La perspectiva de género se presenta como la forma políticamente
correcta para referirse a la reivindicación de la igualdad entre mujeres y
hombres; sin embargo, la construcción social del sexo comporta la negación del
factor biológico de la naturaleza humana.
La construcción social del
sexo
No
cabe duda que desde hace ya algún tiempo la palabra “género” se ha implantado
como la forma políticamente correcta para referirse a la reivindicación de la
igualdad entre mujeres y hombres a través del movimiento feminista. Esta idea
se concreta en expresiones como perspectiva de género, violencia de género,
identidad de género, etc. En algunas de las propuestas defendidas por
determinados colectivos feministas se defiende y confirma que cada persona
puede elegir el género, independientemente del sexo, llegando incluso a
plasmarse en proyectos de ley, o sea, a institucionalizar la idea de que el
sexo es una construcción social genérica, fruto de una negociación sin ninguna
base biológica.
El
objetivo de este artículo consiste en analizar las bases epistemológicas en las
que se fundamenta la tesis de que el sexo es una construcción social, resultado
de una negociación política en la que se ha apostado por la palabra “género”
como vía para democratizar la inclusión de las mujeres en las instituciones,
tanto públicas como privadas. Ello conlleva una tesis negacionista de la
ciencia, equivalente a la de que la tierra es plana o que no hay cambio
climático. En el caso de la construcción social del sexo lo que se niega es la
base biológica de los humanos, que consideran determinismo biológico, para
acabar aceptando el determinismo social.
En
primer lugar se expone la idea de la construcción social de la ciencia. Se
analizan los principales criterios epistémicos en los que se sustenta y los
escollos para un análisis racional no solo de la ciencia sino de la explicación
del mundo, tanto natural como social, así como del saber teórico y práctico. A
continuación se interpreta la llamada “perspectiva de género” en el marco de la
construcción social del conocimiento y las consecuencias desde el punto de
vista filosófico, para consolidar un marco no racional y relativista en el análisis
de una reivindicación histórica y urgente en nuestras sociedades, como es la
igualdad de mujeres y hombres. Finalmente, se exponen nuevas formas de abordar
la democratización de las instituciones respecto a la integración de las
mujeres desde una perspectiva feminista y racionalista a fin de que las
diferencias biológicas no se conviertan en inequidades sociales.
Base teórica de la perspectiva de género
Para
examinar la base teórica de la perspectiva de género hay que retrotraerse al
denominado “Programa Fuerte en Sociología del Conocimiento Científico” que
David Bloor expone y defiende en su libro Knowledge and
social imagery (1976). Según Bloor, hay que buscar las
causas que producen las creencias y las explicaciones tanto de la verdad, la
racionalidad y el éxito como de la falsedad, la irracionalidad y el fracaso, es
decir, el mismo tipo de causas pueden explicar las creencias verdaderas y las
falsas. El programa sociologista de Bloor es seguido, entre otros, por B.
Barnes, S. Shapin, H. Collins y B. Latour, todos ellos relacionados en mayor o
menor grado con la Escuela de Edimburgo, que desarrolla su pensamiento,
primordialmente, durante las décadas de los ochenta y noventa.
La
idea central del programa es que las ciencias, incluso las llamadas “ciencias
duras” como la física y la matemática dependen tanto de factores sociales,
económicos, tradiciones y prestigio como de la observación, la lógica y sus
pragmáticas. Desde el punto de vista cognoscitivo se sitúa en el más puro
relativismo y la epistemología pierde toda autonomía, al quedar reducida a la
sociología del conocimiento. Se trata de desmitificar la ciencia afirmando que
ésta no es más que un tipo de “construcción” social, que no tiene ningún rango
privilegiado respecto a cualquier otra fuente de conocimiento. Sus autores
sostienen que la ciencia no es más que el resultado de la negociación alcanzada
por un colectivo o comunidad, de modo que sus resultados no son fruto de una
comprensión más profunda de la realidad natural y social, sino de simples
construcciones mentales intersubjetivas, sin base objetiva.
A
partir de esta propuesta se abrió un debate en la filosofía de la ciencia a
través de lo que se ha denominado “controversias científicas”, siguiendo la
senda del pensamiento posmoderno. No cabe duda de que tuvo un impacto
importante en el mundo académico, institucionalizándose en programas como
“Women’s and gender Studies”, “Science Studies” o “Cultural Studies”. Va más
allá del objetivo de este artículo dar un panorama exhaustivo de los debates
surgidos en el marco de la filosofía de la ciencia en torno al constructivismo
social y al pensamiento posmoderno, sin embargo, es importante señalar algunas
publicaciones que marcaron un hito alrededor de este debate epistémico.
La izquierda académica frente a la superstición de altos
vuelos
En
1994 dos científicos, Paul Gross (biólogo) y Norman Levitt (matemático),
publicaron Higher Superstition: The Academic Left
and Its Quarrels with Science donde cuestionaban el
constructivismo social de los estudios de la ciencia y el relativismo de la
teoría posmoderna como pensamiento sin base epistemológica. Gross y Levitt
consideraban a la izquierda académica de Estados Unidos intransigente y
anticientífica, hostil al conocimiento científico, a la Ilustración y al
progreso.
El “Caso Sokal”
Alan
Sokal, un físico teórico de la Universidad de Nueva York, se propone
desenmascarar las ideas anticientíficas de los intelectuales posmodernos,
enviando a la revista Social Texts, tenida como el
portavoz más importante de la intelectualidad de la izquierda en Estados
Unidos, un artículo con el título Towards a
transformative hermeneutics of quantum gravity (1996). El
texto versa sobre un asunto científico, con afirmaciones delirantes, mezcladas
con una profusión de citas de pensadores posmodernos, frases relacionadas con
posturas de izquierda, feministas, ecologistas, etc. A las pocas semanas, Sokal
desvela el carácter de la “broma” en la revista Lingua Franca,
expli- cando las barbaridades que su artículo contiene.
Una casa en arenas movedizas
Noretta
Koertge, filósofa de la ciencia del Departamento de Historia y Filosofía de la
Ciencia en Indiana University, es la autora del libro A
House Built on Sand: Exposing Postmodernist Myths about Science (1999),
con la participación de varios autores, en el que se analizan los mitos
posmodernos sobre la ciencia, como reza el título del libro. En una entrevista
realizada por Friedrich Stadler y I.A. Kieseppä en Minneapolis (1998) Koertge
da las claves de sus argumentos y críticas al pensamiento posmoderno.
Uno
de los puntos que va desgranando es su postura sobre la Ilustración, vinculada
principalmente al modernismo. La cuestión, según Koertge, es si podemos
subsumir el programa fuerte de la sociología del conocimiento bajo la etiqueta
del posmodernismo, y su respuesta es que el conocimiento científico es el mejor
tipo de conocimiento que tenemos, algo que ha sido cuestionado por el
posmodernismo y el relativismo.
El feminismo en el marco de la posmodernidad
La
introducción del pensamiento posmoderno en el movimiento feminista puede
situarse en el surgimiento del Programa Fuerte en Sociología del Conocimiento
Científico, adaptando los principios de dicho programa a las
reivindicaciones de la igualdad de sexos. En la actualidad se incorpora el
movimiento LGBTI, configurándose un marco ideológico en torno a la llamada
“teoría queer”, defendida por Judit
Butler, como una de las referencias indiscutibles en este campo y que
desarrolla en libros como Deshacer el género (2006)
y Cuerpos aliados y lucha política (2015).
Butler sostiene que el sexo es un constructo social y que los géneros, las
identidades sexuales y las orientaciones sexuales no están marcados por la
biología. Considera que la identidad depende de nuestro deseo, o sea que cada
persona puede elegir ser mujer, hombre o las dos cosas a voluntad.
A
partir de estos supuestos, el género se ve como un dispositivo de
empoderamiento y un mecanismo crucial para la socialización, por el cual el
cuerpo va construyendo su identidad en constante
tensión y negociación con las normas que una sociedad impone. El resultado
comporta que muchas personas “trans” se perciben con un cuerpo equivocado, tal
como lo expresa el sociólogo Miquel Missé en su libro A
la conquista del cuerpo equivocado (2018). En una entrevista
de Mª Antonia Frau en Catalunya Plural (2019),
Missé señala: “El principal imaginario alrededor de la transexualidad está muy
centrado en que el malestar que las personas trans tenemos se resuelve
modificando nuestro cuerpo, sin embargo, la necesidad de modificar el cuerpo se
debe fundamentalmente a que nuestra sociedad es muy rígida con lo que es
aceptable de ser hombre o mujer. [….] Tengo la sensación de que plantear el
tema del cuerpo equivocado es una forma muy fácil para nuestra sociedad de
desentenderse de que parte de nuestro malestar también se resolvería si se
transformara el imaginario colectivo, lo que pasa es que es más fácil que
nosotros modifiquemos nuestro cuerpo”.
La
cuestión es si hay otros imaginarios, como reclama Missé, para que las
personas puedan aceptar su sexo biológico sin renunciar a cualquier
manifestación social que deseen. No cabe duda que puede haber
otros imaginarios pero éstos no se encuentran en el negacionismo, sino en una
apuesta racional, aceptando los límites de la naturaleza humana, el
conocimiento proporcionado por la ciencia y descartando cualquier tipo de
determinismo.
Una apuesta racionalista, democrática e ilustrada
El
diagnóstico del Programa Fuerte en Sociología del Conocimiento en el sentido de
que los factores contextuales intervienen en la actividad científica es
razonable; el problema son las consecuencias que
se hacen derivar de este hecho y la falta de clarificación conceptual. El
conocimiento del mundo natural y social que la humanidad ha adquirido a lo
largo de siglos se ha configurado a través de la ciencia, en conjunción
con las tecnologías actuales. Una primera puntualización al respecto es la
importancia de distinguir entre ciencia y tecnología desde el punto de vista
conceptual, aunque luego converjan en la práctica, lo cual permite no
confundir, por ejemplo, el uranio con una central nuclear o los virus con las
farmacéuticas.
En
el abordaje de la relación entre sexo y factores sociales hay algunas
distinciones conceptuales que pueden clarificar un fenómeno tan complejo y con
tantos matices como es el sexo y sus manifestaciones socioculturales. En este
punto la idea de “expresiones biológicas de las desigualdades sociales”,
procedente de la epidemiología social, es una vía para analizar dicho fenómeno.
La epidemiología social estudia los determinantes sociales de la salud, entre
los que figuran desde la pobreza y la clase social hasta la raza, el género, la
sexualidad, la discapacidad y la edad. Sin embargo, hay diferencias importantes
entre estos ejemplos; así, la pobreza y la clase social son factores sociales,
en cambio, la edad, el color de la piel o el sexo son factores biológicos.
Por tanto, hay una distinción clara entre “expresiones
biológicas de las desigualdades/inequidades sociales”, es decir, consecuencias
para la salud a causa de la pobreza y “desigualdades/ inequidades
sociales de las diferencias biológicas”, a saber: discriminación en cualquier
ámbito, desde el profesional al sanitario por razón de la edad, del color de la
piel o del sexo. La cuestión consiste en cómo abordamos la perspectiva de
género desde estas distinciones conceptuales. Desde la epidemiología social,
que no difiere en lo esencial de lo que hemos considerado sobre el pensamiento
posmoderno, el género se interpreta como un concepto social relativo a las
convenciones, roles y comportamientos ligados a la cultura que se asignan a
hombres y mujeres, niños y niñas, diferenciándolo del sexo como categoría
biológica. La epidemióloga social Nancy Krieger señala que “en ciertos casos,
las características biológicas ligadas al sexo pueden contribuir a determinar
diferencias de salud por razón de género” (Krieger, 2002: 9). Las diferencias
de salud no son por razón del género sino del sexo, ya que una persona del sexo
femenino puede tener cáncer de vagina pero no de testículos y viceversa. Por
tanto, cuando se trata de la salud hay que hablar de mujeres y hombres, no de
géneros.
En
este punto me remito al libro de Carme Valls-Llovet (2018) Medio
ambiente y salud. Mujeres y hombres en un mundo de nuevos riesgos,
en el que se analizan los riesgos de mujeres y hombres a causa del medio
ambiente. La tercera parte trata de las consecuencias para la salud de mujeres
y hombres, desde las alteraciones del ciclo menstrual hasta las alteraciones en
la salud reproductiva masculina. Los riesgos para la salud tienen que ver con
el sexo, no con el género de las personas a las que afecta el medio ambiente.
Hablemos de feminismo
La
introducción del concepto de género en el debate feminista no ha hecho más que
confundir el discurso político sobre la discriminación de las mujeres. El sexo
no lo elegimos, lo que sí podemos cambiar son las expresiones sociales de este
factor biológico e intentar que el sexo no revierta en inequidades sociales. Es
decir, el pertenecer al sexo masculino o femenino no tiene porqué determinar la
forma en que las personas se manifiestan socialmente, desde la forma de vestir
a la orientación sexual y la identidad personal.
Este
cambio de marco teórico comporta, por un lado, abandonar las posiciones
negacionistas respecto al conocimiento científico y, por otro, abogar por la
equidad de todas las personas, independientemente del sexo. Pero también supone
algo mucho más importante para todas las personas que piensan que han nacido
con el sexo equivocado y se ven quizás impelidas a castigarlo a fin de poder
alcanzar sus deseos. Es pues posible un nuevo imaginario en el que cada persona
pueda construir su propia identidad personal sin necesidad de riesgos para su
salud.
Nos
encontramos en un mundo en el que aún falta mucho por hacer para que las
mujeres no estén en inferioridad de condiciones respecto a los hombres. Tenemos
un gran reto para que la equidad entre sexos se expanda a todos los ámbitos y a
todos los países y el camino no puede ser otro que el feminismo, siguiendo una
larga tradición desde el movimiento sufragista hasta la lucha contra la
violencia machista.
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