50
años de guerras imperiales: resultados y perspectivas
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09.03,2015
Traducido
del inglés para Rebelión por Sara Plaza
El
imperialismo estadounidense en América Latina: estructura variable,
contingencias internas y externas, prioridades cambiantes y restricciones globales
Para
entender las operaciones, la estructura y la actuación del imperialismo
estadounidense en América Latina es necesario reconocer la constelación de
fuerzas rivales que ha moldeado las políticas del estado imperial. A diferencia
de lo que ha ocurrido en Oriente Medio, donde la facción militarista-sionista
ha establecido su hegemonía, en América Latina las multinacionales han jugado
un papel fundamental dirigiendo la política del estado imperial. En América
Latina, los militaristas desempeñaron un papel mucho menos destacado, limitado
por (1) el poder de las multinacionales, (2) el giro del poder político de la
derecha a la centro-izquierda, y (3) el impacto de la crisis económica y el
auge de las materias primas.
Al
contrario que en Oriente Medio, la configuración del poder sionista ha tenido
poca influencia en la política del estado imperial en esta región, ya que los
intereses israelíes se concentran en Oriente Medio y, con la posible excepción
de Argentina, América Latina no es una prioridad.
Durante
más de un siglo y medio, las multinacionales y los bancos estadounidenses
dominaron y dictaron la política imperial de Estados Unidos hacia América
Latina. Las fuerzas armadas estadounidenses y la CIA fueron instrumentos del
imperialismo económico mediante la intervención directa (invasiones),
"golpes militares" por poderes, o la combinación de ambos.
El
poder económico imperial estadounidense en América Latina alcanzó su punto más
alto entre 1975 y 1999. Por medio de golpes militares por poderes, invasiones
militares directas (República Dominicana, Panamá, Granada) y elecciones
controladas civil y militarmente se crearon estados vasallos y se impusieron
nuevos gobernantes clientelistas.
Los
resultados fueron el desmantelamiento del estado de bienestar y la imposición
de políticas neoliberales. El estado imperial dirigido por las multinacionales,
y sus apéndices financieros internacionales (FMI, BM, BID) se encargaron de
privatizar sectores económicos estratégicos muy lucrativos, se hicieron con el
control del comercio y proyectaron un plan de integración regional que afianzó
el dominio imperial de Estados Unidos.
La
expansión económica imperial en América Latina no fue simplemente el resultado
de las estructuras y las dinámicas internas de las multinacionales, sino que
dependió de (1) la receptividad del país "anfitrión" o, más
exactamente, de la correlación interna de las fuerzas de clase en América
Latina, las cuales a su vez giraban en torno al (2) desempeño de la economía:
su crecimiento o su susceptibilidad a las crisis.
América
Latina demuestra que contingencias como la desaparición de los regímenes
clientelistas y de las clases colaboradoras pueden tener un impacto negativo
enorme en las dinámicas del imperialismo, socavando el poder del estado imperial
y revirtiendo el avance económico de las multinacionales.
El
avance del imperialismo económico de Estados Unidos durante el periodo que va
desde 1975 hasta el año 2000 quedó patente en la adopción de políticas
neoliberales, el saqueo de los recursos nacionales, el incremento de deudas
ilícitas y la transferencia de miles de millones de dólares al exterior. Sin
embargo, la concentración de riqueza y propiedad desencadenó una profunda
crisis socioeconómica en toda la región, la cual eventualmente condujo al
derrocamiento o destitución de los colaboradores imperiales en Ecuador,
Bolivia, Venezuela, Argentina, Brasil, Uruguay, Paraguay y Nicaragua. En Brasil
y en los países andinos surgieron poderosos movimientos sociales
antiimperialistas, sobre todo en el campo. En las ciudades, los movimientos de
trabajadores desempleados y los sindicatos de empleados públicos de Argentina y
Uruguay encabezaron cambios electorales, instalando en el poder gobiernos de
centro-izquierda que "re-negociaron" las relaciones con el estado
imperial estadounidense.
La
influencia de las multinacionales estadounidenses en América Latina se fue
debilitando. Ya no podían contar con la batería completa de recursos militares
del estado imperial para intervenir e imponer de nuevo presidentes
clientelistas neoliberales, pues sus prioridades militares estaban en otra
parte: Oriente Medio, el sur de Asia y el norte de África.
A
diferencia del pasado, las multinacionales estadounidenses en América Latina no
contaron con dos puntales esenciales del poder: el pleno respaldo de las
fuerzas armadas estadounidenses y los poderosos regímenes cívico-militares
clientelistas de Estados Unidos en América Latina.
El
plan de las multinacionales estadounidenses de una integración en torno a
Estados Unidos fue rechazado por los gobiernos de centro-izquierda. El estado
imperial recurrió entonces a los acuerdos de libre comercio con México, Chile,
Colombia, Panamá y Perú. Como resultado de la crisis económica y del colapso de
la mayoría de las economías latinoamericanas, el "neoliberalismo", la
ideología de la penetración económica imperial, quedó desacreditado y sus
partidarios fueron marginados.
Los
cambios en la economía mundial tuvieron un impacto profundo en las relaciones
comerciales y de inversión entre Estados Unidos y América Latina. El
crecimiento dinámico de China, el subsiguiente auge de la demanda y el aumento
de los precios de las materias primas condujo a un considerable debilitamiento
del dominio estadounidense en los mercados latinoamericanos.
Los
países latinoamericanos diversificaron el comercio, buscaron y encontraron
nuevos mercados exteriores, especialmente China. El incremento de los ingresos
de las exportaciones se tradujo en una mayor capacidad de autofinanciación. Y
tanto el FMI, como el BM y el BID, los instrumentos económicos que sirvieron
para impulsar las imposiciones económicas de Estados Unidos
("condicionalidad"), fueron orillados.
El
estado imperial estadounidense se enfrentó a regímenes latinoamericanos que
adoptaron opciones económicas, mercados y medidas de financiamiento muy
diversas. Con considerable apoyo popular en sus países y los mandos civil y
militar unificados, América Latina fue saliendo tímidamente de la esfera
estadounidense de dominación imperialista.
El
estado imperial y sus multinacionales, enormemente inspirados por los
"éxitos" cosechados en los noventa, respondieron al debilitamiento de
su influencia utilizando el método de "ensayo y error" para enfrentar
los nuevos obstáculos del siglo XXI. Los responsables de la política
estadounidense, con el respaldo de las multinacionales, continuaron apoyando a
los fracasados regímenes neoliberales, perdiendo toda credibilidad en América
Latina. El estado imperial no supo adaptarse a los cambios, lo que hizo que
aumentara la oposición popular y de los gobiernos de centro-izquierda a los
"mercados libres" y la desregulación bancaria. A diferencia de las
reformas sociales promovidas por el presidente Kennedy vía la "Alianza
para el Progreso" para contrarrestar el impacto generado por la revolución
cubana, esta vez no se diseñaron programas de ayuda económica a gran escala
para imponerse a la centro-izquierda, quizás debido a las restricciones
presupuestarias derivadas de las costosas guerras en otros lugares.
La
desaparición de los regímenes neoliberales, el pegamento que mantuvo unidas a
las diferentes facciones del estado imperial, dio lugar a propuestas rivales de
cómo recuperar el dominio. La "facción militarista" recurrió a (y
revivió) la fórmula del golpe militar para llevar a cabo la restauración: se
organizaron golpes de Estado en Venezuela, Ecuador, Bolivia, Honduras y
Paraguay; salvo los dos últimos, todos fracasaron. La derrota de los
representantes de Estados Unidos consolidó los regímenes independientes y
antiimperialistas de centro-izquierda. Incluso el "éxito" del golpe
estadounidense en Honduras tuvo como consecuencia una importante derrota
diplomática: los gobiernos latinoamericanos condenaron el golpe de Estado y el
papel de Estados Unidos, lo que terminó aislando a Washington todavía más.
La
derrota de la estrategia militarista reforzó la facción político-diplomática
del estado imperial. Con propuestas positivas hacia los en apariencia
"regímenes de centro-izquierda", esta facción ganó influencia
diplomática, mantuvo los vínculos militares y contribuyó a la expansión de las
multinacionales en Uruguay, Brasil, Chile y Perú. Con los dos últimos países la
facción económica del estado imperial consolidó acuerdos bilaterales de libre
comercio.
Una
tercera facción corporativo-militar, que se solapa con las otras dos, combinó
cambios diplomático-políticos hacia Cuba con una estrategia muy agresiva de
desestabilización política dirigida al "cambio de régimen" (golpe de
Estado) en Venezuela.
La
heterogeneidad de las facciones del estado imperial y sus orientaciones
enfrentadas refleja la complejidad de los intereses implicados en la
construcción del imperio en América Latina y tiene como consecuencia políticas
aparentemente contradictorias, un fenómeno que resulta menos evidente en
Oriente Medio, donde la configuración del poder militarista-sionista domina la
formulación de políticas imperiales.
Por
ejemplo, el aumento de las bases militares y las operaciones contrainsurgentes
en Colombia (una prioridad de la facción militarista) se acompaña de acuerdos
bilaterales de libre comercio y negociaciones de paz entre el gobierno de
Santos y la insurgencia armada de las FARC (una prioridad de la facción de las
multinacionales).
Recuperar
el dominio imperial en Argentina supone (1) maximizar las posibilidades
electorales del jefe de Gobierno de la Ciudad de Buenos Aires, el neoliberal
Mauricio Macri; (2) apoyar al conglomerado mediático imperial, Clarín,
enfrentando la legislación que desconcentra el monopolio mediático; (3)
explotar la muerte del fiscal Alberto Nisman, colaborador de la CIA y el
Mossad, para desacreditar al gobierno de Kirchner-Fernández; y (4) respaldar a
los fondos de inversión especuladores (buitres) en Nueva York para exigir el
pago de intereses desorbitados y, con la ayuda de resoluciones judiciales
cuestionables, bloquear el acceso de Argentina a los mercados internacionales.
Tanto
la facción militarista como la de las multinacionales del estado imperial
coinciden en apoyar una estrategia electoral y golpista con múltiples flancos,
la cual busca restaurar el poder de un régimen neoliberal controlado por
Estados Unidos.
Las contingencias que evitaron la recuperación del
poder imperial durante la pasada década actúan ahora a la inversa. La caída del
precio de las materias primas ha debilitado a los gobiernos posneoliberales en
Venezuela, Argentina y Ecuador. La decadencia de los movimientos
antiimperialistas a consecuencia de las tácticas de cooptación de
centro-izquierda ha reforzado las protestas y a los movimientos de derechas
apoyados por el estado imperial. El menor crecimiento de China ha afectado a
las estrategias de diversificación del mercado latinoamericano. El equilibrio
interno de las fuerzas de clase se ha desplazado hacia la derecha, hacia los
clientes políticos de Estados Unidos en Brasil, Argentina, Perú y Paraguay.
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