Catalunya
Sobre la
violencia
Hibai Arbide
VIENTOSUR
21.10.2019
“Inventar-te lleis pa que te quadren és VIOLÈNCIA”
[Orxata Soud System]
Este artículo no es un alegato a favor de la
violencia. Repito, por si no queda claro: no pretendo animar a nadie a que
utilice medios violentos para lograr sus reivindicaciones políticas. Solamente
es una arenga a favor del rigor y en contra del alarmismo.
Si no tienes ganas de leerlo entero te lo resumo en
una frase (larga): el estallido de rabia que estos días vive Catalunya no es
único, ni imprevisible, ni especialmente intenso si lo comparamos con
movilizaciones recientes en países de nuestro entorno y la sobreactuación de
políticos, tertulianos y policías sólo es fruto de intereses obscenos.
Me veo tentado a repetir en cada párrafo que este
texto no tiene por objetivo justificar nada. Sólo mostrar lo que pasa en otros
países europeos para relativizar unos hechos que los medios españoles presentan
sin contexto, sin mesura y sin rigor.
La violencia es mala. La violencia es un fracaso
colectivo. Pero no es excepcional en la historia de los movimientos políticos. De
casi todos los movimientos, en un momento u otro. Es absurdo gesticular como si
nunca antes hubiera habido barricadas ardiendo, en Barcelona y en todas las
ciudades europeas.
La violencia es, también, un gran tabú. Los debates
públicos sobre la misma son hipócritas por varias razones. No hay debate
posible si no se puede defender abiertamente el uso de la violencia como
herramienta política sin miedo a las consecuencias penales. Además, en la
práctica resulta imposible definir qué es violencia.
La legitimidad de la acción de un movimiento social varía
en función de muchos factores: el consenso interno que genera, el enemigo
contra el que lucha, la percepción de si es útil o contraproducente, la
represión que provoca, lo que dice la ley, etc. Hay múltiples variables que
determinan si el repertorio de acción empleado se percibe como “violencia” o
como legítimo.
No hay una regla universal que defina qué es violencia
en una movilización. Violencia es siempre lo de los otros.Hace dos días, los pensionistas en
Madrid rompieron a empujones un cordón policial, pero nadie lo considera
violencia porque el grado de fuerza utilizado se percibe como proporcional
frente a la gran legitimidad de luchar por el futuro de las jubilaciones. En
Hong Kong hace meses que el movimiento lanza cócteles molotov, bloquea aeropuertos,
da patadas voladoras a los antidisturbios y utiliza catapultas en las
barricadas, pero sigue siendo multitudinario y ampliamente percibido como
democrático por la mayoría de los medios europeos. Sólo los muy fachas
consideran hoy que parar un desahucio es violencia, aunque en ocasiones los
activistas emplean empujones contra los policías. Los mineros de Asturies
lanzan cohetes a la Guardia Civil. En 2009 trabajadores de la fábrica de
tractores Caterpillar, en Francia, mantuvieron como rehenes a cuatro de sus
jefes en protesta por el recorte de empleos y, a pesar de eso, los diarios
publicaron que “no se ha informado de hechos de violencia”. Los ejemplos son
infinitos.
Un breve repaso alrededor
En Grecia, donde vivo, la percepción de lo que es
violencia o “fuerza legítima” es muy diferente a la que se tiene en el Estado
Español. Aquí nadie se escandaliza porque las manifestaciones se auto-protejan
con varias líneas de activistas pertrechados con cascos y bastones. Lo hacen
desde los anarquistas hasta el Partido Comunista, pasando por los sindicatos o
el movimiento estudiantil. No se percibe como un gesto violento. A menudo,
sindicalistas se enfrentan cuerpo a cuerpo a policías. El uso de ‘molotovs’
es tan habitual que cuando “sólo son unos pocos ‘molotov’ como cualquier
sábado” ni siquiera es noticia. En 2013, monjes ortodoxos del Monte Athos
respondieron lanzando ‘molotovs’ al intento de desalojo de su monasterio en un
conflicto eclesiástico interno. En 2008, tras el asesinato de un adolescente a
manos de un policía, se quemaron todos los bancos de Atenas y hubo disturbios
ininterrumpidos durante un mes. Vuelvo a repetir: ¿estoy diciendo que porque en
Grecia se tiren ‘molotovs’ está bien lanzarlos? No; lo que digo es que en cada
lugar y cada momento varía lo que se percibe como violencia o autodefensa.
En una entrevista al colectivo anarquista Rouvikonas de la que ya hablé en CRÍTIC anteriormente,
les pregunté si aceptan la acusación de ser violentos que les lanza la prensa
conservadora. No eludieron la pregunta y creo que plantearon una respuesta
llena de matices y aspectos interesantes: “Antes que nada, quiero decir que la
violencia es algo malo. Nadie que está en su sano juicio quiere resolver sus
conflictos con violencia. Por otro lado, la violencia es parte de la política
desde que existe la violencia. Es parte de la sociedad, es una arma de doble
filo. Lo diré de otra forma, por un lado está la violencia del poder, la
violencia del Estado y el capital, y la más directa represión del ejército, así
como la indirecta que se ejerce a través de la explotación, y por el otro lado
está la violencia de los oprimidos, la lucha de clases y la violencia desde la
base. Hasta dónde llega cada una de estas violencias en cada uno de los lados
tiene que ver con la relación de fuerzas, dentro del poder y en contra del
poder. En lo que respecta a Grecia y al grupo Rouvikonas, hemos elegido el
nivel de violencia, hasta qué punto llegamos, en base a diferentes razones. Una
razón es nuestra seguridad, otra es cuánto somos capaces y un tercera variante
es cuánto puede asumir la gente de nuestra base social. Nosotros somos un
movimiento con base social, y así actuamos. Usamos un cierto nivel de
violencia y no pasamos de ahí. Y esto es una decisión política a largo plazo,
siempre coherente con las circunstancias. Las acciones de Rouvikonas, en
estas circunstancias, van desde lo simbólico, cuando tiramos octavillas
irrumpiendo en un edificio público, hasta romper algunos cristales con un
determinado objetivo. Hasta aquí hemos llegado por el momento. Así que sí,
aceptamos la violencia como instrumento político y creemos que todos los
espacios políticos aceptan violencia, institucional o no, como instrumento
político y actúan como si no lo hicieran. Nosotros decidimos qué nivel de
violencia usamos”.
Los Chalecos Amarillos llevan más de 50 fines de
semana movilizados en Francia. Hemos visto imágenes de ‘molotovs’, pirotecnia y
adoquines lanzados a la policía, que en muchas ocasiones se ha visto obligada a
retroceder ante la dureza de los manifestantes. Es un movimiento multitudinario
y complejo. Sus portavoces nacionales tienen cuatro temas sobre los que tienen
prohibido pronunciarse; uno de ellos es la violencia. Han acordado no contestar
preguntas sobre ella porque en el movimiento no hay consenso y no quieren hacer
ni apología ni condena.
En 2018, las movilizaciones en Hamburgo (Alemania)
contra el G8 fueron muchísimo más duras que las manifestaciones de estos días
en Barcelona. No se acabó el mundo.La idílica Dinamarca vivió varias
noches seguidas de disturbios en 2007 tras el desalojo de Ungdomshuset. Entre
el 6 y el 10 de agosto de 2011, en Londres se quemaron mucho más que papeleras;
decenas de edificios ardieron tras el asesinato policial de Mark Duggan. Los
daños materiales se cifraron en 240 millones de euros y hubo 3.100 detenidos.
Durante las últimas dos décadas ha habido tantos disturbios en Italia que no he
sabido cuál seleccionar para poner de ejemplo. En Val di Susa se resiste al TAV
desde los años 90 con toda clase de métodos. A pesar de los intentos de
criminalización, que incluyen encarcelamientos con cargos de terrorismo, el
apoyo popular sigue siendo multitudinario. ¿Hacen falta más ejemplos?
¿Violencia organizada?
¿De verdad alguien se cree que cada noche “grupos
perfectamente organizados y entrenados” se dan cita para arrasar Barcelona como
soldaditos enviados por Torra? Ese tipo de mensajes produce una distancia
insalvable entre quien se arroga la exclusividad de dictar qué es legítimo y
quien enciende papeleras. El tertuliano está tan aislado como “los violentos”
(sic); a los chavales que se hacen selfies en las barricadas se la suda lo
que digan en la tele. Su rabia no tiene por objetivo convencer a quien
nunca les preguntó ni les quiso escuchar.
Un movimiento no gana, ni pierde, “por ser violento”.
Gana y pierde en función del consenso que consigue suscitar y la violencia es
sólo uno de los muchos factores que operan al respecto. Provoca sonrojo
escuchar la repetición machacona de que lo de Barcelona está perfectamente
planificado. Cualquiera que haya presenciado disturbios organizados de verdad
percibe las diferencias a simple vista. Me gustaría que el mosso Toni Castejón
pasara una noche de disturbios en Estambul, París o Atenas para que pudiera
comparar. Tal vez se le quitaría la tendencia a la hipérbole que demuestra cada
vez que va a la tele.
Piensa en un chaval de 20 años que lleva media vida
escuchando que no hay que usar la violencia “porque es lo que ellos quieren”,
que aguantó estoicamente el 1 de octubre y que ve que pacifistas recalcitrantes
como Jordi Cuixart son condenados a 9 años de prisión por convocar
movilizaciones pacíficas. Explícale que por desórdenes públicos la pena máxima
son 3 años. Piensa en este chaval cuando el gobierno autonómico de Torra
envía a los Mossos para hostiarle porque sólo está preocupado de mantener
el cargo y controlar un movimiento que se ha independizado del ‘processisme’.
17/10/12019
No hay comentarios:
Publicar un comentario