Tal día como hoy de 1892 nacía en Berlín Walter Benjamin, uno
de los críticos más lúcidos de la modernidad. Su marxismo rompió radicalmente
con la ideología del progreso, incorporando elementos de otras tradiciones y
del pensamiento libertario.
Melancolía de izquierdas
El Viejo topo
15 julio, 2022
Sobre el nuevo libro de poemas de Erich Kästner[1] (1931)
Hoy los poemas
de Kästner están ya disponibles en tres imponentes volúmenes. Sin embargo,
cualquiera que desee estudiar el carácter de estas estrofas debería atenerse a
la forma en la que ellas originariamente aparecieron. En libros ellas están
apiñadas y resultan un tanto sofocantes, pero en el periódico se mueven como
pez en el agua. Si esta agua no es siempre de la más limpia y muchos
desperdicios flotan en ella, tanto mejor para el autor, cuyos pececillos
poéticos pueden engordar con ello.
La popularidad
de estos poemas está ligada al ascenso de una capa social que tomó posesión de
sus posiciones económicas de poder sin disfraz, enorgulleciéndose, como ninguna
otra, de su fisonomía económica desnuda y cruda. No es que esa capa, que apenas
veía y reconocía el suceso, hubiese ahora conquistado las posiciones más
fuertes. Para eso su ideal era demasiado asmático. Era el ideal de agentes sin
hijos, que hicieron carrera a partir de comienzos insignificantes y que, al
contrario de los magnates de las finanzas que durante décadas trabajaban para
su familia, trabajaban apenas para sí mismos y sus negocios casi no
sobrepasaban los balances a corto plazo. Quién no los conoce: sus ojos
soñadores de bebé detrás de los anteojos de concha, las mejillas largas y
blanquecinas, la voz arrastrada, el fatalismo de los gestos y del modo de
pensar. Es para esta capa, desde el principio, y sólo para ella, que el poeta
tiene algo para decir, lisonjeándola, desde la mañana hasta la noche, cuando le
presenta el espejo no tanto enfrente sino por detrás. Los espacios entre sus
estrofas son los pliegues de gordura de su nuca; sus rimas, sus labios
carnosos; las cesuras, los hoyuelos de su carne; los puntos, las pupilas de sus
ojos. La temática y los efectos se restringen a esta capa social, y Kästner es
igualmente incapaz de llegar con sus acentos rebeldes a los desposeídos cuanto
con su ironía a los industriales. Eso porque, a pesar de su apariencia
diferente, esa lírica vela sobre todo por los intereses jerárquicos de la clase
media –agentes, periodistas y jefes de personal. El odio que ella proclama
contra la pequeña burguesía tiene un aspecto propio de pequeño-burgués en su
excesiva intimidad. Por otro lado, pierde visiblemente su fuerza de impacto
contra la alta burguesía y finalmente delata su anhelo de mecenas en el
suspiro: “Si al menos existiese una docena de sabios con muchísimo dinero”. No
es de extrañar que Kästner, al ajustar cuentas con los banqueros en un “himno”,
se revele un hipócrita, tanto por el tono familiar cuanto por la visión
económica, del mismo modo como en el poema “Una madre hace balance”, donde
presenta los pensamientos nocturnos de una mujer proletaria. Al final de las
cuentas, el hogar y la pensión son la correa de transmisión con la que una
clase favorecida mantiene bajo su tutela al poeta mañoso.
Ese poeta es un
insatisfecho y hasta un melancólico [schwermütig]. Su melancolía [Schwermut]
, en tanto, nace de la rutina. Pues ser rutinario significa sacrificar sus
idiosincrasias, renunciar a la capacidad de sentir repugnancia. Eso torna a las
personas melancólicas [schwermütig]. Tal situación recuerda de alguna
manera al caso de Heine. Productos de la rutina son las observaciones con que
Kästner entalla sus poemas, para dar a esas pelotitas infantiles la apariencia
de pelotas de rugby. Y nada más rutinario que la ironía que hace
crecer la masa hecha de opiniones privadas, como un fermento. Es lamentable que
su impertinencia sea tan desproporcionada con las fuerzas ideológicas y
políticas de que dispone. La grotesca subestimación del adversario, en la cual
se basan sus provocaciones, muestra hasta qué punto la posición de esta
inteligencia radical de izquierda está de antemano perdida. Poco tiene que ver
con el movimiento obrero. En cuanto fenómeno de la decadencia burguesa, ella
corresponde a la mimikry feudal, que el Imperio admiró en la
figura del teniente de reserva. Los publicistas radicales de izquierda, del
tipo de Kästner, Mehring o Tucholsky representan la mimikry proletaria
de la burguesía decadente. Su función política es crear clichés, no partidos,
su función literaria es crear modas, no escuelas, su función económica es crear
agentes, no productores. En los últimos quince años, esa inteligencia de
izquierda ha sido ininterrumpidamente el agente de todas las coyunturas
políticas, desde el Activismo, pasando por el Expresionismo, hasta la Nueva
Objetividad. Su significación política, sin embargo, se agotó en la
transformación de reflejos revolucionarios (en la medida en que ellos afloraban
en la burguesía) en objetos de distracción, de divertimento, que pueden ser
canalizados para el consumo.
Fue así que el
Activismo consiguió hacer que la dialéctica revolucionaria se presentase con la
cara del buen sentido, pero indefinida en términos de clase social. Era, de
cierto modo, la semana de liquidación de ese almacén de la inteligencia. El
expresionismo expuso, en papier mâché, el gesto revolucionario, el
brazo en alto, el puño cerrado. Después de esa campaña publicitaria, la Nueva
Objetividad, de donde surgen los poemas de Kästner, procedió al inventario.
¿Qué encuentra la “elite intelectual” [“geistige Elite”] al hacer el inventario
de sus sentimientos? ¿Acaso estos mismos sentimientos? Ellos hace tiempo fueron
malvendidos. Restan sólo los lugares vacíos donde otrora, en polvorientos
corazones de terciopelo, estuvieron guardados los sentimientos: la naturaleza y
el amor, el entusiasmo y la humanidad. Ahora uno acaricia distraídamente la
forma vacía. Una ironía autoconvencida cree que esas formas vacías tienen más valor
que las propias cosas, ostentando su pobreza como un lujo y transformando en
fiesta ese monótono vacío. Pues lo “nuevo” de esa “objetividad” es que se
vanagloria tanto de los vestigios de antiguos bienes espirituales cuanto el
burgués de sus bienes materiales. Nunca nadie se acomodó tan a su voluntad en
una situación tan incómoda.
En suma, ese
radicalismo de izquierda es una postura a la cual no corresponde más acción
política alguna. No está a la izquierda de esta o de aquella tendencia, sino
simplemente a la izquierda de toda y cualquier posibilidad. Porque, desde el
principio, no piensa en otra cosa a no ser en deleitarse consigo misma en una
tranquilidad negativista. La transformación de la lucha política de una presión
a la decisión en un objeto de diversión, de un medio de producción en un
artículo de consumo: este es el último hit de esta literatura. Kästner, que es
un gran talento, domina con maestría todas sus técnicas. En primer lugar,
tenemos una actitud que se manifiesta ya en el título de muchos poemas. Allí se
encuentra una “Elegía con huevo”, una “Canción de navidad lavada en seco”, un
“Suicidio en baño de familia”, el “Destino de un negro estilizado”, etc. ¿Por
qué esas contorsiones? Porque la crítica y el conocimiento están al alcance de
la mano; pero serían aguafiestas, y bajo ninguna condición deben hablar. Por
eso el poeta tiene que amordazarlos, y entonces sus convulsiones desesperadas
parecen números de un contorsionista para la alegría del gran público de gusto
inseguro. En Morgenstern el disparate era el reverso de la fuga hacia la
teosofía. Pero el nihilismo de Kästner no oculta nada, tan poco como una boca
que de tanto bostezar no se puede cerrar.
Tempranamente
comenzaron los poetas a conocer esta singular variante de la desesperación: la
estupidez atormentada. Pues, en la mayoría de los casos, la auténtica poesía
política de las últimas décadas fue al frente de los acontecimientos a modo de
heraldo. Fue en los años 1912 y 1913 que los poemas de Georg Heym anticiparon
la entonces inimaginable condición de las masas, que se evidencia en agosto de
1914, en descripciones insólitas de grupos nunca vistos antes: suicidas,
presos, enfermos, navegantes o locos. En sus versos la tierra se preparaba para
ser cubierta por el diluvio rojo. Y mucho antes de que emergiese de las ondas
la única elevación, el monte Ararat de los marcos de oro donde Alfred
Lichtenstein, muerto en los primeros días de la guerra, ya focalizará esas
figuras tristes e hinchadas que Kästner transformó en estereotipos. Lo que
distingue al burgués de aquella primera versión, pre-expresionista, de la
versión posterior, pos-expresionista, es su excentricidad. No fue por
casualidad que Lichtenstein dedicó uno de sus poemas a un payaso. Sus burgueses
aún sentían en la carne la payasada de la desesperación. Aún no se libraban del
excéntrico en tanto que objeto de diversión de los grandes centros urbanos. Aún
no estaban completamente saturados, aún no se transformaron totalmente en
agentes, de modo que no sentían una solidaridad difusa con una mercancía cuya
crisis de venta ya se esbozaba en el horizonte. La paz vino luego – aquella
crisis de ventas de la mercancía humana, que conocemos con el nombre de
desempleo. Y el suicidio, propagado en los poemas de Lichtenstein, es dumping,
o sea, la venta de esa mercancía a precios de liquidación. De todo eso nada
saben ya las estrofas de Kästner. Su ritmo sigue el mismo compás en que los
pobres millonarios lloran su tristeza; se dirigen a la melancolía [Traurigkeit]
de los saturados que no pueden invertir todo su dinero para hinchar su barriga.
Estupidez atormentada: es la última de las metamorfosis de la melancolía [Melancholie]
en su historia de dos mil años.
Los poemas de
Kästner se dirigen a personas de alta renta, aquellos fantoches tristes y
pesados, que pasan por encima de cadáveres. Con la solidez de su coraza, la
lentitud de sus movimientos, la ceguera de sus acciones, ellos representan en
el hombre el punto de encuentro entre tanque y chinche. Esos poemas pululan en
ellos como un café de ciudad después del cierre de la bolsa de comercio. No es
de extrañar que su función sea reconciliar a ese tipo consigo mismo,
estableciendo una identidad entre vida profesional y vida particular que esa
gente llama “humanidad”, pero que en verdad es su rostro bestial, porque toda
humanidad verdadera, en las condiciones actuales, sólo puede resultar de la
tensión entre esos dos polos. Allí se forman la reflexión y la acción;
producirlas es la tarea de toda poesía política, que se realiza con el mayor rigor
en los poemas de Brecht. En Kästner ella tiene que ceder el lugar a la
arrogancia y al fatalismo. Es el fatalismo de aquellos que se encuentran más
alejados del proceso de producción, cuya oscura manera de cortejar la coyuntura
es comparable a la actitud de un hombre que se deja llevar por los azares
felices e inescrutables de su digestión. El ronquido de estos versos, sin
dudas, es más probablemente de cólicos intestinales que de la revolución. Desde
siempre, estreñimiento y melancolía [Schwermut] estuvieron asociados.
Pero desde que en el cuerpo social los jugos gástricos se atascaron, un aire
sofocante nos persigue a cada paso. Los poemas de Kästner no mejoran el
ambiente.
Notas
[1] Erich Kästner, Ein Mann gibt Auskunft.
Stuttgart, Berlin: Deutsche Verlags-Anstalt (1930). 112 S. Traducción de
Nicolás López y Luis Ignacio García.
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