Antes de que sea demasiado tarde (del
15M al 14M)
Lo llaman resiliencia; y no lo
es. La herencia recibida es una tragedia a la española. Pero nunca un destino
manifiesto. Si no se nos pasó el amor.
KAOSEN LA RED
Publicado el 9 Jun, 2021
(Pancarta
en la Puerta del Sol. Mayo 2011)
Camino
del ocaso, y cuando se cumple un decenio del alumbramiento de la comunidad
moral que cobijó el 15-M, la memoria viva de aquella radiante experiencia
podría ayudar a neutralizar la distopia total que proyecta la nueva normalidad
de la era covid.
Diez
años después de la irrupción de la multitudinaria protesta de los indignados en
la España urbana, siguiendo la estela de las movilizaciones ciudadanas surgidas
en otras latitudes, la perspectiva ha cambiado radicalmente de rumbo. Donde
antes había camaradería física y emocional; alegría de vivir; solidaridad
orgullosa; creatividad social; esperanza en la mejora; percepción de
autoestima, autonomía de la experiencia; empatía intergeneracional; y afectos y
cuidados entre propios y extraños; hoy domina un revés de perfil
deshumanizador, ingrato y receloso, que se articula sobre un sentimiento de
profunda inseguridad y dependencia ajena. De aquella utopía que casi
acariciábamos con la punta de los dedos hemos pasado a la inquietante sima de
un infortunio que nos mortifica como la peste. Los lodos de 2020 no provienen
de los vientos de 2011. Estamos ante la crónica de un fracaso jamás anunciado.
Un agujero negro cuyo turbio enigma conviene descifrar para saber si solo nos
encontramos ante una década perdida, una recaída coyuntural, o ante el doloroso
parto de una regresión caníbal que ha venido para quedarse.
Empecemos
sin rodeos, por la necesaria autocrítica. Para deslindar la inevitable
tendencia a la autocomplacencia que implica la posición interesada del observador
sobre lo observado (su punto de vista). En términos absolutos, el anarquismo
organizado fue una nota marginal durante el estallido del 15M de 2011, y
tampoco se superó en mérito frente a los innumerables y bárbaros estragos del
14M de 2020. No así en términos relativos. Porque en ambos ciclos han sido
notorios los comportamientos de estima, cooperación, asistencia y apoyo mutuo
desplegados por la gente (personas y grupos) ante los acontecimientos
sobrevenidos. Incluso cabría decir que ni falta que hacia ese protagonismo
libertario, porque lo importante era precisamente lo que devino
espontáneamente. Que fuera la dinámica de la misma ciudadanía, sin tutelas ni
tonsuras, la que se abriera al magma solidario. Pero si creo que la escasa
incidencia de la Idea debe atribuirse a procesos mentales disfuncionales
respecto a lo que la ética emancipadora exigía.
Falló
en el movimiento quincemayista, quizá porque una cierta <<superioridad
moral>> mal entendida (Gabriel Kuhn dixit) hizo recelar de un activismo
antiautoritario que había ganado las calles sin tributar a ninguna
primogenitura. Y en el caso de los idus de marzo, por esa amalgama
identitaria (un cierto aire de familia) que porta el anarquismo militante en el
fondo de su mochila. Un tropismo ideológico que le hace sentirse de izquierda,
sin más atributos que afirmarse en el combate contra todo lo que huela a lo
contrario, derecha o asimilados. Esa pulsión subliminal de pertenencia obró
como freno a la hora de disputar la estrategia del poder porque, al fin y al
cabo, ahora en el gobierno están <<unos de los nuestros>>. Una
lógica que opera solo en oposiciones binarias, jibarizando la natural
complejidad de las políticas habilitantes (ergo clichés tipo: <<el
enemigo de mi amigo es mi enemigo >> y <<o estás conmigo o estás
contra mí>>).
Así
contemplado el escenario bifronte de ambas experiencias, la conciencia
inconformista devino en asistente involuntario de un bloquismo que procedió
como reemplazo del viejo bipartidismo. El aleteo de mariposa de una ambiciosa
sociedad civil, al margen del Estado y del Mercado, preñada de oportunidades
aunque falible por su humana condición, arrumbó en una mediocre y mezquina
reivindicación del fetichismo estatal como refugio existencial. Y el inicial
impulso de superación sobre las contingencias de aquella realidad impostada por
los rituales de la dominación omnívora fue otra vez reseteado por la amarga
severidad de la primaria lucha por la vida. La distancia social de obligado
cumplimiento; la profiláctica ocultación del rostro y de sus facciones
expresivas; el confinamiento de madriguera y sus dadivosas cuarentenas; los
aspavientos sobre las bondades de una comunidad de rebaño; la vacunación
obligatoria como viático; el pasaporte sanitario de los circuncidados en la fe
como arancel biomédico; el teletrabajo y el e-commerce inserto en la cadena
panóptica del neofeudalismo electrónico; el legislar por decreto ley del nuevo
despotismo de emergencia con morriña del antiguo plasma; el sentimiento de
orfandad colectiva propiciado por el ambiente hostil y depresivo, y el retorno
de la jerarquía y lo piramidal en el terreno baldío donde antes crecía la
transversalidad y lo horizontal; propiciaron la reconstrucción urbi et
orbi del individualismo posesivo y con ello del Leviatán digital en la
reserva. Y todo ello se actuó en un contexto tan traumático que casi nadie tuvo
noción de pérdida ni gesto de piedad que no viniera predeterminado desde las
altas instancias del poder subsumido como ogro filantrópico.
Sociedad
pecera
Aunque
ni de lejos podemos prever dónde acabara la mutación epocal en marcha, un
somero balance de lo ya vivido podría aproximarnos la dimensión de la tragedia
en ciernes y a su socaire los valores a los que deberíamos aferrarnos para
contener el diluvio que nos hará transitar del Arca de Noé (para un elenco de
elegidos) a la infinita pecera donde vegetará en holograma la inmensa mayoría
(prescindible) que encarna el mito iniciático de la nueva normalidad. Formas de
representación a control remoto que harán olvidar la necesidad de la acción
ciudadana para el fortalecimiento de las demandas de una democracia que el
Estado y el Mercado, en disciplinado acople, boicotean y reducen a un mero
simulacro. Estragados en ese líquido amniótico, resultará prácticamente
imposible propiciar espacios de movilización y cercanía al margen de los
canales y plataformas de cooptación política, franquiciados desde el podio
gubernamental y patrocinados por sus consortes tecnológicos de la inteligencia
artificial. El reino de <<no hay alternativa>> acechaba tras la
deflagración de la pandemia, y nada indica que la vacuna ofertada suponga un
verdadero antídoto que reponga el tiempo de la memoria insumisa y su calor
humano. Es la antítesis de El final de la historia y el último hombre que
Francis Fukuyama aventuró como definitivo avance civilizatorio en el mejor de
los mundos posibles con el triunfo de una democracia estabulada.
En un
escalofriante texto publicado al comienzo de la crisis sanitaria, titulado El
virus y el mundo del mañana, el ensayista surcoreano Byung-Chul Han alertaba
sobre lo que entrañaría el futuro diseñado tras la <<cuarta revolución
industrial>>, donde la norma sería el estado de excepción y el asalto a
la razón y a las sentimientos vendrían inoculados desde un población zombi satisfecha
de su gravidez virtual. Todo ello poniendo como modelo de referencia pionera a
la China capitalista-comunista de los dos sistemas (una hybris de la
gestión público-privada). La revancha del modo de producción asiático, versión
5G, en el siglo XXI, que se erige como banco de pruebas global para la era
poscovid, merecía estos sombríos apuntes por parte del autor citado: <<En
China no hay ningún momento de la vida cotidiana que no esté sometido a
observación. Se controla cada clic, cada compra, cada contacto, cada
actividad en las redes sociales […] Nadie se enoja por el frenesí de las
autoridades para recopilar datos […] En el vocabulario de los chinos no existe
el término “esfera privada” […] Si uno rompe clandestinamente la cuarentena, un
dron se dirige volando a él y le ordena regresar a su vivienda […] A la vista
de la pandemia deberíamos redefinir incluso la soberanía. Es soberano quien
dispone de datos […] Los peligros no acechan hoy desde la negatividad del
enemigo, sino desde el exceso de positividad, que se expresa como exceso de
rendimiento, exceso de producción y exceso de comunicación […] De algún modo
cada uno se ocupa solo de su propia supervivencia>>. El coronavirus ha
servido en bandeja la <<doctrina del shock>> para implementar
el big data como primera naturaleza, pero el problema hunde sus
raíces en la introspección de la servidumbre voluntaria como placebo. Lo
señalaba el propio Byung-Chul a comienzos del 2018, un año antes de la
expansión de la epidemia: <<Ahora uno se explota así mismo y cree que
está realizándose>>.
A
caballo de ese distanciamiento autista sujeto-objeto, que toma la forma de
alienación simbiótica, se metaboliza una manera de ser y estar ciega y sorda
ante las agresiones que el comportamiento personal inflige en el entorno. Con
el resultado perverso de obviar la propia responsabilidad en algunos de los
problemas que se padecen. Víctimas y verdugos al unísono, el bucle así generado
opaca cualquier posibilidad de rectificación de la falsa percepción. La
neurosis contemporánea se sublima con recursos de índole supersticiosa
utilizando como válvula de escape la experiencia diferida. Bien sea, delegando
su ejercicio en representantes (autoridades, gobiernos, partidos, sindicatos,
iglesias, influyentes de todo tipo y ralea; etc.) o en un más allá que proveerá
la catarsis armonizadora. Eso explicaría, la necia ignorancia acerca de los
efectos perversos de los sistemas extractivos y degradantes de producción; la
compulsión de un consumo banal; la contaminación de los ríos y los océanos; la
destrucción exponencial de los bosques y los territorios vegetales; o la
polución atmosférica. Una conculcación que es fruto de la homologación de un
concepto de progreso centrado en esquilmar todo lo que contenga valor de cambio
y que conlleva de correlato una existencia solipsista.
Derechos
con deberes
Al no
reconocer más que derechos para sí y obligaciones hacia los que mandan, y casi
nunca deberes, mengua la capacidad para valorar la dote recibida al nacer y la
necesidad de dejar un legado mejorado al morir. Todo gira en un disfrute entre
dos nichos, alfa y omega en las antípodas. La misma desenfadada disposición de
la deuda pública, dilapidada como gasto corriente, es un reflejo hormonal de
ese desprecio a los que habrán de venir, condenados a sufragar una carga
financiera que no han originado. Dinero traído del futuro. Aunque pueda parecer
anacrónico, un ejemplo de la condición unidimensional de eso que llamamos
<<progreso>> lo encontramos en la decadencia del factor humano
entre amplios sectores de la tradicional clase trabajadora. Sin ánimo de simplificaciones
ni caricaturizar la realidad, podemos decir que se ha pasado de una Primera
Internacional que ponía al mismo nivel derechos y deberes en su declaración de
principios (<<No más deberes sin derechos ni más derechos sin
deberes>>) a un estamento social que, en buena medida, prima los valores
materiales y cuantitativos (económicos, salariales, patrimoniales,
sacralización del trabajo forzado, etc.), alimentando el darwinismo social del
enemigo. Parafraseando a Bakunin: deberes sin derechos es esclavitud y
brutalidad; derechos sin deberes, privilegio y concesión. De ahí la dificultad
para construir una alternativa real al sistema de dominación, exclusión y
explotación vigente.
No nos
enfrentamos a una sutil amenaza, sino a la realidad que troquelará el inmediato
porvenir si nadie lo impide. Pero antes hay que <inspirar>> ese
alguien. Y en ese sentido la memoria del 15M se muestra todavía como un
baluarte ante la barbarie naciente. Lo primero y esencial es establecer los
mecanismos de veracidad capaces de alumbrar la indignación y con ella de la
esperanza, clausurando ese tórrido periodo de duelo en que nos hemos abismado,
para así servir de partera a futuros acontecimientos. El cisne negro, lo que
ocurre cuando nadie lo espera. Hoy contamos con la ventaja de haber
identificado nuestras limitaciones y los códigos para constituirnos en agentes
del cambio social; encarnar la legitimación de la rebelión; despertar
significados en mentalidades entumecidas; y traducir la cultura de la libertad
y la equidad en consensos de mayorías. Porque, como afirma Manuel Castellls:
<<el big bang de un movimiento social comienza con la transformación de
la emoción en acción>> (Redes de indignación y esperanza, pág. 30).
Para democratizar la democracia.
Lo que
ocurre es que el tiempo social no pasa en balde. Nadie se baña dos veces en el
mismo río, ni siquiera una, porque mientras uno lo hace deja de ser el mismo
río. Tampoco basta con volver a las fuentes. Además, hay que localizar el kayros que
haga posible un nuevo punto de ignición, sin perder de vista el potencial del
arraigo nómada de aquel 15M pero con los pies en el tipo de sociedad espectral
(panóptica y algorítmica) destapada por este pandémico 14M. Nunca como en estos
momentos, con un gobierno de coalición de izquierdas, la juventud ha sido tan
maltratada y nunca ha estado tan resignada. Los mileniales, una acotación
arbitraria para designar a la primera generación pertrechada de habilidades
tecnológicas que frisó la mayoría de edad con el siglo, son los que más han sufrido
el impacto de la crisis (excepción hecha, en el otro extremo de edad, de los
miles de ancianos analógicos que fueron abandonados a su suerte en apartheids de
mayores). Sin embargo, con un 40,9% de paro juvenil sobre sus espaldas, la
mayor tasa de desempleo de la Unión Europea (UE) incluida la tres veces
rescatada Grecia, su indignación no está ni se la espera. Al contrario, con
frecuencia se sitúa a la generación JASP (Jóvenes Aunque Sobradamente
Preparados) en la diana del vandalismo callejero y los comportamientos
egoístas. Bien sea por sus airadas protestas contra la represión de libertades
o por hacerla responsable del descontrol de los contagios por las juergas,
fiestas y botellones, contribuyendo con esas críticas a la dramatización de la
disidencia.
Cuesta
entender cómo los grandes perjudicados de ayer que prendieron la protesta del
15M aceptan hoy permanecer pasivos ante una situación aún más desfavorable.
Pero como en la obra de Pirandello <<así es si así parece>>. La
sociología convencional sostiene que esa parálisis es debida a que aquella
crisis señalaba culpables claros y directos, mientras que la actual no se puede
personalizar, porque de una pandemia nadie es responsable. Non e vero ma e
ben trovato. Es cierto que la pandemia ha venido y nadie sabe cómo ha sido.
Pero una cosa es la pandemia y otra muy distinta la gestión de la pandemia. Y
ahí si existen autores intelectuales y materiales: quienes tienen el poder y
los recursos del mando. No solo porque durante la primera ola España fue uno de
los países del mundo con más víctimas, infectados y sanitarios afectados. Es un
copia y pega. Según un informe del Banco Central Europeo (BCE), también hemos
sido los que menos dinero gastamos contra la crisis de toda la zona euro. Un
1,3% del PIB contra un 4% de media de sus 19 miembros, en su inmensa mayoría
gobiernos liberales o conservadores, y casi cinco veces menos que Lituania y
Austria. Sin embargo, entre enero y julio de 2020, las autorizaciones de venta de
armas aumentaron un 650%, por importe de 22.544,8 millones de euros, más que la
suma de 2018 y 2019 juntos (21.493).
Lo
llaman resiliencia; y no lo es. La herencia recibida es una tragedia a la
española. Pero nunca un destino manifiesto. Si no se nos pasó el amor.
(Nota:
Este artículo se ha publicado en el último número de Libre Pensamiento)
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