Ofensiva planetaria contra la seguridad social
Rebelión
24/02/2020
I. Según las épocas, las culturas, las civilizaciones y la situación
económico-social, el “problema” que significan los viejos, se
“resuelve” de distintas maneras. Algunos pueblos nómades
dejaban a los viejos al borde del camino y ciertos pueblos
sedentarios los llevaban lejos del poblado y los
abandonaban con un poco de comida y agua. Pero también en todas las
épocas, distintos pueblos, reconociendo las virtudes propias de la ancianidad,
como la experiencia y la sabiduría, han cuidado y respetado a los viejos.
Las sociedades
modernas inventaron las jubilaciones, con sistemas diversos que van desde
asegurarles un mendrugo a los viejos cuando ya no pueden trabajar más y están a
las puertas del cementerio (si no murieron antes en su puesto de trabajo) hasta
proporcionarles una remuneración relativamente confortable cuando todavía
pueden disfrutar un poco de la vida, descansando y/o ocupándose de las cosas
que les interesan.
II. Pero desde hace unos cuantos años hay una ofensiva generalizada contra la
seguridad social.
La explicación
es que como resultado de la concentración y acumulación del capital,
tuvo lugar a la formación de grandes oligopolios y monopolios cuya base
financiera se consolidó desde finales del siglo XIX y principios del siglo XX
con la fusión del capital industrial y el capital bancario.
La hegemonía
actual del capital financiero es el resultado de un cambio profundo de la
economía mundial a partir del decenio de 1970, momento que marca el fin del
Estado de bienestar, caracterizado por la producción en masa y el consumo de
masas, impulsado este último por el aumento del salario real, y por la
generalización de la seguridad social y de otros beneficios sociales. Es lo que
los economistas llaman el modelo “fordista”, de inspiración keynesiana,
caracterizado en la producción por el trabajo en cadena (taylorismo), iniciado
en Estados Unidos y que se extendió a Europa sobre todo después de la Segunda
Guerra Mundial.
El agotamiento
del modelo del Estado de bienestar obedeció a varios factores entre los que
cabe destacar dos: la reconstrucción de la posguerra, que sirvió de motor a la
expansión económica, llegó a su término y el consumo de
masas tendió a estancarse o a disminuir lo mismo que los beneficios
empresarios. También incidió el “shock” petrolero de comienzos de los
años 70. Para dar un nuevo impulso a la economía
capitalista y revertir la tendencia decreciente de la tasa de beneficios, se
hizo necesario incorporar la nueva tecnología (robótica, electrónica,
informática) a la industria y a los servicios y eso requirió grandes
inversiones de capital.
Alguien tenía
que pagar la factura. Comienza entonces la época de la austeridad y
de los sacrificios (congelación de los salarios y de las jubilaciones,
empeoramiento de las condiciones de trabajo, aumento de la
desocupación, deterioro de los servicios públicos, etc.) que acompañaron a la
reconversión industrial. Al mismo tiempo, la revolución tecnológica en los
países más desarrollados impulsó el crecimiento del sector servicios y se
produjo el desplazamiento de una parte de la industria tradicional a los países
periféricos, donde los salarios eran –y son- mucho más bajos.
III. Con la incorporación de las nuevas tecnologías la productividad aumentó
enormemente, es decir que con el mismo trabajo humano la producción pasó a ser
mucho mayor.
Se abrieron
entonces dos posibilidades: o se incitaba el consumo de masas de los bienes
tradicionales y de los nuevos bienes a escala planetaria con una política
salarial expansiva, una política social al estilo del Estado de bienestar, se
reducía la jornada de trabajo en función del aumento de la productividad para
tender a una situación de pleno empleo y se reconocían precios internacionales
equitativos a las materias primas y productos de los países pobres, o se tendía
a mantener y a aumentar los márgenes de beneficio conservando bajos los
salarios, el nivel de ocupación y los precios de los productos de los países
del Tercer Mundo.
La primera
opción hubiera sido factible en un sistema de economías nacionales, en las que
la producción y el consumo se realiza fundamentalmente dentro del territorio y
entonces es posible el pacto social de hecho entre los capitalistas
y los asalariados en tanto consumidores. Pero en el nuevo sistema
“mundializado” la producción se destina a un mercado mundial de «clientes
solventes» y ya no interesa el poder adquisitivo de la población del lugar de
producción.
En las
condiciones de la mundialización acelerada, los dueños del poder económico y
político a escala mundial con su visión de «economía-mundo» y de «mercado
global» apostaron a la segunda alternativa (bajos salarios, bajos niveles de
ocupación, liquidación de la seguridad social, precios bajos para las materias
primas, etc.) para elevar su tasa de beneficios.
Esta opción
tuvo como consecuencia acentuar las desigualdades sociales en el interior de
cada país y en el plano internacional. La idea de servicio público y de un
derecho irrevocable a los bienes esenciales para vivir con un mínimo de
dignidad, fue reemplazada por la afirmación de que todo debe estar
sometido a las leyes del mercado ([1]).
Predominaron entonces tasas
de crecimiento económico bajas, a causa de que un mercado relativamente
estrecho imponía límites a la producción y surgió el fenómeno de las grandes
masas de capitales ociosos puesto que no podían ser invertidos productivamente.
IV. Pero para los dueños de dichos capitales (personas, Bancos, instituciones
financieras) no era concebible dejarlos arrinconados sin hacerlos fructificar.
Es así como el
papel de las finanzas al servicio de la economía, interviniendo en el proceso
de producción y de consumo (con créditos, préstamos, etc.) quedó relegado por
el nuevo papel del capital financiero: producir beneficios sin participar en el
proceso productivo.
Este último
aspecto se concreta básicamente de dos maneras.
Una consiste en
que los inversores institucionales gestores de fondos de
pensiones, las compañías de seguros, los organismos de inversión
colectiva y los fondos de inversión compran acciones de sociedades
industriales, comerciales y de servicios ([2]). Esos grupos financieros pasan
a intervenir así en las decisiones de política de las empresas con
el objeto de que su inversión produzca la alta renta esperada, imponiéndoles
estrategias a corto plazo. Y la otra manera en que crece el papel del capital
financiero especulativo es que los grupos financieros (fondos de inversión,
etc.) invierten en la especulación (por ejemplo con los llamados productos
financieros derivados) y lo mismo hacen las empresas industriales,
comerciales y de servicios con parte de sus beneficios, en lugar de
hacerlo en la inversión productiva.
Así se
generalizó la práctica de obtener beneficios creando productos
financieros o adquiriendo los ya existentes y haciendo con
ellos operaciones especulativas.
Además de los
productos financieros tradicionales (acciones y obligaciones) se
crearon muchos otros. Entre ellos los productos
financieros derivados, que son papeles cuyo valor depende
o «deriva» de un activo subyacente y que se colocan con fines
especulativos en los mercados financieros. Los activos
subyacentes pueden ser un bien (materias primas y alimentos:
petróleo, cobre, maíz, soja, etc.), un activo financiero (una moneda) o incluso
una canasta de activos financieros. Así los precios de materias
primas y de alimentos esenciales ya no dependen sólo de la oferta y
la demanda sino de la cotización de esos papeles especulativos y de
ese modo los alimentos pueden aumentar (y aumentan) de manera
inconsiderada en perjuicio de la población y en beneficio de los especuladores.
Por ejemplo
cuando se anuncia que se fabricarán biocarburantes los
especuladores “anticipan” que el precio de los productos agrícolas
(tradicionalmente destinados a la alimentación) aumentará y entonces
el papel financiero (producto derivado) que los
representa se cotiza más alto, lo que repercute en el precio
real que paga el consumidor por los alimentos.
Las inversiones
en productos financieros implican diversos niveles de riesgo. Con la
esperanza de cubrir dichos riesgos se han inventado una compleja
serie de productos financieros que inflan cada vez más la
burbuja y la alejan aun más de la economía real.
Chesnais
escribe:
…”los
inversores financieros, como así también los bancos centrales creyeron tener
finalmente una técnica milagrosa que garantizaba al sistema bancario contra el
riesgo: la titulización generalizada. ¿Qué es
esta titulización (en francés “titrisation”, aunque la expresión
original en inglés es “securitization”)? Pues consiste en “transformar las
acreencias en manos de establecimientos de crédito, sociedades financieras,
compañías de seguros o sociedades comerciales (las cuentas-cliente) en títulos
negociables”. Estos títulos tienen nombres estrafalarios pero es obligado
mencionarlos. Están en primer lugar los RMDS (Resiential Mortgage Backet
Securities), adosados a los préstamos inmobiliarios. Se encuentran luego los
CDS (Credit Default Swaps), derivados de crédito que conllevan la transferencia
con intereses y elevadas comisiones del riesgo ligado a la posesión de
obligaciones de empresas (estos CDS eran instrumentos de cobertura de riesgo,
pero pasaron a ser instrumentos de colocación especulativa). Están finalmente
los CDO (Collateralized Debt Obligations), que son “títulos derivados de
títulos” que suponen dos operaciones sucesivas de titulización y una total
opacidad sobre la composición del “producto sintético” ([3]).
Michel Drouin,
por su parte, escribe:
«El
desarrollo de los flujos de capitales internacionales, impulsado por la
desregulación y la descompartimentación casi general de los mercados
financieros, hizo de los años 80 el decenio de la mundialización financiera…
Las operaciones financieras, cuyo volumen estaba ya desconectado del volumen de
las transacciones en bienes y servicios, se hicieron autónomas, es decir
movidas no por la lógica de las transacciones corrientes sino por la de los
movimientos de capitales. La esfera financiera basó su desarrollo sobre ella
misma a partir de la búsqueda de un beneficio surgido de la variación de los
precios de sus propios instrumentos. El carácter especulativo de esta lógica de
crecimiento permite hablar del surgimiento de una economía internacional de la
especulación» ([4]).
Con esta
«economía internacional de la especulación», se aceleró la
acumulación de grandes capitales en pocas manos a expensas sobre todo de los
trabajadores, de los jubilados y de los pequeños ahorristas.
En el caso de
las participaciones del capital financiero (fondos de pensiones, compañías de
seguros, fondos de inversión, bancos, etc.) en industrias y servicios, la
elevada renta que exigen y obtienen dichos capitales está fundada en la
degradación de las condiciones de trabajo en esas industrias y servicios. Es
bien conocido el fenómeno de que cuando una empresa anuncia despidos sus
acciones suben.
Estas fueron
las formas en que el capital transnacional mantuvo y mantiene una alta tasa de
beneficios y un acelerado ritmo de acumulación y concentración a pesar del
crecimiento económico lento y de la existencia de un mercado restringido ([5]).
La base
permanente de la economía capitalista es el capital productivo, sin el cual el
capital financiero no podría existir.
Por esa razón
el gran capital transnacional no sólo desempeña
el papel principal en el sistema financiero sino
que participa en actividades productivas en las esferas más
diversas: desde la extracción de materias primas hasta la prestación de toda
clase de servicios (Bancos, seguros, salud, comunicaciones, información, fondos
de pensiones, etc.) pasando por la producción de una gran variedad de
mercancías: bienes de consumo inmediato como los alimentos, bienes durables
como automóviles, etc. y también en la esfera de la investigación en todos los
órdenes, especialmente en la tecnología avanzada: electrónica, ingeniería
genética , etc.
La enorme
acumulación de beneficios por parte del capital financiero parasitario se
pretende justificar con teorizaciones acerca de que el dinero y
otros productos financieros son creadores de valor.
Pero el
problema es que el dinero no es un valor sino que representa un
valor. Y que el valor se crea sólo en la economía real y el dinero
por sí mismo no puede generar valor y producir beneficios.
De modo que a
la tradicional expropiación del fruto del trabajo que practica el
capital en el proceso de la economía real (obtención de plusvalía),
se ha venido a sumar la que realiza el capital financiero
especulativo sin participar en dicho proceso.
V. Una de las formas que permiten al capital financiero
transnacional apropiarse en forma parasitaria del fruto del trabajo
ajeno, es decir sin intervenir en el proceso productivo, son la privatización
de la seguridad social, de la que se han hecho cargo fondos privados de
pensiones, la sustitución de parte del salario o de otras remuneraciones de que
es acreedor el personal de las grandes empresas por acciones o por opciones
sobre acciones de la misma empresa (stock-options), etc., que son
distintas formas de robar o estafar, como escribieron los
economistas Labarde y Maris ([6]).
Los
asalariados, ante la perspectiva de tener una jubilación
insuficiente en el sistema público – que ya es una
realidad dadas las actuales políticas gubernamentales en la materia
– tienden a poner lo mucho o poco que pueden ahorrar en los fondos privados de
pensiones. Así engrosan el capital financiero especulativo por un lado y por el
otro se someten al riesgo de perder sus ahorros.
Por ejemplo
en Estados Unidos, el gigante transnacional de la energía Enron se
declaró en quiebra reconociendo una deuda de 40 mil millones de dólares y dejó
en la calle a su personal (12000 personas), al que, por añadidura, despojó
del capital previsional de su jubilación, invertido en acciones de la propia
empresa. En otras quiebras de grandes bancos o grupos financieros
transnacionales, miles de pequeños ahorristas han visto evaporarse el fruto de
muchos años de esfuerzos e incluso de privaciones.
Después de
Enron se sucedieron otros casos similares como el de WorldCom y resultaron
implicados los dos más grandes bancos estadounidenses: Citygroup y JP Morgan
Chase ([7]) .
En el caso de
WorldCom, un pequeño ahorrista que en marzo de 2000 compró 10.000 dólares en
acciones se encontraba en julio de 2002 con que sus acciones valían sólo 200
dólares (Despacho de AFP del 21/07/02 ).
Calpers, que
administra el dinero de 1.300.000 funcionarios californianos , CalSTRS (687000
docentes del mismo Estado) y Lacera (132000 empleados de Los
Angeles) perdieron 318 millones de dólares a causa de la quiebra de
WorldCom (más de 7 mil millones de dólares evaporados). El fondo de pensión de
los funcionarios del Estado de Nueva York (112 mil millones de dólares de activos)
perdió 300 millones de dólares en la quiebra de WoldCom.
Una situación
similar se produjo también en algunas transnacionales basadas en otros países,
como Vivendi y otras en Francia. La acción de Vivendi llegó a
cotizarse a 141,60 el 10 de marzo de 2000 y valía sólo 9,30 el 16 de agosto de
2002.
En Grecia se
acumuló una enorme deuda por mala gestión, por pago de intereses muy elevados
sobre las deudas y por compras desproporcionadas de armamentos. Grecia ocupó el
quinto lugar en el mundo entre los compradores de armas
convencionales en el periodo 2005-2009. El 31% de esas armas las
compró a Alemania, el 24% a Estados Unidos y otro 24% a Francia, sus
principales acreedores. La “troika” (la Comisión Europea , el Banco Central
Europeo y el Fondo Monetario Internacional) le
impusieron a Grecia “condicionalidades” consistentes en
privatizar buena parte del patrimonio nacional para recaudar miles
de millones de euros destinados a pagar a los acreedores,
le exigieron congelar y en muchos casos bajar los salarios
y las jubilaciones y en general reducir considerablemente los gastos
sociales. Esto ocurrió durante el Gobierno “progresista” sometido a una brutal
presión y continúa ahora con un gobierno conservador.
Todas estas
quiebras, operaciones fraudulentas, escándalos financieros, fugas de capitales,
etc., que han tenido lugar a la vista y paciencia (y con la complicidad) de los
gobiernos, que no utilizaron los mecanismos de control de que disponen,
significan un fenomenal despojo de recursos a enormes masas de la población y
la concentración de dichos recursos en los grandes centros del poder
económico-financiero transnacional.
En síntesis, el
capital financiero transnacional está funcionando como una bomba
aspirante de las riquezas producidas por el trabajo a
escala mundial, que de esta manera se concentran en pocas manos. Una
de cuyas manifestaciones es lo que hemos llamado la ofensiva planetaria contra
la seguridad social.
Los Gobiernos
pueden tratar de engañar a la gente de una manera u otra pero la realidad
es que se han sometido incondicionalmente a las reglas impuestas por
el gran capital. Con el
aval de políticos, economistas, burócratas
sindicales, etc., que tienen amplio acceso a los grandes medios de
comunicación.
Rige
entonces una “lógica económica” propia del sistema capitalista en su estado
actual, que consiste en despojar
sistemáticamente a las grandes
mayorías: trabajadores, jubilados, desempleados,
parados por enfermedad, etc. en beneficio exclusivo de una ínfima
minoría de grandes capitalistas y especuladores.
En lo que se
refiere a los jubilados, su situación se asemeja a los tiempos en que dejaba a
los viejos lejos de los poblados con un poco de comida y
agua. Y la gran mayoría de
los trabajadores se encuentran en condiciones
similares a la esclavitud, pues se les
paga un salario que alcanza apenas para
sobrevivir a cambio de estar prácticamente todo el tiempo a
disposición del empleador, pues la jornada laboral se ha vuelto elástica y el
tiempo realmente libre ha pasado a la categoría de un sueño
inalcanzable.
Esta ofensiva
planetaria contra la seguridad social y los derechos de los
trabajadores no es coyuntural y temporaria, como pretenden o creen
algunos, sino que es inherente al sistema capitalista en su estado
actual y es – mientras el capitalismo perdure- irreversible,
estructural y permanente .
Notas:
[1] En el informe de la Alta Comisionada de
las Naciones Unidas para los Derechos Humanos (documento E/CN.4/Sub.2/2002/9 de
25 de junio de 2002) se dice, con referencia al comercio de servicios que una
inversión privada extranjera puede producir como resultado el suministro de
servicios de dos niveles, uno para sanos y ricos y otro para pobres y enfermos,
la pérdida de personal especializado en los servicios públicos, una excesiva
insistencia en los objetivos comerciales a expensas de los objetivos sociales y
un sector privado cada vez más amplio y poderoso que puede amenazar la función
del gobierno como principal responsable de los derechos humanos (pàgina 3 de la
versión en español).
[2] Los fondos de inversión colectan fondos
provenientes de los fondos de pensiones, de empresas, compañías de
seguros, particulares, etc, y los emplean en la compra de empresas
industriales, comerciales o de servicios, que conservan si son muy rentables o
por razones estratégicas o si son deficitarias o poco rentables, las
“sanean” despidiendo personal y luego las venden con un margen de
ganancia considerable. Las compras las realizan utilizando el llamado Leverage
Buy-out (LBO) que podría traducirse como “operaciones con efecto de palanca”,
que consiste en financiar la compra con una parte de capital propio
(generalmente el 30%) y otra parte (el 70% restante) con
préstamos bancarios, garantizados con el patrimonio de la empresa adquirida. Se
estima que los fondos de inversión disponen en el mundo de unos 350 mil
millones de dólares para invertir y que sólo en Europa recogieron en 2005
setentidós mil millones de dólares de fondos de pensiones y de
grandes fortunas.
[3] François Chesnais, El fin de un
ciclo. Alcance y rumbo de la crisis financiera. Publicado en
castellano en Herramienta Nº 39, Buenos Aires, octubre 2008 y en francés en
Inprecor Nº 541-542, Paris, septiembre/octubre 2008.
[5] En un artículo publicado en el
diario Le Monde del 5-6/9/2004 (
Eric Le Boucher, Les multinationales sur leur tas d’or– Las
multinacionales sobre su montón de oro) se dice que ningún
acontecimiento –guerras, atentados, etc.- hace disminuir los
beneficios de las sociedades transnacionales sobre sus fondos
propios: 15% en los Estados Unidos, 12 % en Francia. A ese fin, todos los
medios son buenos para bajar los costos en caso de necesidad. En
total 374 empresas del índice Standard &Poors tienen en
sus cofres 555 mil millones de dólares de reservas. Esas reservas aumentaron un
11% en 2004 con relación a 2003 y, a pesar de la recesión de 2001, se duplicó desde
1999, según la revista Bussines Week. Bouygues, Exxon,
Intel y British Telecom han recomprado masivamente sus acciones para hacer
subir su cotización. Es un fénomeno mundial. El resultado es que los medios
financieros de las empresas superan a sus necesidades y la tasa de su
autofinanciación aumenta: 115% en Estados Unidos, 110% en Alemania y 130 % en
Japón… Las empresas podrían aumentar los puestos de trabajo y los salarios,
pero no es el caso…
[6] Philippe Labarde y Bernard Maris, La
bourse ou la vie, la grand manipulation des petits actionnaires, edit.
Albin Michel, Paris, mayo 2000. Véase también Michel Husson, Les
fausses promesses de l’épargne salariale, en Le Monde Diplomatique,
febrero 2000 y Whitney Tilson, Stock options, perverse incentives,
en www.fool.com/news/foth/2002/foth020403.htm,
03/04/02.
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario