Guerra
antidrogas: fracaso o farsa
Por Pedro Miguel
Rebelion
| 13/08/2022 | EE.UU.
Fuentes: La Jornada
Por lo demás, la guerra contra el narcotráfico le ha
aportado a Estados Unidos enormes beneficios para su industria armamentista y
grandes márgenes para intervenir en los asuntos internos de los países a los
que se ha impuesto esa estrategia, particularmente Colombia y México.
Gustavo
Petro ha llamado las cosas por su nombre: al tomar posesión
como presidente de Colombia, el domingo pasado, exhortó a la despenalización
internacional de los estupefacientes hoy prohibidos y a remplazar la
llamada guerra contra las drogas por medidas orientadas a reducir el
consumo de esas sustancias. En la visión del nuevo mandatario, es impostergable
reconocer el fracaso rotundo de esa guerra, que ha dejado a un millón de
latinoamericanos asesinados y que cada año causa la muerte por sobredosis
de decenas de miles de estadounidenses.
El
posicionamiento es bienvenido en la medida en que pone en el centro del debate
la catástrofe causada por la imposición en América Latina de un empecinamiento
estadounidense que se originó a principios del siglo pasado y que tenía detrás
intereses inconfesables. Pero las estrategias antidrogas sólo pueden
considerarse fracasadas si se da por hecho que buscan y buscaron hacer frente,
por medio de acciones legales, policiales y militares, al fenómeno de las
adicciones. Desde otra perspectiva, tales estrategias han sido en realidad un
medio para impulsar el narcotráfico, el lavado de dinero, las ganancias de los
fabricantes de armas y las acciones injerencistas de Washington en el
continente. Y desde ese punto de vista han resultado un éxito rotundo.
Ciertamente,
el prohibicionismo cuenta con muchos partidarios que actúan de buena fe y que
lo ven con toda sinceridad como una forma indispensable de mitigar el drama
social de la drogadicción. Cuidar a los jóvenes, suele ser su lema, y
tienen todo el derecho a creerlo. Pero la legitimidad del empeño por inducir a
las naciones latinoamericanas a políticas represivas contra el narcotráfico
choca frontalmente con los hechos.
Hay
una polémica sobre si las plantaciones de amapola en el Pacífico mexicano se
originaron o no para surtir de materia prima a la industria farmacéutica del
país vecino, que debía producir morfina en grandes cantidades para aliviar los dolores
de los heridos de guerra en la contienda mundial de mediados del siglo XX (https://is.gd/A9dw5H).
Son hechos documentados, en cambio, la complicidad de la Agencia Central de
Inteligencia (CIA, por sus siglas en inglés) con narcotraficantes laosianos y
sudvietnamitas durante la guerra de agresión a Vietnam (https://is.gd/cQwb3U),
así como el papel de esa misma dependencia de Washington en la promoción del
paso por México de la cocaína de Colombia hacia territorio estadounidense (https://is.gd/IexmIb)
a fin de allegarse de los fondos que el Congreso le había negado a la
administración de Ronald Reagan para adquirir armas destinadas a la contra nicaragüense.
También
está probado que la agencia estadounidense antidrogas (DEA, por sus siglas en
inglés) lavó dinero para el cártel de Sinaloa (https://is.gd/VsLPC6) y
que la oficina de control de alcohol, tabaco y armas de fuego (ATF, por sus
siglas en inglés) conspiró para surtir a esa misma organización con miles de
fusiles de alto poder (https://is.gd/fjO8wq). También son hechos conocidos que el
cultivo de amapola en Afganistán, que había sido severamente reducida por el
primer régimen talibán (1996-2001), pasó de 8 mil a 224 mil hectáreas en las
dos décadas que duró la ocupación estadounidense (https://is.gd/Juvo8L) de
ese país (2001-20).
El
combate al trasiego de drogas provoca dolor, muerte y descomposición institucional
en América Latina pero las instituciones bancarias con sede en Wall Street, la
City de Londres y otros centros financieros internacionales se hinchan de
ganancias lavando cientos de miles de millones de dólares año tras año. Un caso
ejemplar es el de JP Morgan, que le guardó mil millones de dólares al mafioso
ruso Semion Mogilevich, acusado de narcotráfico, mientras la Oficina Federal de
Investigaciones (FBI) lo tenía entre su lista de los prófugos más buscados. Más
escandalosa es la historia de Wachovia, una entidad financiera propiedad de
Wells Fargo con sede en Charlotte, Carolina del Norte, que lavó 378 mil
millones de dólares a diversos cárteles mexicanos; cuando las autoridades del
país vecino descubrieron el asunto, le impusieron una multa de 110
millones de dólares, equivalente a menos de 1 por ciento de las ganancias
obtenidas por la empresa con tales operaciones (https://is.gd/IvTNeo).
Por
lo demás, la guerra contra el narcotráfico le ha aportado a Estados
Unidos enormes beneficios para su industria armamentista y grandes márgenes
para intervenir en los asuntos internos de los países a los que se ha impuesto
esa estrategia, particularmente Colombia y México: mediante pactos como el Plan
Colombia y la Iniciativa Mérida, gobiernos entreguistas y oligárquicos de estas
dos naciones pusieron buena parte de su seguridad nacional en manos de
dependencias de Washington.
Hay
muchas otras consideraciones por las cuales resulta imperativo poner fin a la
estrategia antidrogas, sacar el problema de los estupefacientes del ámbito
de la seguridad pública al de la salud pública. Pero sobre todo, urge acabar
con ella no porque sea un fracaso, sino porque ha sido una sangrienta y
dolorosa farsa.
Fuente: https://www.jornada.com.mx/2022/08/12/opinion/016a2pol
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