Lo que
sabemos que no sabemos, la ciencia de la ignorancia
TERCERAINFORMACION /
09.12. 2022
Un nuevo paradigma está emergiendo: la necesidad de una ciencia de la ignorancia. A contrapelo del ethos científico que aspira a la omnisciencia, un nuevo grupo de investigadores pone el foco en las crecientes incertidumbres que genera el aumento del conocimiento.
El autor detalla cómo se
inducen la ignorancia y las incertezas mediante la retención de información o
la publicación de datos engañosos. / © Adobe Stock
En la edición española de Agnotología, la obra clásica en la
materia de lo que sabemos que no sabemos, se advierte que, dependiendo de cómo
se manejen las lagunas del saber, se
tomarán o no medidas sobre los cigarrillos, los organismos transgénicos o las
emisiones contaminantes y se alimentarán o no los negacionismos. Y es que la
ignorancia, además de connotar un déficit cognitivo, es un acicate de la
investigación, un instrumento para la acción o la pasividad, y un componente
fundamental de las relaciones sociales, entre
otras tantas dimensiones que no nos podemos dar el lujo de ignorar.
A partir de los años 50 y durante varias
décadas, la industria tabacalera estadounidense libró una batalla encarnizada
para negar la responsabilidad del tabaquismo
en el origen del cáncer. Con ese propósito desplegó toda clase de
recursos: desde negar la asociación entre tumores pulmonares y consumo de
cigarrillos, hasta insistir en que las pruebas acerca de una relación causal
eran insuficientes y se necesitaba más investigación antes de restringir el
cuestionado hábito. Sus estratagemas de mala fe —en sus documentos internos
admitía lo que negaba en público– llevaron a Robert N. Proctor, historiador de la ciencia
de la Universidad de Stanford (EE UU), a interesarse en la ignorancia
científica y en su producción y manipulación con fines contrarios al interés
general.
Proctor, el primer historiador en testificar contra la industria del tabaco ante
los tribunales, recuperó el término ‘agnotología’ acuñado por un lingüista en
1992 a partir del vocablo griego agnosis (‘no
saber’), y escribió una obra ya clásica, Agnotología: la producción de la
ignorancia, que este año se ha traducido al español.
En concreto, el autor detalla cómo se inducen la
ignorancia y las incertezas mediante la retención de información o la
publicación de datos engañosos. El caso
más flagrante lo ponía el cínico lema de la industria del tabaco: “la duda es nuestro producto”.
Proctor se centra en cómo los intereses corporativos han
empleado y emplean la inevitable ignorancia en áreas específicas para bloquear
o retrasar medidas preventivas de posibles daños. El modelo dilatorio de las
tabacaleras fue adoptado por la industria
alimentaria y las empresas mineras y petroleras con
similar finalidad (un análisis exhaustivo de estas tácticas lo ofrece Mercaderes de la Duda). Como denuncia
el autor, el exceso de celo periodístico por
dar versiones “equilibradas” de estas polémicas artificiales contribuyó a
darles igual peso en su cobertura, que a las argumentaciones que probaban lo
contrario más allá de toda duda razonable.
Promover la ignorancia por ocultación o desinterés
En los capítulos firmados por los demás
colaboradores se repasan otros modos de promoción
de la ignorancia. Una es el secreto. El filósofo de la ciencia Peter Galison relata cómo, a partir
del Proyecto Manhattan, se transgredió el principio de publicidad distintivo de
la ciencia moderna y se comenzaron a ocultar
hallazgos científicos en nombre de la seguridad nacional. Por ejemplo,
por exigencias de la Guerra Fría se ocultó la existencia del plutonio y
de las anomalías magnéticas submarinas, lo que retrasó la verificación de la
teoría de la tectónica de placas.
Asimismo, hasta 1995, la información clasificada del Departamento de Energía de EE UU (relativa mayormente a la física nuclear) comprendía 280 millones de páginas, apunta Galison. En este país cada año se clasifican cifras increíbles de documentos y se gastan 5.500 millones de dólares en mantenerlos en secreto.
Portada
del libro Agnotología
En otros capítulos se ahonda en las raíces del
“desinterés científico” o la “apatía
estructural”: las decisiones conscientes de no saber o de
rechazar conocimientos específicos. Lo ejemplifican la destrucción de los códices mayas en 1562 a manos de
fray Diego de Landa, o el rechazo
de los métodos abortivos de africanas y asiáticas por una Europa
empeñada en aumentar su natalidad. Otro tanto ocurrió con los genitales femeninos, sumidos durante largo
tiempo en un cono de sombras si se los compara con el profuso estudio y las
representaciones de sus homólogos masculinos.
Aunque Sócrates sentó
las bases de la agnotología al decir “solo sé que no sé nada”, solo muy
recientemente hemos tomado nota de la magnitud cósmica de lo que nos falta por
saber. El optimismo de la ciencia moderna presuponía que, conforme creciese
nuestro bagaje de conocimientos, la ignorancia se reduciría hasta su eventual
desaparición. Ahora está claro que cada
avance plantea nuevos interrogantes y nos enseña lo mucho
que resta por descubrir y comprender. Paradójicamente, el horizonte del
conocimiento absoluto se aleja conforme más aprendemos.
Saberes para ser olvidados
Los autores de este libro no se contentan con
condenar las dudas malintencionadas y
el secreto inútil; defienden que la ignorancia puede ser virtuosa, es decir
necesaria, y no solo como un acicate a la investigación.
El anonimato del autor de un paper resulta indispensable
para que sea evaluado sin sesgos; la privacidad —el desconocimiento de nuestra
intimidad por parte de los demás— es imprescindible en una sociedad
democrática; y ciertos saberes conviene que sean olvidados o no desarrollados, como
el diseño de armas de destrucción
masiva o las técnicas de clonación humana. Por añadidura, el
principio de precaución ha demostrado cómo la ignorancia reinante en
determinadas áreas del cambio climático puede transformarse en una guía para la
acción.
A pesar del desigual interés de los capítulos,
todos dejan en claro que la ignorancia es algo mucho más complejo que un simple
déficit cognitivo. Al término de su lectura hemos aprendido que se construye;
que no conlleva inevitablemente desventajas para los ignorantes; que ejerce una influencia fundamental y omnipresente en la
cognición humana; y que es un componente esencial de la cultura y las
relaciones sociales.
Familiarizarnos con la agnotología nos ayudaría
a gestionar mejor nuestra ignorancia, y así encarar con menos alarmismo
fenómenos como las fake news y
no dejarnos seducir por las faltas certezas de las teorías conspirativas, entre
otras peculiaridades del siglo XXI híperinformado y plagado de incertidumbres.
Fuente: SINC
No hay comentarios:
Publicar un comentario