejo guerrillero:
“nosotros teníamos armas en el monte. Pero ellas…”. Ellas tenían la dignidad y el coraje. Y no resultaba fácil para los fascistas moverlas del sitio. ¿No habían
hecho nada esas mujeres? Y tanto que habían hecho. Y tanto.
Las palabras no
han sido las nuestras durante todos estos años. Ni con la dictadura ni con la democracia. El exterminio a que se referían Mola, Queipo de Llano y tantos de los
suyos no alcanzaba sólo a las personas: también al lenguaje que nos servía para
entendernos mejor en un mundo que veía cómo alrededor del nuestro crecían los fascismos. Otro ejemplo, ya que hablo de fascismos: aún se le sigue llamando bando
nacional al bando fascista que se levantó en un golpe de Estado contra la
República en julio de 1936. El ejército nacional, lo siguen llamando. Y no sólo
las derechas.
Aposta o sin
querer hemos ido dando por bueno el lenguaje de los vencedores. La guerra en
España fue una guerra fratricida, dicen algunos. Mentira de las gordas. Dicen
guerra entre hermanos para vaciar lo que la guerra tuvo de política, económica
e ideológica: de clase. ¿Y la Iglesia, tan ecuánime ella, de qué parte estaba
en esa lucha entre hermanos? Echan mano del famoso cuadro de Goya: a garrotazo
limpio unos españoles contra otros. Mentira de las gordas. El cuadro, que no
pintó Goya, es el de unos españoles que defendían la legitimidad republicana y
otros que intentaron romperla desde el principio hasta su culminación golpista
después del triunfo electoral del Frente Popular en febrero de 1936. Los
eufemismos que esconden la verdad de lo que sucedió en aquellos años y lo que
vino luego. Y hay más. La transición fue un tiempo de reconciliación, eso dicen. Ahora soy yo quien pone cara de estudiante de Secundaria en
una clase de historia: disculpe, profe, ¿un tiempo de qué? Si hubo centenares
de muertos, si salíamos a enfrentamiento diario contra la brutalidad policial y
paramilitar de extrema derecha que muchas veces eran cómplices en sus
atentados, si aún hoy vemos cómo Emilio Hellín, una bestia parda de Fuerza Nueva y asesino de la
joven militante del PST (Partido Socialista de los Trabajadores) Yolanda González en 1980,
es uno de los peritos que asesora a la expresidenta del Parlament catalán Laura Borràs en un
caso de presunta corrupción. La reconciliación nunca puede colocarse por
delante de la verdad. Pero el lenguaje tiene sus jerarquías. Y se impone el que
llevamos arrastrando tantos años, tantos, que es como si siempre hubiera sido
el nuestro.
Se diga lo que
se diga, el franquismo, como el dinosaurio de Augusto Monterroso, siempre ha
estado aquí. Por eso se crecen los franquistas. Por eso el PP y Vox se
agigantan cuando se burlan de quienes se dejaron la vida defendiendo la
República, antes, durante y después de la guerra. Por eso siguen con los
eufemismos que tanto engordaron el lenguaje de la superchería. Por eso
ahora Núñez Feijóo sigue con esos eufemismos que tanto daño han hecho a la lucha por la
verdad de la historia y por la democracia: “hace 80 años nuestros abuelos y
bisabuelos se pelearon”. Eso dice. Y se queda tan ancho. Eso fue para él la
guerra que vino después de que los suyos dieran un golpe de Estado contra la
Segunda República. Como si los abuelos de entonces se hubieran empezado a matar
por un mal entendimiento en una
partida de parchís. Es una buena manera de insistir en la engañifa:
hablar siempre de la guerra, pero no de la dictadura. En la dictadura sólo
sufrieron unos abuelos mientras los otros robaban a manos llenas lo que no era
suyo y ostentaban gallardamente sus medallas de vencedores. Pelea entre abuelos, dice el líder
cada vez más frágil del PP. Lo mismo que la guerra entre hermanos que antes les
decía. O que llamar nacional al bando fascista. O que decir fusilamiento en vez
de asesinato. El eufemismo como ocultación de la verdad. En eso estamos después de tantos años de democracia.
Desnudar, pues,
los eufemismos. Dejarnos de blanquear el lenguaje del franquismo. Y recuperar
el que nos pertenece como demócratas. El que nunca tendríamos que haber
abandonado. Han pasado más de ochenta
años del golpe de Estado contra la República. Y llevamos
más de cuarenta de democracia. ¿No es hora ya de que el lenguaje, el nuestro,
recupere la dignidad que le había robado la dictadura? Yo creo que sí. Que ya
es hora. Y que hay que ponernos a la faena de esa recuperación. Que hemos de
dejar de echar mano de
figuras sentimentales y hablar abiertamente de lo que de política y de ideología tiene la memoria. Y cómo no: seguir exigiendo verdad, justicia y reparación para las
víctimas del franquismo. ¿Que se nos amontona la faena? Pues sí. Pero algo hay
que hacer, ¿no? Pues eso.
Fuente: Infolibre
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