martes, 17 de marzo de 2020

ROSA LUXEMBURGO


Lecciones para los tiempos que corren

3/4

Rebelión
14/03/2020 

Fuentes: Rebelión
  
Programa y política revolucionaria

El programa es el centro unificador de toda organización política, esté o no formulado explícitamente. Lo ideal es que esta tenga uno escrito, de público conocimiento, susceptible de ser abiertamente discutido y modificado si el desarrollo capitalista y las circunstancias de la lucha política así lo requieren. Sin embargo, si no es así, no por eso deja de estar presente.
Rosa puso especial atención a la cuestión programática. De acuerdo a ella, la particularidad de los programas políticos de los modernos partidos obreros radicaba en que: 

no buscan afirmar principios abstractos relativos a un ideal social, sino solo formular aquellas reformas sociales y políticas prácticas que necesita y exige el proletariado consciente en el marco de la sociedad burguesa para facilitar la lucha de clases y su victoria final.

Contraponía “principios abstractos relativos a un ideal social” con el simple y sencillo criterio de “reformas sociales y políticas prácticas en el marco de la sociedad burguesa” (programa mínimo) como el elemento diferenciador de un programa socialista anclado en la clase trabajadora. Así:

Los elementos de un programa político [socialista] se formulan pensando en objetivos concretos: dar soluciones directas, prácticas y factibles a los problemas más candentes de la vida social y política, que tienen que ver con la lucha de clases del proletariado; servir de líneas orientativas para la política cotidiana y sus necesidades; iniciar la acción política del partido obrero en la dirección correcta; y finalmente, separar la política revolucionaria del proletariado de la política de los partidos burgueses y pequeñoburgueses.[viii]

Como se aprecia, para Rosa la elaboración programática revolucionaria es algo bastante más sutil y complejo que la simple apelación a magnánimos “principios abstractos relativos a un ideal social” del tipo, pongamos el caso actual: “fin al lucro”, “poder popular comunitario”, etc., por nombrar solo algunas de las reivindicaciones programáticas de amplia circulación en los círculos revolucionaristas. 

Antes bien, y a contrapelo de lo anterior, los elementos programáticos (mínimos) se formulan más pedestremente pensando en reformas (si… ¡reformas!) sociales y políticas con “objetivos concretos”, que propongan “soluciones directas, prácticas y factibles” en el “marco de la sociedad burguesa”.

Otro aspecto en que cabe también reparar es que Rosa no sitúa el punto diferenciador de los programas socialistas en los métodos de lucha específicos para llevarlos a cabo. Naturalmente, cada reivindicación que, en pos de los intereses de los trabajadores, la organización revolucionaria impulse debe «identificar los medios materiales de su realización», de lo contrario se convierten en un mero ejercicio retórico. Sin embargo, ese problema se sitúa en un nivel distinto del de la elaboración político-programática propiamente tal.

Por ejemplo, la reivindicación de reducción de la jornada laboral no se ve alterada en nada si esta es implementada por una ley aprobada en el Parlamento burgués o como medida ejecutiva impuesta dictatorialmente por un gobierno revolucionario surgido de una insurrección popular. Los efectos sobre las condiciones de vida de los trabajadores son, en ambos casos, los mismos.

En dicho ejemplo, la reivindicación no resulta ser más o menos “revolucionaria” según cómo se promulga e implementa. Obviamente hay reivindicaciones que exigen tales o cuales “medios materiales” –y excluyen otros– para su implementación, y eso la organización revolucionaria tiene que aclararlos tanto a su militancia como a las masas. Sin embargo, hay demandas de gran interés para los trabajadores que, en el marco normal de la dominación burguesa, no pueden ser sino promulgadas como ley del Estado e implementadas por su institucionalidad. ¿Carecen por eso de importancia para los trabajadores? No. ¿Les resta justeza el que tengan que ser necesariamente aprobadas e implementadas por la institucionalidad burguesa? Tampoco. ¿Se debe restar la organización política de los trabajadores de impulsarlas? De ninguna manera.

De hecho, en la base de la polémica contra Bernstein en Reforma o revolución está la idea de que entre las luchas por reformas en el marco del capitalismo y la revolución no hay una contraposición rígida e insoslayable. Con su tradicional ironía, Rosa planteaba así los términos del problema:

La reforma legislativa y la revolución no son métodos diferentes de desarrollo social que puedan elegirse al gusto en el escaparate de la historia, justamente como se prefieren salchichas frías o calientes. La reforma legislativa y la revolución son factores distintos en el desarrollo de la sociedad dividida en clases. La burguesía y el proletariado se condicionan y complementan mutuamente y son, al mismo tiempo, recíprocamente excluyentes, como los polos Norte y Sur.[ix]

Las formas específicas de llevar a cabo las reivindicaciones programáticas no es una cuestión de principio para las organizaciones revolucionarias, sino práctica. Para esto deben tener en consideración la naturaleza y alcances de las reivindicaciones que se impulsan en determinado momento de la lucha política. La reducción de la jornada laboral no requiere –necesariamente– el derrocamiento de la burguesía; como tampoco a esta se le puede derrocar a través de un plebiscito, por más democrático que este sea.

Naturalmente, el objetivo final que la lucha socialista propugna –la autoemancipación de los trabajadores– fija los contornos generales de los métodos a recurrir. En este sentido, el carácter del proyecto socialista hace que los métodos de lucha por excelencia de la organización revolucionaria sean fundamentalmente los de la lucha de masas.

En tal perspectiva, tanto la acción de una representación política de trabajadores en el Parlamento burgués en pos de la reducción de la jornada laboral, apoyada en una amplia campaña propagandística y de educación entre las organizaciones reivindicativas de estos (sindicatos y otras), como el impulso a la acción insurreccional sobre órganos de poder autónomos en una situación revolucionaria son formas de lucha de masas. No hay oposición de principio entre una y otra. La diferencia está en que en una la cuestión del poder está a la orden del día y en otra no.

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