DIEZ
MENTIRAS SOBRE VENEZUELA
CONVERTIDAS EN MATRICES DE
OPINIÓN
LA HISTORIA. Diego Gil. Venezuela petrolera
Katu Arkonada/DIARIO OCTUBRE/03/02/2019
El 23 de enero de 2019 Venezuela entró en una nueva
fase de un golpe que se inició el 11 de abril de 2002, se intensificó en 2013
tras la muerte del Comandante Chávez y recrudeció con la violencia opositora de
las guarimbas en 2014 y 2017.
La guerra híbrida que vive Venezuela ha
tenido en la desinformación y manipulación mediática una de sus principales
armas de combate. Leemos y escuchamos mentiras que analistas que nunca han
estado en Venezuela repiten tantas veces que se convierten en realidad para la
opinión pública.
1.
Venezuela tiene dos
presidentes: Nada más lejos de la realidad. La
Constitución venezolana establece en su artículo 233 como falta absoluta del
Presidente su muerte, renuncia, destitución decretada por el Tribunal Supremo
de Justicia, incapacidad física o mental decretada por una junta médica, el
abandono del cargo o la revocatoria popular de su mandato.Guaidó no tiene
ningún argumento Constitucional para autoproclamarse Presidente, pues no hay
falta absoluta del jefe de Estado, que tomó juramento tal y como lo establece
la Constitución en su artículo 231: el 10 de enero y ante el Tribunal Supremo
de Justicia. Además, según esa misma Constitución, si hubiera falta absoluta
del Presidente es la Vicepresidenta quien debe asumir la presidencia, y
convocar a elecciones.
2.
Guaidó tiene el apoyo
de la comunidad internacional: Más
allá de la hipocresía de llamar comunidad internacional a Occidente, el 10 de
enero en la toma de posesión de Maduro había representaciones diplomáticas de
más de 80 países, desde Rusia a China, pasando por el Vaticano, la Liga Árabe y
la Unión Africana. Esos países siguen manteniendo relaciones diplomáticas con
el gobierno que encabeza Nicolás Maduro. Guaidó tiene el reconocimiento de los
mismos países que el 10 de enero desconocían a Maduro: Estados Unidos y el
Grupo de Lima (excepto México). Solo se han sumado Georgia (por su disputa
territorial con Rusia), Australia e Israel.
3.
Guaidó es diferente a
la oposición violenta: Guaidó es
diputado por Voluntad Popular, partido político que ya desconoció las
elecciones presidenciales de 2013 y cuyo líder, Leopoldo López, está condenado
por ser autor intelectual de “La salida”, que impulsó las guarimbas de 2014,
con un saldo de 43 muertos y cientos de personas heridas.
4.
La Asamblea Nacional
es el único órgano legítimo: Tampoco
es cierto. El artículo 348 de la Constitución venezolana autoriza al
Presidente, en Consejo de Ministros, a convocar a una Asamblea Constituyente, y
el artículo 349 define que los poderes constituidos (Asamblea Nacional) no
podrán en forma alguna impedir las decisiones de la Asamblea Constituyente. La
decisión de convocar la Constituyente fue un acto de astucia del chavismo para
sortear el bloqueo de la Asamblea Nacional que puede gustar o no, pero fue
realizado con estricto apego a la Constitución.
5.
Maduro fue reelecto de
manera fraudulenta, en unas elecciones sin oposición: Otra mentira que se repite como mantra. Las elecciones
del 20 de mayo de 2018 fueron convocadas por el mismo Consejo Nacional
Electoral (CNE) y utilizando el mismo sistema electoral con el que Guaidó llegó
a ser diputado. Hubo tres candidatos de oposición que sacaron en conjunto el
33% de los votos y se siguieron las normas acordadas en la mesa de diálogo
realizada en República Dominicana entre el gobierno venezolano y la oposición,
con el expresidente español José Luis Rodríguez Zapatero de mediador, quien
además posteriormente participó como observador en la elección presidencial.
6.
En Venezuela no hay
democracia: Desde 1998 se han producido cinco
elecciones presidenciales, cuatro parlamentarias, seis regionales, cuatro
municipales, cuatro referéndum constitucionales y una consulta nacional. Suman
23 elecciones en 20 años. Todas con el mismo sistema electoral, considerado el
más seguro del mundo por el expresidente estadounidense Jimmy Carter.
7.
En Venezuela hay una
crisis humanitaria: Sin ninguna duda que
en Venezuela hay ahora mismo una crisis económica, fruto de una guerra
económica que comienza tras la muerte de Chávez, y se agrava tras las sanciones
por parte del Congreso de los Estados Unidos (diciembre 2014), la orden
ejecutiva de Barack Obama declarando a Venezuela peligro para la seguridad
nacional de Estados Unidos (marzo 2015), prorrogada y ampliada (agosto 2017)
por Trump con sanciones que han impedido la compra de alimentos y medicamentos.
Esa crisis ha provocado una migración
económica a la que se ha pretendido disfrazar de exilio político, algo que los
datos desmienten (entre enero y agosto de 2018 la Comisión Mexicana de Ayuda al
Refugiado recibió 3 mil 500 solitudes de asilo de venezolanos, por un total de
6 mil 523 solicitudes de refugio de ciudadanos hondureños, casi el doble).
8.
En Venezuela se violan
los Derechos Humanos: Analicemos las cifras
de las guarimbas de 2017: 131 personas muertas, 13 de las cuales por disparos
de las fuerzas de seguridad (hechos por los que hay 40 miembros detenidos y
procesados); nueve efectivos de las diferentes policías y Guardia Nacional
Bolivariana asesinados; cinco personas quemadas vivas o linchadas por la
oposición. El resto de muertos en su mayoría lo fueron mientras manipulaban
explosivos o intentaban saltarse barricadas de la oposición.
9.
En Venezuela no hay
libertad de expresión: No hay más que
ver las imágenes de Guaidó hablando ante decenas de micrófonos en plena vía
pública, o dando entrevistas a medios internacionales un día sí y otro también
para saber que esto no es cierto. En Venezuela, además, a diferencia de México,
no asesinan o desaparecen a periodistas por hacer su trabajo.
10. La comunidad internacional está preocupada por el
estado de la democracia en Venezuela: A
la “comunidad internacional”, representada por Estados Unidos y el Grupo de
Lima, no le preocupan los presos torturados en Guantánamo; no le preocupan los
líderes sociales y defensores de Derechos Humanos que a diario son asesinados
en Colombia; no le preocupan las caravanas de migrantes que huyen de la
doctrina del shock neoliberal en Honduras; no le preocupan las relaciones de
los hijos de Bolsonaro con las milicias paramilitares que asesinaron a Marielle
Franco.
No, nadie juzga las graves violaciones
de Derechos Humanos en esos países del Grupo de Lima y su aliado Estados
Unidos. Lo que se esconde detrás de esa preocupación no se llama democracia, se
llama petróleo, se llama oro, se llama coltán.
Además, ya no se preocupan en
esconderlo, con el ex Director de la CIA, Mike Pompeo, hablándole por
videoconferencia al Grupo de Lima, o nombrando como enviado especial para
Venezuela a Elliott Abrams, veterano de la administración Reagan, impulsor de
escuadrones de la muerte en El Salvador o de la contra en Nicaragua.
El conflicto, por tanto, es geopolítico
y se disputa en dos escenarios, el de la diplomacia y el mediático, en una
guerra híbrida que nos bombardea con tanta información que nos deja heridos de
desinformación.
A estos dos escenarios se le suman dos
variables para completar la ecuación, el congelamiento de activos económicos y
la posible introducción de mercenarios en territorio venezolano, ecuación más
similar a los conflictos bélicos en Medio Oriente que a la nueva generación de
golpes suaves en América Latina, que utilizan la vía parlamentaria o judicial,
como han escrito colegas como Marco Teruggi que están informando y
haciendo análisis desde el terreno, desde las calles venezolanas.
Para despejar esta ecuación, además de
la unidad cívico-militar que intentan resquebrajar en Venezuela, la propuesta
de mediación de los gobiernos de México y Uruguay, secundada por el Papa
Francisco, y esperemos por Naciones Unidas, se antoja la única vía posible para
que este escenario no desemboque en más violencia y sufrimiento para el pueblo
venezolano.
La paz de Venezuela, y de todo América
Latina, depende de ello.
* * *
La guerra contra Venezuela ya comenzó
Si una cosa ha dejado clara el público
estrangulamiento de Venezuela es que los poderosos echaron a un lado las
trampas amables y las sutilezas del coloquio
diario octubre
07.02.2019
Nicolás
Maduro al pueblo de Estados Unidos. Autor: Prensa Presidencial Venezuela
Enrique Milanés León.
— A veces, hasta una careta importada queda grande y
cae.El presunto Ejecutivo de Juan Guaidó ha ofrecido a Washington nada menos
que el 50 por ciento de la industria petrolera nacional; esto es, pretende
regalar la mitad del mayor tesoro del país sin aun gobernarlo. En el retablo
del imperio tal descaro encaja con el desparpajo del amargadísimo John Bolton,
el asesor de Seguridad Nacional estadounidense lactado con jalea de limón
—añejo especial—, quien gruñó en reciente entrevista: «…hará una gran
diferencia si podemos tener empresas petroleras invirtiendo de verdad y
produciendo las capacidades petroleras en Venezuela».
Como Guaidó, Bolton ha vendido la piel del oso antes
de cazarlo, pues reveló sin mucha diplomacia —para algo es un político yanqui,
¿no?— que ya están al habla con compañías estadounidenses para producir el
hidrocarburo en Venezuela.
No es solo en el pretendido muro «de México». Vivimos
en un mundo desquiciado en que los agresores, además de tajar, pasan al
agredido una factura. Washington ha dejado claro —y Guaidó es el primero en
saberlo— que la destrucción y la muerte que traiga a Venezuela no serán gratuitas.
¿Cuánto está dispuesto a cobrar Estados Unidos por la caza de un hombre? En
diciembre de 1989, cuando invadió Panamá, la captura de Manuel Noriega —un
hombre que no reunía los valores ni el arraigo de Maduro— costó más de 3000
muertos panameños.
Entre muchas otras, si una cosa ha dejado clara el
público estrangulamiento de Venezuela es que los poderosos echaron a un lado
las trampas amables y las sutilezas del coloquio. La doctrina Monroe, esa momia
política vuelta a la escena como un zombi, es francamente incompatible con las
buenas maneras: quien no sepa para quién es (Latino) América, tendrá que
enterarse a cañonazos.
A tal punto parecen cotizar las formas bruscas de un
poder desesperado, que a principios del año pasado, preocupado por la «excesiva»
influencia de China y Rusia en la región, el entonces secretario de Estado Rex
Tillerson aceptaba que reconocería un golpe militar a Maduro.
El ya defenestrado jefe diplomático sostenía entonces
que «América Latina no necesita nuevas potencias imperiales» y que más bien
debía ponerse en guardia contra poderes lejanos ajenos a «los valores
fundamentales de la región», que serían… ya ustedes saben cuáles.
A «T. Rex» no se le podía pagar derecho de autor por
la idea: antes que él, otro ilustre dinosaurio, el mismísimo presidente, había
preguntado en una reunión por qué simplemente no invadían Venezuela para sacar
a Maduro. Si al principio el asombro de sus consejeros dio la vuelta al mundo,
Donald Trump resolvió el problema: cambió a los consejeros —Tillerson
incluido—, así que desde entonces se habla del golpe y nadie se asombra.
Millones de víctimas después, tras cartografiar con
misiles un mapamundi de cicatrices, Estados Unidos sabe que no es el «macho
alfa» de la política de antaño. Si, por separado, el recuperado poderío militar
ruso y el insolente brío de la economía y el comercio chinos son fuentes de
insomnio para el decadente régimen casablanquino, la conjunción mundial de esas
dos potencias de Eurasia es conocida como «la pesadilla de Brzezinski», el
exconsejero de seguridad nacional de James Carter que tantos autores citan
cuando escriben sobre los planes de producción del Infierno.
A estas alturas nadie duda que, en pasajes oscuros
como el petróleo, tal «mala noche» contempla escenas en las que una fila de
barcos inmensos se llevan a otro horizonte las riquezas que Tío Sam quiere en
sus arcas.
En las bases de la Revolución está la
concertación cívico-militar en defensa de la soberanía y la independencia.
En concreto, el exconsejero Zbigniew Brzezinski
exaconsejaba hace apenas dos años, casi en su lecho de muerte, que el escenario
más tenebroso para Estados Unidos sería «…una gran coalición de China y Rusia,
unida no por ideología, sino por agravios complementarios». La némesis parece
haber llegado al Despacho Oval, porque, con matices propios, Moscú y Beijing,
que antaño vivieron más de un recelo, parecen acercarse cada vez más para
cumplir sus objetivos particulares con una gran ventaja sobre Washington: sin
guerras.
Venezuela tiene mucho peso en la geopolítica actual
porque es un cofre rebosado en una región estratégica, así que el zarpazo
estadounidense —usando desechables figurantes locales— se ahorra los disimulos.
El intento de vuelco actual al Gobierno bolivariano
viene de lejos. Cuando en febrero del año pasado la oposición venezolana rehusó
a última hora firmar con Miraflores un acuerdo ya listo para adelantar las
elecciones presidenciales y fijar un programa regular de encuentros, obedecía
órdenes de Washington, que le indicó el boicot a las urnas porque temía que en
un escenario electoral con respaldo de todas las fuerzas políticas el previsible
triunfo de Maduro extinguiera los mismos pretextos de impugnación que, a la
postre, han usado para llegar a este golpe.
La que hiere a Venezuela es además una agresión a
otros pueblos. Estados Unidos, que desarmaría pieza a pieza iniciativas como
PetroCaribe —¿quién ha visto pobres con petróleo?, dirá en su lógica—, no
acepta que otros disfruten, bajo esquemas solidarios, los recursos que él
pretende conquistar a la fuerza, solo para sí. La caída de la Revolución
Bolivariana sería un mazazo a mecanismos de integración tejidos en muchos años
de concertado esfuerzo político regional.
En suma, Washington agrede un proceso que se atreve a
recuperar las riquezas nacionales, a compartirlas al margen de la práctica
imperial y hasta a comerciarlas con terceros en franco desconocimiento del dios
dólar, de ahí que la Casa Blanca corte y robe flujos financieros, sabotee
vínculos económicos, desestabilice el mercado y las finanzas internas, siembre
la angustia y, sobre todo, ataque con saña feroz la lealtad de un ejército que
ha resistido, junto a Maduro, más de lo que pronosticaban los adivinos.
Tanto como la gente, que vive y lucha en la calle, los
símbolos no cesan de hablar en Venezuela: en uno de sus actos, Juan Guaidó, el
«presidente embarcado», estuvo arropado por disímiles banderas: todas europeas,
ni una latinoamericana. Un golpe como este, que causó repentina pandemia de
amnesia a las democracias occidentales, lleva su escenografía.
Guaidó y Europa sirven la cena que otro pretende
comer. Porque Donald Trump pudiera estar a la búsqueda de su guerra personal,
esa especie de «cretino manifiesto», de meta de cada presidente estadounidense
que cree que un gran sheriff debe matar, de boleto de entrada —¿creerá él, de
veras, que a menor costo que en las infinitas contiendas en Oriente Medio?— a
los libros de la infamia de la Historia.
La ya célebre nota —«5000 tropas a Colombia»— que en
una rueda de prensa John Bolton insinuó a los reporteros, como si fuera la
muchacha coqueta que tienta la mirada de su enamorado, fue un farol, sí, pero
uno peligroso, que compone la guerra antes de la guerra; esto es, la que
siembra el miedo y la zozobra. En respuesta criollísima, Diosdado Cabello
mostró «sin querer», en su programa Con el mazo dando, una
tarjeta elocuente: «2 000 000 en milicia, listos».
Los alarmismos no ayudan a los pueblos, pero quienes
se preguntan si habrá invasión a Venezuela deben entenderlo: la guerra con los
yanquis comenzó hace mucho. Por suerte, para enfrentarla, las bases de la
Revolución están, como dicen aquí, «mosca» —vigilantes— al amparo de una frase
que, hace 208 años, Simón Bolívar, el más formidable adversario de la
dominación, pronunció para hoy: «Vacilar es perdernos».
*++
No hay comentarios:
Publicar un comentario