La construcción social
del miedo
ESCRITO POR: JAVIER MARTÍNEZ CORTÉS
http://www.revista-critica.com/la-revista/monografico/analisis/439-la-construccion-social-del-miedo
Enero
- Febrero 2012
¿El
miedo se aprende en la sociedad?
“El hombre es una caña, la más débil de
la naturaleza” –sospechó Pascal-– “pero es una caña que piensa”. Esta
combinación de debilidad y pensamiento está en la base del desarrollo de
las culturas humanas. El ser humano se sintió animal amenazado y su
cerebro –aún en proceso de desarrollo– le dijo que podría tratar de
protegerse fabricando algo con lo que defenderse de sus amenazas. Había
nacido el homo faber.
La cultura surgió como necesidad
de proteger de sus peligros a la débil caña humana. Porque,
consciente de su debilidad, el ser humano había sentido miedo. Y
había encontrado en la cultura –esto es, en la construcción de artificios
mediante su inteligencia– la defensa para sus miedos. La
cultura surgió para proteger al ser humano.
Pero, probablemente muy pronto, los
seres humanos, producto de la evolución, pudieron comprobar que otras
“cañas débiles” semejantes a ellos, eran sin embargo, aún más débiles. Y
los instrumentos, que les servían para defenderse de los depredadores de
otras especies, podían también ser usados contra la propia especie.
Y el ser humano se convirtió en
depredador de sus semejantes. La cultura sufría así, vista desde
nuestra altura temporal, una perversión. “Homo homini lupus” sentenció
Hobbes, ya a millones de años, para justificar el nacimiento del
Estado.
¿Hay
un miedo “natural”?
El miedo está por tanto implícito en
la conciencia del ser humano, ante los peligros que le amenazan. La
vida es esencialmente afirmativa y la sostiene el instinto de
conservación. Una de las necesidades básicas en toda existencia es la
de seguridad. Toda amenaza a esta seguridad provoca la reacción espontánea
del miedo. En este sentido, el experimentar miedo es un fenómeno que
podría considerarse natural.
Ahora bien, el motivo por el que se
experimenta el miedo es aprendido en el interior de la propia
cultura. Por ello, nuestros miedos son tan diferentes. (No son los mismos
los miedos ante el cáncer que ante la práctica del vudú.)
Así, el miedo se produce siempre en
circunstancias sociales. Posee un contenido social e histórico que
evoluciona con el desarrollo de las culturas. El miedo participa de la
función protectora de la vida, aunque a veces no sea real sino
imaginario. Un miedo prudente –que solemos denominar “precaución”–
constituye una salvaguardia de la existencia. (“Vivir” supone siempre
la prueba existencial de superar no sólo incertidumbres sino miedos).
El
hombre como productor de miedo. Los miedos hoy
Desde la perspectiva de las modernas
sociedades ya desarrolladas, nos costó mucho aceptar la necesidad del
miedo. En la sociedad de la abundancia, la seguridad tenía que
ser abundante. Ello promocionó el sustancioso filón económico de las
Sociedades de Seguros e hizo patente la idea de que sugerir algún
tipo de miedo (una epidemia vírica) era rentable puesto que
promocionaba la compra de la medicación previa.
Desde siempre, el miedo de los
demás supuso una cuota de poder (léase “El Príncipe” de Maquiavelo).
Pero ahora, además, proporcionaba un negocio. Dentro de lo que
puede caber, se apoyaba en la idea de una mayor seguridad para
nuestra salud. Menos inocente, y muy rentable, incluso en época de
crisis económica, es la fabricación y venta de armas a
otros países. Siempre hay mercado para ellas: todos los países
que las adquieren, por pobres que sean, lo hacen para
proporcionar una mayor seguridad frente a sus enemigos (a
los que tal vez se piensa atacar). Este maridaje entre
seguridad y armas agresivas se ha impuesto en nuestra
retórica occidental. Los anticuados Ministerios de Guerra se han
transmutado en modernos Ministerios de Defensa.
En la práctica real, con distintas
palabras, hay una glorificación de la violencia. La
producción cultural del miedo (al margen de catástrofes naturales) ha
tenido ya un carácter exponencial. “Cultural” aquí quiere decir: con
el artificio de una técnica cada vez más sofisticada, añadida al
marketing ideológico sobre “el enemigo”. Ya no hay distancias que antes separaban a
las personas. Hoy conocemos que nuestro planeta está envuelto en violencia
y amenazas –explícitas o no– de violencia. Como si nos poseyera una
imagen cainita de lo que es convivir sobre la Tierra.
Ma allá de la esperanza filosófica y de
la retórica política, está la historia tan reciente de nuestro convulso siglo
XX. Esta historia produjo un fundado miedo a reiterar los problemas. Resultaba
indispensable superar con un destino común los enfrentamientos y las muertes.
El
miedo en escenarios menores
El miedo se puede producir en
escenarios menores. Incluso dentro de la familia y la
“polis”, instrumentos que los seres humanos se dieron para
protegerse, aunque en la práctica impusieran una violencia social,
aceptada por miedo (inferioridad de la mujer, esclavitud). Pero hoy,
en sociedades donde se vive bajo el ideograma de la libertad, el miedo
adquiere un carácter sangriento. Óiganse las noticias
cotidianas sobre “violencia de género” y recuérdese la historia de la
ex-Yugoslavia con sus enfrentamientos étnicos y religiosos.
La mirada occidental de Hegel, en el
siglo XIX, vio que la Historia universal no se podía considerar un
muestrario de la dicha humana. Pero pensó que la cultura (la de Occidente,
claro) evolucionaba hacia la libertad como meta última.
Hoy nos cuesta admitir este horizonte
último de Hegel. No es que no hayamos formulado como derechos
“inalienables” los debidos a la libertad de la persona. Sin infravalorar
la necesidad y la exigencia de esta formulación, también en Occidente
hemos encontrado fórmulas dotadas de nombres respetables para
infringir algunos de esos derechos (no es lícito ejercer la tortura,
pero sí “someter a presión” a la persona humana).
Más allá de la esperanza filosófica,
y de la retórica política, está la historia –tan reciente– de nuestro
convulso siglo XX. Europa con sus guerras y sus ensayos de exterminio
étnico, Japón con su experiencia de la bomba atómica… han conocido la
difusión de un terror masivo.
Ello produjo un fundado miedo a la
reiteración de los problemas (es prudente sentir miedos). Resultaba
indispensable superar, con un destino común, los enfrentamientos
dramáticos y las muertes masivas (literalmente de millones de
personas). Las potencias vencedoras en la guerra del 14 fracasaron en
dotar a Europa de una paz duradera (no tuvieron suficiente miedo). La
cultura europea –políticos y economistas– de la posguerra de 1914, fue una
“cultura fracasada”; no fue capaz de prever los futuros problemas
que, recrudecidos, volvieron a reproducirse dos décadas después.
Con esta memoria se produjo un
esfuerzo colectivo de los líderes europeos por superar
nacionalismos. Trataron de crear, por etapas, una “Unión Europea”,
basada en la unión económica. El proceso aún está por completar
con medidas políticas cuya ausencia se deja hoy notar. Pero produjo
una conciencia de “guerra imposible” en Europa, y un auge económico
sin precedentes hasta entonces.
Hoy, en un contexto político y
económico diferente, la crisis financiera y económica (tal vez más
compleja que la crisis de 1927), amenaza al euro –una moneda sin Estado– y
pone en riesgo la misma Unión Europea.
En esta situación, sería oportuno
plantearnos el tema de los miedos “oportunos” y de las
“culturas fracasadas”.
¿Qué
es una “cultura fracasada?
Una cultura fracasada es aquella en
la que el sistema de organización social se problematiza por unas
cuestiones que desbordan las soluciones ofrecidas. ¿Podría estarse
acercando el Occidente europeo a este límite? Porque se
“construye” en Europa hoy un tipo de miedo nuevo para los europeos de
los últimos cincuenta años. Miedo para el que las soluciones
ofrecidas por la clase política dirigente no parece ofrecer una
esperanza tangible. Al menos para las economías periféricas de la zona
euro.
Miedo, no a la guerra, sino más
difuso y anónimo. Un miedo al futuro económico de muy extensas capas
de población. Miedo que se extiende al paro masivo, al deterioro creciente
de las condiciones laborales, a la pérdida de la vivienda e incluso a
la perspectiva de una pobreza vergonzante.
Y ello en sociedades que guardan el
recuerdo reciente de una abundancia, en algunos casos cercana al
despilfarro, pero que también permitió a muchos el acceso a un estándar de
vida decoroso, propio de la clase media–baja. Todo ello se está
viniendo abajo aceleradamente.
Estamos sin signos de bonanza en el
horizonte. El euro sigue enfermo, acosado por “los mercados
intranquilos” (que se siguen enriqueciendo).
Es duro poner este final al tema del
miedo. El pesimismo no es la estrella bajo la cual pueda vivir el
individuo sano. Pero tampoco es sano, incluso es perjudicial a la luz de
la Historia, esconder los miedos de la población, traducidos a duras
realidades, bajo la capa de la retórica política de un mañana venturoso. Y
este es el miedo que en Europa estamos ahora aprendiendo. Aunque pensemos
que todavía Europa no es una cultura fracasada.
La “caña débil” de Pascal no es hoy
tan débil, desde luego. Pero lo que resulta dudoso ante los
resultados es que piense acertadamente sobre la posible solución de los
problemas que, desde hace varios años, la están desbordando.©
Javier Martínez Cortés
Sociólogo