La economía en 2022, más nubes
que claros
Rebelion
05/01/2022
Fuentes: Ganas
de escribir
La mayoría de los economistas y organismos internacionales creyeron que
2022 sería el año de la definitiva normalización de la economía internacional
tras la pandemia, después de una recuperación que se presumía potente y sin
grandes obstáculos en el que está a punto de finalizar.
A la vista de
cómo han ido evolucionando las circunstancias, todo hace indicar que estaban
bastante equivocados y que 2022 puede ser otro año lleno de sobresaltos y
dificultades económicas.
Como era de
esperar desde el momento en que los países ricos acumularon vacunas dejando sin
ellas a los más pobres, la pandemia no se acaba. Los sucesivos brotes han
supuesto sobresaltos continuos que frenan la actividad económica y aumentan la
vulnerabilidad, no solo económica sino también social y política en casi todos
los países. Mientras no cambie la estrategia global de vacunación, no habrá
recuperación definitiva posible. Las variantes del virus seguirán brotando y
las economías volverán a resentirse por la incertidumbre, tensiones y frenazos
que ya hemos visto que produce la Covid-19.
Lejos de
resolverse en 2022, los desajustes entre oferta y demanda se agudizarán en
todas las economías, por tres sencillas razones. Porque no son, como se dice,
simplemente coyunturales o producidos por la pandemia sino que venían de antes;
porque prácticamente no están recibiendo ningún tipo de respuesta por parte de
los gobiernos, mientras que las grandes corporaciones refuerzan los
comportamientos que produjeron el problema; y, finalmente, porque se trata de
desajustes que se autoalimentan, al provocar incertidumbres y costes que
obligan a modificar constantemente las previsiones y expectativas y dificultan
la consolidación de estrategias a medio y largo plazo, y porque incentivan
-como mecanismo de defensa- la concentración empresarial que desarticula los
mercados.
Lo que está
ocurriendo, en realidad, es que la globalización de los últimos cuarenta años
hace aguas y nadie se atreve a ponerle el cascabel al gato: China cambia su
modelo y estrategia para garantizar su autonomía y Estados Unidos trata de
consolidar y reforzar su dominio imperial cuando se debilita su hegemonía
económica; mientras que el Reino Unido, Japón, la Unión Europea o Rusia tratan
de no verse arrastrados por el vendaval. Todo parece indicar que 2022 puede ser
el inicio definitivo de una nueva etapa de guerra fría, uno de cuyos efectos
será inevitablemente la creciente tensión geopolítica que perturbará y
debilitará cada día más a las economías de todo el mundo.
La industria
mundial se encuentra en crisis desde antes de la pandemia; los sistema
logísticos y de aprovisionamiento se estaban empezando a reestructurar cuando
los confinamientos y sus secuelas los han envuelto en un auténtico caos; los
mercados de materias primas siguen siendo coto de la especulación, exacerbada
cuando la situación se hace, como ahora, más inestable; los precios de la
energía se disparan a causa del agotamiento secular de la oferta, de los
conflictos políticos y del gran poder concedido a los oligopolios que dominan
la producción y distribución; y el cambio climático, las catástrofes y las
amenazas de shocks sistémicos cada vez más presentes y graves, obligarán a
asumir costes extraordinarios, se quiera o no, para paliar sus efectos.
Por todas esas
razones, los precios no se van a moderar en 2022 y eso va a suponer otra fuente
añadida de dificultades económicas. No se va a detener su crecimiento, en
primer lugar, porque no va a desaparecer el conflicto de intereses y la
asimetría de poder en los mercados que está produciendo su subida en medio de
los desajustes y tensiones de todo tipo que acabo de mencionar; en segundo
lugar, porque los bancos centrales no tienen instrumentos para combatir el tipo
de inflación que se está disparando; y, finalmente, porque una vez abierta la
espoleta y creadas expectativas de inflación, al no haberse combatido de raíz,
las subidas de precios se autoalimentan sin remedio. Cuando los precios
industriales están subiendo en algunos países en torno al 35%, es una quimera
pensar que la subida podrá detenerse en unos pocos meses, como nos quieren
hacer creer los desnortados responsables de los bancos centrales.
Por otro lado,
es muy difícil que las economías mejoren sustancialmente en el próximo año
cuando ni los gobiernos, ni los bancos centrales que aplican las políticas, ni
los economistas de la corriente mayoritaria que las inspiran o proporcionan
doctrina, tienen claro qué se debe hacer, ni por qué están haciendo lo que
hacen.
A las políticas
fiscal y monetaria de nuestro tiempo se les puede decir lo de la copla: ni
contigo ni sin ti, tienen mis males remedio. Como ha escrito hace unos
días Robert
Skildesky, la política monetaria funciona en teoría, pero no en la
práctica, y la política fiscal funciona en la práctica, pero no en teoría.
El resultado es la improvisación, choques entre unas y otras y respuestas
puramente cortoplacistas, aunque con un doble efecto seguro: aumento de la
deuda en favor de la banca y la mayor concentración de riqueza en pocas manos
de la historia.
Quienes
gobiernan las economías lo están haciendo con instrumentos cuyo manual de
funcionamiento desconocen o que responde a modelos, situaciones o problemas
anteriores, y sería otro auténtico milagro que así se pueda disponer de
respuestas y estrategias que garanticen estabilidad, ni siquiera a corto plazo,
y la seguridad o certidumbre que precisa la vida económica para desenvolverse
sin caídas constantes.
A todo ello
cabe unir el viejo problema de la vulnerabilidad extrema del sistema financiero
internacional, cada vez más concentrado y expuesto a niveles de riesgo
sistémico extraordinarios que trasvasan al aparato productivo, a las empresas y
los hogares en forma de sobrecostes, endeudamiento innecesario y falta de
asistencia financiera. Un proceso que no sólo no se frena sino que se permite,
se financia e incluso se incentiva y que será otro lastre que impedirá la
recuperación económica generalizada en 2022.
No se piense
que hago un análisis pesimista. Sucede que el mundo es pésimo, como decía José
Saramago, de cuyo nacimiento, por cierto, hará un siglo en noviembre del año
que empieza.
Es pésimo porque
ni aprendemos ni parece que estemos dispuesto a hacerlo.
Por si no lo
teníamos claro, la pandemia ha puesto sobre la mesa que la vida en el planeta
es frágil, que alterar las leyes naturales tiene consecuencias trágicas y que
ni los mercados ni el afán de lucro como único objetivo de la actividad
económica pueden proporcionar soluciones adecuadas a los problemas
verdaderamente graves de la humanidad.
Hemos podido
comprobar fehacientemente que la cooperación, la solidaridad y la salvaguarda
prioritaria del interés común no son una mera opción moral sino la estrategia
más pragmática para la supervivencia. Se ha demostrado que la intervención del
Estado, el conocimiento compartido y la financiación adecuada de los servicios
públicos esenciales son la única forma de garantizar el bienestar humano y
también la eficiencia o incluso la propia vida de las empresas y el capital
privado.
Y estamos
comprobando con la sexta ola del coronavirus que no actuar conforme a esos
principios vuelve a hacernos frágiles y a exponernos a nuevos riesgos.
Pero ni
siquiera tener esas evidencias delante de nuestros ojos nos ha servido para
hacer bien las cosas.
Seguimos
dejando las manos libres a quienes siembran el desorden; es verdad que los
gobiernos y las grandes instituciones utilizan mayor munición, incluso negando
sus propias doctrinas previas, como he dicho, pero no dejan de empujar a las
economías por el mismo carril que destroza el planeta y multiplica la
desigualdad. Se permite que las instituciones que deben defendernos se degraden
y -¡seamos claros de una vez!- se fomenta el uso de la mentira y la
confrontación civil como un instrumento más para consolidar el poder económico
y financiero que domina el mundo.
Puesto que las
cosas nunca son completamente blancas o negras, tendremos tendencias económicas
contrarias y complejas en 2022, pues ni todos los gobiernos son iguales ni
todos los sujetos o grupos sociales con más o menos poder económico se mueven
en la misma dirección, o tienen el mismo interés. Pero me temo que la degradación
paulatina, la inestabilidad, el desconcierto y el agravamiento de los problemas
es lo que más probablemente puede ocurrir cuando no cambian los principios ni
el encuadre general en que se mueve la economía.
Fuente: https://juantorreslopez.com/la-economia-en-2022-mas-nubes-que-claros/
No hay comentarios:
Publicar un comentario