España
en su nuevo laberinto
Por José Luis Carretero Miramar
KAOSENLARED
4 de mayo de 2024
El gobierno
español presume de que el Producto Interior Bruto del país ha crecido, en 2023,
un 2 % mientras la mayor parte de las economías de la Eurozona se encuentran en
una situación de estancamiento o recesión técnica. La inflación ya no se
mantiene en cifras desastrosas, gracias a la colaboración de los sindicatos
mayoritarios, que han garantizado la pérdida de poder adquisitivo de la clase
trabajadora negociando subidas salariales limitadas y aislando los movimientos
huelguísticos que han acompañado a algunas negociaciones de convenios
sectoriales importantes.
Además, la economía
española recoge numerosas inversiones de fondos globales destinadas a convertir
a la Península Ibérica en el principal “hub” energético de la Unión Europea.
Mientras la competitividad de la industria alemana se desploma, ya que sus
grandes empresas no pueden acceder a la energía barata rusa como había venido
sucediendo en las últimas décadas, España atesora la mayoría de las plantas
regasificadoras del continente europeo, lo que la transforma en el puerto de
llegada del Gas Natural Licuado estadounidense o qatarí destinado a la
industria centroeuropea. Al mismo tiempo, se despliegan numerosas iniciativas
vinculadas con las renovables, facilitadas por el clima y la luminosidad del campo
español, y se intenta convertir al sur peninsular en el gran centro de
producción y distribución, a escala europea, del hidrógeno “verde” del futuro.
El mercado turístico
muestra una recuperación total tras la pandemia, alcanzando, de nuevo, cerca
del 14 % del Producto Interior Bruto. La economía española continúa estando
basada en trabajo barato, precario y poco cualificado (y cada vez más, de
origen migrante), lo que permite alimentar modelos de negocio poco
tecnológicos. La productividad del trabajo y la inversión productiva se
mantienen en el furgón de cola de Europa, pero la distribución de los fondos
europeos y las recurrentes burbujas inmobiliarias garantizan la persistencia de
una amplia “clase media” que, aunque mengua cada vez más, es un pilar de la
estabilidad del sistema. Al mismo tiempo, las tasas de pobreza avanzan año tras
año, y la precariedad es la norma vital en los barrios proletarios.
Sin embargo, el modelo
político español aún no se ha recuperado del todo de la brutal sacudida que supusieron
las movilizaciones sociales que siguieron a la crisis económica del año 2008.
Aunque el llamado “Régimen del 78” (por el año de aprobación de la Constitución
vigente, 1978) ha podido recuperarse en gran medida del shock político
provocado por el Movimiento 15-M cooptando a cuadros de la movilización y
ahogando hasta el colapso a su expresión parlamentaria (Podemos), lo cierto es
que el escenario político español sigue siendo inestable y amenaza con derivar
hacia el caos.
Por un lado, la absorción y
desarme de las fuerzas a la izquierda del PSOE (el partido gobernante,
socio-liberal) por parte del gobierno de Pedro Sánchez no ha permitido
recomponer del todo el bipartidismo anterior. La derecha sigue fragmentada y la
emergencia de un partido de ultraderecha con claros tintes neofranquistas (Vox)
dificulta al Partido Popular (conservador) acceder al poder. Las últimas
elecciones pusieron de manifiesto la debilidad del proyecto del PSOE (obligado
a pactar con todas las fuerzas excepto el PP y Vox), pero también que va a ser
difícil una victoria electoral de la derecha (PP) mientras necesite pactar para
ello con Vox, ya que gran parte de la población está dispuesta a votar a quien
sea para evitar la llegada de la ultraderecha al poder.
Por otro lado, las tensiones
territoriales con el nacionalismo catalán, desatadas por las consecuencias de
la declaración de independencia de la “República Catalana” en 2017, convierten
este escenario en algo mucho más caótico e inestable. El PSOE necesita el apoyo
parlamentario de los nacionalistas periféricos (vascos, catalanes, gallegos)
para gobernar, y la derecha, cada vez más radicalizada, boicotea abiertamente
toda tentativa de “desinflamar” (como lo ha llamado el presidente Sánchez) el
conflicto abierto en Cataluña.
Hay que tener presente que
los nacionalismos periféricos están formados por una amplia alianza de clases
que incluye sectores progresistas y sectores burgueses de ideología
abiertamente reaccionaria. De hecho, Junts per Catalunya, el partido del
expresidente catalán Puigdemont es una organización abiertamente de derechas
que ha reclamado en sus últimas negociaciones con el gobierno tener el control
de la política migratoria en Cataluña para tratar de evitar la creciente
competencia local de una naciente organización independentista de ultraderecha
que ha centrado su discurso político en la lucha contra la inmigración (Aliança
Catalana).
Esta caótica amalgama en
las filas de los partidos que, de una manera u otra, apoyan al gobierno
social-liberal y europeísta (el PSOE) genera numerosas contradicciones en el
día a día del Parlamento. La derecha lo aprovecha para generar el caos desde su
control incontestado del aparato judicial.
La última demostración de
fuerza de la derecha judicial, de hecho, ha sido su abierta insumisión a la
decisión parlamentaria de intentar aprobar una ley de amnistía para los
represaliados y represaliadas por el conflicto catalán. Los jueces demuestran
su abierta insurrección frente al poder legislativo multiplicando los cargos
contra los represaliados, planteando acusaciones que saben insostenibles pero
que permitirían inaplicar la ley de amnistía a personas concretas. El gobierno,
finalmente, aprueba la ley de amnistía con una remisión expresa a la
legislación europea, pues sabe que quién decidirá, en el transcurso de los
próximos años, si la ley es aplicable será el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea.
La derecha controla también
el Consejo General del Poder Judicial, negándose abiertamente a renovarlo en
cumplimiento de la Constitución. Ampara en sus tramas mediáticas todo tipo de
bulos y difamaciones a las personalidades de la izquierda. La patética
demostración de debilidad del presidente del gobierno, con su “amenaza temporal
de dimisión de las últimas semanas” es una muestra del poder omnímodo que,
sobre el sistema judicial, tienen las redes familiares oligárquicas acrisoladas
durante el franquismo, que nunca han dejado de ostentar el poder real en
nuestra sociedad.
Mientras tanto, la
represión contra los movimientos sociales se ha vuelto crecientemente ubicua.
Seis jóvenes militantes del sindicato CNT están encausados con posibles penas
de prisión por su participación en un conflicto laboral en la cafetería La
Suiza de Xixón. Ocho compañeras de la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca
(PAH) de Guadalajara enfrentan también cargos penales por una acción de
protesta pacífica frente a un desahucio. Son sólo ejemplos de la
multiplicidad de casos que se están dando por todo el territorio nacional, en
los que se intenta condenar a los activistas sociales a penas desproporcionadas
y sin precedentes en nuestro país, por actividades que tradicionalmente se
consideraban fuera del ámbito penal por su relación estrecha con el ejercicio
de derechos fundamentales como la libertad de expresión, el derecho de reunión
o el derecho a la acción sindical.
La izquierda radical nada
entre la confusión y la apatía. Se levantan algunas movilizaciones del
sindicalismo combativo, del feminismo y del movimiento de lucha por la
vivienda, así como algunas muestras de resistencia rural a la expansión de las
renovables. Hay también un amplio movimiento del pequeño y medio campesinado
contra las medidas neoliberales de la Unión Europea que intenta capitalizar la
ultraderecha desviándolo hacia una crítica de las tibias posiciones ecologistas
de la Unión.
En este escenario, el
movimiento obrero revolucionario precisa de un proceso amplio de debate que
permita la articulación de potentes estructuras organizativas, de nuevos
discursos más apegados a los problemas de la vida real de la clase trabajadora,
de líneas estratégicas claras y autónomas respecto de la socialdemocracia
atlantista y del emergente “rojipardismo” reaccionario. Hay que recuperar el
sentido de organización y la autonomía de clase. Hay que construir y lanzar
mensajes claros y comprensibles a una clase trabajadora cada vez más
fragmentada, precarizada y sumergida en la confusión ideológica y vital. En
este escenario convulso y contradictorio es cada vez más importante transmitir
claridad y decisión, tanto como deslindar los campos con los sectores que
quieren llevar al movimiento obrero hacia una deriva disolvente, que defiende
la “lúcida claudicación” y la primacía de lo espectacular, elitista y lúdico
frente al trabajo de base, la formación colectiva y los procesos organizativos.
Hay que combatir toda forma de fatalismo y trabajar decididamente para
clarificar las líneas de desarrollo del conflicto de clase en las mentes y los
corazones de la clase trabajadora, empujándola a la acción organizada.
Y todo ello en un momento
en que los tambores de una posible guerra con Rusia se hacen cada vez más
audibles en Europa. El presupuesto de defensa se multiplica mientras los
servicios sociales y el precario Estado del Bienestar español se degradan a
pasos agigantados. Los periódicos generalistas dedican gran parte de su espacio
a la posibilidad de la guerra y se empieza a hablar de la recuperación del
servicio militar obligatorio.
Si no queremos acabar
siendo peones ensangrentados en el campo de batalla de los grandes oligarcas
globales, tendremos que organizarnos para cambiarlo todo.
España
en su nuevo laberinto
Actualizado el 4 de mayo de 2024 / Por José Luis Carretero Miramar
El
gobierno español presume de que el Producto Interior Bruto del país ha crecido,
en 2023, un 2 % mientras la mayor parte de las economías de la Eurozona se
encuentran en una situación de estancamiento o recesión técnica. La inflación
ya no se mantiene en cifras desastrosas, gracias a la colaboración de los
sindicatos mayoritarios, que han garantizado la pérdida de poder adquisitivo de
la clase trabajadora negociando subidas salariales limitadas y aislando los
movimientos huelguísticos que han acompañado a algunas negociaciones de
convenios sectoriales importantes.
Además, la economía
española recoge numerosas inversiones de fondos globales destinadas a convertir
a la Península Ibérica en el principal “hub” energético de la Unión Europea.
Mientras la competitividad de la industria alemana se desploma, ya que sus
grandes empresas no pueden acceder a la energía barata rusa como había venido
sucediendo en las últimas décadas, España atesora la mayoría de las plantas
regasificadoras del continente europeo, lo que la transforma en el puerto de
llegada del Gas Natural Licuado estadounidense o qatarí destinado a la
industria centroeuropea. Al mismo tiempo, se despliegan numerosas iniciativas
vinculadas con las renovables, facilitadas por el clima y la luminosidad del
campo español, y se intenta convertir al sur peninsular en el gran centro de
producción y distribución, a escala europea, del hidrógeno “verde” del futuro.
El mercado turístico
muestra una recuperación total tras la pandemia, alcanzando, de nuevo, cerca
del 14 % del Producto Interior Bruto. La economía española continúa estando
basada en trabajo barato, precario y poco cualificado (y cada vez más, de
origen migrante), lo que permite alimentar modelos de negocio poco
tecnológicos. La productividad del trabajo y la inversión productiva se
mantienen en el furgón de cola de Europa, pero la distribución de los fondos
europeos y las recurrentes burbujas inmobiliarias garantizan la persistencia de
una amplia “clase media” que, aunque mengua cada vez más, es un pilar de la
estabilidad del sistema. Al mismo tiempo, las tasas de pobreza avanzan año tras
año, y la precariedad es la norma vital en los barrios proletarios.
Sin embargo, el modelo
político español aún no se ha recuperado del todo de la brutal sacudida que
supusieron las movilizaciones sociales que siguieron a la crisis económica del
año 2008. Aunque el llamado “Régimen del 78” (por el año de aprobación de la
Constitución vigente, 1978) ha podido recuperarse en gran medida del shock
político provocado por el Movimiento 15-M cooptando a cuadros de la
movilización y ahogando hasta el colapso a su expresión parlamentaria
(Podemos), lo cierto es que el escenario político español sigue siendo
inestable y amenaza con derivar hacia el caos.
Por un lado, la absorción y
desarme de las fuerzas a la izquierda del PSOE (el partido gobernante,
socio-liberal) por parte del gobierno de Pedro Sánchez no ha permitido
recomponer del todo el bipartidismo anterior. La derecha sigue fragmentada y la
emergencia de un partido de ultraderecha con claros tintes neofranquistas (Vox)
dificulta al Partido Popular (conservador) acceder al poder. Las últimas
elecciones pusieron de manifiesto la debilidad del proyecto del PSOE (obligado
a pactar con todas las fuerzas excepto el PP y Vox), pero también que va a ser
difícil una victoria electoral de la derecha (PP) mientras necesite pactar para
ello con Vox, ya que gran parte de la población está dispuesta a votar a quien
sea para evitar la llegada de la ultraderecha al poder.
Por otro lado, las
tensiones territoriales con el nacionalismo catalán, desatadas por las
consecuencias de la declaración de independencia de la “República Catalana” en
2017, convierten este escenario en algo mucho más caótico e inestable. El PSOE
necesita el apoyo parlamentario de los nacionalistas periféricos (vascos,
catalanes, gallegos) para gobernar, y la derecha, cada vez más radicalizada,
boicotea abiertamente toda tentativa de “desinflamar” (como lo ha llamado el
presidente Sánchez) el conflicto abierto en Cataluña.
Hay que tener presente que
los nacionalismos periféricos están formados por una amplia alianza de clases
que incluye sectores progresistas y sectores burgueses de ideología
abiertamente reaccionaria. De hecho, Junts per Catalunya, el partido del
expresidente catalán Puigdemont es una organización abiertamente de derechas
que ha reclamado en sus últimas negociaciones con el gobierno tener el control
de la política migratoria en Cataluña para tratar de evitar la creciente
competencia local de una naciente organización independentista de ultraderecha
que ha centrado su discurso político en la lucha contra la inmigración (Aliança
Catalana).
Esta caótica amalgama en
las filas de los partidos que, de una manera u otra, apoyan al gobierno
social-liberal y europeísta (el PSOE) genera numerosas contradicciones en el
día a día del Parlamento. La derecha lo aprovecha para generar el caos desde su
control incontestado del aparato judicial.
La última demostración de
fuerza de la derecha judicial, de hecho, ha sido su abierta insumisión a la
decisión parlamentaria de intentar aprobar una ley de amnistía para los represaliados
y represaliadas por el conflicto catalán. Los jueces demuestran su abierta
insurrección frente al poder legislativo multiplicando los cargos contra los
represaliados, planteando acusaciones que saben insostenibles pero que
permitirían inaplicar la ley de amnistía a personas concretas. El gobierno,
finalmente, aprueba la ley de amnistía con una remisión expresa a la
legislación europea, pues sabe que quién decidirá, en el transcurso de los
próximos años, si la ley es aplicable será el Tribunal de Justicia de la Unión
Europea.
La derecha controla también
el Consejo General del Poder Judicial, negándose abiertamente a renovarlo en
cumplimiento de la Constitución. Ampara en sus tramas mediáticas todo tipo de
bulos y difamaciones a las personalidades de la izquierda. La patética
demostración de debilidad del presidente del gobierno, con su “amenaza temporal
de dimisión de las últimas semanas” es una muestra del poder omnímodo que,
sobre el sistema judicial, tienen las redes familiares oligárquicas acrisoladas
durante el franquismo, que nunca han dejado de ostentar el poder real en
nuestra sociedad.
Mientras tanto, la
represión contra los movimientos sociales se ha vuelto crecientemente ubicua.
Seis jóvenes militantes del sindicato CNT están encausados con posibles penas
de prisión por su participación en un conflicto laboral en la cafetería La
Suiza de Xixón. Ocho compañeras de la Plataforma de Afectadas por la Hipoteca
(PAH) de Guadalajara enfrentan también cargos penales por una acción de
protesta pacífica frente a un desahucio. Son sólo ejemplos de la
multiplicidad de casos que se están dando por todo el territorio nacional, en
los que se intenta condenar a los activistas sociales a penas desproporcionadas
y sin precedentes en nuestro país, por actividades que tradicionalmente se
consideraban fuera del ámbito penal por su relación estrecha con el ejercicio
de derechos fundamentales como la libertad de expresión, el derecho de reunión
o el derecho a la acción sindical.
La izquierda radical nada
entre la confusión y la apatía. Se levantan algunas movilizaciones del
sindicalismo combativo, del feminismo y del movimiento de lucha por la
vivienda, así como algunas muestras de resistencia rural a la expansión de las
renovables. Hay también un amplio movimiento del pequeño y medio campesinado
contra las medidas neoliberales de la Unión Europea que intenta capitalizar la
ultraderecha desviándolo hacia una crítica de las tibias posiciones ecologistas
de la Unión.
En este escenario, el
movimiento obrero revolucionario precisa de un proceso amplio de debate que
permita la articulación de potentes estructuras organizativas, de nuevos
discursos más apegados a los problemas de la vida real de la clase trabajadora,
de líneas estratégicas claras y autónomas respecto de la socialdemocracia
atlantista y del emergente “rojipardismo” reaccionario. Hay que recuperar el
sentido de organización y la autonomía de clase. Hay que construir y lanzar
mensajes claros y comprensibles a una clase trabajadora cada vez más
fragmentada, precarizada y sumergida en la confusión ideológica y vital. En
este escenario convulso y contradictorio es cada vez más importante transmitir
claridad y decisión, tanto como deslindar los campos con los sectores que
quieren llevar al movimiento obrero hacia una deriva disolvente, que defiende
la “lúcida claudicación” y la primacía de lo espectacular, elitista y lúdico
frente al trabajo de base, la formación colectiva y los procesos organizativos.
Hay que combatir toda forma de fatalismo y trabajar decididamente para
clarificar las líneas de desarrollo del conflicto de clase en las mentes y los
corazones de la clase trabajadora, empujándola a la acción organizada.
Y todo ello en un momento
en que los tambores de una posible guerra con Rusia se hacen cada vez más
audibles en Europa. El presupuesto de defensa se multiplica mientras los
servicios sociales y el precario Estado del Bienestar español se degradan a
pasos agigantados. Los periódicos generalistas dedican gran parte de su espacio
a la posibilidad de la guerra y se empieza a hablar de la recuperación del
servicio militar obligatorio.
Si no queremos acabar
siendo peones ensangrentados en el campo de batalla de los grandes oligarcas
globales, tendremos que organizarnos para cambiarlo todo.
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