martes, 10 de marzo de 2015

PARA UN ANÁLISIS DEL CAPITALISMO


50 años de guerras imperiales: resultados y perspectivas

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09.03,2015

Traducido del inglés para Rebelión por Sara Plaza

El imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable, contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales

Para entender las operaciones, la estructura y la actuación del imperialismo estadounidense en América Latina es necesario reconocer la constelación de fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado imperial. A diferencia de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la facción militarista-sionista ha establecido su hegemonía, en América Latina las multinacionales han jugado un papel fundamental dirigiendo la política del estado imperial. En América Latina, los militaristas desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado por (1) el poder de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la derecha a la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el auge de las materias primas.

Al contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista ha tenido poca influencia en la política del estado imperial en esta región, ya que los intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y, con la posible excepción de Argentina, América Latina no es una prioridad.

Durante más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos estadounidenses dominaron y dictaron la política imperial de Estados Unidos hacia América Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la CIA fueron instrumentos del imperialismo económico mediante la intervención directa (invasiones), "golpes militares" por poderes, o la combinación de ambos.

El poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su punto más alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por poderes, invasiones militares directas (República Dominicana, Panamá, Granada) y elecciones controladas civil y militarmente se crearon estados vasallos y se impusieron nuevos gobernantes clientelistas.

Los resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la imposición de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por las multinacionales, y sus apéndices financieros internacionales (FMI, BM, BID) se encargaron de privatizar sectores económicos estratégicos muy lucrativos, se hicieron con el control del comercio y proyectaron un plan de integración regional que afianzó el dominio imperial de Estados Unidos.

La expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el resultado de las estructuras y las dinámicas internas de las multinacionales, sino que dependió de (1) la receptividad del país "anfitrión" o, más exactamente, de la correlación interna de las fuerzas de clase en América Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2) desempeño de la economía: su crecimiento o su susceptibilidad a las crisis.

América Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los regímenes clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un impacto negativo enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el poder del estado imperial y revirtiendo el avance económico de las multinacionales.

El avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el periodo que va desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción de políticas neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el incremento de deudas ilícitas y la transferencia de miles de millones de dólares al exterior. Sin embargo, la concentración de riqueza y propiedad desencadenó una profunda crisis socioeconómica en toda la región, la cual eventualmente condujo al derrocamiento o destitución de los colaboradores imperiales en Ecuador, Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua. En Brasil y en los países andinos surgieron poderosos movimientos sociales antiimperialistas, sobre todo en el campo. En las ciudades, los movimientos de trabajadores desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder gobiernos de centro-izquierda que "re-negociaron" las relaciones con el estado imperial estadounidense.

La influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina se fue debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de recursos militares del estado imperial para intervenir e imponer de nuevo presidentes clientelistas neoliberales, pues sus prioridades militares estaban en otra parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.

A diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América Latina no contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno respaldo de las fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos regímenes cívico-militares clientelistas de Estados Unidos en América Latina.

El plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en torno a Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de centro-izquierda. El estado imperial recurrió entonces a los acuerdos de libre comercio con México, Chile, Colombia, Panamá y Perú. Como resultado de la crisis económica y del colapso de la mayoría de las economías latinoamericanas, el "neoliberalismo", la ideología de la penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus partidarios fueron marginados.

Los cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las relaciones comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América Latina. El crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la demanda y el aumento de los precios de las materias primas condujo a un considerable debilitamiento del dominio estadounidense en los mercados latinoamericanos.

Los países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y encontraron nuevos mercados exteriores, especialmente China. El incremento de los ingresos de las exportaciones se tradujo en una mayor capacidad de autofinanciación. Y tanto el FMI, como el BM y el BID, los instrumentos económicos que sirvieron para impulsar las imposiciones económicas de Estados Unidos ("condicionalidad"), fueron orillados.

El estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes latinoamericanos que adoptaron opciones económicas, mercados y medidas de financiamiento muy diversas. Con considerable apoyo popular en sus países y los mandos civil y militar unificados, América Latina fue saliendo tímidamente de la esfera estadounidense de dominación imperialista.

El estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los "éxitos" cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de su influencia utilizando el método de "ensayo y error" para enfrentar los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron apoyando a los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda credibilidad en América Latina. El estado imperial no supo adaptarse a los cambios, lo que hizo que aumentara la oposición popular y de los gobiernos de centro-izquierda a los "mercados libres" y la desregulación bancaria. A diferencia de las reformas sociales promovidas por el presidente Kennedy vía la "Alianza para el Progreso" para contrarrestar el impacto generado por la revolución cubana, esta vez no se diseñaron programas de ayuda económica a gran escala para imponerse a la centro-izquierda, quizás debido a las restricciones presupuestarias derivadas de las costosas guerras en otros lugares.

La desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo unidas a las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a propuestas rivales de cómo recuperar el dominio. La "facción militarista" recurrió a (y revivió) la fórmula del golpe militar para llevar a cabo la restauración: se organizaron golpes de Estado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y Paraguay; salvo los dos últimos, todos fracasaron. La derrota de los representantes de Estados Unidos consolidó los regímenes independientes y antiimperialistas de centro-izquierda. Incluso el "éxito" del golpe estadounidense en Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota diplomática: los gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el papel de Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.

La derrota de la estrategia militarista reforzó la facción político-diplomática del estado imperial. Con propuestas positivas hacia los en apariencia "regímenes de centro-izquierda", esta facción ganó influencia diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la expansión de las multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con los dos últimos países la facción económica del estado imperial consolidó acuerdos bilaterales de libre comercio.

Una tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras dos, combinó cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia muy agresiva de desestabilización política dirigida al "cambio de régimen" (golpe de Estado) en Venezuela.

La heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus orientaciones enfrentadas refleja la complejidad de los intereses implicados en la construcción del imperio en América Latina y tiene como consecuencia políticas aparentemente contradictorias, un fenómeno que resulta menos evidente en Oriente Medio, donde la configuración del poder militarista-sionista domina la formulación de políticas imperiales.

Por ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones contrainsurgentes en Colombia (una prioridad de la facción militarista) se acompaña de acuerdos bilaterales de libre comercio y negociaciones de paz entre el gobierno de Santos y la insurgencia armada de las FARC (una prioridad de la facción de las multinacionales).

Recuperar el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las posibilidades electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el neoliberal Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado mediático imperial, Clarín, enfrentando la legislación que desconcentra el monopolio mediático; (3) explotar la muerte del fiscal Alberto Nisman, colaborador de la CIA y el Mossad, para desacreditar al gobierno de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a los fondos de inversión especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el pago de intereses desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales cuestionables, bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.

Tanto la facción militarista como la de las multinacionales del estado imperial coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con múltiples flancos, la cual busca restaurar el poder de un régimen neoliberal controlado por Estados Unidos.

 Las contingencias que evitaron la recuperación del poder imperial durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del precio de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de derechas apoyados por el estado imperial. El menor crecimiento de China ha afectado a las estrategias de diversificación del mercado latinoamericano. El equilibrio interno de las fuerzas de clase se ha desplazado hacia la derecha, hacia los clientes políticos de Estados Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay. 


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