miércoles, 4 de noviembre de 2015

UCRANIA: ¿HACIA DÓNDE NOS CONDUCE EL CAPITALISMO?


Ucrania, el sistema-mundo y la geopolítica de la post guerra fría

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Ivan León Zhukovskii
Sociologia Crítica 
02.11.2015
Los efectos del cambio de régimen han sido más fuertes en aquellos países en donde, como en Ucrania, la dimensión ideo-política asumió las formas más destructivas posibles, agudizando aún más las tendencias críticas en el plano económico y el social, inherentes a la involución periférica.
El desarrollo de los sistemas políticos de los países ex soviéticos estuvo condicionado por la forma en que tuvo lugar el derrumbe, los niveles previos de cohesión entre las élites, la existencia de mecanismos regionales (republicanos) y locales de autorregulación y los grados de fortaleza e independencia relativa de los actores políticos en relación con los grupos de poder económicos. Como resultado, se pueden distinguir dos grandes líneas de desarrollo en estos países: aquella donde ha prevalecido un centro político fuerte (Belarús, Asia Central, Azerbaiyán y la Rusia putiniana), de vocación autoritaria y centralizada y, aquella donde esto no se logró (Ucrania, Moldova, Kirguistán, la Rusia yeltseniana).
Las repúblicas eslavas (Ucrania, Rusia, Belarús) carecían de muchos de los factores de cohesión inter élites que si condicionaron la estructuración de los sistemas políticos en Asia Central y el Cáucaso. Como resultado, tras el caos y la desregulación propia del cambio de régimen, la instancia política quedó mucho más expuesta a la presión de la estructura económica, en especial a los grupos de poder financiero y los asociados a la exportación de recursos naturales. La emergencia de una fuerte élite compradora, empotrada en la explotación de los recursos metalúrgicos y mineros del oriente del país, “conectada” y sujeta a la dinámica del capitalismo global, fue un factor que definió negativamente el desarrollo político en Ucrania y Rusia, que hasta la emergencia de putinismo mostraron trayectorias similares. Esto, sumado a otros factores, limitó la capacidad de dominio del centro político ucraniano y ha conllevado a su creciente y sostenido debilitamiento.
Esta gran tendencia ha tenido diferentes condicionantes en la dinámica interna del país. El más importante de todos, ha sido, sin dudas, el desarrollo también creciente y sostenido de un régimen político oligárquico que “supera” y opera de manera distinta a las redes clientelares típicas de las periferias. Son muchos los factores que ilustran el ascendente de la oligarquía ucraniana postsoviética y explican su dominio sobre la instancia política. Ucrania es, entre los países de economía mediana o grande, el de mayor nivel de oligarquización: los capitales de los 100 ucranianos más adinerados se correspondieron en 2013 con el 36% del PIB, resultados superiores a los de Rusia, (20%), y muy superiores a los de Estados Unidos (7.9%), China (3.8%) y la media mundial (2.5%), (Forbes, 2013).
Este ascendente económico se ha expresado en un sólido control de la oligarquía ucraniana sobre los principales órganos y procesos políticos. Cuentan con “fracciones personales” dentro de la Rada y se reparten en cuotas no siempre alícuotas el control de los ministerios y otras instituciones del gobierno y el Estado. Más aún, el carácter oligárquico del régimen queda expuesto con total transparencia si se analiza la actividad directamente política de representantes del mundo empresarial. Los casos más llamativos han sido los de Pavel Lazarenko y Yulia Timoshenko, quienes fungieron como Jefes de Gobierno y el de Piotr Poroshenko, invariablemente entre los quince más adinerados del país. Este último, contradiciendo principios elementales de la “ética” política liberal, fue electo Presidente en los comicios del 25 de mayo de 2014 y previamente se había desempeñado en diferentes cargos de primer nivel.
Esta ha sido una tendencia constante y adquirió niveles insuperables durante el inconcluso período presidencial de Victor Yanukovich. Durante 2010-2012 Valeri Joroshkovskii ocupó el cargo de Secretario del Consejo de Seguridad y vice presidente del gobierno, Yuri Boiko el de ministro de energía y vicepresidente del gobierno, Andrei Kliuev el de primer vicepresidente del gobierno, Boris Kolesnikov y Sergei Tigipko fungieron también como vice presidentes del gobierno y Sergei Levochkin ocupó hasta 2014 el muy influyente cargo de jefe de la administración presidencial. Muchos de ellos son oligarcas de peso en el país, mientras que otros han fungido, sobre todo, como portavoces de las cuatro figuras de mayor ascendente: Rinat Ajmetov, Dmitri Firtash, VictorPinchuk e Igor Kolomoiskii.
La forma en que se ha intentado contener la crisis socio-política actual también ilustra con claridad la esencia oligárquica del régimen político ucraniano y la crisis sistémica y funcional por que atraviesa. Una de las primeras medidas del nuevo gobierno fue la de nombrar a Igor Kolomioiski y Sergei Taruta, connotados oligarcas, como gobernadores de Dniepropetrovsk y Donetsk, dos de los centros industriales más importantes del país.
Por otra parte, uno de los saldos más destructivos de la oligarquización ucraniana durante la presidencia de Yanukovich, fue la conversión de la presidencia en una instancia oligárquica más. Para el segundo mandato de Leonid Kuchma (1999-2004) esta se había consolidado como un factor de equilibrio relativo entre los diferentes grupos de poder económico, emulando, solo en apariencia, algunas tendencias de la Rusia putiniana. Durante el mandato de su sucesor, Víctor Yuschenko (2005-2010), la presidencia quedó debilitada por las reformas constitucionales que otorgaron mayores prerrogativas al Primer Ministro y por la desastrosa gestión de Yuschenko. Este, sin embargo y a pesar de la retórica en apariencia contraria al discurso de los grandes centros oligárquicos del oriente (Donetsk, Dniepropetrovsk y Jarkov), llevó a cabo una política en todos los órdenes alineada a los intereses de estos grupos, mantuvo la relativa equidistancia entre ellos y la presidencia y reprodujo el carácter instrumental de esta última.
Según la “hoja de ruta” de la oligarquía ucraniana, en especial de las fracciones de Donetsk (Rinat Ajmetov) y el Dimitri Firtash, Yanukovich (2010-2014) debía alinear el discurso y la praxis a los intereses de la élite económica del oriente del país, de la cual Yanukovich había sido fiel servidor en los diferentes periodos de su carrera política8. Sin embargo, el ex Presidente y su entorno se enfrascaron en el objetivo de crear un centro oligárquico más, estructurado en torno a los activos productivos y financieros de su familia y allegados, atentando directamente contra los intereses del gran capital ucraniano. El relativo fortalecimiento de la institucionalidad estatal, fue, más que todo, un instrumento para el logro de este fin.
El saldo más importante de esta “rebeldía” de Yanukovich (que incluyó también su negativa de firmar el Acuerdo de Libre Comercio con la UE) fue el activo apoyo de la oligarquía a los planes desestabilizadores en Kiev y otras regiones del occidente ucraniano, que fueron uno de los factores desencadenantes de la aguda crisis por la que atraviesa este país desde diciembre de 2013. La oligarquía ucraniana, con el objetivo de preservar la preeminencia de sus intereses corporativos, “devoró” los restos de una instancia política que, aunque hacía aguas, había sido, sistémicamente, el garante mayor de su reproducción como “sujetos” del capitalismo global.
Por su parte, otros importantes factores acompañan a la oligarquización del régimen y el dominio de la estructura económica como condicionantes del debilitamiento de la instancia política ucraniana y explican, además, la bifurcación en el desarrollo de los sistemas políticos ucraniano y ruso. Ciertamente, si bien durante la década del noventa el desarrollo de los sistemas políticos de estos países fue relativamente similar (oligarquización), reflejo de las condiciones históricas de los primeros años del post derrumbe, la emergencia del putinismo hizo modificar, entre otras, la tendencia a la desarticulación total del centro político ruso, siendo esta la principal prioridad de Putin durante su primer mandato. En el caso de Ucrania, como se vio, este punto de inflexión no tuvo lugar.
En primer lugar, para 1999, la degradación sistémica en Rusia había “evolucionado” con mucha más fuerza, poniendo en riesgo la reproducción de la estatalidad y, por consiguiente, de la propia oligarquía rusa. Esto generó un importante nivel de compromiso reformista entre los grupos de poder económico y condicionó el ascenso de Putin y la vuelta a un relativo dominio de la instancia política sobre la económica9.
En segundo lugar, las estructuras de fuerza en Rusia heredaron de la URSS una base y estructuración mucho más sólidas, manteniendo, además, mayores niveles de independencia relativa y cohesión corporativa que sus pares ucranianos, lo cual le permitió desempeñar el papel central en la emergencia y consolidación del putinismo. En tercer lugar, el flujo de recursos financieros durante los dos primeros mandatos putinianos le confirió a su gestión niveles de legitimidad y márgenes de maniobra, tanto a lo interno como en la arena internacional, incomparablemente mayores que los que haya tenido cualquier político ucraniano en las últimas dos décadas.
En cuarto lugar, en la Ucrania postsoviética, Kiev nunca logró constituir un centro político-administrativo similar a Moscú, aglutinador, representativo de la estatalidad y con ascendente financiero, político y cultural sobre el resto de los centros regionales (Donetsk, Dniepropetrovsk, Járkov, Odesa, Lvov) y los respectivos enclaves oligárquicos. Esto es parte constitutiva de un tópico mayor, que ha sido una de las mayores limitaciones de la estatalidad ucraniana: la atomización socio-política del espacio, que ha sido resultado de desarrollos idiosincrásicos y etno-culturales notablemente encontrados entre diferentes regiones y zonas del país y exacerbadas por la “feudalización” oligárquica y el creciente debilitamiento del centro político.
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