Introducción al libro “Sobrevivir a la derrota. Historia del sindicalismo
en España 1975-2004” (Akal)
Trabajar, cuidar, organizarse:
Los sindicatos más allá del mito y el tópico
Por Gonzalo Wilhelmi
/ | España
Fuentes: Rebelión
09/09/2021
Este es un
libro de historia. De pequeños héroes y heroínas de la vida cotidiana que día
tras día se enfrentan a sus limitaciones y a sus errores. De hombres y mujeres
comunes que trabajan, cuidan, se organizan, luchan, se quieren y se pelean
-incluso hasta llegar a odiarse-, y mientras tanto, intentan disfrutar de la
vida.
Este libro
aborda la historia de nuestro país desde una perspectiva diferente, la de las
personas que lo hacen posible por medio de su trabajo. Trabajando en las
empresas o en la Administración a cambio de un salario y trabajando en el
ámbito familiar cuidando de manera gratuita.
Esta es la
historia de los obreros de la empresa asturiana Duro Felguera, que iniciaron
una huelga para que readmitieran a unos compañeros despedidos en una fábrica
que la Duro tenía en Galicia, a los que ni siquiera conocían. Una huelga
indefinida que se mantuvo durante dos meses.
Esta es la
historia de los trabajadores de la minería, el metal y la construcción, y de
las trabajadoras del textil que, tras la muerte de Franco tumbaron el proyecto
continuista del rey Juan Carlos, Arias Navarro y Manuel Fraga para mantener la
dictadura con cambios menores y forzaron al monarca y a Adolfo Suárez a liderar
la transición a la democracia. Y lo hicieron con huelgas, piquetes y
manifestaciones, enfrentándose a la represión de la policía franquista,
jugándose la libertad y en demasiadas ocasiones, arriesgando también la vida.
Esta es la
historia de los jornaleros y jornaleras que en 1983 marcharon durante varios
meses por toda Andalucía bajo un sol abrasador reclamando una reforma agraria
que garantizara el acceso a la tierra para poder cultivarla y acabara con la
pobreza y el hambre.
Esta es la
historia de los agricultores y ganaderos gallegos que ocuparon carreteras con
sus tractores para poder seguir viviendo y trabajando en el campo.
Esta es la
historia de los trabajadores del sector naval, la siderurgia, la minería, el
textil y el metal, que se enfrentaron al desmantelamiento industrial.
Esta es la
historia de las mujeres de la fábrica de Jaeger Ibérica de Barcelona que, a
finales de los 80, realizaron 27 jornadas de huelga hasta que la empresa aceptó
pagarles lo mismo que a sus compañeros hombres, que no les apoyaron durante los
paros, pero que al menos les hicieron un pasillo y aplaudieron a su paso,
cuando, victoriosas, volvieron a sus puestos de trabajo.
Esta es la
historia de las trabajadoras de la fábrica de camisas IKE, que en los 90, ante
la incapacidad del empresario de sacar el negocio adelante y la dejadez del
gobierno asturiano, defendieron sus empleos por todos los medios a su alcance.
Cortaron carreteras con neumáticos ardiendo, ocuparon barcos y embajadas,
cantaron villancicos bajo la casa del presidente autonómico y realizaron un
largo encierro en el taller, tan largo, que tuvieron tiempo para estrechar
lazos de amistad, enfrentarse juntas a la depresión, estudiar, cuidar a sus
familias y celebrar los cumpleaños de sus niños en la fábrica ocupada.
Esta es la historia
de los trabajadores de Sintel acampando en el centro de Madrid junto a sus
familias hasta conseguir un acuerdo con el Gobierno que salvara sus puestos de
trabajo.
Es esta una
historia viva, que continúa hasta hoy, como demuestran las trabajadoras de las
residencias de ancianos de Vizcaya. A finales de 2016, estas mujeres iniciaron
una huelga para exigir mejores condiciones laborales y una atención digna a los
usuarios, hasta que la patronal aceptó reducir la jornada a 35 horas semanales
y duplicar el salario mínimo de convenio hasta alcanzar los 1.200 euros
mensuales. Para que los empresarios cedieran fue necesaria una huelga algo
especial: duró 370 días.
Nubes oscuras que impiden ver
Esta también es
la historia de la otra parte de la clase trabajadora, la que no quiere líos, la
que tiende a aceptar lo que hay, porque «es mejor que nada», la que solo se
suma a las huelgas cuando no le queda otra opción para abandonar en cuanto se
presenta la primera ocasión, porque «todos son iguales» y «aquí cada uno que se
busque la vida». Esta es una parte importante de la clase trabajadora, a la que
no se le suele prestar atención, pero que muchas veces es determinante.
La historia de
los sindicatos es también una historia de conflictos internos, de limitaciones
y de errores. De casos de corrupción, prácticas clientelares, tendencias
corporativas y proyectos fallidos de servicios inmobiliarios que tuvieron en
vilo a miles de familias trabajadoras durante años.
Es esta una
historia de confrontación interna, de debates duros que se enconan cuando se
constata la impotencia para hacer frente al avance del paro y la precariedad y
chocan las distintas posiciones: las que proponen aceptar la realidad y las que
llaman a movilizarse para cambiarlo todo. La historia de los sindicatos en
España es también una historia de expulsiones, acosos, escisiones y peleas
internas de gran dureza. Y en algunos casos es también una historia de
reconciliaciones y reunificaciones.
La historia de
los sindicatos es la historia de trabajadores y trabajadoras organizados sobre
todo en grandes centrales confederales como Comisiones Obreras (CCOO), Unión
General de Trabajadores (UGT), Eusko Langileen Alkartasuna (ELA) y
Confederación Intersindical Galega (CIG), en otras más pequeñas como Unión
Sindical Obrera (USO), Confederación General del Trabajo (CGT), Langile
Abertzale Batzordeak (LAB), Intersindical Canaria (IC), Corriente Sindical de
Izquierda (CSI) y Confederación Nacional del Trabajo (CNT), y también en
centrales sectoriales como el sindicato de enfermería SATSE, la Confederación
de Sindicatos de Trabajadoras y Trabajadores de la Enseñanza (STEC), la
Confederación de Sindicatos Independiente y de Funcionarios (CSIF), la Unión
Sindical de Policías (USP), el Sindicato Unificado de Policía (SUP) o la Unión
Sindical de la Policía Municipal (USPM).
Es esta por
tanto una historia de organizaciones sindicales formadas por millones de
personas, muchas de ellas extraordinarias. Como Nicolás Redondo, secretario
general de UGT, que fue capaz de enfrentarse al presidente del Gobierno y
secretario general del PSOE Felipe González, oponiéndose a la política
económica neoliberal y defendiendo la autonomía del sindicato respecto al
partido hermano. Como Lidia Senra, primera mujer elegida secretaria general de
un sindicato en España, que impulsó la participación de los afiliados en el
Sindicato Labrego Galego y extendió el feminismo en la organización.
Esta es también
la historia de miles de militantes, delegados y dirigentes que se enfrentaron a
situaciones complicadas, en las que había que tomar decisiones difíciles, donde
no era factible conseguir todo lo deseado y largamente luchado y fueron
decisivos para lograr los mejores acuerdos posibles. Entre estos militantes,
podemos citar a Manuel Sánchez Terán, de CCOO, encerrado con sus compañeros de
Duro Felguera en la torre de la catedral de Oviedo para evitar doscientos
despidos y el cierre de la empresa. A Ana Carpintero, de la CSI, liderando la
huelga de las trabajadoras del textil de IKE; a José María Grúber del Sindicato
Unitario (SU) y a Antonio Pérez, de UGT, al frente de la lucha de los
trabajadores de SNIACE en Torrelavega (Cantabria) para evitar el
desmantelamiento de la fábrica; a Paqui Cuesta, de CGT, impulsando la
participación y la movilización de los trabajadores de Ford para reducir la
precariedad, los accidentes y las enfermedades profesionales, a lo que la
multinacional norteamericana respondió con el despido; a Héctor González, de
CNT, organizando a los trabajadores de la hostelería en Gijón, e irritando a
los empresarios del sector, que consiguieron procesarle con una petición de 15
años de cárcel, después de haber sido apuñalado mientras participaba en un
piquete. A Tania Mercader, de CCOO, organizando la huelga de las trabajadoras
de Jaeger Ibérica que obligó a la empresa a pagarles lo mismo que a sus
compañeros hombres. A Antonia Valenzuela, también de CCOO, encerrada con
cientos de familias jornaleras andaluzas en las sedes de la patronal agraria
hasta lograr que los jornales del campo se hicieran con contrato y con derecho
a seguro de desempleo y a jubilación. A Javier Romeo, sindicalista de CCOO en
Bosch de Madrid desde las huelgas contra la dictadura en enero de 1976 hasta su
jubilación treinta años después en una fábrica cuyos trabajadores consiguieron
que no hubiera un solo despido en todos esos años.
Pan y rosas
La columna
vertebral de los sindicatos de clase está formada por delegados sindicales, que
en su mayoría han sido elegidos por sus compañeros para formar parte del comité
de empresa, el órgano de representación unitaria de la plantilla de cada centro
de trabajo. Los hombres y mujeres que deciden dar un paso al frente y
convertirse durante un tiempo en delegados sindicales, lo hacen generalmente
para cambiar las cosas, para responder a abusos de poder, para acabar con las
discriminaciones y los favoritismos y para mejorar sus condiciones de trabajo,
incluido el salario. Para conseguir estos objetivos, no tratan de solucionar su
situación personal ganándose el favor del jefe o la dirección de la empresa,
sino que buscan mejoras que beneficien a todos los compañeros. En muchas
ocasiones, esto supone perder posibilidades de promoción profesional y en
muchas empresas, como veremos en detalle a lo largo del libro, significa
también sufrir represalias. Por eso, los hombres y mujeres que participan en
los sindicatos de clase suelen compartir una forma de ser más solidaria que
individualista, y suelen compartir valores como la igualdad, la justicia, el
apoyo mutuo, el ayudar a quien tiene problemas y el no dejar a nadie tirado.
Generalmente,
quien participa en un sindicato de clase lo hace no solo para mejorar sus
condiciones de trabajo, sino también para contribuir a cambios más globales:
reducir las desigualdades sociales, acabar con la pobreza, defender la sanidad
y la educación pública, acabar con la violencia contra las mujeres, oponerse a
las guerras, especialmente a las de carácter imperialista, cooperar con el
desarrollo de los países de África, Asia y América Latina, lograr la igualdad
entre hombres y mujeres, proteger el medioambiente o mejorar la democracia.
Estos ideales
de transformación social son los que ayudan a los delegados a soportar la
confrontación con la empresa, los conflictos con los compañeros, la competencia
entre distintos sindicatos (que no siempre es limpia) y las luchas internas que
existen en todas las organizaciones. Muchas veces, estos ideales son los que
permiten resistir en una labor sindical que es gratificante, pero también dura.
Tan dura que a veces es imposible seguir.
La vida misma
Rosa respira
hondo y entra en la primera planta de la oficina. Siempre siente un poco de
vértigo, pero en seguida se concentra en la tarea y empieza a repartir las
hojas del sindicato. «Buenos días, te dejo este comunicado sobre la negociación
del convenio colectivo» va repitiendo mesa por mesa. Algunas personas ni
siquiera contestan, otras responden amablemente, pero sin mucho interés, y
también hay quien agradece la información y pregunta alguna cuestión. A veces
también recibe críticas más o menos duras, comentarios a las noticias sobre
casos de corrupción en los sindicatos, y en contadas ocasiones, insultos, sobre
todo cuando hay huelgas. «Poca cosa», piensa Rosa, que no olvida cómo era hacer
sindicalismo en la empresa de logística donde tuvo su primer contrato, cuando
el encargado llamaba a los guardas de seguridad y a la policía para impedir que
repartiera los comunicados y hablara con los trabajadores. Nada que ver con una
empresa pública, con sindicatos fuertes y reconocidos, donde trabaja ahora.
Tras recorrer
toda la planta, Rosa llega al final de la sala y saluda a un grupo de empleadas
que suelen interesarse por las propuestas del sindicato. «Parecen un poco más
serias de lo habitual, seguramente tendrán mucho trabajo y no podrán hablar
hoy», se dice a si misma. Pero cuando pregunta «qué tal por aquí», Nuria, una
chica joven que ha entrado en la empresa hace poco más de un año, rompe a
llorar. «Vaya», piensa Rosa, «tendrá un problema familiar y yo aquí con las
hojas del sindicato…» «¿Qué te pasa?» -le pregunta-. Nuria no consigue hablar,
solo dice que no con la cabeza. Las compañeras se miran entre ellas y la
consuelan, pero tampoco explican nada. «Mejor bajamos a desayunar y te lo
contamos en el bar».
Lo que cuentan
en el bar es que el jefe, todo un director, está acosando a Nuria para que se
vean fuera del trabajo. Y como ella no quiere, la presiona de todas las formas
posibles: hace comentarios sobre su cuerpo, sobre lo atractiva que es, pregunta
una y otra vez si tiene novio, le pide el número del móvil… y cuando no
consigue lo que quiere, comienza a ridiculizarla delante de todos, a
descalificar su trabajo y a llamarla a su despacho para dejarle claro que su
futuro en la empresa depende de él. Y Nuria ya no puede más: le cuesta dormir,
sufre ataques de ansiedad en la oficina, e incluso ha empezado a medicarse. La
única solución que ve es aceptar una cena con el jefe a ver si así se acaba la
pesadilla.
Rosa le
aconseja ir al médico inmediatamente, («en este estado no puedes trabajar») y
así lo hace Nuria. Le explica el protocolo para casos de acoso laboral y sexual
que los sindicatos han acordado con la empresa y comienzan a preparar la
denuncia. El director lo niega todo y le quita importancia, se trata de
«comentarios amables malinterpretados» por Nuria. Pero el acoso se acaba al día
siguiente. Nuria es trasladada a otra oficina, y vuelve a trabajar con
normalidad. El director acosador no es sancionado, ni siquiera trasladado, ni
tampoco tiene que enfrentarse a un juicio penal, pero le queda claro que si
reincide no se librará tan fácilmente.
Este relato,
basado es un caso real y documentado -cuyos detalles se han modificado por
respeto a la intimidad de los afectados- es el día a día de cientos de miles de
delegados sindicales en España. Podrían ponerse muchos ejemplos: el
representante de los trabajadores que consigue parar una máquina hasta que se
cumplan las medidas de seguridad evitando así un probable accidente de un
empleado con contrato temporal atemorizado por el despido, la sindicalista que
consigue que pongan ventilación para renovar el aire de una sala donde una
empresa ha colocado a varios trabajadores subcontratados, o la que consigue que
se respeten los dos días seguidos de descanso semanal recogidos en el convenio,
pero que el jefe no cumple, porque «falta gente» o porque «entonces no puedo
dar el servicio». Esta actividad es poco conocida por los trabajadores. En
2010, El 43,4% de las personas asalariadas manifestaba no saber nada o casi
nada de las actuaciones sindicales, un porcentaje muy parecido al de quienes no
contaban con representación sindical en su empresa.[1]
A pesar de ser
poco visibles, las iniciativas sindicales generalmente revierten en una mayor
seguridad y mejores condiciones laborales. Se trata de una labor que los
sindicalistas hacen a costa de su propia promoción profesional, durante su
jornada laboral (por medio de las horas sindicales) y también fuera de ella,
empleando su propio tiempo, aunque en un colectivo tan grande, también hay
personas que se aprovechan para medrar o para no trabajar.
Sin embargo,
para una parte de la sociedad, los sindicatos se preocupan principalmente de
sus miles de liberados y en segundo lugar de los afiliados, identificados como
personas mayores, con contrato fijo en grandes empresas, sobre todo públicas.
Además, son considerados tan corruptos como los principales partidos políticos
y se presume que están tan hipotecados por las subvenciones estatales, que
nunca se enfrentan de verdad con el Gobierno, porque pondrían en riesgo su
futuro. Para comprobar qué hay de cierto en estas afirmaciones, en este libro
analizamos la historia de los sindicatos en España entre 1975 y 2004
La clase trabajadora
La historia de
los sindicatos es también la historia de la clase trabajadora, de la que nacen,
a la que miran continuamente, a la que intentan comprender, animar y mejorar.
Una clase social tan grande, tan diversa y tan contradictoria, con tantas voces
e intereses tan contrapuestos en su interior, que en algunas ocasiones no hay
quien la entienda y con la que, a veces, incluso los sindicatos se pelean.
¿A qué nos
referimos cuando hablamos de clase trabajadora?
Existen
diferentes teorías sobre las clases sociales, que se dividen en dos grandes
grupos. Las teorías económicas, que fijan las clases sociales según el nivel de
renta y las sociológicas, que tienen en cuenta otros criterios como la
propiedad de los medios de producción, el grado de autonomía y control sobre el
trabajo o la posición en la jerarquía de la empresa.
Las teorías
económicas definen las clases por tramos de renta y consideran que existe una
minoría muy rica (la clase alta), una mayoría con ingresos intermedios (la
clase media) y un tercer sector en la pobreza, minoritario pero amplio (la
clase baja). Este enfoque es el que sigue la OCDE, que entiende la clase media
como el conjunto de personas cuyos ingresos están entre el 50% y el 150% de la
mediana de los salarios.[2] Según esta perspectiva, la clase media en España
estaría formada por las personas que cobran mensualmente entre 825 y 2.475
euros, tomando como referencia los datos de salarios del INE de 2017.
Las teorías
sociológicas plantean que las clases sociales no están determinadas por niveles
de ingresos sino por cuestiones sociales. Las distintas variantes de estas
teorías (marxistas, weberianas o funcionalistas) proponen criterios diferentes
y discrepan también a la hora de ubicar en las clases sociales a algunas
personas, pero todas coinciden en que existen tres clases principales: la clase
obrera o trabajadora, la clase media y la clase alta o burguesía.
De las
distintas teorías sociológicas sobre las clases sociales, seguiremos aquí la
que considera que los aspectos determinantes son la propiedad de los medios de
producción, la posición en la jerarquía de la empresa y la autonomía y el
control sobre el propio trabajo. Con estos criterios y los datos de la Encuesta
de Población Activa podemos obtener una idea, necesariamente aproximada, sobre
el número de personas que forman cada clase social en España.
Desde este
punto de vista, la clase trabajadora está formada por las personas asalariadas
que no son dueñas de la empresa, no ocupan posiciones de alta dirección y
tienen poca autonomía y control sobre su propio trabajo. Pueden tener estudios
elementales, como los operarios no cualificados de una fábrica o de un almacén
o el personal de limpieza. Pero también pueden tener formación superior como
los profesores de educación infantil, primaria o secundaria. También forman
parte de la clase trabajadora los autónomos que no tienen empleados
contratados, incluso si son propietarios de los medios de producción (por
ejemplo, un camión, un ordenador o herramientas de construcción), siempre que
el control sobre su trabajo sea limitado.
Los
profesionales como profesores universitarios, abogados, arquitectos, médicos y
algunos ingenieros pertenecen a la clase media, porque disponen de autonomía
para realizar su trabajo. Pueden ser tanto trabajadores asalariados como
autónomos, ya que el elemento decisivo que determina su pertenencia a la clase
media es el control sobre su propio trabajo. También forman parte de la clase
media los directivos, que no son propietarios de las empresas, pero gozan de
amplio poder sobre el proceso de trabajo. Los altos directivos pueden ser
también asalariados, y en ocasiones tienen suficiente patrimonio para dejar de trabajar
y aun así mantener un nivel de vida acomodado.
La tercera
clase, la burguesía, está formada por los dueños de los medios de producción y
los grandes propietarios. Las diferencias dentro de esta clase entre pequeños
empresarios y grandes empresarios son muy importantes, y en el caso de los
pequeños empresarios, puede darse el caso de que ganen menos dinero que
profesionales de clase media o incluso que trabajadores cualificados.
Desde esta
perspectiva, ser de clase trabajadora no implica tener pocos estudios, bajo
nivel cultural, ni ser pobre. Significa tener que trabajar a cambio de un
sueldo, en un puesto de trabajo por debajo de la alta dirección, realizando
tareas con poca autonomía, sin ser propietario de una empresa con empleados
contratados.
Preferimos el
término clase trabajadora antes que clase obrera o proletariado, porque refleja
mejor la diversidad interna de este colectivo. La clase obrera se ha
identificado tradicionalmente con los asalariados de la industria y la
construcción (hombres en su mayoría), dejando fuera a los trabajadores del
sector servicios, que hoy en España son más que los empleados de las fábricas.
El término proletariado evoca a trabajadores pobres, cuya única riqueza es su
prole, una situación propia del siglo XIX y comienzos del XX. En la España de
hoy, aunque sigue habiendo trabajadores sumidos en la pobreza, son más los que
tienen las necesidades básicas cubiertas y cierto nivel de consumo. Rechazamos
el término clase baja para referirnos a la clase trabajadora porque es
peyorativo y ofensivo y además porque se asocia con pobreza y falta de cultura.
Rechazamos también el concepto de «precariado»[3], porque el colectivo al que
alude, los trabajadores temporales con altos niveles de formación, constituyen
solo una pequeña parte del conjunto de trabajadores precarios, concretamente
los pertenecientes a la clase media profesional subempleada.
La historia de
los sindicatos que narra este libro está íntimamente ligada a la evolución de
la clase trabajadora, una mayoría social cada vez más diversa, que va mucho más
allá de los obreros industriales y que incluye a quienes trabajan cuidando en
el hogar familiar (en su mayoría mujeres) y también a las personas empleadas en
oficinas, tiendas, almacenes, supermercados y explotaciones agrarias. Una clase
trabajadora formada por personas con contrato fijo o temporal, que trabajan en
negro o están en paro. Una clase trabajadora de personas empleadas en grandes
compañías, en pequeñas empresas o como autónomos; que se sienten españolas, vascas,
gallegas, catalanas, valencianas, andaluzas o canarias o que comparten varias
de estas identidades; personas nacidas en España o venidas del Magreb, América
latina, Europa del Este y otras zonas del mundo.
La clase
trabajadora es por tanto un colectivo con grandes diferencias internas. Sus
miembros pueden tener tanto estudios básicos como títulos universitarios;
pueden alojarse en infraviviendas, estar amenazadas de desahucio o tener una
casa en propiedad e incluso en algunos casos otra en el pueblo o en la playa;
pueden disponer de un buen nivel de ingresos o estar en la pobreza, a pesar
incluso de trabajar a jornada completa; pueden ocupar los puestos inferiores en
la empresa o desempeñar funciones de mandos intermedios y técnicos. Por encima
de todas estas diferencias, las personas que forman parte de la clase
trabajadora tienen tres cosas en común: no son propietarios de empresas con
personal contratado, trabajan para vivir (ya sea cuidando en el ámbito familiar
sin remuneración o en una empresa a cambio de un salario) y por último, tienen
escaso control y poder de decisión sobre su trabajo.
Durante la
transición, a finales de los años 70, la clase trabajadora agrupaba en España
al 78,4% de la población, mientras que la clase media suponía el 15,2%. El
53,2% se consideraba parte de la clase trabajadora, mientras que el 42,1% se
identificaba con la clase media.[4] Tres décadas después, a comienzos de los
2000, cuando termina el periodo que aquí analizamos, la situación era muy
diferente. A lo largo del libro analizaremos estos cambios, tanto en las clases
sociales en sí mismas como en la identificación de las personas con las
distintas clases sociales.
El mito del fin del trabajo
Aunque existe
un acuerdo general sobre el papel protagonista de los sindicatos en el siglo
XX, su importancia actual es objeto de debate, e incluso se les compara con dinosaurios
en vías extinción, de los que no está claro si conviene protegerlos en reservas
jurídicas o si dar su ciclo por cumplido y aceptar su irrelevancia social.
Quienes cuestionan la centralidad de las organizaciones obreras señalan que el
avance tecnológico reduce progresivamente la cantidad de trabajo necesaria para
el funcionamiento de la sociedad, y al mismo tiempo, que la economía genera
riqueza ya no solo produciendo bienes y servicios sobre la base del trabajo,
sino también en la compraventa de productos financieros. En este sentido, es
habitual leer en todo tipo de medios y a todo tipo de autores, no solo
neoliberales, que la automatización y las tecnologías de la información están
provocando el «fin del trabajo» y por extensión, de los sindicatos.
Este tipo de
planteamientos suelen referirse al fin del empleo, que no del trabajo. Aunque
habitualmente se tratan como si fueran una sola cosa, trabajo y empleo no son
lo mismo. No descubrimos nada nuevo. A comienzos de los 70, el movimiento
feminista de EEUU planteó que el trabajo doméstico realizado por las mujeres
era tan trabajo como el de las fábricas [5]. En 1978, la
editorial ZYX publicó en España el libro «El ama de casa. Crítica política a la
economía doméstica», donde María Ángeles Durán defendía la misma idea.
El trabajo es
todo gasto de energía empleado en producir un bien, ya sea material -un
objeto-, o inmaterial -un servicio-. Una parte de ese trabajo se realiza en el
mercado, a cambio de dinero. Se denomina empleo, e incluye el trabajo asalariado
y el trabajo autónomo remunerado.
Diferenciar
entre trabajo y empleo no es una exquisitez teórica propia de especialistas,
sino una distinción necesaria para entender el papel de los sindicatos y de la
clase trabajadora. Porque resulta que para que la vida humana sea posible, es
necesaria una gran cantidad de trabajo que no es empleo: el trabajo de
cuidados, mayoritariamente realizado por las mujeres de forma gratuita en el
ámbito doméstico. El trabajo ha sido y es un pilar esencial de la vida en sociedad,
porque sin cuidar a nuestros pequeños, a nuestros mayores, a las personas
enfermas o con diversidad funcional, sencillamente no hay ni vida ni sociedad.
La Encuesta de
Empleo del Tiempo 2009-2010 del Instituto Nacional de Estadística muestra que las
horas trabajadas en las empresas son menos que las horas trabajadas en el hogar
y la familia, que incluye cuidar niños y adultos, cocinar, limpiar y mantener
el hogar, confección y cuidado de ropa, jardinería y cuidado de animales. Del
total de horas de trabajo, el 52,8% son horas de trabajo de cuidados no
remuneradas, el 43,4% son horas de trabajo en las empresas y el 3,8% trabajo
voluntario y reuniones. Otra cosa es -y esto lo analizaremos en detalle a lo
largo del libro- cómo se reparten el trabajo de cuidados y el empleo entre
hombres y mujeres. Las mujeres trabajan en promedio una hora y cuatro minutos
más al día que los hombres. Ellas realizan más del doble de horas de trabajo de
cuidados (concretamente el 68,9% frente al 31,1% de los hombres), mientras que
ellos trabajan más horas de forma remunerada (61,8% frente al 38,2% de las
mujeres) [6]. Como veremos, la división sexual del trabajo es una de las
principales fracturas internas de la clase trabajadora, porque genera una gran
desigualdad entre hombres y mujeres.
Teniendo en
cuenta la distribución de las horas de trabajo, parece evidente que no nos
encontramos ante el fin del trabajo. ¿Y qué pasa con el empleo? A escala
mundial, los datos de la Organización Internacional del Trabajo (OIT) revelan que
el empleo no para de crecer. Desde el año 2000, el número de puestos de trabajo
ha aumentado año tras año, con incrementos de entre el 1,4% y el 1,9% durante
las fases de crecimiento y con subidas el 0,9% en los peores años de la crisis.
Sin embargo, en los países desarrollados (incluida la Unión Europea) el empleo
apenas aumenta desde 2008 (0,1% de crecimiento)[7].
A pesar de que
no se acaba el empleo en el conjunto del planeta, en Occidente su creación se
encuentra estancada y concretamente en España existe una situación de falta de
puestos de trabajo. En el primer trimestre de 2015, la tasa de paro era del
23,7% (5,4 millones de desempleados), pero incluso en plena fase de
crecimiento, en 2007, el porcentaje era del 8,42% y afectaba a 1,8 millones de
personas[8].
El alto nivel
de paro es una constante de la economía española, si bien durante los años 60
del pasado siglo, bajo el régimen fascista, el desempleo no era tan evidente
debido a la emigración y a las trabas para que las mujeres pudieran acceder al
mercado laboral. Tradicionalmente, los empresarios en España han sido incapaces
de generar suficientes puestos de trabajo. Esta limitación, junto a la menor
cantidad de empleo público en comparación con los países del entorno, es la que
explica las elevadas tasas de paro.
Los datos
anteriores indican que ni se acaba el trabajo ni se acaba el empleo. El
supuesto fin del trabajo es en realidad el fin de la centralidad del trabajo en
el análisis de la sociedad, es decir, una propuesta política, pero no una
descripción de la realidad.
Por motivos
antropológicos necesitamos como especie humana una enorme cantidad de trabajo
de cuidados para sobrevivir. Pero como ese trabajo de cuidados en gran parte no
está remunerado, y además lo hacen mayoritariamente las mujeres, algunos
análisis no consideran su existencia, como si el único trabajo fuera el empleo.
El otro tipo de
trabajo -el empleo- también sigue siendo central en la vida de las personas,
porque para la mayoría, el disfrutar de una vida digna y librarse de la pobreza
dependen de acceder a un puesto de trabajo debido al escaso desarrollo de los
servicios sociales del Estado del Bienestar en España. Por otra parte, como
veremos en detalle a lo largo del libro, la vida de la mayoría social de clase
trabajadora depende en gran medida de las condiciones laborales. El trabajo
sigue siendo uno de los elementos centrales de la vida de las personas y de la
organización de la sociedad.
Un laboratorio de relámpagos
La historia de
los sindicatos en España es una historia de trabajo, de cuidados, de
sentimientos, de conflictos, de organización y también de ideas, porque los
sindicatos han participado de forma destacada en la mayoría de las principales
confrontaciones políticas e ideológicas.
Esta historia
es por tanto también la historia del debate sobre la igualdad de oportunidades
y su relación con la igualdad de resultados, esto es, con las medidas que
promueven que la desigualdad social y económica no supere determinados
umbrales.
Esta es la
historia del debate sobre el significado del trabajo y el empleo, sobre la
importancia de los cuidados, sobre el orgullo por el trabajo bien hecho, sobre
la modernización, sobre la flexibilidad, sobre la pobreza, sobre las medidas
necesarias más allá de las leyes para garantizar la igualdad entre hombres y
mujeres, sobre el papel del trabajo en la generación de riqueza, sobre el
emprendimiento, sobre la cultura del pelotazo y el enriquecimiento rápido,
sobre el papel de los empresarios, sobre el papel de la clase media profesional,
sobre la cultura del esfuerzo, sobre el impacto de los robots y las tecnologías
de la información, sobre las políticas económicas, las recetas neoliberales y
sus efectos en la vida de las personas. Y también es una historia sobre las
dificultades para cuestionarse la utilidad social de lo que cada uno produce y
por hacer compatibles las reivindicaciones laborales con la reducción del
consumo y con el respeto al medio ambiente. Y sobre ideas para el cambio
social, ya sea dentro del sistema económico actual, el capitalismo, o para
superarlo en un sentido socialista.
La historia de
los sindicatos en España es la historia de los intentos por conjugar el derecho
a promocionar profesionalmente por medio del esfuerzo individual con la mejora
colectiva que garantice unas condiciones mínimas para quienes sigan
desempeñando los puestos de trabajo peor considerados, que no siempre son los
menos importantes para la sociedad. Es la historia de los intentos de hacer
compatible el derecho a escapar de la clase trabajadora y ascender socialmente,
con la mejora de las condiciones de vida y de trabajo de la mayoría social que
sigue perteneciendo a la clase trabajadora. Es la historia también de los
proyectos de acabar con las clases sociales.
Esta es una
historia que nos ofrecerá respuestas distintas a viejas preguntas y que también
planteará algunas cuestiones nuevas: ¿qué resultados han tenido las políticas
económicas de los gobiernos del PSOE y del PP? ¿Existían alternativas a la
modernización de España diseñada por el PSOE? ¿Era necesaria la flexibilidad en
las relaciones laborales? ¿fue posible otro tipo de reconversión industrial?
¿Era razonable que los sindicatos centraran sus reivindicaciones en conseguir
empleo para todos? ¿De qué han servido la negociación colectiva y el diálogo
social protagonizados por los sindicatos? ¿Qué significan la cultura del
pelotazo y del emprendimiento como alternativa a la cultura del trabajo ¿Están
la clase trabajadora y los sindicatos en peligro de extinción ante el avance de
la clase media y la tecnología? ¿Son responsables los sindicatos de la
pervivencia del alto nivel de paro por no aceptar rebajas en las condiciones de
trabajo de quienes tienen empleo? ¿Defienden los sindicatos preferentemente a
sus liberados y en segundo lugar a sus afiliados, despreocupándose de precarios
y parados?
A vueltas con el sindicalismo de clase
Aunque las
clases existen en tanto que relaciones sociales con influencia decisiva en la
vida de las personas independientemente de sus opiniones, consideramos que no existe
un interés objetivo, auténtico o verdadero de cada clase social. Es decir,
consideramos que la identidad de clase no es algo ya creado a la espera de ser
descubierto por los trabajadores, sino una propuesta política, algo a elaborar.
Los trabajadores
y trabajadoras, basándose en su experiencia, pueden llegar a la conclusión de
que tienen intereses comunes y enfrentados a los intereses de los empresarios y
por tanto sentirse parte de un mismo colectivo por encima de las diferencias de
género, de empresa, de sector productivo, de edad, de tipo de contrato, de país
de procedencia, de identidad nacional… o bien pueden llegar a conclusiones
distintas.
No existe un
interés de clase objetivo porque la clase trabajadora tiene tanta diversidad
interna que no hay un criterio objetivo para determinar cuál es el interés
general en cada momento. Cuando una empresa plantea a los trabajadores bajar el
sueldo de fijos y temporales o despedir a algunos empleados con contrato
temporal y éstos no tienen fuerza suficiente para impedir que el empresario
aplique su política ¿cuál es el interés objetivo de clase? ¿Aceptar un
empeoramiento de condiciones de todo el colectivo o considerar que es
preferible mantener un mínimo de condiciones laborales en los puestos
existentes, aunque éstos se reduzcan? Cuando la Administración mantiene a miles
de profesores de primaria y secundaria con contratos temporales, obligándoles a
opositar año tras año compitiendo con los nuevos titulados que también aspiran
a los mismos puestos de trabajo, ¿cuál es el interés de clase? ¿primar la
experiencia en el puesto de trabajo o la nota del examen de oposición?
Consideramos
que no existe una posición verdadera o auténtica de clase, sino distintas
propuestas para formar una identidad de clase, y que todas ellas se presentarán
como expresión del interés general, en este caso, del interés de toda la clase
trabajadora.
Esta reflexión
no es un ejercicio teórico, sino una cuestión central para entender la
evolución del sindicalismo. Porque una de las funciones principales de los
sindicatos es extender entre los trabajadores y las trabajadoras la idea y el
sentimiento de que forman parte de un colectivo con unos mismos intereses, que
son parte de una misma clase social con intereses enfrentados a los de los empresarios,
(la burguesía). Nos referimos aquí a los sindicatos de clase, que aspiran a
organizar y a representar a toda la clase trabajadora, a la mayoría social, y
no a los sindicatos corporativos, que sólo agrupan a los miembros de una
profesión o sector como maquinistas de tren, conductores de metro, enfermeras,
controladores aéreos, funcionarios o policías.
¿Qué han hecho
los sindicatos en los últimos cuarenta años para fomentar la identidad común de
los hombres y mujeres de clase trabajadora? ¿Qué han hecho para superar la
división sexual del trabajo que asigna a las mujeres la mayor parte del trabajo
doméstico y de cuidados realizado de forma gratuita? ¿Cuáles han sido los
resultados de la acción sindical? A lo largo del libro, analizaremos cómo los sindicatos
han confrontado el discurso de la clase media como clase social mayoritaria y
la idea de la clase trabajadora como colectivo residual, pobre e inculto, del
que conviene escapar. En las páginas siguientes, repasaremos también la
respuesta sindical a los discursos que demonizan a la clase trabajadora con
términos despectivos como canis (para los hombres
jóvenes), chonis (para las mujeres jóvenes), ninis (para
los jóvenes en paro, que ni trabajan ni estudian) o marujas (para
las mujeres dedicadas al trabajo doméstico).
Notas:
[1] Ministerio
de Trabajo e Inmigración, Encuesta de calidad de vida en el trabajo,
Madrid, Ministerio de Trabajo e Inmigración, 2010, p. 85; ALÓS, R., Afiliación
y representación del sindicalismo en España y en la Unión Europea, Madrid,
Fundación Primero de mayo 2014, p. 4.
[2] OECD, Under pressure: the squeezed
middle class, Paris, OECD Publishing, 2019.
[3] STANDING,
G., «Por qué el precariado no es un concepto espurio», Sociología del
Trabajo, nº 82. 2014, pp. 7-15
[4] Fundación
Foessa, Informe sociológico sobre el cambio social en España, 1975-1985,
Madrid, Euramérica, 1983, p. 72.
[5] FEDERICI,
S., Wages against Housework, Bristol, Falling Wall Press 1975;
FEDERICI, S., El patriarcado del salario, Críticas feministas al
marxismo, Madrid, Traficantes de Sueños, 2018.
[6] Instituto
Nacional de Estadística, Encuesta de Empleo del Tiempo, 2011. Los
porcentajes son elaboración del autor a partir de los resultados de la tabla 1
«Distribución de actividades en un día promedio»,
[7] International Labour Organization, World
Employment Social Outlook, The changing nature of Jobs, Geneva,
International Labour Office, 2015, p. 17 y ESTRADA, B., «El fin del trabajo», Ctxt,
18 de enero de 2017.
[8] Encuesta de
Población Activa (EPA), Serie histórica,
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