Tiananmen y Chernobyl, del silencio comunista al
espectáculo capitalista
Tercerainformación
12/06/2019
Foto: EFE
Estos días
hemos asistido al remember de dos acontecimientos históricos sucedidos
en el mundo comunista del siglo XX: las protestas de Tiananmen y el accidente
de Chernobyl. No es objeto de mi reflexión discutir sobre la información que
disponemos de aquellos acontecimientos, y la precisión o no de nuestro
conocimiento. Lo que creo que sí vale la pena es observar la capacidad que tiene
el mundo occidental y su maquinaria de información/entretenimiento/ideológica
de convertir en actualidad acontecimientos pasados cuando le interesan,
presentar el formato más atractivo de la historia y lograr que su versión
desplace a cualquier discusión, debate o investigación sobre los hechos.
En el asunto
Tiananmen, lo más destacable es cómo para el ciudadano occidental el nombre de
una plaza va unido inevitablemente a unos acontecimientos de protesta contra el
gobierno comunista chino. Directamente los medios hablan de 30 años de
Tiananmen, el tiempo que ha pasado desde la protesta, a pesar de que la plaza
tiene cuarenta años más. Nadie piensa en la masacre de 300 estudiantes en
Tlatelolco cuando los medios citan ese complejo de la ciudad de México. De modo
que Tiananmen es la plaza de una masacre pero la plaza de las Tres Culturas,
donde se desarrolló la masacre mexicana, es un complejo arquitectónico.
Una de las
paradojas de las protestas de Tiananmen es que la foto más emblemática de la
represión es precisamente un tanque que se detiene para no aplastar a un
manifestante. Se me ocurren muchas movilizaciones y protestas en el mundo donde
las fuerzas del orden no respetaron a un manifestante similar y no han pasado a
la historia por sangrientas represiones como sucede con la plaza china. Desde
el caracazo venezolano a la masacre de El Mozote en El Salvador. Y, por
supuesto, creo que hay muchos países donde no hay que desplazarse 30 años atrás
para encontrar represión y masacres de sus ejércitos.
El otro tema
traído a la actualidad ha sido el accidente de Chernobyl gracias a una serie de
HBO, del mismo título. Al igual que los acontecimientos de Tiananmen, Chernobyl
ha sufrido por parte de las autoridades comunistas un gran secretismo, lo que
ha permitido a occidente hacer sus propias interpretaciones y manejar los datos
que ha considerado oportunos. Para empezar, en lo referente al número de
víctimas que, en ambos casos, se mueve en una horquilla amplísima. En el
caso del accidente nuclear porque el cálculo supone no solo las muertes en el
accidente, apenas unas decenas, sino los fallecidos como consecuencia de las
radiaciones recibidas.
Lo que es
evidente es que las lagunas respecto a lo sucedido, el secretismo que rodeó la
tragedia, característico de una guerra fría que todavía coleaba, y la
estigmatización del gobierno comunista de entonces eran ingredientes estupendos
para un producto audiovisual con el formato de ficción en lugar del documental.
No es mi intención justificar ni blanquear las responsabilidades de aquellos
gobiernos, me limitaré a sospechar la oportunidad de tanta insistencia y en la
forma en que se hace. Que una serie de ficción, con escenas dramatizadas, con
algunos personajes creados especialmente para la serie (la física bielorrusa Ulana
Khomyuk), sin ofrecer fuentes rigurosas, ni tampoco documentos sea la vía
principal de conocimiento del accidente de Chernobyl para la población
occidental de hoy no supone ningún avance de acercamiento a la verdad. No se
puede comprender que la única persona que se molestase en investigar el motivo
del desastre fuese una física de la república vecina de Bielorrusia que fuese a
Chernobyl por su cuenta a entrevistar a los técnicos moribundos en el hospital.
Y que, encima, terminase detenida por el KGB. Lo lógico es que el propio estado
soviético, aunque no tuviese ninguna intención de transparencia, intentase
saber lo ocurrido. Se me podría argumentar que solo es una serie, no pretenden
presentarse como los investigadores y reveladores de una verdad, pero eso es
irrelevante, la realidad es que la "documentación" que los ciudadanos
tendrán de aquellos acontecimientos será la historia que han visto en HBO.
Uno de los
principios éticos del periodismo televisivo es renunciar a la dramatización de
las noticias, es decir, no contar una violación o un atraco a un banco mediante
una teatralización de actores por lo que eso supone de manipulación de la
emoción de las audiencias. Imaginen la reacción de unos espectadores ante un
acusado de violación y asesinato si, en la información sobre el juicio, se
exhibe la dramatización de ese crimen con todo tipo de detalles, sangre, terror
en la víctima y maldad en los gestos del asesino. Pues eso es la serie de
Chernobyl. En ella, la intencionalidad está cuidada al milímetro sin importar
el rigor. Hasta la responsable de vestuario Odile Dicks-Mireaux reconoció que
el director, Johan Renck, "dio la directriz de que quería un vestuario feo".
Y reconoce tranquilamente que en la serie "han añadido algo de
decadencia" y "la ropa es más de la URSS que la de entonces de
Pripyat, donde se veían vaqueros, zapatos de colores y ropa que estaba llegando
del extranjero". Si había que proyectar una imagen decrépita del comunismo
pues se hacía. Pocos se dieron cuenta, y muchos menos recuerdan, que en la
película La vida de los otros, el color se vuelve alegre y brillante o
sórdido y apagado según las imágenes correspondan a los disidentes o a las
autoridades, según se esté en la Alemania Occidental o en la Oriental.
En cualquiera
de las películas norteamericanas a las que estamos acostumbrados, los que
sacrifican su vida o la ponen en peligro por los demás se presentan como
héroes, en cambio esos mismos en la serie de HBO los vemos llevados al matadero
por la dirección soviética. Militares, policías, bomberos y médicos mueren
todos los años en muchos países del mundo cumpliendo con su trabajo y por las
órdenes de sus superiores y, en última instancia, sus gobiernos. Sin embargo,
en Chernobyl son presentados engañados y empujados por el gobierno comunista.
Muchos de ellos eran profesionales que conocían bien el riesgo, difícilmente
pudieron ser engañados, sin duda fue su sentido de la solidaridad lo que les
motivó, como se aprecia en algunos momentos de la serie. A pesar de ello, esas
decisiones heroicas y voluntarias nos las escenifican precedidas de miserables
intentos de engaño por el gobierno.
Si la
alternativa al ocultismo soviético es el espectáculo occidental de una serie de
ficción, lo único que se ha demostrado es una mayor inteligencia para pastorear
a los ciudadanos de unos que de otros. Resulta paradójico que quienes en su
desenlace final en el último capítulo de la serie, hacen del rigor científico y
de la verdad un baluarte, son sencillamente los creadores de una serie de
ficción audiovisual sin aval científico ni documental. La frivolidad y el
espectáculo imperante en occidente ha supuesto que un producto de ficción
televisivo quiera darnos lecciones de historia y veracidad científica. Si lo
del gobierno soviético fue un burdo comportamiento de quienes creían que con el
silencio y la mentira podían engañar a un pueblo, lo de occidente es una
brillante actuación de espectacularidad que pretende sustituir aquel silencio y
mentira por exhibición y entretenimiento recurriendo a todos los recursos
narrativos necesarios y audiovisuales con tal de que el resultado sea atractivo
para los espectadores. Y lo que es peor, sentando cátedra sobre el valor del
rigor y verdad.
Por supuesto,
una buena narrativa requiere eliminar las partes que no interesan. La URSS no
dejó nunca de homenajear a los liquidadores, todas las personas que se
expusieron para paliar los efectos del desastre. Los diferentes monumentos en
pie muestran que no hubo intención en olvidar lo sucedido. Y tampoco se quedó
en meros homenajes, hace unos años un bombero ucraniano denunciaba que
"cuando existía la Unión Soviética, nos cuidaban, nos
curaban, se ocupaban de nosotros. Ahora los gobiernos nos han olvidado".
Hubiera sido un buen final de la serie, buscar cómo les va hoy a esos héroes,
ya "liberados del yugo soviético".
También podrían
haber investigado dónde fueron atendidos y asistidos durante años los afectados
por la radiación y contar que, tras la caída de la URSS, 26.000 personas fueron a Cuba, un gobierno que seguía siendo
comunista, a recibir tratamiento médico gratuito.
Pero contar
todo eso hubiera supuesto visitar ahora los lugares, recoger testimonios y
declaraciones y el resultado sería un riguroso documental en lugar de una
atractiva serie de televisión con efectos especiales y dramas ficcionados.
Demasiado aburrido para nuestra sociedad del espectáculo.
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