DESCIFRAR CHINA (II)
¿Capitalismo o socialismo?
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28 SEPTIEMBRE 2020 | CAPITALISMO, CHINA, SOCIALISMO
Vientosur
Con ese asombroso despegue se ubicó en el
podio de las economías centrales, luego de aunar transformaciones internas con
ventajosas inserciones en la globalización.Copió innovaciones, lucró con los
costos inferiores que imperan en los países relegados y consumó una expansión
sin parangón. Otras economías asiáticas también crecieron, pero sin esa
intensidad y con poblaciones o territorios incomparablemente menores.
El principio del desarrollo desigual y
combinado operó en un nuevo contexto de globalización. Ningún precedente
histórico de la expansión china actual -Estados Unidos, Japón, Alemania o la
Unión Soviética- presentó una conexión tan peculiar con el capitalismo mundial.
China retomó el lugar preeminente que ya
tuvo en su milenaria trayectoria. Pero los vínculos de ese remoto pasado con el
renacimiento actual no son nítidos. El despunte de la nueva potencia asiática
obedece a varias especificidades contemporáneas.
Pilares,
etapas y singularidades
La expansión china fue posible por la
existencia de un pilar socialista previo, que permitió articular los modelos
planificados y mercantiles en una sorprendente dinámica de crecimiento. Ese
cimiento facilitó el salto productivo desde un piso muy bajo de subdesarrollo.
La conformación socialista inicial
explica la acelerada industrialización de un país devastado por la guerra, que
en 1949 tenía un PBI per cápita inferior a muchos países africanos. En tres
décadas remontó ese atraso con espectaculares avances en materia sanitaria
(erradicación de las epidemias y aumento de la esperanza de vida de 44 a 68
años entre 1950 y 1980). Lo mismo ocurrió en el plano educativo (reducción del
analfabetismo del 80 % al 16% entre 1950 y 1980) o familiar (eliminación del
patriarcado ancestral) (Guigue, 2018). Las grandes mejoras en la agricultura
apuntalaron el despegue posterior.
La reversión del subdesarrollo con
políticas económicas no capitalistas emparenta a China con la Unión Soviética y
distingue su trayectoria del curso seguido por las grandes potencias de
Occidente. Las estrategias socialistas demostraron una incuestionable
efectividad, frente a un retraso extremo que tiene correlatos hasta la
actualidad. La segunda potencia del mundo todavía ostenta la posición 90
en el índice de Desarrollo Humano (Ríos, 2017). Es el principal proveedor
comercial y acreedor financiero de Estados Unidos, pero tiene un PIB per cápita
inferior a la séptima parte de su competidor (Watkins, 2019).
El pilar socialista aportó un gran sostén
a los dos períodos de desenvolvimiento posterior. Entre 1978 y 1992 predominó
una etapa de generalización de las relaciones mercantiles, con estrictos
límites a la privatización y a la acumulación privada de capital. El agro fue
protagonista de un modelo centrado en el mercado interno. Los dirigentes chinos
comprendieron con anticipación el suicidio que implicaba socializar la pobreza.
Captaron que la renuncia abrupta y total al mercado conducía al dramático rumbo
transitado por Camboya (Prashad, 2020). Por eso retomaron las políticas de
introducción del mercado en la gestión planificada, que primero experimentaron
Hungría y Yugoslavia.
A mitad de los 90 se optó por otro curso
de signo pro-capitalista. Se incentivó la privatización de las grandes
empresas, la gestación de una clase burguesa y la integración a la
globalización. Ese giro introdujo un cambio cualitativo en la economía, que
comenzó a registrar los típicos desequilibrios del capitalismo (Lin Chun, 2009a).
El correlato social de esa segunda fase
se verifica en los índices de inequidad. El coeficiente Gini retrata un aumento
de la desigualdad superior al registrado en cualquier otra economía asiática
(Roberts, 2017). Una nueva elite de millonarios ostenta su riqueza, exalta el
lujo y estrecha vínculos con sus pares del exterior. Son los protagonistas de
todos los escándalos de corrupción de los últimos años. Los grupos enriquecidos
propagan la cultura de la mercantilización y del consumismo que asimila gran
parte de la ascendente clase media. En el polo opuesto un enorme segmento de
emigrantes rurales nutre la masa de trabajadores precarizados, que sostiene el
crecimiento industrial.
El principal secreto de la altísima
expansión china ha sido la retención local del excedente. Esa captura explica
la ininterrumpida continuidad del proceso de acumulación. Una economía con
niveles de apertura externa muy bajos forjó sólidos mecanismos para asegurar la
reinversión local de las ganancias.
En el debut de esa capitalización la
diáspora china fue cooptada para facilitar el desenvolvimiento interno. Por esa
razón entre 1985 y 2005 fue artífice de las inversiones llegadas al país
(Guigue, 2018). Su gravitación inicial perdió incidencia frente al despunte
posterior de una clase capitalista en el propio país, que preservó la norma de
reciclar los excedentes en el ámbito local.
El despegue chino obedeció, además, a una
compleja mixtura de ingredientes internos y externos. La intensa acumulación
local quedó enlazada con la mundialización, en circuitos de reinversión
facilitados por el gran control a la salida de capitales. Los sucesivos modelos
de transición socialista, expansión mercantil y parámetros capitalistas
mantuvieron una elevada tasa de crecimiento. La diáspora brindó el puntapié
inicial a un modelo productivo posteriormente enlazado con la globalización.
Ese esquema incluyó el pasaje de la
fabricación inicial de manufacturas básicas a la elaboración de mercancías de
nivel medio en la cadena de valor. Este avance se asentó en una absorción de
tecnologías muy diferente a la pauta prevaleciente en el mundo.
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