La
ola reaccionaria llega a España
Repaso histórico de la ultraderecha
española hasta el auge de VOX
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Miguel Urbán Crespo
VIENTOSUR
07.01.2019
A principios de la década de los setenta, la gran
mayoría de los europeos pensaban que el renacimiento de las organizaciones
fascistas se articularía en torno a los restos de las dictaduras mediterráneas
(Portugal, Grecia y España). El tiempo ha demostrado lo contrario, salvo el
caso particular de Grecia, tanto en Portugal como en España, las opciones
partidarias vinculadas al espectro de la ultraderecha han cosechado
tradicionalmente los peores resultados electorales del continente. Al menos
hasta las elecciones andaluzas de este pasado domingo donde la ultraderecha
representada por VOX alcanzó un sorprendente 10% de los votos y 12 diputados.
Todo un terremoto electoral no sólo por la irrupción de la extrema derecha en
el parlamento andaluz, sino también porque la izquierda perdió la mayoría
parlamentaria. Una situación que abre la puerta a que por primera vez en
democracia gobierne la derecha en Andalucía. Gobierno que no será posible sin
el apoyo de VOX.
Pero no nos engañemos, el fracaso electoral de la ultraderecha
española hasta ahora no significaba, ni mucho menos, que los valores propios de
la extrema derecha no se encontraran en nuestro arco institucional. Más bien,
esta especie de “presencia ausente” de la extrema derecha española ha
enmascarado la permanencia de un franquismo sociológico neoconservador y
xenófobo. Sin embargo, carecía de una expresión política y se encontrada
diluida hasta ahora en el interior de un Partido Popular “acogedor”. Ahora, por
primera vez parece haber encontrado una expresión política propia en VOX.
La experiencia frustrada de la extrema derecha en la
transición
En el ocaso de la dictadura, se conformó un sector de
ultraderecha que actuó como lobby político, designado popularmente como
el Bunker, que sería el germen de la gran mayoría de los partidos
de la extrema derecha durante la transición. Los dos grupos hegemónicos de este
sector fueron: Fuerza Nueva y la Confederación Nacional de Ex Combatientes.
La ultra-católica Fuerza Nueva, liderada por Blas
Piñar, fundada en 1967, aglutinó a gran parte de los elementos más nostálgicos
del franquismo y a un sector juvenil muy activo, gozando de gran capacidad de
movilización, uno de los rasgos genéticos de la ultraderecha. “Su objetivo
prioritario era convertirse en el eje de un movimiento aglutinante de todos
aquellos franquistas nostálgicos del espíritu de la Cruzada y
partidarios de que el régimen pusiera en práctica una represión más enérgica
frente a la oposición y hacer posible la continuidad del sistema” 1/.
De hecho, Fuerza Nueva, constituido en partido
político a partir de 1976, ha sido hasta el momento el único partido de extrema
derecha que ha conseguido representación parlamentaria en el congreso de los
diputados (1979; 379.463 votos). En 1979 alcanzó su cenit organizativo con una
afiliación que oscilaba entre los cuarenta mil y los sesenta mil afiliados,
fundó un sindicato propio (Fuerza Nacional del Trabajo), El Alcázar,
revista convertida en semanario, mantuvo una tirada de 45.000 ejemplares
vendidos por número y 13.000 suscriptores.
El fracaso del golpe de estado del 23-F y los escasos
resultados electorales de 1982 cerraron las puertas de la transición política
para la ultraderecha, que se vio incapaz de encontrar ninguna salida al proceso
de reforma política emprendida en el tardo franquismo. Esta situación generó un
sentimiento de desánimo y desorientación en los principales núcleos militantes
de la extrema derecha, acrecentándose con el anuncio de disolución de Fuerza
Nueva en el 20-N 2/ de
1982, motivada por los malos resultados electorales cosechados en las
elecciones generales de ese mismo año.
La mayoría de los militantes y cuadros políticos de
Fuerza Nueva se sintieron abandonados y traicionados por la organización en que
habían militado, engrosando las filas de otros pequeños partidos de la ultra
derecha española y/o mayoritariamente encontrando refugio en Alianza Popular.
Esta experiencia política tuvo una importante repercusión en la extrema derecha
española, hasta tal punto que marcaría la historia y las relaciones futuras
entre los diferentes sectores de la ultra derecha española desde su fundación casi
hasta nuestros días.
Con la disolución de Fuerza Nueva se daba por
concluida la experiencia de la principal organización política del
llamado búnker franquista. Fuerza Nueva, había sido el partido
de extrema derecha que más apoyo electoral ha cosechado hasta la época en el
Estado español. Unos años más tarde, en 1988 se cerraba El Alcázar. De esta
forma se cerraba definitivamente el último residuo del llamado búnker franquista,
inaugurándose una larga travesía por el desierto que continua todavía en nuestros
días.
Alianza Popular: Una derecha acogedora
La Transición incorporó no pocos elementos de la
dictadura al sistema democrático, en un proceso sin solución de continuidad en
lo que se refiere a una parte muy importante de la estructura del régimen franquista,
que nunca fue depurado. Diversos autores señalan esta impunidad como una razón
sustancial a la hora de explicar la incapacidad de articular un movimiento de
extrema derecha verdaderamente fuerte en España. De hecho, en diferentes
estudios comparados sobre el resurgimiento de la extrema derecha en el ámbito
europeo se reconoce que la especificidad española está relacionada, entre otros
motivos, con el tipo de partido mayoritario de derechas que se conformó en
nuestro país.
En este sentido, no podemos olvidar que los orígenes
del propio Partido Popular se encuentran en la Alianza Popular promovida por
Manuel Fraga en septiembre de 1976. Se trataba de una formación surgida de un
grupo de notables del franquismo y caracterizada no sólo por la aplastante presencia
de cargos públicos de la dictadura, sino sobre todo por tratar de dar base
social y electoral a un movimiento de resistencia a la ruptura institucional
con el régimen franquista. Pese a sus limitados resultados electorales en las
dos primeras elecciones generales, esa táctica resistencialista posibilitó que,
en los comicios de 1982, Alianza Popular obtuviera votos procedentes tanto del
partido de Suárez, Centro Democrático y Social (CDS), como de Fuerza Nueva
(alrededor de dos tercios de los votos obtenidos por FN en las elecciones de
1979) y provocó una crisis en esta última formación que, como vimos antes, la
llevaría a su autodisolución.
Ya hemos señalado cómo muchos militantes y cuadros
políticos de Fuerza Nueva engrosaron las filas de Alianza Popular, de manera
que primero Alianza Popular y luego el Partido Popular se configuraron como las
únicas expresiones electorales del franquismo sociológico. En este sentido,
Aquilino Duque señala que “no diré yo que todos los votantes del PP
sean franquistas, pero sí que todos o casi todos los franquistas de
España votan al PP, entre otras cosas porque no les queda —nos queda— otro
remedio, es decir, porque, aunque sea de modo vergonzante y como pidiendo
excusas, el PP hace como que defiende aquellos valores que eran la razón de ser
del franquismo, a saber: la patria, la religión y la familia” 3/.
La persistencia de un arraigado franquismo sociológico
cuarenta años después del final de la dictadura, demuestra los límites de la
democracia de baja intensidad del régimen del 78, que todavía ni siquiera ha
podido juzgar los crímenes del franquismo, lo cual denota que la impunidad es
un elemento indispensable de la marca España. Esto explica, a su
vez, muchos de los problemas que se han puesto sobre la mesa con la
denominada crisis catalana o el intento de exhumar al dictador
Franco del memorial del Valle de Cuelgamuros 4/.
El Aznarismo
La transformación de Alianza Popular en Partido
Popular fue considerada por algunos analistas políticos como un giro hacia el
centro, pero realmente sería más adecuado definirla a partir de la voluntad de
construir un partido catch-all o atrapalotodo, que
abarcara desde la ultraderecha hasta el llamado centro político. En
esta nueva oferta, neoliberalismo y neoconservadurismo (a la americana) ha
convivido con un nacionalismo español que no puede ocultar su continuidad con
el franquista y que tampoco le permite apostar por un laicismo que rompa sus
lazos con el catolicismo predominante en un amplio sector de su electorado. Así
mismo, la adhesión al discurso neocon del denominado choque
de civilizaciones facilitó la introducción progresiva de un discurso
xenófobo. Mediante la explotación del malestar de capas populares autóctonas
ante las consecuencias de la crisis sistémica que se proyectó frente a la
población trabajadora inmigrante de religión musulmana en nombre de la defensa
de los supuestos valores occidentales.
Teniendo en cuenta esa combinación de mensajes y
propuestas, tan inadecuado sería considerar al PP un partido de derechas
clásico —similar a la CDU de Merkel— como asimilarlo al ascenso de la extrema
derecha o de la derecha neofascista europea. Con los primeros tiene una
diferencia de raíz histórica en cuanto que no ha renegado de sus antecedentes
franquistas y, además, ha mostrado su predisposición a recurrir a formas de
movilización extraparlamentaria ajenas a las de esos partidos, salvo en
situaciones extremas (como ocurrió, por ejemplo, en Francia en mayo de 1968).
Por su parte, de los segundos se distingue porque, pese a recoger parte de sus
mensajes y formas de protesta, ni lo hace con la beligerancia ideológica propia
de esos grupos ni los sitúa en el primer plano de su agenda política.
Pero podemos decir, que la crisis del PP se ha
convertido en una crisis de la derecha española que ha abierto la ventana de
oportunidad a que por primera vez en décadas pueda haber un espacio electoral
propio para la ultraderecha española. Una crisis de la derecha española que
tiene su elemento más paradigmático en la inédita competencia electoral en ese
espectro político, hegemonizado en solitario hasta ahora por el PP.
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