Zapatero salió de entre
las sombras para defender las medidas que Sánchez ha tomado para conseguir el
apoyo de los independentistas. Incluso la rumorología afirma que ha intervenido
personalmente en las negociaciones Sánchez-Puigdemont. Él sabrá porqué.
Zapatero, profeta de Sánchez: Tierra quemada
El Viejo Topo
23 diciembre, 2023
No hace aún
seis meses que Rodríguez Zapatero, en un acto en San Sebastián en plena campaña
electoral, sorprendió a todos con la profundidad de su pensamiento, afirmando
que el infinito es el infinito y alguna otra lindeza parecida. Los primeros
asombrados fueron los asistentes, solo había que ver sus caras. En segundo
lugar, los medios de comunicación calificaron la intervención con los epítetos
más variopintos: extraña, sorprendente, surrealista, delirante, tremenda,
peculiar y algunos otros más. Pienso que el pasmo, más que por el contenido,
fue por los gestos un tanto distorsionados que acompañaron sus palabras.
Escribía yo
entonces en estas mismas páginas que en realidad, si lo pensábamos bien, el
hecho no era tan asombroso, lo que ocurría era que nos habíamos olvidado de
cómo era Zapatero. Ahora que ha vuelto de Venezuela, el día a día nos está
recordando quién es. Yo tengo que reconocer que nunca había borrado de mi
memoria cómo era y, sobre todo, lo tremendamente desastroso que fue su
gobierno.
Estos días en
Coria del Rio (Sevilla) ha repetido un numerito parecido al de San Sebastián. Ha sido con ocasión de recibir el Premio 4 de
diciembre, que otorga la Fundación Andalucía, Socialismo y
Democracia y que preside el expresidente de la Junta Rafael Escuredo. De quien sí nos
habíamos olvidado era del primer presidente socialista de la Junta de
Andalucía. Creíamos que había abandonado por completo la política después de
ese paseíllo por las puertas giratorias, dedicándose a la consultoría y las
relaciones públicas (léase lobby). Cuentan las malas lenguas que Escuredo tenía
un sistema muy original. En realidad, no hacía tráfico de influencias. Solo lo
aparentaba. Ante cualquier demanda de su intercesión para conseguir algún favor
administrativo, sugería al peticionario que no se preocupase, que hiciese
formalmente la solicitud, que en principio no cobraba nada, solo lo haría si la
gestión tenía éxito. Se limitaba a esperar la solución del asunto por las vías
ordinarias. Si el resultado era negativo se reducía a decir que no había podido
ser; si era positivo, presentaba la minuta.
Pero retornemos
a Zapatero. Sus correligionarios, con Escuredo y Espadas a la cabeza,
le han entregado el Premio 4 de diciembre. La distinción rememora cómo
en esa fecha hace muchos años, Andalucía se echó a la calle para proclamar que
no estaba dispuesta a ser menos que Cataluña, País Vasco o Galicia. Un poco más
y le dan el galardón a Sánchez. Porque tanto él como Zapatero lo que defienden
ahora es todo lo contrario: establecer la supremacía de Cataluña sobre el resto
de las comunidades. Todo muy coherente. No sé cómo a los socialistas andaluces
no se les cae la cara de vergüenza por mantener un premio con ese título y,
sobre todo, por otorgárselo a Zapatero.
En su alocución
en Coria del Río, con gestos y poses parecidos a los de San Sebastián, Zapatero
hizo una defensa cerrada del Gobierno de Sánchez, y en esta ocasión su
discurso metafísico dejó al margen el infinito y se centró en los partidos
políticos. Sus agudas observaciones giraron acerca de lo importantes que son, y
en proclamar y defender su libertad para juntarse con quien quieran, cómo y
cuando quieran.
Es una pena
que, así como Jordi Sevilla le enseñó en dos días economía, no
hubiera alguien que se hubiese prestado a darle algunas lecciones de
antropología, incluso de teoría política, porque nadie es libre totalmente.
Empezando por la limitación que nos impone la misma naturaleza, y continuando
por la que también establece la sociedad, que para garantizar la libertad de
todos necesita recortarla. De lo contrario se caería en la anarquía. Mi
libertad termina donde comienza la libertad de los demás y mi puño finaliza
allí donde están situadas las narices del vecino. La libertad de asociación
debe estar asegurada, pero cuando la reunión es para delinquir tiene que actuar
el Código Penal.
El mismo
Zapatero ponderó lo importantes que son los partidos políticos, pero se olvidó
de añadir su carácter público, no solo porque se financien en gran parte con
subvenciones, sino porque son piezas esenciales del sistema democrático, luego
sus acciones y actuaciones deben estar vigiladas y limitadas por el impacto que
puedan causar en la sociedad.
De todas formas
no deja de ser paradójico que Zapatero defienda con tanto ahínco la libertad
absoluta de las formaciones políticas, cuando al mismo tiempo ese gobierno al
que tanto ensalza aprueba de nuevo un proyecto de ley en el que se pretende
imponer a los partidos la composición de sus listas electorales, sometiéndoles
a la obligación de llevar en sus candidaturas al menos el cuarenta por ciento
de mujeres. Eso sí que parece una limitación totalmente arbitraria en función
de una determinada ideología, que no tiene por qué ser unánime en el sistema
democrático.
Uno se plantea
que, puestos a establecer cuotas, por qué no también para los homosexuales o
incluso para los trans, y quizás con mayor razón, ¿por qué no para las personas
con cualquier tipo de discapacidad? Y, llevado al extremo el argumento, por qué
no imponer la exigencia de que en todas las candidaturas haya cuotas de
ciudadanos de todas y cada una de las autonomías, con lo que habríamos
terminado con los partidos nacionalistas o regionalistas. ¿Se puede obligar a
las formaciones políticas a que no incorporen en sus listas a los que
consideran más capaces sean cuales sean su género y demás condiciones?
Rodríguez
Zapatero defendió que las amnistías traen siempre cosas buenas, y añadió que “lo diremos, lo recordaremos, lo afirmaremos, lo
defenderemos, nos sentiremos orgullosos de este momento». Y continuó afirmando
que esta amnistía llega a tiempo «para volver a empezar a compartir un
destino con Cataluña, con el principio del entendimiento”. La visión
profética no ha sido nunca su fuerte. Ahí está la crisis económica de 2008 que
negaba. Parece que tampoco la sintaxis lo es.
Cataluña
comparte desde hace muchos siglos un destino común con el resto de España.
Incluso, si analizamos la historia reciente, el destino común aparece de forma
evidente en la Constitución del 78, cuyo apoyo en la sociedad catalana fue de
los más altos entre todas las autonomías. Si ahora hay que retornar, será
porque en algún momento habrá existido una involución y ese instante no puede
ser otro que cuando Zapatero con la mayor frivolidad gritó eso de “Pascual, yo
prometo aprobar en España lo que traigas de Cataluña”, y propició que las
Cortes diesen su aprobación a un estatuto claramente inconstitucional.
Zapatero se
siente dichoso del momento actual y anunció la llegada –bajo la égida de
Sánchez– de una nueva Arcadia llena de prosperidad, igualdad y con una justicia
fiscal que va a ser la mayor de la historia. Él de justicia fiscal debe de
saber mucho porque dijo eso de que bajar los impuestos es de izquierdas y
propuso –¡menos mal que no llegó a ponerlo en práctica!– un tipo único para el
IRPF. Eliminó el impuesto de patrimonio, vació en buena medida el impuesto de
sociedades y protagonizó el suceso más bochornoso respecto a las Sociedades de
Inversión de Capital Variable (SICAV).
No es el
momento de explicar en qué consisten las SICAV, pero sí de señalar que estas
entidades se han convertido en el instrumento perfecto para que las grandes
fortunas del país las utilicen con fraude de ley para administrar su patrimonio
mobiliario, soportando un gravamen muy inferior al que les correspondería si
empleasen una sociedad anónima común. La Agencia Tributaria inició en 2004
distintas inspecciones que dieron como resultado el levantamiento de
actas a una serie de SICAV que se consideraban fraudulentas, elevando
el gravamen desde el 1% pagado inicialmente hasta el 35%, tipo entonces vigente
del Impuesto sobre Sociedades.
Tales
actuaciones levantaron de inmediato todo tipo de reacciones y presiones
encaminadas a arrebatar a la Inspección fiscal la competencia para decidir si
una determinada entidad cumplía o no los requisitos para ser SICAV y
entregársela a la Comisión Nacional del Mercado de Valores (CNMV), cuya presidencia
recaía entones en un amigo del ministro Pedro Solbes.
Prescindiendo
de los recovecos seguidos en la consecución de esta finalidad, lo cierto es
que, con el beneplácito de Rodríguez Zapatero, se aprobó en el Parlamento una
enmienda presentada por ese partido tan progresista, que era CiU, por la que se
despojaba de la competencia a la Inspección de Hacienda, cosa insólita, y se le
atribuía a un organismo cuyas preocupaciones estaban ajenas a este objetivo y
que tampoco contaba con medios para perseguir el fraude fiscal. Y, además, la
medida se aprobaba con carácter retroactivo, con lo que se concedía una
amnistía y se dejaban sin efecto las actas levantadas por la Inspección.
Ni que decir
tiene que la CNMV no ha hecho una sola vez la menor intención de declarar
fraudulenta a ninguna SICAV, y el Gobierno de Zapatero mostró así su voluntad
no solo de mantener el régimen fiscal privilegiado de estas sociedades, sino
también de permitir que tal beneficio se utilizase fraudulentamente a
través de testaferros. Todo muy progresista.
Esperemos que
no sea esta la justicia fiscal que anuncia el expresidente para el futuro, como
tampoco que esa Arcadia feliz pletórica de prosperidad e igualdad que profetiza
se parezca al panorama de pobreza y ruina que nos dejó su gobierno, al crear
las condiciones para que se hundiese la economía y se hiciesen imprescindibles
todo tipo de ajustes y recortes. Hemos olvidado ya que, aun cuando ahora se
presenten como aliados y amigos, la revuelta de los indignados y el 15 M
comenzaron estando él de presidente del gobierno.
Me temo, no
obstante, que esa nueva etapa que anuncia Zapatero será aún peor.
En el fondo él es tan solo el profeta, un precursor, y además naif,
insustancial y frívolo. Otra cosa distinta es Sánchez. Lo que nos espera bajo
su nuevo mandato puede ser infinitamente más oneroso y lóbrego. ¿Tierra
firme? Tierra quemada.
Fuente: República.
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