Hoy
hace nueve años fallecía Paco Fernández Buey. Luchador incansable contra el
cansancio y la catástrofe, comunista libertario, marxista singular, siempre
comprometido con los más desfavorecidos. Sigue presente en nuestra memoria y
nuestras luchas.
Ideas para una cultura de la paz
El Viejo Topo
25 agosto, 2021
“Ideas para una
cultura de la paz” es el título de la aportación de FFB al libro: E. Prat
(ed.). El moviment per la pau a Catalunya: passat, present i futur,
Barcelona, Generalitat de Catalunya/UAB, 2007, pp. 260-267. El texto fue
escrito unos dos años antes, en 2005.
I
Entiendo que
una cultura de la paz debería arrancar hoy en día del llamado Manifiesto
Russell-Einstein firmado por un grupo de científicos responsables en 1955. En
él se decía que la humanidad necesita una nueva manera de pensar en
la época de las armas nucleares o de destrucción masiva. A pesar de los
importantes cambios que se han producido en el mundo desde 1955 seguimos
viviendo en esa época, en la época de las armas de destrucción masiva. Aunque a
veces se nos olvida, el riesgo de que tales armas sean usadas continúa siendo
una espada de Damocles que se cierne sobre la humanidad en su conjunto.
Por tanto, de
la conciencia de esta situación debería partir hoy en día una cultura de la paz
tanto en el ámbito institucional como en el ámbito, más general, de la
educación de los ciudadanos.
II
Pero ¿qué
quería decir los científicos y pensadores responsables de 1955 cuando hablaban
de una nueva manera de pensar a la altura de tales
circunstancias? En el Manifiesto no se extienden mucho sobre eso, pero sí
enuncian tres ideas sustanciales que la cultura de la paz debería retener: 1)
La necesidad de la abolición de la guerra para no llegar a una situación exterminista;
2) La necesidad de un acuerdo entre los gobiernos sobre la renuncia a usar las
armas de destrucción masiva; y 3) Dar concreción a la palabra humanidad para
que ésta deje de ser vaga y abstracta y signifique algo concreto.
Las dos
primeras cosas son hoy criterios para juzgar sobre una cultura de paz en el
ámbito de las instituciones. De manera que podría decirse que sin declaración
formal y solemne de la renuncia a la guerra para la solución de los conflictos
y sin la declaración, también formal y solemne de la renuncia al empleo de las
armas de destrucción masiva no hay cultura de la paz que valga, al menos desde
esta perspectiva que estoy proponiendo.
Por supuesto,
caben otras perspectivas distinta de ésta, pero dudo que haya otras que
respondan a la nueva manera de pensar a la altura de las circunstancias.
III
La tercera de
las sugerencias del Manifiesto de 1955, o sea la idea de concretar qué puede
significar para nosotros la palabra humanidad, rebasa, desde luego,
el ámbito institucional, el ámbito de actuación de los gobiernos, y apunta
directamente a lo que podríamos llamar la cultura de la paz de la ciudadanía en
general. Esta idea podría desarrollarse así: dado que las armas de destrucción
masiva ponen en peligro la continuación de la humanidad como especie,
necesitamos conciencia de especie. Y esto quiere decir: conciencia
de que, más allá de las diferencias culturales, étnicas, etc., los humanos
formamos parte de una misma especie cuya existencia conviene conservar sobre la
faz de la tierra.
En el ámbito de
la educación de la ciudadanía esto tiene una implicación: dar la primacía a un
humanismo concreto que resalta los rasgos y valores compartidos por los humanos
sobre aquellos otros que a lo largo del tiempo nos han hecho vernos como
pseudo-especies diferenciadas y por lo general enfrentadas como si realmente se
tratase de especies distintas.
Esto es lo que
habría que empezar enseñando en las escuelas, y no solo en las aulas
específicamente dedicadas a la cultura de la paz sino en el sistema educativo
en general.
IV
Hemos de
reconocer, sin embargo, que estas tres ideas –renuncia a la guerra, renuncia al
uso de armas de destrucción masiva y conciencia de especie– constituyen algo
así como un desiderata que choca en la práctica con varios
obstáculos que una cultura de la paz no puede obviar. De esos obstáculos unos
eran ya previsibles en 1955 y otros han ido surgiendo con los cambios que se
han producido en el mundo desde entonces.
El primero de
estos obstáculos, previsible ya en 1955, es la negativa de los gobiernos de las
principales potencias a renunciar a la guerra (aunque tal intención está recogida
en documentos importantes de la ONU y de la UNESCO) y a renunciar solemnemente
al uso de las armas de destrucción masiva. Por entonces, en un mundo bipolar,
se aducía que eso era utópico si no renunciaba al mismo tiempo la otra parte en
conflicto. Pero pasaron los años y cuando la “otra parte” no existía ya se
adujo que no se podía renunciar porque estaban surgiendo nuevos enemigos. Esto
es lo contrario de una nueva forma de pensar. Es la misma forma de pensar de
siempre sobre guerra y paz.
Por tanto, una
cultura de la paz consciente de este obstáculo tiene que desconfiar de las
instituciones gubernamentales cuando éstas hablan de paz y de cultura de la paz
pero siguen actuando como si la guerra fuera inevitable. De
donde se sigue que hay que poner el acento en la educación (reglada o no
reglada) de los ciudadanos por abajo y, a veces (sobre todo en los países que
tienen armas de destrucción masiva, pero no solo en ellos) contra las
instituciones.
V
Esta es una de
las razones por las que la objeción de conciencia y la desobediencia civil
están ético-políticamente justificadas. Y, siendo así, se puede añadir que la
objeción de conciencia y la desobediencia civil a las políticas militares de
los gobiernos tiene que ser parte sustancial de la cultura de la paz en la
actualidad.
A veces se dice
que la objeción de conciencia y la desobediencia civil están justificadas en
regímenes o sistemas autoritarios o totalitarios en los que hay servicio
militar obligatorio y no hay libertad de expresión, pero deja de tener
justificación en las democracias constitucionales porque en éstas el ciudadano
puede expresar su opinión y, una vez expresada, obedecer a la ley de las
mayorías. Pero hay razones de peso para argumentar que la objeción y la
desobediencia, sobre todo en lo que hace a las armas y al uso de las mismas,
siguen siendo piedras de toque para medir la calidad de las democracias. Y
desde tales razones habría que concluir que una educación para la paz hoy en
día no puede dejar de solventar este asunto.
Para decirlo abreviadamente:
la argumentación razonada de la objeción de conciencia y de la desobediencia
civil tienen que ser parte sustancial de una cultura de la paz a la altura de
los tiempos, o sea, a la altura de la nueva forma de pensar que se necesita en
la época de las armas de destrucción masiva.
VI
El segundo de
los obstáculos a los que ha de hacer frente una cultura de la paz que se
inspire en el Manifiesto de 1955 es una implicación importante que los autores
de mismo deducen de la abolición de la guerra como desiderata.
La implicación, en palabras de los firmantes del Manifiesto, es esta:
“desagradables limitaciones a la soberanía nacional”. O sea: que para abolir la
guerra en la época de las armas de destrucción masiva, lo cual es una necesidad
si no se quiere entrar en una fase exterminista, hay que tocar una de las
piezas angulares del sistema político mundial optando por la limitación de la
soberanía nacional y la cesión de al menos parte de esa soberanía a lo que
Russell y Einstein venían llamando desde décadas atrás gobierno
mundial.
Que esta
implicación era ya un obstáculo más que previsible en el momento mismo en que
fue formulada lo prueba el hecho de que al menos uno de los firmantes, el
profesor Joliot-Curie objetó el texto y pidió añadir estas palabras a título
personal: “que tales limitaciones [a la soberanía nacional] deben ser
convenidas por todos y en los intereses de todos”.
VII
Limitar las
soberanías nacionales y optar por un gobierno mundial como forma de salvar a la
humanidad en la época de las armas de destrucción masiva es realmente una forma
nueva y radical de pensar que choca de frente con todas las formas de pensar en
lo que solemos llamar modernidad europea. Y es una cuestión aún por decidir (no
solo en la práctica sino también en las discusiones teóricas) en el ámbito de
la cultura de la paz que se ha ido construyendo desde los años cincuenta del
siglo pasado.
Creo que esta
cuestión no debería ser obviada en el ámbito educativo, precisamente por su
importancia, pero que, justamente porque no hay un consenso generalizado al
respecto, debería ser planteada en las escuelas, en el bachillerato y en la
universidad como una cuestión abierta. Dicho de otra manera: que en
la construcción actual de una cultura de la paz habría que proporcionar con
prudencia y ecuanimidad las razones y argumentos para que los ciudadanos puedan
pensar por su cuenta sobre la misma.
VIII
Entre las razones
y argumentos que habría que poner en el platillo de la balanza para que los
ciudadanos o aspirantes a ciudadanos sepan a qué atenerse se podrían enumerar
los siguientes: 1º Que la ONU, tal como la conocemos, no es propiamente un
“gobierno mundial” en el sentido en que lo pensaban los redactores del
Manifiesto de 1955; 2º Que los Pactos o Alianzas militares existentes hasta
ahora y a los que tales o cuales países han cedido (o ceden) parte de la
soberanía en cuestiones militares tampoco se corresponden a lo propuesto en el
Manifiesto, primero porque han sido o son parciales, regionales, y segundo
porque ni en su creación ni en su desarrollo han admitido las premisas
(abolición de la guerra y renuncia al uso de las armas nucleares) sino más bien
lo contrario; 3º Que, mientras tanto, ha habido una justificación explícita (en
el caso de la Unión Soviética) o implícita (en el caso de los EE.UU.) de la
limitación de las soberanías nacionales que pervierte la idea misma de
limitación de las soberanías nacionales (al limitarlas contra la
voluntad de los ciudadanos de tales o cuales naciones); 4º Que no está
escrito en parte alguna que el Estado o Superestado al que daría lugar la idea
de un “gobierno mundial” tenga que ser ético-políticamente mejor que los
estados nacionales conocidos.
IX
Lo que se dice
en el punto VIII sugiere ya que la conformación de la cultura de la paz en el
momento actual tiene que prestar atención a lo que ha sido la historia
de la misma cultura de la paz en las últimas décadas. Quiero decir que
la explicación de lo que ha sido la historia reciente del antimilitarismo y del
pacifismo ha de ser parte sustancial de esa misma cultura en construcción. Y
esto al menos por tres razones que creo que habría que tener en cuenta.
Primera: porque
a veces seguimos empleando las mismas palabras para recubrir conceptos
distintos, con lo cual el concepto se pervierte. Esto es lo que pasado con la
noción de limitación de las soberanías nacionales usada por Russell y Einstein.
Una vez más estamos ante un concepto deshonrado. Y para volver a honrarlo hay
que hacer historia en serio.
Segunda razón:
porque entre 1955 y 2005 ha ocurrido algo inesperado (al menos para los
redactores del Manifiesto), a saber: que la terrorífica guerra librada con
armas de destrucción masiva no llegó a ocurrir (aunque la humanidad estuvo a un
tris de eso en 1962 y en 1984-85) y, sin embargo, se han producido desde
entonces un número considerable de guerras libradas mayormente con “armas
convencionales”, como suele decirse. Lo que implica que la actual cultura de la
paz no se puede limitar al asunto prioritario (al gran asunto, como se diría en
1955) sino que tiene que atender también a la crítica de las otras
guerras y de sus causas.
Y tercera:
porque la globalización acelerada desde que se acabó el mundo bipolar, que era
el contexto del Manifiesto de 1955, ha cambiado por completo a los agentes y ha
hecho pasar a primer plano otros motivos ideológicos muy distintos de los
imperantes entonces. Esto no quiere decir que las causas de fondo de las
últimas guerras, tantas veces denunciadas desde 1990, sean completamente
distintas de las anteriores (la lucha por el control de las materias primas en
el final de la era del petróleo es más importante que el choque entre
civilizaciones). Solo quiere decir que el tipo de recubrimiento ideológico de
esto (los aducidos motivos religiosos, étnicos, culturales, etc.), que hubiera
dejado perplejos a Einstein y a Russell, tiene que ser obligatoriamente objeto
de reflexión para una cultura laica y mundialista de la paz.
X
Al llegar aquí
volvemos a encontrarnos con un tema clásico del movimiento pacifista del siglo
XX: el de si la lucha por la paz ha de ser siempre lucha por algo más
que la paz. Desde luego, si por cultura de la paz hay que entender no
solo algo distinto de la aceptación del descansa en paz de los
cementerios (al que aludía Kant en su célebre tratado) sino también
algo más que mera ausencia de guerra librada con armas de destrucción masiva,
entonces hay que preguntarse que puede ser ese algo más en
nuestros días.
En este punto
todos los sectores del movimiento pacifista desde la década de los sesenta
fueron mucho más allá de lo que escribieron los científicos en 1955, puesto que
éstos, con buen acuerdo, limaron sus diferencias ideológicas para ocuparse de
lo esencial: el riesgo exterminista. Es probable, tal como están las cosas, que
la actual cultura de la paz tenga que seguir un camino parecido a ese, no tanto
por autocontrol frente a las principales ideologías del momento, como en su
caso, cuanto por perplejidad sobre ese algo más que la paz en
el nuestro.
A pesar de lo
cual, y tirando del hilo de la conciencia de especie, se me ocurre que un
principio elemental, por pre-político que sea, de la cultura de la paz en esta
época tendría que ser dejar de ver el mundo en los manidos términos del ellos y
el nosotros para pasar al reconocimiento recíproco. Enseñar a
criticar, en suma, la barbarie de los nuestros, que son quienes detentan
mayormente las armas de destrucción masiva antes de pasar a criticar el
fundamentalismo de los otros. Para entendernos: empezar por criticar la propia
“caverna” es una condición previa para una cultura de la paz hoy en día [NC1].
Fuente: Texto escrito en 2005 y recogido en el volumen de M. Sacristán y
F. Fernández Buey Barbarie y resistencias. Sobre
movimientos sociales críticos y alternativos.
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