De cómo el Sistema de análisis y
evaluación basado en el estudio del Terreno Humano (HTS) racionaliza el sistema
de la pedofilia en Afganistán
El uso y abuso
de la cultura (y de los niños)
Rebelion
14.10.2015
Traducido del inglés para Rebelión
por Sinfo Fernández.
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A lo largo de los últimos ocho años se han publicado informes que iban revelando gradualmente que los soldados y agentes de policía afganos aliados de las fuerzas militares estadounidenses están abusando sexualmente de muchachos que retienen contra su voluntad, en ocasiones en las bases del ejército de EEUU. El pasado mes, Joseph Goldstein (2015) publicó un artículo de primera plana en el New York Times bajo el titular “US Soldiers Told to Ignore Sexual Abuse of Boys by Afghan Allies” [“A los soldados estadounidenses les dijeron que ignoraran los abusos sexuales a niños de sus aliados afganos”], que empezaba con la inquietante historia del cabo Gregory Buckley Jr, que murió en un tiroteo junto con otros dos marines en 2012. Buckley fue asesinado después de manifestar su preocupación por la tolerancia del ejército estadounidense ante los abusos sexuales a niños practicados por los agentes de la policía afgana en la base donde se encontraba estacionado en el sur de Afganistán. El padre de Buckley declaró al Times: “Mi hijo me contó que sus oficiales le habían dicho que mirara hacia otro lado porque eran cosas de su cultura”.
La
historia del Times aporta el repetitivo relato ahora
estandarizado de que los hombres mayores que tienen sexo con chicos jóvenes
–algunos tan jóvenes como doce años- ejemplifican una cultura compleja conocida
como bacha bazi, o “niños para jugar”. Pero eso también
incluye viñetas de soldados estadounidenses entrando en habitaciones de hombres
afganos encamados con niños, una joven adolescente violada por un comandante de
la milicia mientras trabajaba en el campo y la historia de un excapitán de las
Fuerzas Especiales, Dan Quinn, que fue castigado tras golpear a un comandante
de la milicia afgana que “mantenía a un niño encadenado a su cama como esclavo
sexual” (Goldstein 2015). El artículo relata una serie de duras acciones
disciplinarias emprendidas contra otros soldados y marines estadounidenses que
trataron de acabar con esas prácticas de abusos.
La
posición del ejército es que se trata de prácticas culturales locales, como las
diferencias en el vestir, la dieta o las preferencias musicales, y que las
fuerzas estadounidenses deben mirar hacia otro lado y no interferir en esas
diferencias culturales. Según un reciente informe de Shane Harris (2015), se
ofrece poca orientación a los marines sobre cómo actuar si presencian
violaciones u otras formas de abusos sexuales por parte de la población local
de otros países. Harris obtuvo una copia del material de entrenamiento en el
que se describe explícitamente el ataque sexual en Afganistán como un fenómeno
“cultural”.
Quizá
esas revelaciones eran predecibles. Hace una década, la doctrina de la
contrainsurgencia desarrollada por el general David Petraeus y sus colegas fue
elogiada por sus partidarios como una forma más amable y gentil de dirigir la
guerra. Sustentaban la idea de que las poblaciones locales de Iraq y Afganistán
eran el “centro de gravedad”, una piedra angular sobre la que descansaba el
destino de las ocupaciones lideradas por EEUU. La doctrina, expresada más
claramente en el Manual de Campo de la Contrainsurgencia del Ejército de EEUU: FM
3-24 (US Army 2007), requería que las fuerzas estadounidenses
trabajaran con los aliados de la “nación anfitriona” (los líderes tribales
iraquíes en la provincia de Anbar, los señores de la guerra afganos que se
oponían a los talibán, etc.), cuyas creencias y prácticas podían ser muy
diferentes de las de las tropas estadounidenses. Ni el FM 3-24 ni
ningún otro material doctrinario proporcionaban orientación para tratar con los
aliados que de forma regular violaran los principios básicos de los derechos
humanos o, de hecho, de la dignidad humana. Para empeorar aún más las cosas, la
doctrina Petraeus funcionaba claramente de arriba abajo: se esperaba que
soldados y marines dejaran a un lado el buen juicio y la experiencia y se
ajustaran a las demandas de la nueva contrainsurgencia.
Lo
que complica algo este tema es el hecho obvio de que las creencias y prácticas
culturales varían enormemente de una cultura a otra. Una costumbre que en un
lugar se considera tabú puede ser ampliamente aceptada o incluso fomentada en
otros. Entre las contribuciones más importantes hechas por los antropólogos del
siglo XX estuvo la idea del relativismo cultural, la noción de que hay que
contemplar cada sociedad en su particular contexto o entenderla en sus propios
términos. Pero, como exponemos a continuación, relativismo cultural no es lo
mismo que relativismo moral. Ha habido una sorprendente ausencia de
investigaciones sobre cómo los oficiales del ejército estadounidense que
estaban obsesionados con las “preocupaciones culturales” llegaban a aceptar
prácticas en las cuales los líderes de la milicia y la policía afganas tomaban
contra su voluntad a niños para obtener gratificación sexual.
Racionalizando
el abuso a los niños
Aunque
se desconoce gran parte de esta historia, hay algunas pruebas de que el Sistema
de análisis y evaluación basado en el estudio del Terreno Humano (HTS, por sus
siglas en inglés) del ejército de EEUU ha jugado un papel en la racionalización
de la pedofilia en Afganistán, tanto dentro de los círculos militares como en
el discurso de los medios de comunicación populares apoyando el establecimiento
de esas políticas. Los lectores deCounterPunch pueden recordar el
HTS como un controvertido programa de contrainsurgencia experimental que
incrustó a científicos sociales en las brigadas de combate en Iraq y
Afganistán. Durante sus ocho años de existencia, el programa costó a los
contribuyentes más de 720 millones de dólares, convirtiéndose en el proyecto de
ciencia social más caro de la historia. Estaba plagado de problemas éticos y fue
incluso condenado en 2007 por la Asociación de Antropólogos de EEUU. A
principios de este año, uno de nosotros descubrió que el ejército había dado
calladamente carpetazo al programa en 2014 tras las acusaciones de fraude, mala
gestión e inutilidad (González 2015).
Un
anterior reconocimiento público de las prácticas abusivas de los aliados
afganos de EEUU –y de los antropólogos del ejército estadounidense alentando a
los militares a que acepten que los hombres afganos tengan sexo con muchachos-
se produjo el 10 de octubre de 2007, en una emisión de radio del Show de Diane
Rehm. En una entrevista, la alta asesora en ciencias sociales de HTS,
Montgomery McFate, proporcionó un relato sobre cómo los equipos del sistema
habían ayudado a un batallón estadounidense a aceptar esas “diferencias
culturales”. McFate (que tiene un doctorado en Antropología por la Universidad
de Yale) dijo que el HTS había incrementado su conciencia y aceptación de algo
a lo que se refirió como NAMBLA, acrónimo de la expresión [en inglés] “Man-Boy
Love Thursday” [se permite que un día a la semana, los jueves, haya relaciones
sexuales entre hombres y niños]. Ella contó esto como si fuera una historia
“humorística” que ilustraba el papel de HTS a la hora de establecer
interacciones del ejército con la población local:
“Me
estoy riendo porque los antropólogos creen mucho en la reflectividad y en la
comprensión de tus propios prejuicios, y en ocasiones puede ser algo complicado
y divertido tratar de enseñar esas perspectivas a los militares. Y sólo les
daré un ejemplo de Afganistán: en la Base de Operaciones Avanzadas era una
práctica común que los jueves por la tarde algunos de los hombres mayores
fueran con algunos de los chicos más jóvenes para hacer ñaca-ñaca entre los
arbustos. Y la brigada preguntó a los miembros de HTS: ‘¿qué pasa con el
Man-Boy Love Thursday, qué pasa?’. Y ya te puedes imaginar, la opinión de la
brigada era de que ‘tenemos que poner fin a esto porque es algo incorrecto, es
algo incorrecto [con risas], viola nuestras nociones de lo que es apropiado’.
Y
los miembros del equipo de HTS dijeron: ‘Ya sabéis, realmente eso forma parte
de la cultura afgana y no hay mucho que podamos hacer. Aunque no te guste, no
puedes pararlo. Forma parte de lo que ellos son. No intentes imponer tus
valores a la gente con la que trabajas porque no vas a cambiarles’. Así pues,
ese es un ejemplo gracioso.” (Cita
de McFate en “Anthropologists and War”, 2007)
El
personaje público de McFate se vendía como el de una bohemia contracultural y
su indiferente descripción parece haber influido en los embelesados oficiales
del ejército estadounidense que empezaron a considerar la pedofilia rampante
como poco más que una curiosidad cultural. El resumen simplista del “Man-Boy
Love Thursday” se erige como ejemplo de lo que ocurre cuando la antropología se
ve despojada de su ética en aras a la conveniencia. Al vender esta versión
barata y de mal gusto de la ciencia social para consumo militar, McFate estaba
diciendo a sus patrocinadores y al público en general que la antropología podía
servir de instrumento útil en la era del Imperio estadounidense al simplificar
las complicaciones morales de la invasión y la ocupación.
Aunque
ahora el New York Times se merece algún reconocimiento por
poner atención crítica en la actual manifestación del “Man-Boy Love Thursdays”,
el periódico jugó durante años un papel esencial retratando al HTS en términos
elogiosos. En 2007, el Times publicó un artículo en primera
plana que mostraba una gran empatía con los partidarios del HTS, describiendo
el programa como eficaz e incluso “brillante” (Rohde, 2007). Los medios
corporativos ignoraron en gran medida las críticas al programa. Posteriormente,
ese mismo año, el Times siguió adelante con esa crónica
mediante un artículo de opinión alabando al HTS, mientras el antropólogo de la
Universidad de Chicago, Richard Shweder, elogiaba el programa de McFate
escribiendo: “La Sra. McFate puso de relieve su éxito al conseguir que los
soldados estadounidenses dejaran de hacer juicios morales sobre prácticas
culturales locales afganas en las que hombres mayores se iban con chicos
jóvenes al ‘amor de los jueves’ y a hacer algo de ‘ñaca-ñaca’. ‘Dejad de
imponer vuestros valores a otros’ era el mensaje dirigido a los soldados
estadounidenses. Ella estaba más allá del ‘no preguntes, no digas’, y me
pareció reconfortante” (Shweder, 2007). Shweder no entendía muy bien qué clase
de programa de aceptación cultural era el que encontraba reconfortante, aunque
su ignorancia ayudó al HTS a conseguir la legitimidad pública que necesitaba en
un momento crucial cuando los antropólogos que se mostraban críticos con ese
sistema se encontraron con que resultaba imposible que la junta editorial del Times les
escuchara.
Haciendo
la vista gorda
Entre
2009 y 2011, el ejército estadounidense creó una situación en la que los
informes y documentos oficiales retrataban la explotación sexual de los niños
como algo natural y aceptable de la cultura afgana.
En
2009, se hizo público un informe no clasificado de HTS sobre la “sexualidad
pastún”. El informe, escrito por Anna María Cardinalli (que tiene un doctorado
en Teología por la Universidad Notre Dame), sostiene que un enorme número de
hombres afganos practican “una homosexualidad culturalmente propagada”,
especialmente con niños, que podía explicarse parcialmente por “una larga
tradición cultural en la que se aprecia a los muchachos por su belleza física y
en la que hombres de más edad se encargan de su iniciación sexual” (Cardinalli,
2009: 1,2). El informe de Cardinalli sugiere que el personal militar
estadounidense necesita entender que esas dinámicas son “una fuerza social
esencial que subyace en la cultura pastún”, y aunque reconoce que esas
prácticas pueden implicar “un gran desequilibrio de poder y/o autoridad en
desventaja del muchacho afectado”, pone en duda que “esto pueda denominarse
adecuadamente como abusivo cuando se contempla a través de una lente desde
dentro de la cultura” (Cardinalli 2009: 2).
Dos
años después, en 2011, el ejército publicó un proyecto de manual de
entrenamiento que aconsejaba explícitamente al personal estadounidense que
ignorara los abusos perpetrados por los agentes de seguridad afganos. El manual
titulado “Crisis de confianza e incompatibilidad cultural”, estaba escrito por
el comandante Jeffrey Bordin (2011). Según su página de LinkedIn, Bordin tiene
un doctorado en psicología y un certificado como “Líder de Equipo del HTS” del
Mando para la Doctrina y Entrenamiento del Ejército (LinkedIn 2015). El
proyecto de manual incluye una lista de “temas de conversación tabú” que los
soldados estadounidenses deben evitar, incluida “cualquier crítica a la
pedofilia” y a “mencionar la homosexualidad y la conducta homosexual”. Como Cardinalli,
Bordin minimiza el abuso infantil como una singularidad cultural. El manual
afirma: “Conclusión: Las tropas pueden experimentar un choque socio-cultural
y/o desasosiego cuando interactúen con las fuerzas de seguridad afganas… Cuando
mejor conocimiento y conciencia se tenga sobre la cultura afgana, mejor
preparadas estarán las tropas estadounidenses para cooperar eficazmente y
evitar el conflicto cultural” (Bordin citado por Nissenbaum, 2011).
Es
sorprendente que las justificaciones de la pederastica por parte del HTS
provocaran tan poca atención de los medios. Por el contrario, las narraciones
militares sobre el maltrato a las mujeres afganas por parte de los talibán
fueron rutinariamente recicladas por una prensa bien dispuesta a partir de
2001, y muchos estadounidenses llegaron a creer que las mujeres afganas
necesitaban que las salvaran de sus propios hombres. Curiosamente, las agencias
informativas de EEUU han ignorado en gran medida el maltrato a las mujeres en
Arabia Saudí, Kuwait o Pakistán, estrechos aliados de EEUU.
En
realidad, los análisis del HTS se ajustan a estereotipos orientalistas
preconcebidos listos para usar sobre las sociedades islámicas, que fueron
críticamente diseccionados por el difunto Edward Said. No hay más que mirar la
cubierta de Orientalismo de Said, en la que aparece el cuadro
de Jean-Léon Gérôme “El encantador de serpientes”, un retrato idealizado de un
chico desnudo bailando ante los ancianos de la tribu. La imagen se alinea
perfectamente con las persistentes nociones europeas del exotismo oriental.
(Sorprende que los críticos europeos y estadounidenses de la pederastia ignoren
a menudo el hecho de que en Occidente se estuvo practicando durante siglos, de
forma más conocida en la antigua Grecia y Roma. Algunos sugieren que la
práctica puede haberse introducido en Asia Central durante el período de
Alejandro Magno, mucho antes de la llegada del Islam.) La información
“antropológica” que el HTS proporcionaba al ejército subrayaba con frecuencia
tal exotismo, haciendo caso omiso de los siglos de contacto con Occidente, los
legados del colonialismo europeo y las desigualdades de las relaciones de poder
que la mayoría de los análisis antropológicos deben abordar.
En
cualquier caso, los informes de Cardinalli y Bordin eran totalmente coherentes
con la actitud despreocupada de Montgomery McFate. En 2010, el director de
documentales Adam Curtis escribió en su blog sobre una conversación que mantuvo
con McFate. Cuando Curtis le preguntó qué era lo que ella creía que la
antropología podía aportar al ejército, respondió: “relativismo cultural”. Para
explicarlo, le habló del “Man-Boy Love Thursday” diciendo:
“Los
estadounidenses que dirigían la base habían decidido que estaba mal. Estaban
preocupados de que hombres mayores se aprovecharan sexualmente de chicos
jóvenes. Querían arrestar a esos afganos, pero el equipo de HTS persuadió a los
comandantes de la base de que esa era una parte aceptada de la cultura sexual
afgana. Me pregunto cuándo tiempo llevará antes de que los antropólogos empiecen
a decirle al ejército que lo que ellos piensan que es ‘corrupción’ es en
realidad un sistema profundamente enraizado de patronazgo tribal en Afganistán
que deberían aceptar.” (Curtis, 2010)
Curtis
se quedó claramente anonadado ante esta respuesta.
Relativismo
cultural no es relativismo moral
Los
comentarios de McFate y otros antiguos miembros del HTS, como Cardinalli y
Bordin, revelan una profunda y mala interpretación de la antropología y de la
sociedad afgana. Quizá el problema más grave es que las ideas expresadas por
los miembros del equipo del HTS revelan una confusión básica acerca de las
diferencias entre relativismo cultural y relativismo moral. El primero supone
un reconocimiento antropológico básico de que todas las culturas tienen creencias
y conductas diferentes que sus miembros consideran como normales y adecuadas.
Dada la universalidad de este entendimiento, los antropólogos utilizan el
relativismo cultural para comprender las diferencias culturales en sus propios
términos.
Pero
el relativismo moral es otra cosa bien distinta. El relativismo moral va más
allá del reconocimiento de la diferencia cultural y rechaza implicarse en
cualquier valoración de la moralidad de las prácticas. En este contexto, en el
Afganistán de nuestros días, la pedofilia no puede separarse de la presencia
allí del ejército estadounidense, como mantienen los pseudofilósofos del HTS.
Al adoptar una posición de relativismo moral, el HTS pretende eliminar de sí
mismo y del ejército de EEUU la responsabilidad por esos actos abusivos que se
producen en las bases militares estadounidenses. Sólo cabe preguntar por qué,
al llegar a esta posición de relativismo moral, el personal antropológicamente
formado del HTS ignoró descaradamente el compromiso de la Asociación de Antropología
de EEUU (AAA, por sus siglas en inglés) con los principios de los derechos
humanos internacionales (AAA, 1999; véase también Engle, 2001). ¡Qué
interesante que el presidente de Afganistán Ashraf Ghani –que tiene un
doctorado en Antropología por la Universidad de Columbia- condenara
recientemente los abusos sexuales a los niños en su país y se comprometiera a
adoptar severas medidas contra los abusadores! (Rosenberg, 2015).
Por
supuesto que existen diferencias culturales en las expresiones de la sexualidad
humana. De hecho, los impactos de esas diferencias culturales son
significativos e incluyen cosas como las construcciones culturales de
expresiones, orientaciones y consentimientos sexuales aceptables. El impacto de
la cultura en esos elementos de la sexualidad es real e importante. Pero lo que
resulta vital y no aparece en ese análisis militarizado de la ciencia social es
un reconocimiento fundamental del contexto político que genera esos análisis.
Como tantas otras cosas creadas en un contexto de invasión y ocupación militar,
el estudio e información de la sexualidad se produce a través de la niebla de
la guerra, que oscurece e impregna la forma de manejar y analizar lo que se
estudia. En esos contextos, lo que debían ser descripciones normalizadas de
variaciones en la conducta sexual se transforman en relaciones de poder y los
esfuerzos para des-exotizar las diferencias culturales en
estos contextos se convierten en inteligencia de la contrainsurgencia,
utilizada no sólo para entender y aceptar, sino para entender y controlar. En
Afganistán, estas condiciones crearon una escalada en cascada de hechos en los
que el personal del HTS proporcionó la racionalización necesaria para
transformar las instalaciones militares estadounidenses en áreas donde los aliados
de EEUU violaban y brutalizaban a muchachos contra su voluntad.
Estas
dinámicas de racionalización no son las únicas de esta guerra. Como el
antropólogo Marshall Sahlins observó hace medio siglo en su ensayo “La
destrucción de la conciencia en Vietnam”, a menudo se coloca a los soldados en
una situación en la que “todos los razonamientos periféricos quedan relegados.
Se convierte en una guerra con un propósito trascendente y en esa guerra todos
los esfuerzos del lado de los Buenos son virtuosos y todas las
muertes una necesidad desafortunada. El fin justifica los medios” (Sahlins,
1966).
Los
esfuerzos del HTS para absolver de responsabilidad y capacidad de actuar a los
oficiales estadounidenses en esos informes de secuestro y violación de chicos
jóvenes coloca a los soldados estadounidenses en una posición imposible: se les
pide que simulen que la protección y cobijo de EEUU a quienes llevan a cabo
esos actos no les hace a ellos moralmente culpables, ni siquiera cuando dan
testimonio de la explotación, coacción y abusos sexuales. Quizá no hay una
indicación más clara de la bancarrota moral del HTS que los efectos secundarios
de sus insensatas formas de “investigación”, que tienen un coste humano real.
Mientras los niños afganos sufren las consecuencias de la indiferencia oficial
frente a los abusos sexuales, los soldados estadounidenses se obsesionan con la
culpa moral ante la complacencia forzada mientras aguantan otra mentira más
acerca de la ocupación de Afganistán liderada por su país.
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Roberto J. González (roberto.gonzalez@sjsu.edu)
es profesor de Antropología en la Universidad del Estado de San José. Es autor de Zapotec Science (University of Texas Press,
2001) y Militarizing Culture (Left Coast Press, 2010). David Price (dprice@stmartin.edu)
es profesor de Antropología en la Universidad de Saint Martin. Es autor de Weaponizing Anthropology (CounterPunch Books,
2011) . Su próxima obra se titulará Cold War Anthropology: The CIA, the
Pentagon, and the Growth of Dual Use Anthropology (Duke University Press,
2016).
Fuente: http://www.counterpunch.org/2015/10/09/the-use-and-abuse-of-culture-and-children-the-human-terrain-systems-rationalization-of-pedophilia-in-afghanistan/
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