El enfado en el campo
Rebelion / España
Viento Sur
06/02/2024
Vivimos días en
los que el campo llena titulares y pantallas. Se repite
que el campo está enfadado. Algunas personas, que no vivimos
de lo que cultivamos, opinamos y analizamos sobre las que sí lo hacen con el
ruido que esto nos puede generar a nosotras mismas, conscientes de las
limitaciones de nuestros análisis. Se nombra a Europa y su Política Agraria
Común (la famosa PAC), a los altos costes y baja remuneración que afronta la
agricultura y se nombra el Tratado con Mercosur entre las principales causas
del enfado. Pero si miramos atentamente estas movilizaciones y las
problemáticas de las que emergen, vemos que enraízan en cuestiones más
profundas.
Lo primero a
destacar sería que no hay un campo en singular, sino muchos
campos que se están movilizando. Si a una gran empresa multinacional la
amenazaran con cortar suministros externos de los que depende, toda la empresa
se enfadaría, pero la situación de los propietarios de esa empresa y la de las
personas trabajadoras serían distintas. Mientras las personas propietarias
estarán preocupadas por no perder, las trabajadoras estarán
preocupadas por sobrevivir. La capacidad de resistencia y de afrontar las
crisis no es homogénea y está atravesada por múltiples ejes, empezando por el
capital, el poder de decisión y el de maniobra que tiene cada una. El medio
rural y en el sector agrícola-ganadero europeo no son una multinacional pero
cuentan con distancias y desigualdades de poder similares. Por eso, en algunos
países, como Francia o Alemania, las organizaciones campesinas se han preocupado
de visibilizar que en estas movilizaciones no todo es lo mismo, que hay
intereses de grandes empresas, la patronal agraria, peleando para no perder y
mantener macroproyectos, mientras ellas buscan sobrevivir con vidas dignas.
Insisten en que
a pesar de que se están movilizando en las mismas fechas y que todas son parte
de lo que sucede en los campos, no van de la mano. Así, mientras ellas
reivindican una seguridad social agraria, ingresos dignos y una alimentación
que sostenga personas y enfríe el planeta, otras buscan el mantenimiento de un
modelo que solo alimenta intereses extractivistas y que éstos se sostengan con
dinero público. Además, a caballo entre las grandes empresas y el pequeño
campesinado hay otras producciones de tamaño mediano que, sin ser gigantes, ya
no se identifican ni con lo pequeño ni como campesinas. Abrazaron el discurso
de lo grande como objetivo, pero esa escala no es más que una ilusión y su
capacidad de maniobra no es la de quienes cuentan con gran capital. Son
producciones que facturan muchos euros, pero esclavas del modelo, muy
endeudadas y con poco margen de decisión.
En medio de
todos estos malestares, la derecha y extrema derecha buscan pescar y los
grandes sindicatos agrarios buscan el mal menor. En este país, ha faltado tiempo
para que afloren los titulares que digan que la culpa de todo la tiene la
ecología, como si el cambio climático no existiera y las políticas de la UE
fuesen ecologistas. La misma UE que a finales de 2023 aprobó continuar usando
glifosato. La realidad es que los problemas del sector tienen su germen en un
modelo y unas políticas agrarias que lo han llevado al límite. Un modelo que
ignora las necesidades y capacidades de la tierra y los ecosistemas, generando
ilusiones a golpe de insumos. Un modelo orientado al mercado global y
totalmente dependiente de subsidios que no da más de sí. La energía ya no es
barata ni para producir ni para transportar los productos a miles de kilómetros
e incluso los números de la PAC tienen límites.
El tratado
Mercosur tan nombrado estos días es una gota más en un vaso muy agitado. El
cambio climático está haciendo caer las ilusiones y marcando los limites en la
artificialización del medio. Sequías, lluvias torrenciales y/o temperaturas
anómalas no pueden gestionarse a golpe de dron. Mientras el cambio climático da
bofetadas y genera inestabilidad al sector, la UE pretende vestirse de verde y
aplicar alguna medida que justifique hablar de sostenibilidad, pero sin un plan
real que acompañe una transición y sostenga el mientras tanto. Todo
esto genera enfados, enfados en la agroindustria que produce los insumos,
enfados en quienes se saben dependientes de ellos y enfados entre quienes no
dependen tanto de ellos, pero que saben que el coste de los cambios siempre lo
acaban pagando las más vulnerables.
Por todo ello,
es realista pensar que las derechas más o menos extremas pueden tener buena
pesca en estos descontentos. Las diferencias de modelos y tamaños existen, pero
la realidad es que todos ellos, especialmente los más pequeños y el medio rural
en general, han sido ignorados durante años por todas las esferas políticas.
Desde las posiciones de izquierda no ha habido propuestas contundentes que
apoyen la defensa de lo pequeño y la transición hacia otros modelos. En los
discursos progres más tradicionales que hablan de lucha obrera y/o de clases,
se habla siempre pensando en lo urbano, en quienes viven y trabajan sobre el
asfalto y rara vez en el medio rural que se sabe periférico. El campesinado no
ha sido identificado como esencial en la lucha obrera, aunque sin él no pueda,
literalmente, alimentarse. Esto deja la puerta abierta a quienes de repente
miran hacia el medio rural, lo perciben como un lugar apto para su beneficio y
sacan a pasear discursos que, aunque con más ruido que contenido, parecen
atender a quienes nunca han sido atendidas.
En este punto
también es importante recordar que más allá de los campos que se rebelan, hay
personas en los campos que no tienen oportunidad para rebelarse y que no son
nombradas ni visibilizadas en estas revueltas. El campo se está movilizando,
salvo excepciones, en masculino singular o plural interesado. Las
reivindicaciones hablan sobre todo del mercado. En las movilizaciones vemos
muchas máquinas y pocas manos, menos aún manos jornaleras, vemos barbas y
calvas principalmente blancas y pocas mujeres poniendo rostro, voz y
necesidades a propuestas y reivindicaciones. Si bajo la mirada heteropatriarcal
urbana la lucha obrera ignora a quien la alimenta, lo mismo sucede con el
sector primario, que parece que obvia toda la ayuda familiar gratuita
que hace que las cuentas cuadren, así como a las personas jornaleras que, bajo
condiciones de semi-esclavitud en muchos casos, son imprescindibles para que la
cadena siga funcionando. El centro del discurso parece seguir siendo cómo
sostener el mercado y no cómo sostener la vida. Se sigue desatendiendo a las
más desatendidas.
No se escucha
estos días la pregunta de ¿quién nos alimentará? cuando es el gran
interrogante. Si bien hay diferencias en los campos, en el sector primario
sobran corporaciones, pero no sobran personas. En un sector marcado por el
abandono y el envejecimiento, el reto es generar transiciones que puedan apoyar
caminos hacia modelos más sostenibles, equitativos e ilusionantes, que puedan sostener
y alimentar de manera justa a personas y planeta. Modelos que cierren ciclos y
que no obvien que alimentarnos es parte del cuidado, fórmulas que estén basadas
en la cooperación y no en modelos competitivos que se entretienen en culpar a
las de más abajo en lugar de pelear contra quienes los ahogan desde arriba. Son
necesarios modelos que se pregunten quién decide sobre nuestra alimentación,
hablar de derechos, plantear la soberanía alimentaria, el derecho a decidir
sobre nuestra alimentación con criterios de justicia social y medio ambiental,
como paraguas bajo el que caminar. Las soluciones al cambio climático no
vendrán de tecnologías energéticamente insostenibles, sino de mirar hacia la
Tierra y construir convivencia entre sus necesidades y las nuestras. Toca
diseñar políticas que acompañen esa transición, que sostengan de verdad.
Vivimos un momento complicado, pero también de oportunidad. Oportunidad para
ver que otros modelos no solo son posibles, sino que ya existen. Para ser
conscientes de la interdependencia en el territorio y salir de la fantasía
urbana de la autosuficiencia. Es urgente valorar y enfatizar la esencialidad de
quienes alimentan al mundo y acompañar transiciones que sostengan la vida.
Fuente: https://vientosur.info/el-enfado-en-el-campo/
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