Un poder imperial en la cuesta abajo
UN DESAFIO AL PODER DE ESTADOS UNIDOS (I)
4/5
Rebelión
TomDispatch
17.05.2016
Traducción del inglés para Rebelión de Carlos Riba
García.
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Los desafíos de
hoy en día: Europa del Este
Si giramos la
vista hacia la segunda región, la Europa oriental, hay una crisis cocinándose
en la frontera entre los países de la OTAN y Rusia. No se trata de un asunto
menor. En su esclarecedor y acertado estudio académico de la región, Frontline
Ukraine: Crisis in the Borderlands , Richard Sakwa –con toda verosimilitud–
escribe que “la guerra ruso-georgiana de agosto de 2008 fue en realidad la
primera ‘guerra para parar la expansión de la OTAN’: la segunda, sería la
crisis de Ucrania. No está claro si la humanidad sobreviviría a una tercera”.
Occidente ve
que la ampliación de la OTAN como algo benigno. Lógicamente, Rusia, junto con
buena parte del Sur Global, tiene un parecer distinto, como también lo tienen
prominentes analistas occidentales. George Kennan advirtió tempranamente de que
la ampliación de la OTAN “es una trágica equivocación”; a él se unieron
importantes personalidades políticas de Estados Unidos en una carta abierta a
la Casa Blanca describiéndola como un “error político de proporciones
históricas”.
La actual
crisis tiene sus orígenes en 1991, en coincidencia con el final de la Guerra
Fría y el derrumbe de la Unión Soviética. Había entonces dos visiones
contrapuestas de un nuevo sistema de seguridad y economía en Eurasia. En
palabras de Sakwa, una visión era la de una “‘Europa ampliada’ alrededor del
centro representado por la UE, pero cada vez más colindante con la seguridad
euro-atlántica y la comunidad política; en el otro lado, estaba la idea de una
‘Europa mayor’, una visión de una Europa continental extendiéndose desde Lisboa
a Vladivostok, con múltiples centros –entre ellos Bruselas, Moscú y Ankara–,
pero con el propósito común de superar las divisiones que desde siempre han
atormentado el continente”.
El líder ruso
Mikhail Gorvachov fue el principal proponente de la ‘Europa mayor’, un concepto
que también tenía raíces europeas en el gaullismo y otras iniciativas. Sin
embargo, según Rusia se venía abajo debido a las devastadores reformas de los
mercados en los noventa del siglo pasado, la visión fue difuminándose. Solo fue
rescatada cuando Rusia empezó a recuperarse y a buscar un sitio en el escenario
mundial bajo Vladimir Putin quien, junto con su colega Dmitry Medveded, llamó
repetidamente a la “unificación geopolítica de todos los componentes de la
‘Gran Europa’, desde Lisboa a Vladivostok, para crear una auténtica ‘asociación
estratégica’”. Estas iniciativas fueron “recibidas con cortés desdén”, escribe
Sakwa, y vistas como “poco más que un restablecimiento encubierto de la ‘Gran Rusia’,
realizado con furtividad”, y un esfuerzo por “meter una cuña” entre América del
Norte y Europa occidental. Esos asuntos conectan con los temores reinantes
durante los primeros años de la Guerra Fría, los temores de que Europa pudiera
convertirse en una “tercera fuerza” independiente tanto de las mayores como de
las menores superpotencias y promover vínculos más estrechos con las segundas
(tal como puede verse en la Ostpolik de Willy Brandt y otras iniciativas).
La respuesta
occidental al derrumbe de Rusia fue el triunfalismo. Fue saludado como si
marcara “el fin de la historia”, la victoria final de la democracia occidental
capitalista, casi como si Rusia debiera ser instruida para que regresase a su
estatus anterior a la Primera Guerra Mundial, como si fuera una virtual colonia
económica de Occidente. La ampliación de la OTAN empezó de inmediato, violando
garantías expresadas verbalmente a Gorbachov acerca de que las fuerzas de la
OTAN no se moverían “ni una pulgada hacia el este”, después de que él accediera
a que una Alemania unificada pudiera convertirse en miembro de la organización
atlántica, una notable concesión a la luz de la historia. Esa discusión se
limitó a Alemania Oriental. La posibilidad de que la OTAN se expandiera más
allá de Alemania no se discutió –ni siquiera privadamente– con Gorbachov.
Muy pronto, la
OTAN empezó a moverse más lejos, justo hasta la frontera rusa. La misión
general de la organización fue modificada oficialmente hasta convertirse en un
mandato para proteger “infraestructura esencial” del sistema mundial de la
energía, rutas de navegación, oleoductos y gasoductos, lo que le concedió una
zona de operaciones que abarcaba todo el planeta. Más aún, gracias a una
decisiva revisión occidental de la ahora ampliamente promocionada doctrina de
la “responsabilidad de proteger”, absolutamente diferente de la versión oficial
de Naciones Unidas, ahora la OTAN solo puede ser una fuerza de intervención si
lo hace a las órdenes de Estados Unidos.
Rusia está
particularmente preocupada por los planes de expansión de la OTAN en Ucrania.
Esos planes fueron articulas explícitamente en la cumbre de la OTAN de abril de
2008 realizada en Bucarest, cuando se les prometió a Georgia y Ucrania la
posibilidad de integrarse en la organización atlántica. El discurso no tenía
ambigüedad alguna: “La OTAN da la bienvenida a las aspiraciones euro-atlánticas
de Ucrania y Georgia respecto de la incorporación en la OTAN”. Con la victoria
de los candidatos pro-occidentales de la “Revolución Naranja” en 2004, el
representante del departamento de Estado Daniel Fried se apresuró a acudir allí
para “recalcar el apoyo estadounidense a las aspiraciones de Ucrania respecto
de la OTAN y el euro-atlantismo”, como reveló una información de Wikileaks.
Las
preocupaciones rusas son comprensibles. Son esbozadas por el académico
especialista en relaciones internacionales John Mearsheimer en el principal
periódico del establishment Foreing Affairs, quien escribe que “la raíz
de la crisis actual (relacionada con Ucrania) es la ampliación de la OTAN y la
dedicación de Washington a la causa de sacar a Ucrania de la órbita moscovita e
integrarla a Occidente”, algo que es visto por Putin como “una amenaza directa
al corazón de los intereses rusos”.
“¿Quién puede
reprochárselo?”, pregunta Mearsheimer, señalando que “A Washington quizá no le
guste la posición de Moscú, pero debería entender la lógica que hay tras de
ella”. Eso no debería ser tan difícil. Después de todo, como cualquiera lo
sabe, “Estados Unidos no tolera que grandes potencias distantes desplieguen
fuerzas militares en cualquier sitio del hemisferio occidental, mucho menos en
sus fronteras”.
De hecho, la
posición de Estados Unidos es mucho más fuerte. No tolera lo que oficialmente
recibe el nombre de “rebeldía exitosa” en la Doctrina Monroe de 1823, que
declaraba (pero todavía no ha podido implementar) el control estadounidense del
hemisferio. Así, un pequeño país que lleva adelante y con éxito semejante acto
de rebeldía puede ser sometido a “los terrores de la Tierra” y a un aplastante
bloqueo, como sucede con Cuba. No es necesario que nos preguntemos cómo habría
reaccionado Estados Unidos de haberse unido los países latinoamericanos al
Pacto de Varsovia y de haber existido planes para que México y Canadá también
se unieran a ese Pacto. El mero atisbo de la primera tentativa en esa dirección
habría “terminado con extremos perjuicios”, para utilizar la jerga de la CIA.
Como en el caso
de China, no hay por qué ver con simpatía las acciones y las motivaciones de
Putin para entender la lógica que hay tras ellas, tampoco para darse cuenta de
la importancia de comprender esa lógica en lugar de lanzar imprecaciones contra
ella. Como en el caso de China, hay demasiado en juego, incluso cosas tan
importantes –literalmente– como la supervivencia.
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